Jorge Abelardo Ramos: sembrador de tempestades
Por Eduardo Fossati
“El que afloja, pierde”, nos enseñaba con su ejemplo y su pluma a las nuevas camadas que, allá por la década del sesenta y llenos de ilusiones, nos acercábamos al frente de batalla contra la dictadura militar oligárquica de Onganía.
Las primeras escaramuzas al son de la marcha de la Izquierda Popular o la marcha peronista, nos hablaban de la imprescindible participación activa en la gloriosa historia de nuestro pueblo, al cual pertenecíamos orgullosamente, y sólo en cuyo nombre se justificaba sufrir cárcel y tortura.
“Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, “Historia de la Nación Latinoamericana”, “Crisis y resurrección de la Literatura argentina”, “Historia crítica del Ejército”. “El marxismo de Indias”, “La lucha por el Partido Revolucionario” y tantos otros libros y escritos de su factura, llenaron nuestras mochilas de fervor, formando nuestro pensamiento nacional inquebrantable.
Armaron nuestra voluntad y nos señalaron la rapacidad y codicia del enemigo, a quien conocimos y enfrentamos con apenas unas modestas hondas, como David a Goliat, dando todo por nada. Eran otros tiempos. Era otra política. Era otro jefe político.
Como si esto fuera poco, con su “Historia del Partido Comunista en Argentina” y la “Historia del Partido Socialista” de su compañero y discípulo Jorge Enea Spilimbergo, completaron la guía y trazaron una senda sin retorno.
Ya nunca más la ululante y vacía izquierda metropolitana podría impunemente regodearse con la deformación mitrista de la historia patria ni convocar a los estudiantes y a las clases medias contra los trabajadores peronistas, en nombre de la lucha social.
La izquierda cipaya fue marcada a fuego, y el “Cordobazo” y la FUA Nacional de 1970, fueron símbolo y síntesis de la alianza preconizada por Ramos, el frente nacional jacobino revolucionario de los trabajadores y la pequeña burguesía estudiantil, alrededor de las banderas del 17 de Octubre y de Octubre del 17.
Entonces, y por primera vez, sus ideas encarnaron en un vasto movimiento patriótico de liberación en el cual, el Peronismo, con el Gral. Perón a la cabeza, y el Frente de Izquierda Popular (FIP), inspirado y conducido por Jorge Abelardo Ramos, derrotaron de manera aplastante al frente antinacional en las elecciones de setiembre de 1973, trayendo al exiliado General nuevamente a la patria, al gobierno y al poder.
El FIP, aportó en esa oportunidad 900.000 votos, voluntades combatientes forjadas y formadas por la ideología del “Colorado” Ramos. Como decía en sus libros, “quien en tiempos oscuros tiene ideas oscuras, aumenta la confusión. Pero quien difunde ideas claras, crea un mundo nuevo”.
Poco tiempo duró el eco de esas jornadas memorables. Apenas 10 meses más tarde despedía con su “Adiós al Coronel” los restos del Gral. Perón, y el país penetraba en un cono de sombras.
Junto al pueblo, acompañó el retroceso del movimiento nacional, golpeado por la restauración oligárquica de 1976, salvando milagrosamente su vida cuando una patrulla enviada por el Gral. Menéndez lo fue a buscar a su residencia en Despeñaderos, con orden de detenerlo con destino incierto.
Protagonista inclaudicable, organizó las fuerzas de su disuelto partido para la resistencia al régimen militar liberal oligárquico, no sin polémicas internas ni desgarrantes divisiones.
Desde las catacumbas impuestas por la dictadura sanguinaria organizó la propaganda, impulsó el debate ideológico y encaminó a sus fuerzas, conjuntamente con el movimiento nacional peronista, hacia una acción de desgaste del poder oligárquico con vistas a un “recorsi” de la historia, siempre con la convicción de que la acción política revolucionaria se ejerce con el pueblo y para el pueblo, descartando acciones elitistas de supuestas vanguardias fuera del cauce de las luchas populares.
Por fin, tras la gesta heroica de la reconquista de Malvinas, que Ramos aplaude porque conlleva al enfrentamiento de las fuerzas armadas con el imperialismo británico y su más firme aliado, los EE.UU., renacen las esperanzas, y dedica sus esfuerzos a la reconstrucción de su movimiento, concurriendo con el FIP a los comicios de 1983 en apoyo al Dr. Luder y con candidatos propios para las restantes nominaciones.
Con el inesperado triunfo del Dr. Alfonsín, la desmalvinización se extiende y la derrota hace estragos en las filas nacionales.
Firme, como Bolívar en su retirada ante la ofensiva de Boves en Venezuela, y con la convicción de lo efímero de la gestión democrático formal de Alfonsín, reorganiza sus huestes y funda, en conjunto con Blas Alberti, Alberto Guerberoff y otros compañeros de la vieja guardia, el MPL (Movimiento Patriótico de Liberación), en su último intento de organización política, que perdura hasta pocos días antes de su muerte, en Octubre de 1994.
Designado embajador argentino en México en 1989, concentra su gestión en el objetivo de atraer a la Patria de Zapata y Villa hacia el Mercosur, para acercar los tiempos de su ansiada y proclamada unificación de la Nación Latinoamericana.
Desde 1948, en que edita a los 27 años su primer libro “América Latina, un país” donde expresa su firme compromiso con un socialismo Bolivariano de nuevo cuño, alejado del poder soviético o de las socialdemocracias europeas, profundamente arraigado en la historia nacional de la Patria Grande y sin dependencias de poder alguno del mundo, esperaba ésta como su más desafiante oportunidad para concluir una vida por la Revolución Nacional y al servicio de los desposeídos y explotados de su tierra.
Como en todas las grandes batallas libradas, abraza esta causa con entusiasmo remozado, consciente de las profundas modificaciones que se estaban operando en el entorno mundial.
Defiende tesoneramente los lazos que unen históricamente a los pueblos al sur del Río Bravo y resiste las decisiones que imponían, a partir de 1992, nuevas “relaciones carnales” con el imperialismo yanqui, destructor de pueblos oprimidos y asesino de generaciones enteras de jóvenes militantes esperanzados en la lucha nacional y social inconclusa.
En las mismas barbas del imperialismo se niega a condenar a Cuba en la reunión de Guadalajara, rebelándose una vez más ante el mandato de los poderosos, lo que redunda en su definitivo alejamiento del cargo.
Poco tiempo después, y ante una demanda azorada por la destructiva guerra fratricida en los Balcanes, modelo de socialismo autogestionario y nacional en Europa, expresaba con lucidez, parafraseando a un revolucionario social clásico, que estábamos instalados “en los tiempos en que hay que repensar todo nuevamente”.
Ya había cumplido 73 años y decía que se sentía “como un hombre joven dentro de un cuerpo maduro”. Una vida para la reflexión. Un ejemplo inclaudicable para la acción.
Ramos no fue un historiador ni un simple intelectual, de verbo vano, rumbo incierto y compromiso esquivo.
Desde 1945, cuando desde la revista Octubre defendía a Perón contra la Unión Democrática, o como Victor Almagro desde las páginas de Democracia, o en 1955 cuando pedía armas para la CGT en defensa del General desde el PSRN (Partido Socialista de la Revolución Nacional), o en 1962, con la fundación del PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional), del FIP en 1972 o del MPL en 1984, fue siempre un hombre de partido y de militancia revolucionaria.
Sus libros eran sus armas. Sus palabras, los dardos más punzantes contra los enemigos de la Nación. Su ironía y su humor ácido y tajante para señalar y ridiculizar a los personeros y ganapanes de la oligarquía, el envase con que ejercía las “armas de la crítica”. Como acostumbraba a señalar, “hay que defender con el cuerpo lo que se dice con el pico”.
Había aprendido del viejo Jauretche a no pertenecer a la afamada y numerosa banda de los pregoneros del “animémonos y vayan”. El pensamiento y la acción del Colorado siguen dando vueltas y están vigentes hoy más que nunca. Su ausencia física es un silencio irreparable.
La construcción de una gran Nación Latinoamericana, la moratoria de la impagable deuda externa constituida por el golpismo oligárquico, agobiadora y desmoralizante para las nuevas generaciones, la igualdad de derechos de las mujeres (comenzando por los derechos políticos y un salario para el ama de casa), la gran y permanente batalla por la justicia social, la hidrovía continental, entre otras, son tareas aún inconclusas, impulsadas por su iniciativa.
En 1994, un triste y lluvioso 2 de Octubre, al cerrar el crepúsculo, moría en Buenos Aires Jorge Abelardo Ramos. Nuestro inolvidable “Colorado”. Conmemoramos su muerte, el hombre y su tiempo han perdurado en sus ideas.