La Federalización de Buenos Aires
Por Jorge Abelardo Ramos
[El 80 fue el año de la última rebelión de la Capital contra el interior. Este es el relato que de esos hechos hizo el historiador Jorge Abelardo Ramos, fallecido en 1994, en su libro “Del patriciado a la oligarquía” (Revolución y Contrarrevolución en la Argentina). Lo que sigue son extractos del capítulo “La Revolución del 80”. Ediciones del Mar dulce, 1982
El presidente, simple «huésped» de Buenos Aires
…. la muerte de Alsina dejó en libertad al mitrismo frente a la sucesión presidencial. Las fuerzas porteñas postularán la candidatura del mismo (Carlos) Tejedor [N. de la E: entonces gobernador de Buenos Aires], que apoyado por Mitre definirá su programa localista al declarar que el Presidente de la República era en Buenos Aires «un huésped». No se detendría ahí. Afirmó que la Constitución era un simple pacto; ratificó su pensamiento de que las provincias tienen derecho a organizar fuerzas militares propias y a ejercer la policía marítima. El fogoso anciano se burlaba de la frase de Avellaneda de que «nada hay dentro de la Nación superior a la Nación misma». […]
Roca, en cambio, será la encarnación misma del poder centralizador del Estado y, como se demostrará en sus Presidencias, es el constructor moderno del Estado argentino. El país vive sobrecogido por el peligro de una revolución. Tejedor se convierte en el símbolo del localismo porteño. Ignorando un precepto constitucional expreso, la legislatura bonaerense vota cincuenta millones de pesos para comprar armas. Tejedor hace desfilar y practicar tiro a los soldados de Buenos Aires disfrazados de bomberos. El mitrismo rodea al insolente gobernador y hace de él su candidato, junto con un sector de los autonomistas reclutado entre los ganaderos y terratenientes. […]
Las grandes líneas del conflicto se van tendiendo. La prensa porteña asume cada día un tono más subversivo y habla abiertamente de defender la ciudad contra la intromisión provinciana. Avellaneda es humillado en la ciudad capital y desconocida su autoridad nacional en los hechos más nimios. Cuando el Presidente de la República se dispone una noche a entrar en un teatro, un agente de policía de la provincia le impide la entrada. Tejedor premia al día siguiente al agente. Los diputados provincianos del Congreso Nacional están amedrentados por la arrogancia porteña: un grupo de legisladores cordobeses que llega del interior a Retiro, es saludado por una lluvia de porotos y de harina por algunos niños bien de la ciudad puerto, envanecidos por el alumbrado a gas y sus bastones de empuñadura de oro.
Refiere Lugones que «hacíase gala del desprecio provinciano. El gobernador disputaba al presidente el asiento de honor en las fiestas públicas. El pueblo silbaba al jefe de la nación porque éste hacía despejar el camino de su coche”. […]
Eduardo Gutiérrez será el cronista de la guerra civil del 80; nadie mejor que él describirá la psicología, las costumbres, los chismes de corrillo, las bromas desafiantes de los patoteros de buena familia, el desprecio hacia los provincianos, el enrarecido clima creado por la avidez porteña. El tal sentido, su obra magna será «La muerte de Buenos Aires» –esto es la federalización, tal cual la veían los porteños y su plumífero–.
El mitrismo había organizado una rebelión porteña contra el gobierno de Avellaneda mediante el establecimiento del Tiro Nacional, a efectos de preparar a los jóvenes de la aristocracia porteña en el manejo de las armas y demostrar que contra aquello que usualmente se decía (los porteños sólo se baten con los perfumes de las peluquerías) eran capaces de enfrentar a toda la Nación.
“El punto de reunión del Tiro Nacional se había convertido en un paseo magnífico por su gran significación social. Allí se reunían unos dos mil jóvenes de nuestras principales familias con un arma al brazo, alentados por una concurrencia espléndida de damas, que ardiendo de entusiasmo, iban a significar con su presencia que los hombres no estaban solos en aquella gran cruzada”, escribe Eduardo Gutiérrez. […]
Las grandes fortunas familiares de la clase terrateniente y comercial se ponían a disposición de la causa localista: los Casares, los Bullrich, los Cantilo, los Argerich, los Estévez Seguí, los Ramos Mejía. La tensión político y militar aumentaba. Gutiérrez comenta: “Los guardias santafesinos, los lanceros de la muerte cordobeses y los greñudos del interior del monte, afilaban ya las chuzas con que habían de entrar a la gran ciudad”. […]
Habían pasado setenta años de la Revolución de Mayo y todavía la arrogante imbecilidad portuaria creía en su derecho divino para disponer en su propio goce de la renta nacional. […] Véase, a través de la pluma de Gutiérrez, cómo la opinión pública porteña veía al general Roca, uno de los dos o tres grandes y sagaces políticos de su siglo: “El gobierno nacional conocía el poquísimo talento del general Roca, y temía que éste fuese envuelto por el doctor Tejedor, hombre de más alcance intelectual y más avezado en la política”. […]
Mitre y Tejedor alientan en las provincias rebeliones locales para fortificar sus posiciones. Las armas circulan por todo el país. Con una firmeza inquebrantable, Roca fija su cuartel político general en la provincia de Córdoba, de cuyo gobierno Juárez Celman es ministro; al mismo tiempo, mantiene una correspondencia constante con los dirigentes prominentes de cada provincia. Cosa significativa, todos ellos son muy jóvenes: el general Roca tiene 37 años, Juárez Celman, 36. Será ésta la generación del 80 la que infundirá una nueva fisonomía al país.
