El odio septembrino
El 6 de septiembre de 1930 era derrocado el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen. El historiador firmatense Gustavo Battistoni recuerda el papel jugado por las élites reaccionarias y Leopoldo Lugones en aquel trágico evento.
El 6 de septiembre de 1930 se inicia un ciclo nefasto para la historia argentina. Ese día, una parte del Ejército, acompañado por bandas armadas, derrocó a don Hipólito Yrigoyen, quien estaba cumpliendo su segundo mandato de gobierno. Ese acontecimiento luctuoso no cayó como un rayo en cielo sereno, sino que fue la consecuencia del desgaste que le propinaron los sectores reaccionarios a un gobierno popular que era imbatible en las urnas. Esa prédica autoritaria tuvo como figura destacada a Leopoldo Lugones, sin duda, uno de los grandes intelectuales de nuestra historia.
Lugones, cuyo influjo sobre los factores de poder y parte de la intelectualidad de su época resulta difícil de comprender hoy, comenzó, primero desde el discurso, y luego desde la prensa y el libro, una tarea de demonización de la democracia liberal y el Radicalismo que tuvo sus deletéreos frutos en el golpe septembrino. Desde el discurso que dio por el Centenario de la Batalla de Ayacucho, donde pidió por la “Hora de la Espada”, pasando por la “Proclama” de José Félix Uriburu, hasta su inconclusa historia de Julio Argentino Roca, su obra es una apología del autoritarismo y desprecio de las luchas populares. Él, que había escrito un incendiario libro sobre la guerra gaucha, se transformó en un instrumento del viejo orden semicolonial que veía con horror la irrupción de las masas en la historia.
No estuvo solo. La prensa ilustrada de la época, no ahorró epítetos ni agresiones hacia la democracia ni ese líder popular que fue Hipólito Yrigoyen. “La Fronda”, diario conservador, y ligado a los pretorianos, decía el 3 de septiembre de 1930: “El gobierno del Sr. Yrigoyen está muerto, solo falta su entierro”; y con el objetivo de confundir a la opinión pública, “La Prensa”, que era el más influyente periódico en aquel momento, daba comunicados falaces de los militares para confundir a la sociedad. Esa predica de odio, tan común antaño como hogaño, desembocó en el aciago día en que se terminó con el imperio de la Constitución liberal. Leamos un diario de ese momento y tomemos un diario de hoy. Veremos que nada ha cambiado en esencia, los intereses oligárquicos y sus escribas siguen con su diatriba contra cualquier gobierno o figura política que les moleste. No importa el nombre, solo basta que se defiendan los intereses populares para que los profetas del odio busquen destruir las conquistas del pueblo argentino. Lo más penoso, es que esa predica insidiosa, logra ecos en algunos miembros de la plebe, que subordinan su interés a los de las clases dominantes.
Leopoldo Lugones utilizó su extraordinaria cultura en 1930 para demoler al gobierno del pueblo. Sus libros “La Patria Fuerte”, “La Grande Argentina”, entre otros, son una apelación a terminar con la experiencia yrigoyenista, y reemplazarla por una aristocracia, que en el caso argentino, tendría su centro de gravedad en el Ejército. Afirmaba: “Ceñir la espada de la Nación, es pertenecer a los mejores de la Nación. Estado que por lo vitalicio, equivale a una verdadera nobleza”. Esas ideas elitistas, reaccionarias, aún tienen plena vigencia en nuestro país. Ya sea en boca de los grandes empresarios o periodistas e intelectuales pagos, que solo desean minar el poder popular.
Fue la expresión más cabal de una vieja tradición argentina que miró con desconfianza a los criollos, indios y negros, para luego despreciar a los inmigrantes pobres. Después de la muerte del vate, ciertos intelectuales miraron con escozor la irrupción de los cabecitas negras en la historia. Hoy, con el mismo desparpajo, hablan con animosidad de los planeros y piqueteros, sin entender las razones profundas del drama argentino.
Esa desconexión abismal con la realidad latinoamericana y con los veneros profundos del pueblo, nos llena de desazón. Tendrían que ser la vanguardia de la nueva América Latina y solo son los profetas del odio. Parece increíble que alguien que penetró tan profundamente en la cultura nacional como Leopoldo Lugones, tuviese una mirada tan sesgada del problema social. En su historia personal podemos encontrar la clave de bóveda para resolver el enigma de la transformación de un joven revolucionario en el más pertinaz abogado de la reacción. Su decepción ante la falta de reconocimiento a su talento, y su solitario y lóbrego final, son datos que no podemos dejar de soslayar a la hora de las conclusiones.
Intelectual notable al servicio de la oligarquía, fue una gran esperanza juvenil que terminó de la peor manera. Sin embargo, más allá de sus volcánicos efluvios reaccionarios, hay en su obra páginas auténticamente nacionales. El gran problema de la intelectualidad semicolonial es la comprensión abstracta de las diferentes cuestiones pero sin tener una mixtura profunda con las necesidades populares. La vida de Leopoldo Lugones, entre la espada y la palabra, fue la expresión más acabada de esa tragedia nacional.
Fuente: http:www.elcorreodigital.com.ar