Marcos Methol sobre “El Uruguay como problema”

Marcos Methol Sastre

“Aquel que está preocupado por el revés del acontecer, ese es un intelectual nato”[1]. Con estas palabras en el año 1987, Alberto “Tucho” Methol recordaba a Carlos Real de Azúa.

Cierto es que no ha sido fácil encasillar a Tucho en algún rótulo. Historiador, filósofo, geopolítico, teólogo. En el fondo, existió en él una enorme pasión por entender, por “leer dentro” de la realidad, desde una perspectiva lo más abarcadora posible. El Uruguay como problema, obra que escribió en 1967 con 38 años de edad, resulta un testimonio inequívoco de esa vocación que lo movía. De cierto modo, la tesis que lo consagró como intelectual.

Vaya si se habrá preocupado por el revés del acontecer. No es ya un diagnóstico de los problemas del Uruguay, sino ¡el Uruguay mismo como el problema en cuestión! Semejante afirmación podría ser acusada a priori de antipatriótica o fatalista. Sin embargo, la reflexión contenida en este libro no está sino motivada por una voluntad de “amor inteligente”, el mismo que Tucho reconocía en Real de Azúa por su país, su historia y su gente.

País, historia, gente. Realidades que están en constante transformación, a veces imperceptible, a veces muy ostensible. Captar los signos de los tiempos y su lógica es una tarea ineludible porque la evolución humana exige ponerse a la altura de las circunstancias. O ser arrastrados por ellas. Asistimos hoy a una época de cambios vertiginosos, que parecen no dar lugar a respiro. Por un lado, como han señalado el brasileño Helio Jaguaribe y el argentino Aldo Ferrer[2], participamos de una nueva etapa de la globalización mundial marcada por una “Revolución Tecnológica” que establece una alteración radical en las comunicaciones respecto de los tiempos precedentes, permitiendo el contacto instantáneo entre dos puntos cualesquiera del planeta. Por otro lado el modelo clásico de organización del poder estatal parece verse, al menos, cuestionado en tanto la crisis de los Estado-Nación Industriales da lugar a la formación de grandes bloques de dimensiones continentales.

La globalización era una palabra que a Tucho le gustaba. Por supuesto era plenamente consciente de sus peligros, pero veía en ella la realización de una gran obra que el hombre fue construyendo primero inconscientemente con los primeros habitantes de la Tierra que a pie, hace más de 150.000 años, cruzaron desde el África Oriental hasta la Patagonia atravesando el continente euro-asiático y la Polinesia. Una segunda etapa “autoconsciente”en el siglo XV con los descubrimientos marítimos de Colón y Vasco da Gama, fase mercantilista de la globalización. Y finalmente una nueva ola globalizante con la “Revolución Industrial” que en las últimas décadas asume las características de “Revolución Tecnológica”. Sucede que Tucho no sólo pertenecía al pueblo uruguayo y latinoamericano, sino también sintió, ya desde muy joven, su pertenencia a un pueblo universal con miles de años de historia: el pueblo católico. De ningún modo lo convirtió esto en un universalista abstracto. Por el contrario, su originalidad estuvo siempre en “pensarse” desde su realidad concreta pero sin perder un horizonte totalizador.

El profesor uruguayo Andrés Rivarola Puntigliano señala con Methol Ferré “un retorno a los orígenes mismos de la geopolítica”[3]. Se lo ha indicado a Tucho como uno de los pensadores que predijo al Mercosur. La creación de este bloque en el año 1991 no sólo significó para él comenzar a vislumbrar el fin del status quo rioplatense y concretar el paso de la “frontera oceánica” a la “frontera americana”, sino también el forjamiento del núcleo de aglutinación básico de un Estado Continental Sudamericano. El mundo bipolar USA-URSS era la clave en el contexto en que fue escrito este libro a fines de los años 60’. Con la caída del régimen soviético abriendo la última década del siglo XX, Estados Unidos queda como la única potencia económica-tecnológica-militar mundial. Este panorama de ausencia de contrapesos que tuvo su despliegue los últimos veinte años parece ir dando lugar a un nuevo escenario de carácter “multipolar” con el surgimiento de economías con grandes mercados internos que se agregan al norteamericano: China, India, la Unión Europea. ¿Y América Latina? Methol Ferré consideraba que podrá ser protagonista sólo si lleva a cabo una verdadera política de integración.

Resulta ciertamente preocupante que luego de más de cuarenta años desde la primera edición de El  Uruguay como problema la cuestión planteada en estas páginas siga plenamente vigente. Nuestra crisis identitaria, que tuvo su máxima expresión durante la crisis cívico-militar, parece no haber sido del todo superada en alguna de sus interrogantes básicas, sino al menos descartada la solución por la vía de la fuerza. En el ambiente persiste la necesidad de discutir con altura nuestro modelo de país, sin fórmulas mágicas ni analogías superfluas.

“El Mercado Común Latinoamericano se nos viene encima cargado de consecuencias y nuevas cuestiones gravísimas. La llamada integración no sólo es un repertorio de soluciones sino de portentosos problemas”[4]. Y efectivamente nuestra inteligencia estará en saber administrar los conflictos, reconociéndolos en su verdadera magnitud y advertidos de que los grandes problemas suelen provenir de aparentes nimiedades que mal administradas resultan un obstáculo fatal. “Ser pequeños nos exige ser más inteligentes” solía recordar Tucho enfatizando que ninguna disparidad es inmóvil sino que exige políticas más originales.

El Uruguay como problema plantea una tesis que bien podría haber tenido su propia versión nacional en cada uno de los países de nuestro continente hispano-lusitano. Todos ellos, con sus particularidades, sus debilidades y potencialidades, responden a un modelo de país aislado el uno con el otro, de espaldas al continente en lo que se refiere a la implementación de políticas comunes de complementación en los temas básicos, desde lo cultural a lo económico, en infraestructuras, en cuestiones de defensa, etc. Desde hace unos años estamos percibiendo un esfuerzo cada vez mayor por consolidar una integración real, no sin padecer duros reveses, pero empeñados en  dar un salto cualitativo que empieza por nuestras conciencias y se construye con iniciativas concretas que contemplen las necesidades de nuestros pueblos. La integración es un proceso y necesita de políticas de mediano y largo plazo que nazcan del seno de los respectivos gobiernos. Porque “lo que no crece muere” como decía Tucho, tenemos necesariamente que profundizarlo.

Repensar este libro invita a observar detenidamente la situación actual de los países de la Cuenca del Plata, marco natural de la obra. No solamente el vasto escenario de las relaciones recíprocas sino también la atmósfera interna de cada país, su realidad política, económica, social y cultural; es decir, un diagnóstico de las condiciones de integración.

La alianza argentino-brasileña, ponderada como el pilar fundamental de un entendimiento latinoamericano, también exige una revisión de su contexto para sentar nuevas bases de acercamiento. Muy distinta ha sido la marcha de ambos países en los últimos tiempos. Desde la época de Juan D. Perón y Getulio Vargas, pasando por los acuerdos preparativos del MERCOSUR de fines de los ’80, llegamos a la fecha actual, cuando la relación de poder entre uno y otro a favor del Brasil es manifiesta. En este sentido, la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas, declarada en 2004 y constituida en el año 2008) propone una nueva forma de reunión entre el mundo hispano-mestizo y el luso-mestizo. Geopolíticamente podría decirse que el MERCOSUR sigue siendo de vital importancia como consolidación de ese núcleo básico de integración y por ser la Cuenca del Plata la verdadera “frontera viviente” entre Brasil y los países hispanoparlantes, dado que la selva Amazónica opera en sentido opuesto respecto de los demás países limítrofes de la Cadena Andina. MERCOSUR y UNASUR son complementarios, y todo parecería indicar que su suerte irá estrechamente ligada.

Hasta ahora intenté plantear básicamente algunas cuestiones que concentraban la atención de Tucho y que creo pueden resultar útiles al lector a la hora de adentrarse en las reflexiones del libro.

Pero me es inevitable aludir al Tucho padre y amigo. De una gran generosidad, alma sensata y espíritu jovial, dedicó la vida entera a la tarea de entender al hombre, al mundo y a Dios. Ávido lector, siempre ocurrente, superó con gran perseverancia la tartamudez que tuvo desde joven, afrontando así los más diversos públicos en innumerables charlas y conferencias. Semejante empresa me lleva a pensar que tenía algo importante que decirnos.

Al viejo con eterno cariño y agradecimiento.

Marcos Methol Sastre

Montevideo, 31 de marzo de 2010.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *