Lidia Borda y Ariel Arditt en el Tasso

Por Julio Fernández Baraibar

Vengo del Torquato Tasso. Hacía mucho que no iba. He sido un habitué desde los tiempos, en la década del 90, que era una milonga, donde también se presentaban en su pequeño escenario, artistas como el Chango Farías Gómez o La Orquesta Petitera. Fue ahí donde, los domingos por la tarde, tomé inolvidables clases de milonga de El Tigre, un veterano milonguero, viejo marino mercante con increíbles historias en Johannesburg y Bangkok.

Ha cambiado el Tasso. Ahora es un lindo lugar nocturno donde se puede comer y tomar un buen vino y presenciar un extraordinario y único show de tango. Fui con una querida y vieja amiga de aquellas noches milongueras, una hermosa morocha, divertida y geminiana, como yo. Lo de geminiana viene a cuento porque mi amiga es, también, astróloga, con afamados clientes y con columna en importantes matutinos porteños. Lo primero que me dijo al encontrarnos -no nos veíamos desde antes de la pandemia- fue:

– Julio, Géminis está en Marte, estamos muy mecha corta.

Bueno, fuimos al Tasso a ver y escuchar a Lidia Borda y a Ariel Arditt.

El local estaba repleto. La muchachita que nos recibió nos informó que las mesas eran compartidas. Nos sentamos a la mesa de una pareja, amable y simpática. No había una sola mesa libre. Estaba lleno.

Pedimos algo para comer y una botella de un liviano y rico Pinot Noir.

A las diez se apagaron las luces y aparecieron Lidia y Ariel, acompañados por un pianista y un guitarrista, con una guitarra de ocho cuerdas como la que toca Yamandú Costa, ese notable guitarrista gaúcho que les presenté semanas atrás.

Amigos, el show de Lidia Borda y Ariel Arditt es algo extraordinario, único, digno de esta maravillosa y también única ciudad que es Buenos Aires.

Lidia Borda es una intérprete maravillosa. Canta hoy mejor, incluso, que hace diez años, cuando era, posiblemente, la mejor. Su repertorio es, simplemente, exquisito. Esos tangos y valses se vuelven en su voz redonda, potente, envolvente y llena de sorprendentes vibratos, en avasallantes poemas de amor, de olvido y desesperación.

Lidia Borda es una experiencia emocional única y digna de los más grandes escenarios del mundo. Es nuestra Nina Simone, nuestra Amalia Rodríguez, nuestra Omara Portuondo.

Ariel Arditt, a su vez, es el mejor cantor de los últimos veinte años. Pero ha adquirido aplomo, experiencia, cancha y su repertorio es, también exquisito y cuidado.

Quiero decir que, gracias al Pinot Noir y al prodigio de estos dos artistas mi amiga y yo tuvimos que secarnos los ojos. Se nos habían metido unos tangos.

En algún momento, cuando los escuché por primera vez, hace ya años, pensé que Lidia buscaba inspiración en Ada Falcón, así como Ariel lo hacía con Charlo. Hoy son dos maravillosos artistas porteños, los mejores en su género que es el género de Buenos Aires.

Mención aparte merecen los dos músicos. El pianista, Daniel Godfrid, es un pibe que rompe el teclado. Con una inspiración salganiana, acompaña, adorna, replica y resalta la voz de los cantantes. El guitarrista, cuyo nombre me van a disculpar, no le va a menos y arma un dúo que recuerda a los viejos Salgan y De Lío.

Esta ciudad es, para mi, una de las mejores del mundo. En ninguna de las grandes ciudades que conozco podés disfrutar de un show como este y salir a caminar por San Telmo, a las doce de la noche, para encontrarte, en la Plaza, una pareja de baile que la rompe con un público que cena, disfruta de un vino o una cerveza en una noche de luna llena.

Nos fuimos, mi amiga y yo, caminando por Defensa. Me aseguró que la lectura de la carta astral daba que salíamos campeones del mundo y nos pusimos a hablar de los pibes de Malvinas, de Bangla Desh, de su cariño a la Argentina y terminamos puteando a los ingleses. Porque ya se sabe: el que no salta es un inglés.

Fuente: jfernandezbaraibar.blogspot.com

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