Sarmiento, al que Avellaneda hiciera su ministro del interior para tonificar su tembloroso gabinete, está decepcionado. Creía que entre los dos partidos belicosos de Tejedor y Roca él podía ser un candidato de transición. Pero la hora de las negociaciones ha pasado y la cuestión de la capital no puede postergarse ni resolverse por vía pacífica. Los porteños estaban ensoberbecidos. […]
Buenos Aires prepara la guerra civil
Buenos Aires pretende humillar a los provincianos ¡La ciudad contrabandista se jacta de su presunto abolengo! Intimida a los diputados del Interior echando mano a todos los recursos. En las sesiones del Congreso los regimientos de rifleros de Tejedor ocupaban el lugar de la barra, con sus armas prontas. En cierto momento del debate, un diputado mitrista se dirige a los rifleros diciéndoles: «¡Ya es tiempo!» y los soldados, dirigiendo sus fusiles hacia los diputados provincianos, se disponen a abrir fuego. Se produce una escena de confusión indescriptible, hasta que Mitre, comprendiendo su responsabilidad, grita «¡No es tiempo!» y pide que se levante la sesión”. […]
A varios diputados roquistas se los corre a latigazos, a otros, autonomistas porteños que apoyan a Roca, se les acusa de traición a Buenos Aires. […]
El diputado electo por Córdoba, Dr. Felipe Yofre, relataba a Juárez Celman: “Aquí me tiene en Buenos Aires, como si dijéramos en la Tierra del Fuego, oyendo el prolongado sonido de los estremecimientos de un volcán. Por todas partes ruidos de tambores, de cornetas, ecos de guerra, batallones de ‘voluntarios'(a un patacón por día de servicio) haciendo movimientos marciales de izquierda a derecha, de derecha a izquierda… ¡Esta provincia se arma, pues, a gran prisa!… Estamos pues, colocados frente a este dilema: o nos defendemos de las agresiones ad hoc preparadas para eliminar nuestros votos en la Cámara, o nos dejamos apalear… Nos encontramos librados a nuestras propias fuerzas, pues el partido roquista no se hace sentir. Estos diablos son muy porteños y Tejedor muy brutal. Los porteños, mi amigo, tienen a Roca un miedo cerval, por más que griten contra él, desconociéndole hasta el valor, no pueden ocultar que le temen».
Pero la juventud porteña revolucionaria del 80, con Pellegrini y Dardo Rocha al frente, está resuelta a todo. Una generación intermedia los apoya, es la generación de José Hernández, Rafael Hernández, Guido y Spano, Mansilla, que rodea al roquismo del prestigio político e intelectual que a sus adversarios supuestamente «cultos» les falta.
Carlos Pellegrini, uno de los apoyos de Roca en el 80 y destacada figura de la Generación del
Avellaneda ha seguido una política plena de debilidades; sus frecuentes invocaciones a la «paz» son recogidas por el mitrismo, que lleva a cabo una maniobra «pacifista» destinada a obligar a los dos candidatos a renunciar a sus aspiraciones, en prenda de «conciliación nacional». Pero el sentido central de la propuesta, que Roca advierte, es la renuncia a la federalización de Buenos Aires. A esta altura de los acontecimientos, la guerra civil es inminente. La situación evoluciona peligrosamente. De una manera arrolladora la cuestión presidencial se ha ligado a la cuestión Capital. Se dirime aquí un gran pleito histórico. […]
El triunfo era inevitable si se consideraba que los gobernadores del interior veían a Roca como jefe de la unidad y a Tejedor como defensor del separatismo porteño. Gran parte del ejército, gauchesco por su origen y su temple, estaba con Roca. Pero las intrigas y las maniobras de Buenos Aires, las vacilaciones y las dudas de Avellaneda, que temía la guerra civil, los cambios probables de frente en los aliados bonaerenses de Roca (al fin y al cabo porteños y sujetos a una gran tradición localista) hacían oscilar toda la situación.
