González Catán después de Cristo
En González Catán, partido de La Matanza, una familia de pastores congrega a jóvenes de los suburbios en busca de la salvación. Según una encuesta de adscripción religiosa realizada por el Centro de estudios del Conicet, dos de cada diez personas de entre 18 y 29 años se identifican con la religión evangélica. Claves del fenómeno.
Por Pablo Sartirana
Marcelo me invitó por primera vez a la iglesia un sábado para conocer a una familia de pastores evangelistas. Pasé a buscarlo en auto. Atravesamos el sur de la ciudad de Buenos Aires por la avenida Perito Moreno hasta Pompeya, de ahí agarramos Avenida Castañares hasta la autopista. La iglesia queda en González Catán, partido de la Matanza. Conurbano profundo.
—Protegenos con tu sangre, Jesús —dice Marcelo, bendiciendo el auto, un Gol de dos puertas—. Cubrinos con tu manto.
Fuimos por la autopista Ezeiza hasta una bajada donde hay una YPF. Paramos a cargar nafta.
—Dios tiene un plan para tu vida —se despide Marcelo del playero, y seguimos rumbo.
Agarramos la ruta veintiuno paralela a la vía del tren hasta un puente peatonal en el centro comercial de Laferrere. El tránsito está lento en la ruta. En la luneta del auto de adelante hay un sticker pegado con forma de pez. “Ese es cristiano”, señala Marcelo como si se tratara de un código secreto.
—¿Cómo sabés?
—Porque somos pescadores de hombres.
Agarramos un largo boulevard y llegamos a Catán. Pasamos por calles de tierra, un pequeño basural, viviendas sociales a medio construir hasta llegar a un barrio llamado Villa Scasso. Los vecinos la llaman “villa escasa”. Nos recibe un pelado jodón de cuarenta y pico de años que es mecánico de colectivos: el pastor Walter. Nos abre la reja del patio y lo que parece una cochera al fondo en realidad es…la iglesia.
El pastor Walter vive en la casa de adelante con su esposa y tres hijas. Pegado a su casa, en el mismo terreno, viven sus padres, también pastores, pero de la rama legalista, más tradicional. Una mujer de pelo lacio hasta los hombros y ojos color café se acerca a saludarnos. Tiene en la mejilla una cicatriz que parece un estigma. Es la pastora Gladys, esposa de Walter. “Soñé con vos, Chelo –le dice a Marcelo–. Eras como una serpiente enroscada en la cama que cambiabas de piel.”
La iglesia en cuestión es un salón para cincuenta personas. Las paredes están a medio revocar. En el fondo hay un escenario con un atril y unas telas que cuelgan de ornamento, blancas y doradas. No hay santos, ni cruces ni símbolos raros. Sólo un cartel que dice: “Iglesia Pentecostal Nueva Generación en Jesucristo”.
El culto todavía no empezó. Hay dos personas orando, se tambalean sobre los pies y levantan la palma de la mano. Marcelo se pone a orar: repite frases como “Tu Espíritu”, “Tu Presencia” y se larga a llorar. Hay una banda ensayando: batería, guitarra y voz. Tocan temas de rock pop melódico llamados “alabanzas”.
Inevitable es tu amor
como la muerte y el sol,
no lo puedo evitar.
Me persigue tu amor.
En el patio hay una soga con ropa colgada, un pequeño baño sin techo ni agua corriente y el alambrado que separa un baldío. Cuando caiga la noche, el Espíritu adorado por tribus beduinas de Israel hace cinco mil años (Jehová de los Ejércitos) se hará presente en González Catán frente a cincuenta testigos. Mientras tanto, los platillos y el bombo de la batería están haciendo un ruido demencial.
Más de la mitad de la gente que va llenando el salón son pibes y pibas de menos de veinte. Los varones parecen salidos de la misma barbería, vestidos de elegante sport con pantalones achupinados; las chicas con vestidos blancos de tul, uñas pintadas y pestañas largas. Un líder del grupo de jóvenes tiene 17 años, se llama Ezequiel. Su sueño es salir por los caminos a predicar el Evangelio: “no hay nada más lindo que hacer la obra de Dios”. Entre la escuela y la iglesia no le sobra tiempo para nada, dice.
—Antes llevaba minas a mi casa, salía todos los fines de semana, me escabiaba. Pero cuando entré a la iglesia recién ahí mis viejos se empezaron a preocupar. Mi mejor amigo de ese tiempo, con el que salía a todos lados, ya no me habla.
En lugar de boliches, los pibes como Ezequiel organizan vigilias. También asisten a festivales y retiros espirituales. Para cada manifestación de la cultura de masas, ellos tienen su propia versión cristiana: grupos de rock, rap, cuarteto, folklore, algunos con millones de reproducciones en YouTube.
—No somos aburridos como la gente piensa– dice Melanie de 16, la otra líder de la juventud cristiana.
Melanie es hija y nieta de pastores. Su hermana del medio toca la guitarra en la banda; ella canta. En primera fila están su abuelo y abuela, fundadores de la iglesia. Melanie habla al micrófono sobre la importancia de compartir las bendiciones puertas afuera. “Me imagino a Papá como un rey sentado en su trono con un jugo en la mano”, grafica.
El culto está dividido en varias etapas: alabanza (música), testimonio, diezmo, prédica, oración…por ejemplo, el grupo de Ezequiel está a cargo de las “meditaciones” que son reflexiones sobre una parábola o proverbio aplicado al presente. Hay otra sección llamada “corazones agradecidos” donde cualquiera puede contar “el milagro de Dios” en su vida.
Un tipo de cincuenta años que está sentado con su pareja pasa al frente. Antes de salir de su casa se le rompió el cierre del jean y tuvo que cambiarse. Después se perdió camino a la iglesia “porque al Enemigo no le gusta que congreguemos”. Hace tiempo, confiesa, estuvo a punto de separarse por sus adicciones: era alcohólico, fumaba y tomaba merca. Una tarde vio un volante pegado a un poste de luz que invitaba a un retiro espiritual y fue con su esposa.
—Dejé todos los vicios, pero además nunca sentí abstinencia. ¿Saben por qué? Porque sin Dios somos impotentes, no podemos hacer ni dejar de hacer nada. Así que oren, pidan.
El anteúltimo acto está reservado a Gladys, la predicadora. “Que todo lo que respira adore a Jehová”, profetiza Gladys con los ojos cerrados y la palma de la mano abierta; la gente no repite un mantra, sino que reza con sus propias palabras. Desde que llegamos con Marcelo, la música no dejó de sonar en ningún momento y con todas esas vibraciones rebotando en las paredes y en el techo hay una energía en el aire a punto de rebalsar. Se siente la ebullición. No parece importar el significado de las palabras, sino preparar el terreno para el éxtasis, generar un clima que atraiga…
…Su Presencia.
Una mujer delante nuestro empieza a convulsionar. Su familia la sostiene mientras Gladys le habla al oído para expulsar los demonios. En la última fila, la hija menor de Gladys que debe tener nueve años mira la escena con estudiado desinterés. La música termina entrada la noche y las energías se disipan. Nos saludamos con la frase “bendiciones” y dos besos en la mejilla. Otro símbolo, como el pez. Un solo beso traicionó a Jesús.