Un profeta de estos tiempos
Por Luciano Maier
Los judíos son un pueblo de profetas. Es cierto que el profeta Juan era cristiano, pero también era judío. Un profeta es un visionario. Alguien a veces denostado y ridiculizado por escribas contemporáneos, pero valorado y comprendido por las generaciones futuras. Jorge Abelardo Ramos murió con una frase en la boca: América Latina. “El Mercosur es lo más importante que pasó desde las guerras de Independencia”, dijo. Los escribas al servicio de los burgueses del puerto se rieron. Como debieron reírse los fariseos de las profecías de Isaías antes que Babilonia los redujera a polvo.
Toda esa clase intelectual, la inteligencia, obedecía a los designios del mitrismo. Y lo sigue haciendo hasta el día de hoy. Su condición material de existencia no es la plusvalía, como señalan algunos nostálgicos marxistas europeizados, sino el puerto. El puerto de Buenos Aires, de aguas barrosas, fue también la causa de la guerra civil más larga de nuestra Historia, de 1820 a 1880. Algo que en las escuelas de raigambre sarmientina apenas se menciona.
El puerto de Buenos Aires dio al Colorado Ramos la clave de nuestra historia. Y encontró finalmente en el puerto las bases existenciales de esa intelectualidad porteña, cipaya, que va de Borges, Silvina Ocampo, Sábato, Cortázar; hasta Caparrós, Sarlo y Sebreli.
Y no hizo el Colorado de Almagro otra cosa que escarbar en los orígenes de esa clase social, en aquella pandilla del Barranco, contrabandistas de la colonia, que luego de las guerras de Independencia asaltaron el poder político siendo importadores de honra, que dieron la espalda a San Martín en el momento decisivo de la unificación de América Latina, y finalmente, condujeron a la semi-colonia a su destino agroexportador.
Revolución y Contrarrevolución en Argentina es el tratado sociológico fundamental del siglo XX.
Sin embargo, como Isaías en el desierto, resuenan aún otras profecías, tal vez más acuciantes. Como la cuestión nacional. Lo que nos lleva a la pregunta fundamental: ¿qué es la nación? La cultura. ¿Y si tuviéramos que reducir la cultura a su mínima expresión? La lengua. Tal vez por eso Jorge Abelardo Ramos tuvo que buscar en la alianza de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón la clave de una revolución inconclusa, fortuita, histórica, que nos dio la herramienta de comunicación más formidable desde Ciudad Juárez hasta Ushuaia.
La Gran Colombia no es un capricho y más grande que César, Augusto, Alejandro, era Bolívar, San Martín y Artigas, y su causa, la más justa a la que un ser humano podía aspirar. ¿Acaso los griegos de la edad clásica no eran una nación y los atenienses prestaban su flota a Esparta, como los brasileros podrían ser los atenienses de nuestro continente? ¿Acaso los árabes no son una nación y lucharon por lo mismo que nosotros? ¿La unificación?
Historia de la Nación Latinoamericana no es revisionismo, es leer nuestra historia por primera vez. Pero de nada sirve contemplar los fundamentos teóricos de la próxima revolución, sino estamos dispuestos a encararla hasta las últimas consecuencias. La unificación política, territorial, económica de América Latina, es la única esperanza de este siglo, si no queremos ser arrasados y esclavizados como aquellos beduinos que negaron a sus profetas.