Los huérfanos de la década ganada
Por Gabriel Sanchez
Hay un antiguo dicho que se le atribuye a los pueblos africanos: “El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto, quemará la aldea para sentir su calor”… Ahora el niño es presidente, una víctima del bullying, el abuso y la humillación, que representa a otros miles de humillados y abandonados.
Los militantes, herederos de las mil flores, ahora están tristes y confundidos, encerrados en unidades básicas o en centros culturales, mientras el fuego, allá afuera, sigue creciendo. Cuando les llegue a la cocina, los va a agarrar mirando capítulos del Eternauta.
No entienden que el enojo libertario es real; la rabia y la humillación hicieron mella en toda una generación. Todos esos que no fueron convocados por esos melancólicos años kirchneristas ahora están viendo cómo todo se destruye, con cierto goce.
Cuando te hablan de que el amor vence al odio ¿de qué clase de amor hablan? Hablan de un amor pulcro, vacío, liso, sin fisuras. Un amor que se sometió a los vaivenes de Cristina… Un amor privado del sentido heroico, un amor domesticado.
Es por eso que cuando gatillaron en la cara de Cristina, nadie hizo nada; estaban tan encorsetados en su lenguaje y en sus ideas que no supieron cómo reaccionar a ese odio que se estaba gestando al lado de ellos.
Cuando le dicen a un libertario, que suele pedalear para una app: “Si no te sensibiliza un jubilado golpeado, no tenemos diferencias políticas, tenemos diferencias morales”.
Y el libertario contesta: “Si de verdad necesitara la jubilación, no estarían ahí haciendo quilombo”… Pero lo que realmente quiere decir: “No me vengas a hablar de jubilados, que tengo a mi vieja con la mínima; si no entregó este pedido, no tengo para las pastillas del corazón”.
Esos jóvenes de la juventud maravillosa de hace 15 años, devenidos en canosos nostálgicos que te señalan la heladera podrida que te compraste con Ahora 12, hace 10 años. Están tan confundidos y perdidos que prefieren encerrarse y hacer videos de lo malo que es Milei, en lugar de tratar de entender toda esa frustración que acarrea sobre los hombros todos esos jóvenes abandonados, trabajadores en negro, sin posibilidad de vivienda o contención económica, emocional o psíquica.
Enroscados en su propia endogamia, fantasean que todos esos votantes de Milei volverán pidiendo perdón o algo parecido. Se parecen a esas personas que esperan el llamado del ex, diciéndose a sí mismas: “No va a encontrar otro como yo”. Y no saben que la otra persona ya lo olvidó, no le interesa volver, borró el número de teléfono.
Esos autodenominados militantes, que entraron a una oficina estatal a los 20 años, se olvidaron de los problemas del alquiler, de la obra social, de las vacaciones, de las 8 horas de trabajo, porque ya lo dan por sentado. No entienden que hace años la mayoría de los jóvenes no conocen esos derechos. No saben lo que es levantarte y no saber si vas a tener trabajo. Y tristemente, hay conocimientos que sólo vienen de la mano de la experiencia, y por eso es que jamás van a ser capaces de entender el dolor que hay detrás de todo ese odio libertario.
Un odio, que es como una represa a punto de estallar; nadie puede asegurar que no haya otro Sabag Montiel gestándose en algún lugar -o varios Sabag-. Y cuando eso pase, los militantes de frases positivas y del amor van a estar demasiado asustados para responder al monstruo, como ya lo estuvieron el 1 de septiembre de 2022.