Autorreflexión y el pensamiento Nacional y Latinoamericano
Por: Francisco Pestanha, María Villalba y Emmanuel Bonforti
La autorreflexión en el Pensamiento Nacional y Latinoamericano integra una las “Siete Dimensiones” que fueron propuestas y sistematizadas por Francisco Pestanha y otras y otros colegas, con el objetivo de exponer los principales vectores epistemológicos que caracterizaron la obra de numerosos pensadores y pensadoras regionales (Pestanha, Arribá y Montiel, 2021). Frente a evidentes manifestaciones de dispositivos orientados hacia la colonización cultural y la promoción de “modas escolásticas”, tal como fue descripto en un anterior texto vinculado al autoconocimiento (Bonforti, 2021) emergerá la dimensión autorreflexiva, cuya esencia consiste en el desafío de diseñar o adaptar críticamente categorías que faciliten el análisis y la comprensión de los procesos sociohistóricos y culturales acontecidos en nuestra América, formulando, de esta forma, un aporte hacia la construcción de una teoría del conocimiento situado.
La divulgación permanente de matrices modeladas a partir de un obstinado eurocentrismo en nuestro sistema educativo implicó la transferencia acrítica de categorías analíticas europeas, para desde allí abordar las realidades locales que culminaron encorsetadas arbitrariamente. El pensador uruguayo Alberto Methol Ferré definió a este fenómeno como una escisión del conocimiento entre los países periférico-dependientes y los centros de poder, ya que la realidad material de estos últimos era sensible y sustancialmente diferente de la de los primeros.
En ese orden de ideas, el Pensamiento Nacional y Latinoamericano buscó diferenciarse críticamente de las matrices de reflexión europeas y de los procesos de los que emanaban tales interpretaciones. Las modas escolásticas, al emular categorías, forzaban razonamientos y sucesos. De esta manera, en el marco de un verdadero juego de espejos, los eventos y las realidades se deformaban inevitablemente al cruzar el Atlántico, lo cual indica que la autorreflexión en el Pensamiento Nacional y Latinoamericano constituyó una labor epistemológica que persiguió un doble objetivo: aplicar el tamiz crítico a categorías preconcebidas en el afuera o, en su caso, elaborar otras que allanen la comprensión de nuestra realidad vital, contribuyendo de esta forma a la conformación de una epistemología de y para la periferia.
Desde este punto de partida presentamos algunos ejemplos que facilitan la comprensión de la importancia y de la vigencia de la dimensión en análisis.
Semicolonia: una categoría que transitó de lo central hacia lo periférico
Las revoluciones burguesas que acontecieron en los Estados europeos durante el período 1789-1848 derribaron las antiguas estructuras feudales unificando territorios, construyendo nuevos Estados nacionales y consolidando un nuevo sujeto social promotor del cambio: las burguesías. En ese marco histórico específico el conflicto social se tradujo casi inmediatamente en un antagonismo dialéctico entre las burguesías y los proletariados. Con el tiempo, la era de las revoluciones burguesas abrirá el paso a la fase imperial, pero debe destacarse que en Europa el conflicto social seguirá centrado en la tensión entre el capital y el trabajo. Paralelamente, en Nuestramérica una dinámica política teñida de contradicciones internas y la persistente acción imperial conducirán indefectiblemente hacia un desmembramiento de las antiguas estructuras geopolíticas virreinales, promoviendo una nueva reconfiguración espacial que, con el tiempo, derivará en una serie de alianzas entre las redes imperiales europeas y las oligarquías terratenientes emergidas a partir de una nueva división internacional del trabajo.
El sujeto social que emergerá en la época en nuestra región será, precisamente, la(s) oligarquía(s) terrateniente(s). La alianza mencionada conducirá hacia proyectos de dominación o dependencia consentida y hacia la edificación de un régimen denominado semicolonial en el que, paulatinamente, la principal tensión se irá direccionando hacia la antítesis Nación e Imperio (anti-nación).
