¿Una nueva oportunidad para la Argentina? Por Elio Noé Salcedo

Reelaborar y/o reconstruir una visión totalizadora del pasado y del presente, que nos ayude a proyectar un mejor futuro para la mayoría de los argentinos -ya que las minorías que gobiernan se oponen a ello y piensan lisa y llanamente en la entrega del país-, vuelve a ser un desafío nacional para las nuevas generaciones del siglo XXI, después del gran intento y frustración de la generación del ‘45.

Este nuevo desafío, lógicamente, no resulta fácil sin Perón -conciencia nacional en vida del pueblo argentino- y sin las condiciones que todavía subsistían al menos hasta el 24 de marzo de 1976, cuando comenzó la destrucción y/o decadencia de la Argentina ascendente -por darle un nombre provisorio-, destrucción y/o decadencia que cuarenta años de democracia formal y desmalvinizada -demos a este término la importancia y profundidad que requiere- no pudieron detener.

Resulta necesario tomar conciencia de la gravedad que tiene nuestra situación actual y nuestra condición nunca superada de país semicolonial.

Si hacemos una síntesis -aunque resulte un tanto esquemática- de lo que nos pasa, descubrimos dos grandes factores que han coadyuvado a ello: la política oligárquica histórica, asociada a los intereses extranjeros del imperio de turno, cuyos esbirros han vuelto a gobernar, sin haber sido nunca juzgados ni condenados, por un lado, y nuestros propios errores, desvíos, omisiones, claudicaciones, etc. La suma de esos dos factores negativos -aunque contradictorios en su naturaleza política e ideológica, sin duda, porque no son lo mismo- nos han traído, creemos, a esta situación que actualmente padecemos.

Solo la gran política nacional y revolucionaria del peronismo histórico pudo contrarrestar esa condición, e incluso darnos la ilusión o la esperanza de que podíamos tener un país mejor, y con ello soberanía, bienestar y un promisorio futuro, sin desterrar las condiciones estructurales que nos hacían un país dependiente y subdesarrollado. Pero no era, no podía ser y no será posible mientras subsista el primer factor señalado.

Las enseñanzas de la historia

Si reparamos en las enseñanzas de la historia, ya que estamos convencidos de que toda historia es historia del presente, al menos en el caso de una Nación inconclusa -condición o situación que incluye a todos los países de nuestra América Latina y sobre todo al nuestro-, caemos en la cuenta de que, después de su disgregación, los países latinoamericanos se formaron al influjo y en dependencia del imperio de turno: primero Inglaterra (siglo XIX y principios del XX) y luego hasta ahora Estados Unidos, sin llegar a desarrollarse y/o realizarse plenamente bajo el “protectorado” soñado y deseado por nuestras clases dirigentes.

Según esa visión que modeló nuestra realidad, “no sería posible otro proceso capitalista que el que viniera de afuera, como un impacto exterior; y que nos ataría indefinidamente al carro del capitalismo internacional”, como dice Vivián Trías en “El imperialismo en el Río de la Plata” (Editorial Coyoacán, 1960). Se habían conformado históricamente así “países determinantes” (los grandes imperios) y “países determinados” (colonias y semicolonias).

De esa manera, América Latina fue siempre tributaria del mundo europeo primero y del mundo norteamericano hasta hoy, Estados que, dada su condición imperialista, siempre vieron en los países latinoamericanos y en particular la Argentina, “una gran reserva colonial”, pensamiento que fue siempre el supremo ideal de esas clases dirigentes ligadas al comercio y a los negocios con el exterior desde 1810 hasta la fecha.

Esta integración profunda y minuciosa en el complejo económico internacional explica muchas peculiaridades históricas de los países marginales”, nos advierte Trías, y ha sido “una fuente de perennes conflictos, distintas y hasta inconciliables formas históricas” que todavía padecemos. De esa manera, nuestros problemas domésticos no han sido ni son sino un correlato y efecto de la gran influencia externa en nuestra política, en nuestra económica y en nuestra cultura (por derecha y por izquierda).

Es así también que en “las quiebras de la curva capitalista, donde se insertan los incipientes movimientos industrialistas en las naciones atrasadas (que llegaron tarde al reparto colonial). Aprovechando tal coyuntura -entendía el uruguayo Vivian Trías-, se insinúa un balbuceo de proteccionismo aduanero, de primas a los empresarios nacionales, etc.”.

Desde el mismo nacimiento como “naciones independientes”, es decir desde la disgregación americana de nuestra Patria Grande, “no sería posible otro proceso capitalista que el que viniera desde afuera, salvo, como decimos, durante las grandes crisis de ese capitalismo extranjero, motivando a la vez el patriotismo de los movimientos nacionales, que al contrario de las clases dirigentes asociadas con el extranjero, supieron utilizar las crisis y debilidades externas para provecho de los argentinos y latinoamericanos. 

Pasaría durante la crisis mundial de 1873 a 1897, período de gran crecimiento en la Argentina después de la creación del Estado Nacional y su federalización, la integración de todo el territorio nacional a partir de la campaña del desierto y el paso de una economía elemental a una economía capitalista agraria en expansión.

