Trump y el camino a la desglobalización
Por Fernando Del Corro.
La idea de la globalización, en la que se mezclaron aspectos económicos, políticos y religiosos, es tan vieja como la historia humana y sus intentos de instrumentación se reiteraron, ampliados por el desarrollo tecnológico, con el correr de los siglos, el último de ellos 500 años atrás, pero una y otra vez concluyeron en colapsos, como el que ahora hace vislumbrar la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América.
Ya 43 siglos atrás, el hoy iraquí Sargón de Akkad se planteó el concepto de unificación bajo su mando de todo el territorio circundante fundando el primer imperio que se conoce, pero fue el griego Polibio de Megalópolis quién llevó a la escritura la idea cuando al historiar las guerras púnicas entre Cartago y Roma señaló que la victoria de la segunda había puesto fin a la disputa entre las dos grandes potencias de la época con lo cual se pasaba a la construcción de un poder universal.
La idea fue recogida por futuros gobernantes romanos, particularmente por el más importante de los generales emperadores, el hoy sevillano Marco Ulpio Trajano quién al momento de su fallecimiento se encontraba preparando la expedición para extender el Imperio ocupando la India como ya lo había hecho con Hungría y los Balcanes. Un poco más tarde también fue expuesta por Marco Aurelio Antonino Basiano, más conocido por su apelativo de Caracalla, dada su costumbre de usar camisolas pero cuando ya la expansión se había frenado.
Fue cuando murió Trajano en 117, que su coterráneo y sucesor Publio Elio Adriano observó que no le cerraban las cuentas y decidió poner fin a la idea del imperio universal y así se retiró de Irak, hizo la paz con los judíos y construyó el muro de Adriano entre las actuales Inglaterra y Escocia al no haber acordado con los scottos el fin del conflicto. Todo para poner en orden los números del Tesoro que ya no beneficiaban a los romanos.
El papa Gregorio IX (Ugolino de Segni), quién presidió la Iglesia Católica entre 1227 y 1241 y fue quién santificó a Francisco de Asís, retomó la idea de la gobernanza mundial, esta vez en la cabeza del pontífice romano pero no logró eco entre los gobernantes medioevales, en particular en Federico II, titular del Sacro Imperio Romano Germánico, quién terminara excomulgado a raíz de haberse negado éste a apoyar las Cruzadas.
Pero si bien Polibio hacía centro en las cuestiones comerciales, Trajano en las político-militares y Gregorio IX en las religiosas, el gran teórico que unificó todos los conceptos fue el intelectual piamontés Mercurino Arborio di Gattinara, cardenal y gran canciller del rey español Carlos I, quién ocupara el cargo hasta su muerte en 1530, tiempo durante el cual llevó adelante la idea que convirtió a España en el “Imperio donde no se ponía el sol”.
Carlos I había asumido en 1516 y en 1518 nombró a di Gattinara como su “gran canciller”, momento en que España avanzaba en su concepción de imperio universal incorporando no sólo a buena parte del continente americano sino también a vastas regiones de Asia, África y Europa, incluyendo la compra de la corona del Sacro Imperio Romano Germánico en el que fuera coronado como Carlos V luego de haber sobornado a los electores apelando a un préstamo del banquero Jakob Függer y a otros menores de financistas genoveses los cuales, a la postre concluyeron con el quebranto de la corona española que destinaba a sus cancelaciones una buena parte de los metales extraídos de México y el Alto Perú.
Las políticas de Carlos I de convertir a España en una exportadora de materias primas con grandes déficits comerciales ya que debía importar todo lo industrial, incluidas las telas que se confeccionaban en los Países Bajos con la lana española, junto con sus deudas, fueron complicando severamente a la monarquía hasta que con las nuevas visiones del borbón Carlos III se intentó una reconversión de las políticas, incluyendo las de América de la mano de grandes pensadores económicos como el vasco Valentín Tadeo de Foronda, quién influyera en el presidente estadounidense Thomas Jefferson, y el asturiano Baltasar Melchor Gaspar de Jovellanos, maestro del argentino Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.
La nueva globalización impulsada desde los EUA por personajes como Francis Fukuyama a través de su proclamado “fin de la historia” parece apuntar, desde hace algún tiempo, reforzada ahora con la victoria de Trump, a un final con algunos notables parecidos, como la campaña del “Calexit”, la independencia de California que, incluyo, apoyan las empresas del Sillicon Valley, y una de cuyas claras expresiones fue que en los mismos comicios presidenciales, por cuerda separada, el 72 por ciento de la población votó por establecer la enseñanza en forma simultánea en castellano e inglés
Los EUA, como la España de entonces, se han convertido en un país primarizado en su producción, con el agregado de modernos servicios, mientras la industria se deslocalizó hacia otros países, generando un déficit comercial a la fecha de casi 800.000 millones de dólares estadounidenses anuales que deben ser cubiertos con endeudamientos financiados en, buena medida, por su principal adversario económico, China, amén de la petrolera Arabia Saudita, Japón y varios países más.
Y así como “el Imperio donde no se ponía el sol” se desmembró en decenas de países y aún no ha resuelto el problema interno con castellanos y vascos, la globalización ya mostró lo sucedido en la Unión Europea con el “brexit” del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y ahora con la victoria de Trump en los EUA y la aparición de nuevas formas de nacionalismos en numerosos países, sobre todo de Europa mientras crece también la tendencia a eliminar al dólar estadounidense como moneda internacional de cambio, lo que incluso ya ha está siendo impulsado en el Japón por el Banco Mitsubishi.
Por ello el pueblo estadounidense, el que es víctima del sistema, incluida una parte importante de los latinos y los afro-descendientes votó al próximo presidente, más allá de las campañas de los medios y de las corporaciones a las que representan, como un repudio a una dirigencia política que no se interesa por él.