Eduardo Luis Duhalde, en el prólogo de una de las ediciones de La Formación de la Conciencia Nacional –obra de Juan José Hernández Arregui– expresará en relación con la cuestión semicolonial que “parte de la premisa básica de considerar la contradicción principal de la sociedad argentina la de ‘imperialismo-nación’ a partir de la existencia de una situación colonial (‘un país que no ha alcanzado la autodeterminación’), que es semicolonial solo en su caracterización jurídico-política, por existir una independencia formal del país” (Hernández Arregui, 2014).
Según algunos autores, el producto de un sutil accionar imperial en Latinoamérica conducirá a ciertos sectores, afirmados conscientemente en la particular experiencia histórica local y regional, a reflexionar de manera diferente, evitando trasplantar linealmente interpretaciones exógenas a nuestra realidad. De allí, por ejemplo, surgirá la necesidad de definir los modos de colonialidad indirecta –por ejemplo, la británica– adaptando críticamente la categoría de semicolonia originada en la obra de Lenin a la realidad local, adaptación que permitirá construir una definición que paulatinamente se irá incorporando a una matriz epistemológica situada. La noción así adaptada cobrará nítida potencia, dando cuenta de una especificidad de dominación no fáctica, sino más bien cultural o simbólica. “Semicolonia” culminará entonces constituyéndose en una categoría situada temporal e históricamente erigida a partir de un procedimiento de adaptación crítica.
¿Feudalismos en Nuestramérica? ¿Burguesías sudamericanas?
A partir de lo expuesto surgen otros tantos interrogantes en torno a la utilización de ciertas categorías y al consecuente trasplante de ideas. La colonización cultural y pedagógica –dinámica semicolonial– en las instituciones educativas promovió sin duda alguna un tratamiento cuanto menos difuso respecto a los diferentes acontecimientos acaecidos en Occidente, entre los que podemos mencionar la Revolución Francesa y las revoluciones industriales. Ambos procesos sin duda alguna fueron propulsados por los sectores burgueses europeos y su finalidad estuvo orientada hacia la ruptura con las sensibilidades y las cosmovisiones del antiguo orden feudal. Por su parte, aquí los soportes y dispositivos culturales semicoloniales tuvieron como objeto reproducir la secuencialidad histórica europea y construir subjetividades que naturalizaran tales sucesos como válidos “universalmente” y, por tanto, aplicables indubitablemente al análisis de la realidad local.
De tal forma, durante varias generaciones amplios sectores del establishment educativo vernáculo no dudaron en sostener por ejemplo la existencia de feudalismos locales, y menos aún en inferir que la formación de nuestros Estados Nacionales fue producto de la aparición de burguesías –o proto-burguesías– en la región, asimilando este proceso al europeo. No obstante, el devenir histórico real nos expone a situaciones bien diferenciadas: entre otras, a estructuras sociales complejas, a concepciones del tiempo no lineales, a actores e instituciones moldeadas al calor de un proceso de mestizaje fruto de la expansión europea, etcétera. En esa línea abona la interpretación Rodolfo Puiggrós, quien destacara lúcidamente el error que se genera al intentar asociar los modos de producción de América Latina con la categoría de “feudalismo”: “era habitual hasta no hace muchos años, en una literatura que de marxista solo tenía el nombre, clasificar a la Argentina dentro de la categoría de país feudal, semifeudal, con resabios feudales o feudal burgués. Tal definición no había sido elaborada mediante el estudio de la historia y de la realidad del país. Provenía del traslado mecánico a nuestra sociedad de formas de producción y relaciones de clase existentes en Rusia zarista o en China prerrevolucionaria, o de una perezosa generalización de la economía rural de algunas regiones de América Latina. (…) A nadie que profundice en nuestra historia se le ocurrirá asimilar el gaucho al siervo de la gleba medieval” (Puiggrós, 1986: 242). Advertimos en este texto un cuestionamiento al marxismo ortodoxo de raíz racionalista, donde la linealidad es expresada como continuidad entre el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y, por último, hacia una hipotética apuesta a la consagración del socialismo y posteriormente del comunismo. Puiggrós tomará sabia distancia de esta teoría y sostendrá que en la conquista de América convivieron modos de producción feudal y local, fusión que diferenció nuestros modos de producción de los de Europa. Por su parte Pestanha, Oporto y Recalde[1] consideran que se trató de una originalidad, ya que promovió la generación de algunos modos de producción situados. En síntesis, el novum histórico americano conllevó a sistemas de producción excepcionales.
