Jorge Abelardo Ramos. In Memoriam

Por Leopoldo Frenkel*

«El que ha dado lo mejor de sí para su propia época, ha vivido para todas las épocas». Friedrich von Schiller. Acotado, como es natural, por las exigencias del espacio que el editor nos concede a los colaboradores de este homenaje a Jorge Abelardo Ramos, temo no poder expresar en su justa medida el merecimiento de este recuerdo a tan grande intelectual y pensador político argentino. A veinte años de su muerte, su obra ha dejado una profunda huella no solo en nuestra Patria, sino que ha fecundado también en otras naciones hermanas de América Latina. Como peronista reconozco en Jorge Abelardo Ramos un patriota y leal compañero de travesía en el camino de alturas y profundidades recorrido por el Movimiento Nacional. Llegaba a él desde una temprana militancia en el trotskismo, que en esos años de parto se expresaba a través de Frente Obrero, con Aurelio Narvaja y Ángel Perelman. Y como otros intelectuales de la izquierda argentina –tales los casos de Rodolfo Puiggrós y Eduardo Astesano, que provenían del Partido Comunista– abrieron una brecha en sus corrientes ideológicas de origen aportando, desde distintas vertientes, su pensamiento crítico a la Revolución Justicialista. En el caso de Ramos, lo testimonian sus artículos publicados en la revista Octubre que, en el primer gobierno de Perón, reivindican el carácter antiimperialista, modernizador, popular y nacionalista del proceso iniciado con el pronunciamiento militar del 4 de junio de 1943 y convertido en programa revolucionario con la gesta popular del 17 de octubre de 1945. También cabe mencionar sus colaboraciones en el diario Democracia, firmadas con el seudónimo «Víctor Almagro ». Llegará en 1949 su libro América Latina, un país, en el que siembra la semilla de lo que sería el centro de gravedad de su prédica: por un lado, la realidad neocolonial de nuestro país, producto de la balcanización sudamericana planificada y ejecutada por Gran Bretaña en el siglo XIX y, por el otro, como consecuencia de lo anterior, nuestra pertenencia al gran espacio latinoamericano, abarcador de todas las naciones emancipadas por nuestros libertadores. Paradójico destino el de este libro, que apenas salido de la imprenta, fue secuestrado por mandato de una comisión bicameral que presidía el diputado peronista José Emilio Visca. Este atropello no melló en un ápice el apoyo a Perón de la privilegiada pluma de Ramos. En 1957, en pleno gobierno de la nefasta «Revolución Libertadora », publica su obra Revolución y contrarrevolución en la Argentina, que se convierte en un suceso editorial y trasciende nuestras fronteras, haciendo escuela en Uruguay a través de figuras tan notables como Alberto Methol Ferré y Vivian Trías. Lo mismo sucedió más tarde en Bolivia, con Sergio Almaral Paz y Andrés Soliz Rada, entre los más destacados. En este último país hermano es bien recordada la polémica de Ramos con el trotskista Guillermo Lora, jefe del Partido Obrero Revolucionario (POR), uno de los principales responsables –en 1946- del linchamiento del presidente Gualberto Villarroel y la recuperación del poder por «La Rosca». En el año 1968, con su Historia de la Nación Latinoamericana Ramos retoma y desarrolla en profundidad las tesis de su libro de 1949, consolidando su definitiva proyección de pensador continental. Sus experiencias como organizador político fueron asimismo numerosas: desde el Partido Socialista de la Revolución Nacional, creado en 1953 para acompañar el proceso de transformación peronista desde la izquierda nacional, hasta el Movimiento Patriótico de Liberación (MPL), nacido a mediados de los años ochenta, que evidenció el impacto producido en este sector del pensamiento nacional por la guerra de las Malvinas. Entre ambos pasaron el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), en la década de los sesenta, y el Frente de Izquierda Popular (FIP), fundado en 1971, cuando el perigeo de la llamada «Revolución Argentina» preanunciaba la salida electoral que llevaría nuevamente el peronismo al poder tras dieciocho años de proscripción. Fue precisamente este Frente el que aportaría novecientos mil votos a la fórmula presidencial Perón-Perón, votada en las elecciones del 23 de septiembre de1973. Se dice que cuando Ramos visitó a Perón en la residencia de Gaspar Campos y le ofreció la boleta del FIP para que su candidatura pudiera «ser votada desde la izquierda», el General aceptó y le agradeció manifestándole «yo siempre he sido socialista». A propósito de esta afirmación, en una de mis visitas a Perón, a fines de 1970, cuando yo comencé a organizar el Consejo de Planificación justicialista, conversamos sobre el Movimiento entendido como expresión de un «socialismo nacional y cristiano» adaptado a la realidad argentina. Perón recordó que un cuarto de siglo antes, cuando preparaba con sus colaboradores una estructura política propia para las elecciones generales de 1946, debatieron sobre la denominación de la misma. Dada la influencia obrera en el movimiento y el hecho de que hasta la aparición del entonces Coronel Perón los trabajadores habían sido mayoritariamente socialistas, anarquistas o comunistas, algunos pensaron en seguir utilizando de alguna forma el sustantivo «socialismo» como denominación partidaria. Ello prontamente fue descartado por la posición reaccionaria y pro oligárquica evidenciada por el Partido Socialista Argentino desde los albores del 4 de junio. El Dr. Eduardo Stafforini, un destacado laboralista que asesoraba a Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión propuso que «dado que nuestro movimiento pivotea sobre la justicia, podría llamarse Justicialismo». Tras la derrota en el conflicto bélico del Atlántico Sur, las Fuerzas Armadas se retiraron precipitadamente de la escena política, cerrándose así el siniestro «Proceso de Reorganización Nacional» que asoló el país por más de siete años. Con el triunfo electoral de Raúl Alfonsín, buena parte de nuestra sociedad creyó esperanzada en un venturoso porvenir derivado tan solo de la plena vigencia de la Constitución. Muy pronto se advertiría que ello no alcanzaba. El mayor desacierto de la naciente democracia serían las decisiones adoptadas a partir de una lectura asimétrica de la pesada herencia recibida. En efecto, si bien el presidente Alfonsín ordenó llevar ante los estrados judiciales a las juntas militares por las desapariciones, asesinatos y otras violaciones cometidas en materia de derechos humanos y por las responsabilidades en la conducción de la guerra de Malvinas, desoyó el consejo de su primer Ministro de Economía, Bernardo Grinspun, quien prudentemente se opuso a asumir el tema de la deuda externa sin beneficio de inventario. Pero una vez más, la usura internacional y los plutócratas a su servicio ganaron la partida, sellando así definitivamente la suerte misma del gobierno. La realidad argentina de esos años pasaba ante nuestros ojos como un calidoscopio: crisis económico-social, estrangulamiento externo por los compromisos de la deuda seguido de renegociaciones leoninas, «Plan Austral», levantamiento de los cuadros medios del Ejército, retorno triunfal del justicialismo encarnado en su expresión «renovadora », deterioro de la infraestructura de los servicios públicos, hiperinflación y violencia social. Cuando estaba por cerrarse el primer sexenio democrático, el MPL de Ramos (que había sido muy crítico tanto de la experiencia alfonsinista como de la «renovación peronista», a las que consideraba «las dos caras de la misma moneda »), adhirió a la fórmula presidencial Carlos Menem-Eduardo Duhalde, del Frente Justicialista Popular (FREJUPO), integrado además por el Partido Justicialista, el Partido Intransigente, el Partido Comunista Revolucionario, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista Auténtico. La propuesta frentista prometía «la revolución productiva» y «el salariazo». Todo un programa de transformación económica y de justicia social. Triunfante en las elecciones de mayo de 1989, Menem asume anticipadamente en julio de ese año enfrentando una situación cuasi insurreccional. Ramos forma parte del primer grupo de embajadores nombrados por el flamante gobierno. Su destino será México, como en 1946 también lo había sido del gran Manuel Ugarte, amigo de Perón. A Perú es enviado Francisco Julián Licastro; a España Francisco Figuerola y a Uruguay Benito Llambí, entre otros compañeros. En México, Ramos mantuvo su prédica antiimperialista y a favor de la integración latinoamericana. Públicamente criticó con extrema dureza la invasión a Panamá realizada afines de 1989 por Marines norteamericanos, en cumplimiento de órdenes emanadas del presidente George Bush, quien hizo secuestrar, enjuiciar y encarcelar en los Estados Unidos al Comandante en