La lucha del federalismo

Por Elio Noé Salcedo

Los argentinos conocemos poco de nuestra historia, y en particular muy poco o nada sobre la historia del interior provinciano, sus luchas y sus figuras principales. Ello se debe en parte a la visión hegemónica, excluyente y distorsionada de la historiografía oficial. Entender el país que heredamos requiere de nuestra atención y reflexión para conocer “la otra historia”.

No hay duda de que, en la historiografía mitro-lopizta (de los historiadores Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López), los caudillos provincianos aparecen como figuras secundarias de nuestra historia. Es el caso del oriental José Gervasio Artigas y, de allí en más, el de los representantes federales en el siglo XIX de las actuales provincias argentinas: Estanislao López, Pancho Ramírez, Juan Bautista Bustos, Felipe Ibarra, Juan Facundo Quiroga, Alejandro Heredia, el Chacho Peñaloza, Felipe Varela, Ricardo López Jordán, y muchos otros poco conocidos y menos reconocidos aún, como el santiagueño Francisco Borges y el cordobés Juan Pablo Bulnes. Sin embargo, y dejando a un lado la visión hegemónica y excluyente de “Buenos Aires”, tanto la figura como la lucha de esos caudillos resulta esencial para entender no solo el federalismo del siglo XIX sino el país que los vio cabalgar y enfrentar a los enemigos internos y externos de una gran patria, frustrada, dividida y todavía inconclusa.

En efecto, los argentinos en particular y los latinoamericanos en general, tienen una visión deformada y trágicamente insuficiente de nuestra historia y de nuestros representantes federales del primer siglo independiente. De allí la equivocada interpretación de nuestra verdadera identidad y la falta de conciencia histórica y política, sustentada en la versión “porteña” de la historia, la “política de la historia” llevada a cabo por las oligarquías lugareñas (que se apropiaron de la historia como de los recursos vitales de los pobladores de Nuestra América), como así también de una consecuente colonización pedagógica a través de la escuela, universidad, libros, medios de comunicación y todo instrumento de educación y cultura, factores ellos que coadyuvaron y coadyuvan, a nivel espiritual, intelectual y socio-psicológico, a nuestra irrealización como Nación, como sociedad y como pueblo.

A pesar de tantas batallas ganadas y de la Constitución Federal finalmente conseguida en 1853 después de tantas postergaciones y décadas de lucha, no hay duda de que las provincias -o sea la Nación- perdieron esa guerra entre dos proyectos de país: el de la oligarquía, desde “Buenos Aires”, a través del Directorio, Rivadavia o Mitre, e incluso Rosas (hay más continuidad allí que la que muchos historiadores pretenden ver después de Caseros…), y el proyecto nacional de las provincias del interior argentino, que representaba no solo nuestro país sino consecuentemente la Patria Grande por la que habían luchado nuestros Libertadores: Artigas, San Martín, O’Higgins y Bolívar. Por eso acierta quien señala que no existen en realidad dos proyectos de Nación sino uno solo. El otro no concibe una Nación sino una colonia o, a lo sumo, una semi colonia: políticamente independiente pero económica y culturalmente subordinada a los intereses de una minoría oligárquica aliada y consustanciada con los intereses económicos extranjeros.

Pues bien, esa república federal, unida a la de una gran federación latinoamericana, fue concebida e intentada por esos caudillos provincianos en distintos momentos de la primera mitad del siglo XIX.

Por Artigas en la Asamblea del Año XIII (cuando sus diputados, que proponían las autonomías provinciales y la independencia de España, fueron rechazados) y, con igual propósito, en 1815, al declarar la Independencia de España y de todo otro poder extranjero en Arroyo de la China, actualmente Concepción del Uruguay, durante el llamado Congreso de Oriente, cuya declaración firmaron la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones, razón ella -equivocadamente o no- por la que esas provincias no asistieron al Congreso de Tucumán de 1816, convocado por el Directorio a instancias de San Martín, que para encarar la autonomía nacional de toda América necesitaba la Declaración de la Independencia para enfrentar -ya libres- a sus antiguos camaradas de lucha en la guerra contra los franceses.

Hubo otro gran intento de organización nacional en la Convocatoria al Congreso de Córdoba que realizó el gobernador cordobés Juan Bautista Bustos para 1821, después de haberse rebelado contra el Directorio en Arequito. Dicho Congreso fue boicoteado y hecho fracasar por Rivadavia.

Un tercer gran intento lo constituyó el Congreso Federal Constituyente concebido y organizado por el Federalismo del Litoral, conducido por Estanislao López. Esa gran Asamblea Constituyente y la organización federal de la República era el propósito principal del Pacto Federal de 1831, firmado en principio por Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, al que adhirieron Corrientes y Córdoba, y al que se plegaron después las demás provincias, conformando una Comisión Representativa con dicho fin. Aquel propósito nacional fue boicoteado por Rosas al retirar su representante de dicha Comisión (con excusas totalmente secundarias), haciendo fracasar ese nuevo intento de organización nacional, para terminar quedándose por más de veinte años con todo el poder y los recursos del puerto de Buenos Aires y de su Aduana (pertenecientes a todo el país), hasta que el entrerriano Justo José de Urquiza, con el apoyo del federalismo provinciano lo desalojara y concretara por fin la Constitución Federal de 1853.

Podríamos agregar a esa importante lista de grandes intentos políticos antes de hacer realidad la organización federal de la República, el intento, al final de sus días, de Facundo Quiroga -sin olvidar su lucha militar de varios años contra el poder unitario porteño de Rivadavia-, que historiadores como Adolfo Saldías, Vicente Fidel López y su biógrafo David Peña confirman.

El 8 de enero de 1834 –un año antes de su muerte, según da cuenta el historiador Saldías- la legislatura de Mendoza sanciona una ley invitando a las provincias de San Juan y de San Luis “a constituirse las tres en unidad, con el nombre de Provincia de Cuyo, para entrar, así juntas, en la Federación Argentina bajo la protección de Don Juan Facundo Quiroga”.

Por ese mismo tiempo, “el general Heredia, gobernador de Tucumán, habla del próximo Congreso Constituyente promovido por el general Quiroga”.

Hay asimismo una carta de Laciar a Juan Bautista Alberdi, citada por David Peña, del 24 de junio de 1834 –seis meses antes de la misión final de Facundo Quiroga al Norte- que demuestra el compromiso y disposición de Quiroga -más allá de que pudiera estar aturdido por las sirenas del puerto de Buenos Aires y las delicias de la vida urbana y gran ciudad donde reside- de “traer a su regreso los elementos necesarios para imponer a Rosas, velis nolis, la organización política de la República”. En aquella carta, Laciar le dice a Alberdi: “Todos aspiran a constituir el país y principalmente el general Quiroga”. Sin duda, el tema de la organización nacional y la Constitución está en las conversaciones que Quiroga mantiene en Buenos Aires con unitarios (que Urquiza también hubo de mantener para poder vencer a Rosas) y hasta con el mismo Rivadavia, de vuelta al país. “También se dice –agrega Laciar en su carta al gran intelectual tucumano- que en caso de constituir el país Quiroga será el presidente de la República!… y tú sabes que, si Quiroga se enoja y se va para el interior, puede fácilmente alarmar: reunidas las provincias pueden con facilidad equilibrar contra Buenos Aires…”.

Incluso, después del asesinato de Quiroga el 16 de febrero de 1835, en un pasaje elocuente de la autobiografía de Alberdi, reproducida por el santafesino David Peña, el gran tucumano refiere: “Con ocasión de este fin trágico, me escribió el general Heredia lamentándolo por haber perecido con él (con Quiroga) los más hermosos y grandes proyectos. Yo supuse que los habían acordado juntos (Heredia y Quiroga en el Tratado del 6 de febrero de 1835, diez días antes de su muerte) antes de regresar a Buenos Aires. Nunca los conocí de un modo positivo, pues poco después fue asesinado Heredia. Yo he maliciado que se referían a planes y proyectos de la Constitución de la República…”, concluye Alberdi.

Reivindiquemos finalmente el propio Tratado del 6 de febrero de 1835 como antecedente e intento de organizar con espíritu federal la República, pues él resulta la demostración cabal de que el caudillo riojano, lejos de haber dejado de lado los intereses de las provincias mediterráneas (entre las que se encontraban las tres de Cuyo), arriesga su salud y su vida para defenderlos y dejarlo registrado en ese documento que Quiroga avala y preside con su firma junto a los representantes de las cuatro provincias norteñas (Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy): Ibarra, Heredia y Moldes (en representación de las dos últimas), tratado al que después adhieren Catamarca y La Rioja, según apunta el historiador provinciano Luis C. Alén Lazcano. “Surge allí -puntualiza con claridad y solvencia el mismo historiador- la concreción de ese movimiento interno, que aspiraba renovar los propósitos formativos del Pacto Federal, bajo la égida norteña”.

Y si hubiera alguna duda sobre el carácter federal provinciano, nacional y estratégico de ese acuerdo, con el cuerpo de Quiroga todavía caliente, el Tratado de Santiago del Estero era rechazado “rápida, clara, firmemente” (Peña) por el mandamás bonaerense, demostrando la incompatibilidad y/o diferencias flagrantes entre el federalismo del Interior y la “santa federación” bonaerense.

El 7 de marzo de 1835, menos de un mes después de la muerte de Quiroga, Juan Manuel de Rosas es elegido por segunda vez gobernador de Buenos Aires y asume su cargo con la suma del Poder Público, las facultades extraordinarias y el manejo de las relaciones exteriores en representación de las provincias.

Causalmente, y no por casualidad, la muerte de Quiroga, la de Heredia apenas tres años después, y para mayor tragedia para el federalismo provinciano, la del líder del federalismo del Litoral, Estanislao López, durante el año 38, condenan el federalismo del Interior a la impotencia y postergarán dieciocho años la organización nacional y la consecución de una Constitución Federal, tal cual fuera uno de los motivos principales de aquella lucha provinciana y federal de casi medio siglo.


Obras consultadas:
Gustavo Battistoni (2022), Estanislao López. Nuestro Contemporáneo. Santa Fe: Germinal Ediciones.
Roberto A. Ferrero ((2022). Los caudillos artiguistas de Córdoba. Córdoba: Ediciones del Corredor Austral.
David Peña (1953). Juan Facundo Quiroga. Buenos Aires: Editorial Americana, 5ta. Edición.
Luis C. Alén Lazcano. Extraído de una publicación en Internet: http://argentinahistorica.com.ar/

Fuente: revista.unsj.edu.ar/

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