En similar orden de ideas Amelia Podetti, Alberto Eduardo Buela, Rodolfo Kusch y Víctor Haya de la Torre sostendrán que la organización económica, luego de la conquista de América, generó fenómenos de sincretismo y mestizaje (Podetti, 1981; Kusch, 1999). Es decir que el mestizaje no solamente se expresó en los campos de las costumbres y de la cultura, sino también en los modos de producción económica. Fermín Chávez (2012), por su parte, afirma que “pensar desde la periferia es pensar desde acá”, y por eso señala que es importante reconocer formas específicamente indoamericanas, las que a su vez se fusionaron con formas del conquistador.
Descansar en la existencia del feudalismo en Nuestramérica derivó en la creencia de que ese régimen debía ser desarticulado y desplazado por una burguesía de características similares a la europea. Al otorgarle agencia, es decir, al señalar el nacimiento del sujeto burgués, inevitablemente se estaba señalando la muerte de un supuesto sujeto social precedente: el feudal. En el esquema de interpretación semicolonial, el feudalismo quedaba representado en las economías del interior del país de base agraria y en ciertos referentes, tales como Juan M. de Rosas. Sobre esta interpretación descansará en parte la dicotomía civilización y barbarie, otorgándole progresividad histórica a la burguesía porteña, la cual será asociada con la civilización. En paralelo, se construirá el imaginario de un interior federal defensor del feudalismo y portador de la barbarie. Jorge Enea Spilimbergo (1968: 41) sostendrá en sintonía que “es fácil advertir el trasplante mecánico a las condiciones del Río de la Plata de las categorías burguesía-feudalismo de la historia europea, aplicadas a la dialéctica unitario-federal”.
Sin embargo, no debe dejar de resaltarse que, como todo proceso encorsetado, el local presentó sus claras contradicciones, ya que, mientras se reivindicaba lo civilizatorio como sinónimo de progreso industrial, no se ponía en cuestión el modelo agroexportador impuesto por los vencedores de las guerras civiles. Esta discusión en torno al feudalismo no constituye un dato menor ni un debate arcaico. Aún hoy en ciertas instituciones educativas se sigue sosteniendo la existencia del feudalismo local sin analizar los factores esenciales que caracterizaron al mismo en el Viejo Continente.
La formación de los Estados Nacionales. Del “allá” y el “acá”: diferencias entre burguesías y oligarquías
Del anterior debate acerca de la existencia del feudalismo se desprenderá otro malentendido impulsado por la superestructura colonial, que se vinculará al proceso de conformación de los Estados Nacionales en Europa y en Latinoamérica, y a la caracterización de las burguesías de uno y otro lado del Atlántico. Norberto Galasso en su texto América Latina: ¿una Nación? sostiene que “la formación de los Estados Nacionales europeos entre los siglos XVII y XIX se produjo correlativamente al desarrollo de las relaciones capitalistas de producción en reemplazo de las viejas relaciones feudales”. Mientras que “en España la endeble burguesía acaudillaba la lucha por diluir los particularismos, eliminar los privilegios y crear el mercado interno para formar el Estado Nacional, ¿había acaso alguna burguesía latinoamericana detrás de Mariano Moreno o de Bolívar? ¿Existían en América Latina fuerzas económicas al nivel siquiera de la manufactura para darle a ese proceso un carácter propio, autónomo? Evidentemente, no. (…) En América Latina (…) faltaba a la cita una burguesía latinoamericana capaz de acaudillar ese proceso y convertirse en gran poder unificador, como lo había sido, en el pasado europeo, la burguesía francesa o la inglesa”. Galasso advierte que en América Latina no existió una burguesía nacional e industrial como las europeas: por el contrario, la clase dominante constituirá un satélite consentido del imperialismo inglés.
El Pensamiento Nacional y Latinoamericano acuñó otra categoría: la de “oligarquía terrateniente” para diferenciarla no solo de las aristocracias europeas, sino también de las burguesías del Viejo Continente. La oligarquía terrateniente es caracterizada por Hernández Arregui “como una minoría empedernida que tiene fuerza de grupo. (…) Su conciencia es cerrada, su liberalismo, la máscara fría de su soledad histórica” (Hernández Arregui, 2004: 49). Por su parte Pestanha y Bonforti, recuperando a Scalabrini Ortiz y a Arturo Jauretche, señalan la diferencia entre las burguesías europeas y las oligarquías latinoamericanas en tanto clases dominantes: “el elemento distintivo de la clase dominante argentina estuvo determinado por el hecho de que su ganancia no se sustentaba en la plusvalía, sino en la renta diferencial de la tierra”. Téngase presente que, mientras que las burguesías europeas nacerán al calor de la unidad territorial, adquirirán características nacionales y se orientarán hacia la industria como actividad productiva requiriendo periódicamente acciones proteccionistas en cuanto a la dirección estatal de la economía, las oligarquías terratenientes se consolidarán a partir de la “cooperación” con los imperialismos, promoverán la unificación del territorio mediante el aniquilamiento de las incipientes industrias interiores y del “elemento” racial y cultural indeseable, emprenderán un modelo de producción basado en el latifundio agro-exportador, adoptarán una orientación librecambista y bloquearán –en lo posible– cualquier iniciativa de desarrollo industrial.
Otro de los esquemas incongruentes a que se apelará con insistencia en el campo de lo político será a la dicotomía “derechas e izquierdas”, división que –suele sostenerse– se consolidará a consecuencia de la Revolución Francesa. En Nuestramérica el conflicto político –como se señaló oportunamente– excederá el esquema europeo. Mientras las naciones europeas irán consolidando su autodeterminación, gran parte de los Estados latinoamericanos irán virando hacia condiciones de semidependencia fáctica o simbólica.[2] A ello podría agregarse que, en nuestra región y en numerosas oportunidades, “izquierdas” y “derechas” expresarán intereses similares y compartirán eventuales espacios electorales.
Desde el Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Scalabrini Ortiz, con la lucidez que lo caracterizaba, prefirió hablar de “las dos rutas de Mayo”, y Arturo Jauretche de dos proyectos políticos de país: patria chica y Patria Grande. El primero, encabezado durante el siglo XIX por las oligarquías basadas en una matriz económica librecambista con el consenso de los sectores acomodados, con una reducida intromisión estatal y con el consentimiento de la fragmentación; el segundo, el denominado de la Patria Grande, intentará generar instrumentos de protección para las manufacturas locales apoyado por sectores populares, promocionando un Estado que impulsará medidas redistributivas y anhelando la unidad territorial heredada del imperio español.
