La imagen de la mujer en las Crónicas de Indias
Una mirada histórica sobre el rol de la mujer durante la Conquista
La mayoría de datos que han llegado a nuestros días están vinculados a los Comentarios reales de Garcilaso de la Vega. Gracias a su afán por reivindicar la cultura incaica, estos incluyen relatos sobre algunas caciques[1] o indias de la clase alta[2]. Aunque es en la crónica de Bernal Díaz del Castillo donde se narra la vida de la nativa más conocida y polémica (por encarnar en ella las complejas raíces de la identidad mejicana), La Malinche[3].
Sobre el resto de mujeres, todas ellas de clase baja, solamente se conocen algunos datos aislados que podrían clasificarse en dos grandes grupos en tres grandes grupos. El primero estaría relacionado con los escritos que muestran la denigrante imagen que tenían los conquistadores de las indígenas que se encontraban en sus exploraciones por el “nuevo mundo”. Colón las definió no solo como salvajes, sino también como hechiceras y putas[1].
El segundo incluiría las narraciones en las que los cronistas informaban sobre la existencia de concubinas, sirvientas o esclavas indias que estaban en poder de los españoles y que debieron sufrir un dramático proceso de aculturación. En los textos de Cortés puede verse como muchas de estas eran tratadas como simples mercancías o monedas de intercambio con los indios[2].
El tercer grupo aportaría la visión de los colonizadores que tuvieron que integrarse en las costumbres y la vida de los nativos, entre los cuales puede destacarse Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Sus escritos sobre las creencias, la personalidad y la rutina de las indias más humildes son un pequeño claro de luz entre las múltiples sombras de la historia de la mujer latinoamericana:
Las mujeres son muy trabajadas y para mucho, porque de veinticuatro horas que hay entre noche y día no tienen sino seis horas de descanso, y todo lo más de la noche pasan en atizar sus hornos para secar aquellas raíces que comen. Y desque amanece empiezan a cavar y a traer leña y agua a sus casas y dar orden en las otras de que tienen necesidad (Nuñez Cabeza de Vaca, 1984:89).
[1] Colón en uno de sus viajes cuenta: “Cuando llegué allí, luego me enviaron dos muchachas muy ataviadas. La más vieja no sería de once años y la otra de siete, ambas con tanta desenvoltura, que no serían más unas putas. Traían polvos de hechizos escondidos” (Fernández, 1986 citado por De Mora, 1993: 275).
[2] En una carta de relación de Hernán Cortés, fechada el 3 de septiembre de 1526, puede leerse: “También envié a su casa al señor del primer pueblo, que había venido conmigo, y le di ciertas mujeres que los nuestros habían tomado por los montes, de las suyas, y otras casillas, de que fue muy contento”.
[1] La Florida recoge la historia de mujeres caciques, que generalmente obtuvieron el cargo por herencia, o que poseían un estatus social privilegiado. Figuras como la de la señora Cofachiqui o las hijas del cacique Hirrihigu muestran la astucia, la autoridad y la cortesía que manifestaron estas indias ante los españoles (De Mora, 1993).
[2] Las acllacunas eran un grupo de hermosas vírgenes, que gozaban de un enorme prestigio social, destinadas al culto del dios Sol o a ser esposas del Inca o de la élite (Ortiz, 2006).
[3] Bernal Díaz del Castillo narra la historia de Marina; una indígena cristiana que sirvió de intérprete entre indios y colonizadores de la Nueva España. Su íntima relación con Cortés y su alejamiento de la cultura autóctona la han convertido en el centro de una intensa y degradante polémica sobre los orígenes de la identidad mejicana, la cual queda resumida en el grito de “viva México, hijos de la Chingada” (Paz, 2006).
[5] En una carta de relación de Hernán Cortés, fechada el 3 de septiembre de 1526, puede leerse: “Los peones españoles e indios nuestros amigos siguieron el alcance y mataron muchos, y prendieron y cautivaron muchas mujeres y niños, que se dieron por esclavos”.