Colombia siempre entre el el sur y el norte
Por Gustavo Petro
La sociedad colombiana ha superado el miedo y el temor utilizados para someterla y paralizarla. Estamos ante un hermoso festival de voluntades desbordadas en busca de tomar el destino en sus manos. Colombia ha sido gobernada siempre por los mismos. Se presentan de múltiples formas y con diversos ropajes, ocultan su anclaje a la densa madeja de intereses que han frustrado el cambio. Las posibilidades de cambio y transformación han sido frustradas una y otra vez, como una constante histórica. Lo han hecho no sólo a través del engaño y la manipulación; no sólo a través del fraude de un sistema electoral que les niega el derecho a elegir y ser elegidos a quienes representamos opciones de cambio, sino que también han apelado al magnicidio, mecanismo perverso, privilegiado por fracciones de poder oscuras e incompetentes, para perpetuarse en el control del Estado y la sociedad, directa o indirectamente. Los mártires sacrificados sobreviven en nuestra memoria: Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, José Antequera, Jaime Pardo Leal. Sus asesinatos han sido cubiertos por el manto de la impunidad. La Constitución Política de 1991 abrió las posibilidades de cambio, ante lo cual la reacción han sido las contrarreformas y el desmonte progresivo del Estado Social de Derecho. La evolución histórica reciente derivó en dos fuerzas: por un lado, la política tradicional, la corrupción, el fraude electoral, las maquinarias, la deformación de la democracia; por otro lado, la ciudadanía, que busca el cambio, el bienestar, construir democracia, inaugurar una era de paz. Es este el contexto en el que iniciamos la actual campaña presidencial, optamos por la ciudadanía; apelamos a la pedagogía política para compartir con los ciudadanos nuestra visión del Estado, de sociedad, nuestra perspectiva para encarar los problemas presentes del país y del planeta. Lo que experimentamos fue una fuerte conexión con la ciudadanía. En el recorrido de la campaña realizamos más de ochenta manifestaciones, nos dirigimos a un millón de personas, compartimos nuestra visión en ciento sesenta horas de discursos, sentimos en las plazas el cambio del miedo, el dolor y la rabia, por el entusiasmo y la esperanza, que poco a poco se han transformado en fuerza colectiva. Esa fuerza colectiva ha respaldado con su participación y su entusiasmo nuestra propuesta de un modelo de desarrollo económico orientado a la superación de la desigualdad, centrado en el valor social del trabajo en la producción de la riqueza, en el acceso libre y generalizado al crédito, en el valor del conocimiento como factor social de producción; en la orientación de la ciencia, la tecnología y la innovación hacia la sociedad del conocimiento, buscando que desemboque en un proceso de creación de una clase media socialmente creciente, económicamente sostenible y culturalmente crítica y analítica, lo que permitiría hacer realidad la superación definitiva de la pobreza. Hemos asimilado el entusiasmo que produce nuestra propuesta de transición energética, de transito del petróleo y el carbón, de manera ordenada, sustentado en una planeación detallada, sin traumas, al uso de energías alternativas, contribuyendo a la salvación de la humanidad, a la producción agroindustrial, a la reconstrucción del tejido social del mundo rural que ha sido devastado por la guerra. Conmueve la acogida generalizada de nuestra propuesta de educación superior de calidad y gratuita; ha sido aplaudida con vigor y entusiasmo la reorientación que hemos propuesto con el enfoque de salud preventiva. En las manifestaciones experimentamos el alborozo producido por el anuncio de orientar nuestros esfuerzos a inaugurar una era de paz. La sociedad colombiana ha superado el miedo y el temor utilizados para someterla y paralizarla. Estamos ante un hermoso festival de voluntades desbordadas en busca de tomar el destino en sus manos. La Colombia múltiple, diversa, compleja, a ratos insondable; sometida al dolor, la exclusión, la muerte, el odio, el temor, el miedo, las penurias, ha encontrado en la Colombia Humana los cauces para su reivindicación; estamos ante un momento histórico, a punto de parir el futuro que hemos soñado durante mucho tiempo. Nuestro grito ya no es nuestro, es el clamor de una sociedad que le impondrá a la adversidad una era de paz y reconciliación.