Un nítido ejemplo que expone el error interpretativo expresado en el esquema de “izquierdas y derechas” lo ofrecen, entre otros, Rodolfo Puiggrós y Atilio García Mellid. El primero, en Historia de los partidos políticos, al referirse a la puja electoral que se expresó entre el Peronismo y la Unión Democrática en el año 1946, señaló que, bajo el paraguas del embajador estadounidense Spruille Braden, se cobijaron en su seno expresiones y tradiciones de lo que podría identificarse como izquierdas o derechas. El exrector de la Universidad de Buenos Aires culminará su libro cuestionando profundamente al comunismo por su unión con los sectores más reaccionarios del país para descalificar a Perón, e intentar evitar su ascenso al poder primero y desestabilizar su gobierno después. Izquierdas y derechas caracterizarán al peronismo como “totalitarismo” –zoncera que también analizará Jauretche, denominándola “nipo-nazi-fasci-falanjo-peronista”. Puiggrós, a modo de ejemplo, publicará una proclama del Partido Comunista del 21 de octubre de 1945 que insta a eliminar al peronismo. En esta proclama, que se transcribe a continuación, se advierten resabios positivistas y antipopulares, semejantes inclusive a la retórica utilizada en la autodenominada “Revolución Libertadora” de 1955 y a la dictadura iniciada en marzo de 1976 que llevará al pensador al exilio: “Higienización democrática y clarificación política. El malón peronista –con protección oficial y asesoramiento policial– que azotó al país ha provocado rápidamente –por su gravedad– la exteriorización del repudio popular de todos los sectores de la república en millares de protestas. Hoy la nación en su conjunto tiene clara conciencia del peligro que entraña el peronismo y de la urgencia de ponerle fin. (…) Nuestras mujeres se han ganado un lugar destacado en la lucha por la democracia. Es preciso organizar y encauzar su acción. Es necesario que también ellas organicen sus piquetes para visitar las casas de familia, los comercios, sindicatos, industrias, centros de estudio, etcétera, reclamando la acción coordinada y unánime contra el peronismo y sus hordas. Perón es el enemigo número uno del pueblo argentino” (Puiggrós, 1986: 497). Para la matriz de reflexión creativa que analizamos, los agrupamientos políticos que tuvieron mayor impacto en las condiciones de vida de la comunidad regional fueron aquellos caracterizados como “Movimientos Nacionales”. En esta categoría se resumirá uno de los elementos centrales de la dimensión autorreflexiva. Los denominados “Movimientos Nacionales” pueden ubicarse temporalmente con posterioridad a la década del 30, no solamente motivados por las críticas al liberalismo y al positivismo decimonónico que atravesaban las instituciones políticas y culturales, sino en especial impulsados por un nítido espíritu anticolonialista. Figuras tales como Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas y Juan Domingo Perón conducirán tales movimientos con carácter defensivo propositivo en un mundo inundado por las incertidumbres.
Por su parte, Atilio García Mellid (1967: 233), otro referente del Pensamiento Nacional, sostendrá que tales movimientos se respaldarán en los nacionalismos “que recuperarán la línea de las virtudes originales del ambiente a que ha de aplicarse”. Esa recuperación incluye una furibunda crítica a las formas establecidas por el liberalismo, pero constituye también una reparación de elementos culturales y espirituales silenciados por los soportes culturales del liberalismo. Algunos autores como Galasso denominarán a tales movimientos como “frentes antiimperialistas”. En estos movimientos confluirán sectores sociales heterogéneos, es decir, una coincidencia de clases que se definirá a partir de su propia historicidad y de su desplazamiento por parte de la alianza oligárquica-imperial.
Nueva periodización temporal para la comprensión de los procesos latinoamericanos
Otra de las desviaciones formativas impulsadas por la colonización se vincula a una periodización histórica fundada a partir de los parámetros y sucesos que Occidente consideró relevantes de acuerdo con sus propios intereses. Dicho extravío se expresará en la recurrencia de una concepción del tiempo lineal ascendente –progreso indefinido– postulada como “universal”. La misma será replicada en nuestras instituciones educativas desde sus niveles iniciales. Enseñamos y nos enseñaron que la historia comenzó con la escritura. Allí se fijará el punto de comienzo de la Edad Antigua; con la caída del Imperio Romano de Occidente, en el año 476, nacerá la Edad Media; con el derrumbe del Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino en el año 1453 surgirá la Edad Moderna; y con la Revolución Francesa en el año 1789 emergerá la Edad Contemporánea. Cabe interrogarse: ¿qué lugar le cabe a América Latina en esta línea de tiempo? ¿Nuestra región estuvo atravesada por esas “edades”? ¿Hasta qué punto la temporalidad de la modernidad europea representa a la nuestroamericana?
El Pensamiento Nacional y Latinoamericano en su devenir autorreflexivo interpelará esta periodización. Lejos está nuestro continente de encontrarse atravesado por los mismos sucesos que Europa. Replicar dicha periodización implicaría avalar dos elementos: el primero, que la concepción del tiempo lineal propuesta por la modernidad europea y la fe ciega en la razón sean asimilables a nuestra realidad histórica, sosteniendo a rajatabla una concepción iluminista basada en la creencia de que el futuro es el mejor tiempo. En contraposición, el historicismo revisionista americano planteará una lógica adaptada del corsi e ricorsi, donde el devenir histórico transitará indefectiblemente entre avances y retrocesos, rechazándose de esta forma y de plano la linealidad histórica mecanicista.
El segundo elemento se vincula con el intento de homologar hechos históricos, o mejor dicho naturalizar que los acontecimientos “bisagra” sucedidos en Europa tendrán similares connotaciones en Nuestramérica. En este punto vale considerar que, mientras Europa construía su propia historia de expansión, América atravesaba un período de sojuzgamiento.
Además, aceptar acríticamente una linealidad temporal como la europea, implicaba avalar dos cuestiones que apuntan a menoscabar nuestra constitución identitaria. En primera instancia, porque la temporalidad edificada por Europa conlleva a una noción de tiempo jerárquico que emana de la idea de otredad y presupone la negación ontológica de lo nuestroamericano. Alcira Argumedo (2004: 26) sostendrá en tal sentido que “en el mismo periodo en que Hegel va madurando su sistema filosófico, Simón Bolívar lidera la epopeya de la emancipación americana. Son dos contemporáneos que piensan el pasado, el presente y el futuro desde latitudes y perspectivas disímiles. Y en tanto Hegel define a esta parte de América como pueblos sin historia, incapaces de contarse entre los elegidos, (…) Bolívar junto a Artigas (…) buscaban convertirnos en protagonistas de una historia independiente”.
En segunda instancia, porque aceptar la periodización europea presuponía vivir en los márgenes de tiempo establecidos por el dominador. Avalar la periodización así impuesta naturalizaría el relato de que la región solo cuenta con 200 años de historia, omitiendo el pasado hispano-criollo y el de las culturas y civilizaciones nativas.
Algunas periodizaciones tensionan claramente con las formuladas por Europa. Mencionaremos dos de ellas: una propuesta por Mario Oporto (2014), quien señala los cuatro períodos históricos propios de América Latina: a) el momento antes de la Conquista de América en 1492; b) el período colonial entre 1500 y 1750, que significó la constitución del imperio español con dominios de ultramar; c) la etapa de crisis colonial entre 1750 y 1850: involucra la crisis española, las guerras por la Independencia y los procesos de balcanización; d) el ciclo de independencias y las guerras civiles en el siglo XIX.
Otra hipótesis de periodización según “proyectos” es la propuesta por Gustavo Cirigliano (2002) en su libro Metodología del Proyecto de País: a) Proyecto de los Primeros Habitantes; b) Proyecto Colonial Español; c) Proyecto de las Misiones Jesuíticas; d) Proyecto Independentista; e) Proyecto de la Generación de 1880; f) Proyecto de la Justicia Social; g) Proyecto de la Sumisión Incondicionada o Antiproyecto.
Complejizar la idea de democracia
Dentro de las instituciones heredadas de un liberalismo introducido acríticamente y reproducidas por los dispositivos culturales, emergerá una idea distorsionada de la democracia, dominada inevitablemente por el culto a las formas. A partir de la crisis sistémica de la década del 30, que germinará en el epicentro financiero mundial e impactará en las periferias, surgirán fuertes impugnaciones a las formas democráticas heredadas de la tradición liberal burguesa europea y a las instituciones creadas por aquella matriz de legitimación y constitución del Estado y del gobierno. Las impugnaciones provendrán de distintas vertientes y los y las integrantes de esta matriz de reflexión no rehuirán al debate. Dentro de las perspectivas que proponen la complejización del concepto de democracia estará la del padre Leonardo Castellani, quien vinculará al liberalismo y a las democracias de las periferias con confusión mental. Surgirá así la idea de democratismo. En el interior de esta corriente en estudio existirá el consenso de que los argentinos coexistían con una ficcionalidad democrática. Castellani (1976: 135), en relación con el desenvolvimiento de la democracia en tanto expresión política del liberalismo, sostendrá: “es peor que la ignorancia, es peor que la mentira, es confusión”. La democracia, tal como la conocían los argentinos, “bloqueaba la verdadera libertad”.
Existirá además consenso en que las formas democráticas ficcionales constituían una herencia de la Constitución liberal de 1853. Así, por ejemplo, Puiggrós, asestando duras críticas a la matriz de pensamiento liberal y a sus interpretaciones políticas, sostendrá que el grado de democracia no se medía por el número de partidos políticos, ni por la representación proporcional. El pensador apuntaba a las “zonceras políticas” expresadas por el liberalismo de importación que asociaba la representatividad a un culto sobre las formas e instituciones, anteponiendo la libertad individual a la comunidad y considerando a la misma como un producto a-histórico y universal. Para Puiggrós, la democracia y la libertad debían ser analizadas de forma relativa y finita, es decir, de acuerdo con la realidad y con la referencia espacio-temporal en la cual se desarrollaban. El telón de fondo de esta discusión era la contradicción entre Estado liberal y movimiento de masas. Este antagonismo llevó a Puiggrós a señalar los límites del yrigoyenismo. Resolver la contradicción implicaba acudir a transformaciones de carácter estructural: esto implicaba, entre otras acciones, reformar la Constitución de 1853.
La emergencia del Peronismo, para autores como el citado, implicará un avance significativo en términos de evolución en la modificación de las instituciones heredadas del liberalismo democrático decimonónico. La democracia no podía solo contener y explicarse como garantía de las libertades individuales, sino que también debían incorporarse los derechos sociales enriqueciendo la matriz comunitaria. Aquella confusión que planteaba en el inicio Castellani tenía que ver precisamente con que la democracia abortaba su esencia de origen, ya que una concepción tan limitada sobre ella impedía interpelar a las mayorías y consecuentemente la convertía en la expresión de minorías.
Pensar una nueva democracia de carácter comunitario implicaba derribar sus instituciones, las cuales se expresaban fundamentalmente en la Constitución de 1853. El Pensamiento Nacional y Latinoamericano aportó en la reformulación de la Carta Orgánica a través de personas tales como Arturo Sampay, Ernesto Palacio y Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros.
Conclusiones
Las preocupaciones expuestas indican que la Autorreflexión no solamente constituye una herramienta pedagógica orientada a formar hombres y mujeres con sentido de pertenencia nacional y latinoamericana. Se trata además de un ejercicio que promueve la observación del propio sujeto, individual, grupal y nacional, y de un componente que contribuye a los procesos de emancipación colectiva, además de facilitar la creación de categorías propias para analizar los procesos latinoamericanos.
Las categorías construidas desde la formalización de prácticas políticas y sociales propias permiten una reflexión situada de acontecimientos propios de nuestro continente. Al decir de Ana Jaramillo, se trata de “auscultar a Latinoamérica para interpretarla, comprenderla y transformarla”. El diagnóstico que comprenda la opresión social y la opresión nacional de nuestro continente permitirá la emancipación social y colectiva. Una frase sintetizadora de estos procesos fue la de FORJA: “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
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Francisco Pestanha, María Villalba y Emmanuel Bonforti son docentes del Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano de la Universidad Nacional de Lanús.
Notas:
[1] En sus clases del Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano y La Universidad en la Argentina para las carreras de grado de la Universidad Nacional de Lanús, y en trabajos tales como Introducción al pensamiento nacional de Francisco Pestanha y Emanuel Bonforti y La Universidad en la Argentina, del modelo colonial al reformismo de Aritz Recalde.
[2] Las Malvinas Argentinas fueron ocupadas por los ingleses en el año 1833, lo cual expresa una doble condición de dominación.
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Fuente: revistamovimiento.com