Jefe de las Fuerzas de Defensa panameñas, general Manuel Antonio Noriega. Viajó luego a Cuba para conocer personalmente a Fidel Castro, con quien se dice que estuvo reunido varias horas. Con fondos personales de Ramos, nuestra representación diplomática en México comenzó a editar numerosos clásicos del pensamiento emancipador latinoamericano. Parece que esta avasalladora actividad inquietaba al procónsul norteamericano en ese país, embajador John Negroponte, un hombre de los círculos íntimos de Henry Kissinger y supervisor de numerosas «operaciones especiales» de la CIA en América Central en los años ochenta. El señor Negroponte presionó con éxito a la Cancillería argentina para que rápidamente se llevara de la tierra de Lázaro Cárdenas al molesto embajador. En nuestro país, entretanto, la esperada «revolución productiva » había tomado un camino distinto al prometido. Llegaron las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica, que implicaban la «jibarización» de las estructuras estatales, el licenciamiento de personal, la desregulación y desreglamentación y, sobre todo, la urgente privatización de las empresas del Estado, entes públicos y sociedades de economía mixta. En fin, lo que podría decirse sin eufemismos, la liquidación de los activos físicos del Estado argentino, el desmantelamiento de la administración pública y la dispersión de sus recursos humanos más valiosos. El proceso privatizador, ruinoso negocio para nuestro país, se concretó con el aporte de los devaluados títulos de la deuda pública nacional, que cotizaban unos pocos centavos en los principales centros financieros del planeta y que el gobierno argentino aceptó a su valor nominal para la venta de nuestro patrimonio. Debo puntualizar aquí, como testigo de lo vivido en aquellos años, que estas gravosas decisiones contaron inicialmente con el aplauso casi unánime de la clase media argentina y de buena parte de la dirigencia sindical. Era tan ineficiente el funcionamiento del Estado argentino –colapsado en 1989 por años de desinversión y mal manejo- que resultaba habitual escuchar en muchos ámbitos frases tan lapidarias como «hay que privatizar todo. Y si nadie quiere comprar, hay que regalarlo». El hecho que Jorge Abelardo Ramos hubiera sido funcionario diplomático en un gobierno que incumplió el programa que le dio el triunfo, despertó críticas entre los suyos que llevaron en línea recta a un cisma y, con él, a la diáspora de muchos de sus mejores cuadros, que formaron nuevas organizaciones en la línea de pensamiento de la izquierda nacional. Siendo yo un hombre del peronismo, es decir un observador ajeno al signo político que lideró Ramos, considero que no es decoroso hablar de este desencuentro entre respetados compañeros del campo nacional y popular que compartieron el mismo proyecto. En lo personal, quedarán siemprevivas para mí muchas de las enseñanzas de ese pensador político argentino que, en los ya lejanos años de mi juventud, supo transmitir a nuestra generación el conocimiento de la verdadera historia nacional y la de la Patria Grande latinoamericana. Ese fiel compañero de los tiempos de construcción de la Nueva Argentina, que no desertó en los oscuros tiempos de ostracismo, ese luchador indomable que jamás abandonó al General Perón y al peronismo, se llamó Jorge Abelardo Ramos. El balance de su obra agiganta al hombre que la encarnó. De allí la justicia de este homenaje a su memoria, al que me sumo emocionado. 


* Abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas. Ex Profesor de Derecho Constitucional y Derecho Político en las Universidades de Buenos Aires, del Salvador y Católica de La Plata. En la década de 1970 fue asiduo visitante del General Perón en su exilio de Madrid. Fue Secretario General del Consejo de Planificación del Movimiento Nacional Justicialista. En 1973 el Presidente Cámpora lo designó al frente de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y más adelante desempeñó otros cargos en la función pública, tanto en el país como en el exterior. En los años 1976 y 1977 permaneció detenido a disposición del Poder Ejecutivo en el Departamento Central de la Policía Federal y la cárcel de Sierra Chica. Es autor de varios libros. Capítulo del libro “Jorge Abelardo Ramos. Así lo vieron” Compilador Carlos del Campo. Ed. Corredor Austral y CICCUS Córdoba 2015

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