El yrigoyenismo tendría esa misma oportunidad durante la primera Gran Guerra inter imperialista, y le dio al país uno de los dos gobiernos más nacionales y felices del siglo XX.

Fue así también, a partir de la gran crisis de 1929 y más acentuadamente desde la crisis mundial de 1939, con el advenimiento de la Segunda Guerra Inter Imperialista y la obligada “sustitución de importaciones”, momento en el que la Argentina comenzó un creciente e imparable proceso de industrialización que dio forma a su clase obrera industrial y parió al peronismo.

No debe escapar tampoco a nuestro análisis, que la crisis de 1873 a nivel mundial fue “el hito que separa (aproximadamente) la etapa competitiva del capitalismo, de su etapa monopólica e imperialista” (Trías).

Pues bien, ha sido esta larga etapa de dominio imperialista la que dificultó la transformación definitiva de aquel capitalismo agrario en un capitalismo industrial autónomo -a pesar de los dos movimientos nacionales del siglo XX-, como lo habían hecho los grandes países capitalistas en la etapa competitiva no imperialista a partir de la revolución industrial inglesa y de la revolución francesa. No obstante, al contrario de lo que podrían pensar políticos y economistas pro británicos libertarios y demócratas pro europeos, fueron esos países a los que tributan admiración y vasallaje -dados sus intereses y conveniencias- los que impidieron nuestro desarrollo autónomo.

Trump, ¿una nueva oportunidad?

La llegada de Trump a la primera magistratura del mayor país imperialista del mundo y principal beneficiario de nuestro atraso (dada nuestra economías competitivas y el dominio que ejercen sus empresas en nuestro suelo y el poder norteamericano a través de los organismos internacionales que dominan nuestra economía, nuestra sociedad y nuestra cultura), no hace más que evidenciar el fracaso de ese sistema o modelo neoliberal y la necesidad, por el contrario, de proteccionismo y mayores regulaciones de los Estados Soberanos para con otros países y en especial para con sus competidores principales. Eso, aunque se haya olvidado por derecha y por izquierda, aquí o en la China se llama nacionalismo o patriotismo.

Aunque hay que hacer una importante aclaración: el nacionalismo de un país dominante y opresor que ocupa nuestro territorio, nuestra economía y nuestra cultura, no es lo mismo que el nacionalismo de un país dominado y oprimido que se defiende de todo ello. En eso consiste la profunda diferencia y contradicción insalvable e irreconciliable que existe entre Estados Unidos y la Argentina, gobierne quien gobierne.

Bueno, al parecer, estamos ante otra crisis imperialista, esta vez en el seno de la potencia occidental hegemónica (advertida y admitida por el propio Trump), acosado por su máximo competidor: China. En estas condiciones, Estados Unidos pretende apelar a los mecanismos “nacionalistas” y “proteccionistas”, que dejó de lado después de consolidar su poderío imperialista, volviéndose en su propia contra. El liberalismo que exportó a los países dominados y no desarrollados por esa misma razón, tal como lo ha expresado en su campaña y ahora en su discurso de asunción el flamante presidente de EE.UU. serán desechados en su política interna.

Pero la aparente contradicción interna del imperialismo norteamericano y de la supuesta identidad entre Trump y Milei, no nos debe confundir, sino por el contrario, esclarecer. No se trata de una nueva primavera de los países imperiales ni tampoco del invierno del patriotismo en la Argentina, que los actuales gobernantes desprecian y execran con renovada mentalidad colonial y entreguista.

En realidad, se trata por su contemporaneidad en ambos casos, de un sentimiento nostálgico y/o de anacrónica añoranza desmedida y acompañada por votantes “desesperados” (o desesperanzados) a ambos extremos del continente americano, cuyas razones en ambos casos son la cabal demostración de una relación carnal imposible.

Dadas las circunstancia que el mundo vive, ese mundo ya no podrá seguir teniendo países de primera y países de segunda –existe un movimiento de igualdad multipolar imparable-, y la Argentina no podrá complementarse con el país del Norte, salvo como colonia, aunque quiera y se arrodille ante el amo imperial, porque se trata históricamente de dos países económica y hasta culturalmente competitivos y no complementarios, y ninguno de los dos podrá volver a sus respectivas épocas doradas (de expansión en un caso y de subordinación privilegiada en el otro), dada la propia decadencia del imperio norteamericano por la competencia decidida de China y del mundo multipolar que amanece (BRICS); del patriotismo latinoamericano, que ya se expresa en México, Colombia, Venezuela y también en el Brasil de Lula, como lo atestiguan también la defensa del Canal de Panamá por parte de nuestros hermanos panameños y la existencia del Puerto de Chancay, construido por nuestros hermanos peruanos con financiamiento chino; sin dejar de lado el patriotismo argentino, que como en los grandes momentos de nuestra historia, aparecerá con todo su calor y sus luces, mostrando sus dignas raíces criollas, identificadas con una larga, rica y gloriosa trayectoria histórica que tiene ya dos siglos de vida y que no se podrá rendir ante los que le quieren arrebatar el futuro, y morirá o vivirá luchando patriótica y valerosamente como pelearon nuestros combatientes en Malvinas.  

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *