La historia es un campo de disputa
Por Albeto Lettieri*
Se inauguró el Instituto de Revisionismo Histórico Jorge Abelardo Ramos. Se trata de una iniciativa que debe ser celebrada y evaluada en la medida real de su significación.
El instituto Ramos reivindica muchos aspectos del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino y Latinoamericano Manuel Dorrego, que desarrolló sus tareas entre fines de 2011 y el 30 de diciembre de 2015, y cuya disolución fue una de las primeras medidas adoptadas por el Gobierno de Mauricio Macri. Pero además le agrega un perfil propio, ya que al llevar el nombre de uno de los grandes referentes del revisionismo argentino y latinoamericano, le imprime una perspectiva revolucionaria, integradora y transformadora comprometida con la integración de la Patria Grande Latinoamericana con la que soñaron San Martín, Bolívar y Artigas, entre otros tantos referentes de la memoria histórica del campo popular.
¿Cuál es la importancia de poder contar con un instituto de revisionismo histórico en un momento en el que el futuro de nuestra patria y, por extensión, de toda nuestra Patria Grande Latinoamericana, se encuentra comprometido?
La historia ha sido –y siempre lo será- un campo de disputa en la que confrontan interpretaciones asociadas con distintas maneras de pensar la sociedad, su organización política, la distribución del poder y de la riqueza, sus niveles de inclusión y de movilidad social, su grado de soberanía y su inserción en el mundo. A los efectos prácticos, puede presentarse como proveedora de los insumos culturales indispensables para la definición del “sentido común” las sociedades y la elaboración de relatos o argumentos que permitan elaborar proyectos políticos, sociales, económicos y culturales en las sociedades contemporáneas.
De este modo, el relato histórico nunca es “ingenuo” y siempre es el producto de las expectativas, las carencias y los proyectos de una sociedad. En algunos casos remite exclusivamente a las ambiciones de un segmento de la sociedad que pretende conservar o incrementar su poder y su riqueza: tal es el caso de la denominada “historia oficial”. En otros, por el contrario, denuncia la manipulación del pasado histórico por parte de las minorías dominantes y rescata de la invisibilización, el ocultamiento o la prohibición lisa y llana diversos procesos subterráneos, trayectorias individuales y colectivas, proyectos alternativos de sociedad, hechos fundantes de nuestra soberanía, del ocultamiento, la manipulación o la descalificación a que han sido sometidos por un modelo de sociedad con altísimo nivel de concentración de la riqueza y exclusión social, fundado sobre una matriz colonial o semi-colonial.
Desde principios del siglo XX el Revisionismo Histórico tomó a su cargo esa tarea esclarecedora y emancipadora de nuestra sociedad. En sus diversas versiones reivindicó una dimensión nacional o latinoamericana, y sirvió como usina inagotable para el esclarecimiento social y la formulación de proyectos políticos realmente democráticos y transformadores, que no sólo postularon nuestra soberanía a rajatabla, sino también reivindicaron la dimensión federal que necesariamente debe considerar nuestra organización social y política, permitieron visualizar y difundir las postergaciones y reclamos de las minorías étnicas, sociales y culturales, nutriendo sistemáticamente al campo nacional y popular, y a los proyectos que de él emanaban.
No por casualidad los intereses reaccionarios a escala global se esforzaron sin éxito por anunciar el “fin de la Historia”, pretendiendo que el injusto ordenamiento y reparto que dispone el orden hegemónico internacional constituía el punto final de desarrollo y cristalización del desarrollo de la humanidad. Pero la historia “real” nos enseña que ningún proceso es definitivo, y que los cambios y continuidades que experimentan cotidianamente las sociedades abrevan en nuevos equilibrios y definiciones sociales.
En tal sentido, la tarea del revisionismo ha permitido poner en cuestión el proyecto cultural expresado por instituciones, sistemas educativos y comunicacionales y lógicas de mercado instrumentales para la reproducción de modelos con altísimo nivel de exclusión y desigualdad social, dando el debate cada vez que resultó posible y aportando insumos para la construcción de proyectos políticos emancipadores.
Tras la disolución del Instituto Dorrego a fines de 2015, el campo popular adoleció de esa usina de investigaciones, ideas y propuestas indispensable para promover los intereses del campo popular. La contrapartida fue una constante caída del ingreso, una distribución cada vez más concentrada y desigual de la riqueza y una pérdida de la soberanía a escala internacional, que resulta indispensable revertir.
Bajo la tutela de la figura consular de Jorge Abelardo Ramos el Instituto se propone convertirse en esa usina, impulsando la investigación, la formación y la educación formal e informal, a través de alianzas con sindicatos, organizaciones sociales, universidades y el sistema educativo en general y los espacios civiles e institucionales dispuestos a acompañar una nueva e indispensable etapa de crecimiento y recuperación del campo nacional y popular.
El Instituto dictará cursos, capacitaciones, impulsará proyectos de investigación, colaborará en la redacción de proyectos de leyes y de iniciativas culturales en favor del campo popular cada vez que su asistencia sea reclamada, con el convencimiento de que la construcción de la Patria Grande, la justicia social y la movilidad social ascendente no son utopías perimidas sino un horizonte asequible en la medida en que organicemos nuestros esfuerzos y propongamos objetivos y cursos de acción acordes con ese fin.
Con estos fundamentos y propuestas sale a la liza pública el Instituto Jorge Abelardo Ramos. No es un organismo oficial, ni depende de los aportes públicos. Se trata de una patriada, en un momento clave en el que la Patria lo reclama. Esperamos con los brazos abiertos y convocamos a sumarse a este emprendimiento a todos aquellos que se resisten a aceptar que la lucha por una sociedad justa, libre y soberana no tiene cabida en nuestro presente.
* Profesor titular Universidad de Buenos Aires