Polémica entre Rodolfo Puiggrós y Arturo Jauretche*
En el número anterior de QUÉ y anunciando que con ello hacíamos excepción que no podía repetirse, dimos cabida a notas de Arturo Jauretche y Armando Crigna, de encendido tono polémico. Rodolfo Puiggrós sintiéndose aludido por aquéllas nos solícita cabida para su réplica, de la que damos los párrafos fundamentales. Al concederla así decidimos al mismo tiempo cerrar para siempre esta suerte de debates dejando constancia que las afirmaciones y los cargos que de uno y otro bando se formulan, corren por exclusiva cuenta de los autores sin que la revista tenga parte alguna, ni solidaridad con ellas. Juzgamos que esta suerte de despiadada lucha referida a lo personal no sólo es estéril sino que puede llegar a esterilizar gran parte del esfuerzo de la línea nacional y popular. Queda así clausurado, definitivamente clausurado, para nosotros y esperamos que para todos, este capítulo.
Doctor Arturo Jauretche:
Las columnas de la revista QUÉ recogen hoy, con la firma de un antiguo secretario suyo y presentado por usted, un lote de las calumnias e injurias que hace circular sobre nosotros, desde hace doce años y sotto voce, el aquelarre de los señores Codovilla y Ghioldi. Usted no da su nombre, ni nos nombra. Emplea la táctica de los discípulos del finado Beria. Insinúa, difunde y certifica sin dar la cara.
Usted me obliga, por primera vez en mi ya larga vida de lucha, a quebrar la norma de no hablar de mi mismo. Lo hago en nombre de mis compañeros y con la certeza de interpretar a centenares de compatriotas que han pasado por la misma experiencia que nosotros. Unos tienen el valor de mirar la realidad de frente. Otros permanecen sumisos y encadenados al cadáver de una secta.
Lo que tengo que decir de mí se reduce a poca cosa:
1° Ingresé muy joven al Partido Comunista, impulsado por el irresistible anhelo de justicia y fraternidad entre los hombres que, en aquella época, se pagaba con el renunciamiento a toda vida cómoda.
2° Desde el día inicial de mi militancia sentí que me movía en un medio estrujado por agudos antagonismos: el antagonismo entre los ideales revolucionarios, y las zancadillas para ocupar posiciones burocráticas, el antagonismo entre la sabiduría de los maestros del socialismo científico y la mediocridad de los despachantes de comunismo al menudeo, el antagonismo entre la rusomanía de una secta que se autoproclama “vanguardia del proletariado” y el espíritu nacional de los obreros argentinos. A pesar de intuir cuánto había de falso en esa militancia sobre bases tan artificiales, nos unía la solidaridad, la abnegación y el heroísmo de los afiliados de base que se suceden, mientras los dirigentes permanecen eternamente los mismos.
3° El cambio político del 4 de junio de 1943 abrió de golpe los ojos de muchos de nosotros. Comprendimos que las poderosas tendencias a la liberación nacional y a la justicia social que partían de las masas trabajadoras eran anuladas por la actividad reaccionaria de la secta codovillista. Tal comprobación se afirmó al ver a los dirigentes partidarios compartir la tribuna pública con los prohombres de la oligarquía y frecuentar las embajadas de los países imperialistas.
4° Al terminar la Conferencia Nacional del Partido Comunista de diciembre de 1945, después de cuatro días de deliberaciones que dieron por muerto y enterrado al histórico movimiento popular nacido el 17 de octubre de ese año, demostré desde la tribuna, sin pelos en la lengua, la traición de la secta codovillista, en medio del asombro y el terror de los delegados convertidos en estatuas de piedra.
5° No se dio a conocer una sola palabra de respuesta a mis críticas, ni a las coincidencias de otros compañeros. Los mariscales de la calumnia y profesionales de la intriga trataron de ocultar las divergencias. Ninguno de los compañeros, que comprendieron el contenido nacional-emancipador de la política inaugurada en octubre de 1945, participó en la campaña electoral que culminó con la derrota aplastante de la Unión Democrática. Fuimos desterrados de la vida partidaria, mientras Codovilla y Ghioldi preparaban en la trastienda sus mezclas repulsivas. Al producirse en enero de 1947 nuestra ruptura definitiva con la secta, los siervos y las brujas se arrojaron sobre nosotros para despedazarnos. No se nos ahorró ninguna infamia. Hasta se me esperó en la esquina de mi casa para matarme. Esa fue nuestra contribución a la causa del pueblo argentino, doctor Jauretche.
Dice usted, por intermedio de su secretario, que nunca tuvimos contacto con el peronismo, “sino con los órganos de represión policial del gobierno”.
No hay compañero del movimiento justicialista —no de esos que usted inventa— que ignore nuestra contribución en libros, folletos, conferencias y el periódico Clase Obrera a la causa de las masas trabajadoras y a la definición y esclarecimiento de la doctrina nacional. Nuestra lucha no se ha interrumpido un instante desde 1945 hasta la fecha. No ocupamos cargos públicos. No tuvimos otros contactos con el gobierno anterior que los de carácter exclusivamente político. No pasamos la cuenta, doctor Jauretche, por los meses que nuestros camaradas estuvieron en las cárceles. No se apabulle por nosotros. Usted es el único culpable de su propio desbarranco.
No tenía necesidad de recordarnos lo que dijo desde “El 45” y su demolición del plan Presbich. Lo recordamos tanto más cuanto hoy lo vemos borrar con el codo lo que escribió con la mano. ¡Qué alto se colocó usted entonces! ¡Cómo se ha venido abajo! Porque todo el veneno, toda la ira y toda la infamia que vuelca sobre nosotros obedecen a una sola razón: a su fracaso. Los comicios del 28 de julio lo derrotaron y desenmascararon, doctor Jauretche. Usted lo sabe y, en vez de mirarse a sí mismo y criticarse, se las toma con nosotros.
Ya que usted no quiere escrutar las causas de su fracaso, le ahorraremos el trabajo. Dice en su libro Los profetas del odio (pág. 131): “Ni el proletariado, ni la clase media, ni la burguesía por sí solos pueden cumplir los objetivos comunes de la lucha de la liberación nacional”. Su información es incuestionable. Nadie, que no sea un torpe secretario, podrá admitir que el movimiento de liberación nacional se fragmente o se encierre dentro de una clase o sector social. Tiene que ser lo más amplio posible. Pero nuestras discrepancias comienzan cuando usted agrega que “el movimiento debe revestir la forma piramidal” y luego actúa como si la base de la “pirámide” -la clase obrera- tuviera que estar subordinada a la cúspide, o sea a la clase media o a la burguesía.
Porque el quid de la cuestión consiste en que ese movimiento no es estático, sino extraordinariamente dinámico. Dentro de él hay fuerzas sociales que se disputan la dirección, quiéralo o no usted. Por ejemplo: el voto en blanco fue el 28 de julio una manifestación de la independencia y del poder de la clase obrera y no un renunciamiento o ruptura del movimiento nacional liberador. En cambio, la exigencia de votar por el doctor X era la pretensión absurda de desviar a la clase obrera de sus cauces naturales libremente elegidos por ella como repudio a un régimen que siente totalmente hostil. Usted, doctor Jauretche, concibió su pirámide desde el punto de vista del interés de la burguesía y la clase media. Por eso su pirámide se derrumbó, como castillo de naipes, ante la decisión de la clase obrera. Y su fracaso será mayor si insiste en organizar el movimiento en forma piramidal sobre las espaldas de los trabajadores.
Usted convenció a sus amigos que soplándole al peronismo algunos caudillos flexibles y marginales —y sembrando la confusión— tenía ganada la partida. Demostró no haber aprendido nada de lo ocurrido en la Argentina desde 1944. Su impermeabilidad burguesa a todo lo que tenga algo que ver con el mundo obrero es absoluta crónica. Así como en 1944-46 le parecía inconcebible que de las luchas del proletariado pudiera nacer un movimiento de la envergadura del justicialismo, hoy no entra en su mollera la idea de que el futuro nacional descansa en la reorganización sindical y política de la clase obrera. No creyó en el voto en blanco porque no cree en la clase obrera, en torno de la cual se estructura la sociedad argentina del mañana.
*Fuente: Revista Qué, 12 de agosto de 1957, por Rodolfo Puiggrós.