“Bástele saber que estamos embromados; que todo el mundo conspira contra mí en Buenos Aires” (carta de Roca a Juárez Celman)
Como un testimonio sugestivo de ese instante de nuestra historia, transcribimos algunos párrafos de una carta que Roca dirigió a Juárez Celman desde Rosario, en viaje a Buenos Aires: “¿Por dónde principiar? Son tantas las cosas que bullen en mi cabeza y vivo en una agitación tan continua, que sería largo y difícil transmitirle los mil detalles curiosos de estos quince días que falto de allí. Bástele saber que estamos embromados; que todo el mundo conspira contra mí en Buenos Aires; griegos y troyanos, provincianos y porteños, principiando por los que componen el gobierno nacional, el Presidente inclusive, que habla de renunciar que tiene hijos «porteños», que no quiere salir de Buenos Aires, etc. El que debía garantizar la paz de la República y el derecho de los pueblos, ha perdido toda autoridad como Jefe de Estado. Pellegrini me habló también de que no sabía qué hacer y sin aconsejarme nada, me dijo que él no tenía otro remedio que retirarse a su casa. En Buenos Aires no queda ni sombra de Gobierno Nacional”.
Roca contra la oligarquía
[…] Pero el 11 de abril se realizan elecciones nacionales. Doce provincias se pronuncian por Roca. Buenos Aires y Corrientes, en manos del mitrismo, votan por Tejedor. El triunfo provinciano no hace sino llevar la exaltación porteña al más alto nivel. El mitrismo y Tejedor se preparaban ya abiertamente a desconocer el resultado de las urnas. Se hacían colectas a fin de adquirir armas para el batallón de Rifleros de Tejedor: los soldados porteños recorrían los comercios pidiendo dinero para comprar armas y vestuario. Los diputados provincianos al Congreso no podían salir a la calle sin ser agredidos de palabra y de hecho por provocadores mitristas. El clima se vuelve irrespirable, los escasos amigos porteños de Roca titubeaban ante el espectro de la guerra civil. […]
Pero ahí estaba Roca duro como un diamante. Presidente electo, la asunción del cargo se volvía problemática. […] La situación en Buenos Aires era un caos. Los partidarios porteños de Roca se ocultaban, vacilaban, vivían al borde del pánico. El Presidente Avellaneda hablaba a sus íntimos de renunciar. Se empleaban toda clase de recursos contra Roca, entre otros, el de enviarle telegramas falsos a Córdoba firmados por sus amigos políticos pidiéndole su renuncia. La presión de toda la provincia sobre los partidos políticos era tan enorme ante el peligro de perder el monopolio aduanero que la había enriquecido desde la Revolución de Mayo que las tendencias nacionales estaban a la defensiva. El ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, D’Amico, señala la soledad de Roca: “Tejedor, arrastrando a la mayoría de los alsinistas y Mitre a todo su partido, se alzaron en armas unidos para destruir a Roca, sin perjuicio de pelear después para saber quién aprovecharía de la victoria”. Roca, presidente electo, veía desvanecerse sus posibilidades para asumir el poder. Quedaba en ese caso una solución intermedia: “Para vengarme de todo esto -escribía a Juárez- no se me ocurre otra cosa que Sarmiento; y, también, como medio de asegurar las situaciones y fortuna política de nuestros amigos. El loco se nos entregará en cuerpo y alma y nos dará todo lo que le pidamos… Cuando nos veamos muy arrinconados, le clavaremos este agudo arpón en medio del lomo a los señores mitristas, autores de todo esto, y seguiremos preparándonos en silencio y con disimulo para pasar el Rubicón en mejor oportunidad”.
En ese momento Roca estaba dispuesto a apoyar el nombre de Sarmiento, a condición de que el sanjuanino federalizase la ciudad de Buenos Aires. […]
Tejedor planea la movilización de unos 50.000 hombres agrupados en 22 batallones de infantería y 53 regimientos de caballería. Ante su derrota electoral, el gobernador bonaerense escribe a un amigo: “los partidos liberales del interior no ven otra solución que la revolución anticipada… Mi consejo a todos, es ir a las armas, resistir con ellas, o antes de ellas, la fuerza con la fuerza; y si por esto resultase un sacudimiento general la culpa sería de los opresores”. La prensa mitrista corea denuestos contra Roca, al que acusa de raquítico, enano…. guaso joven que mira de soslayo, anda en los ranchos de Córdoba en mangas de camisa, vareando caballos y sacando para comer el cuchillo de la cintura… Según los porteños era un mazorquero, el símbolo de la barbarie, rodeado por caudillos de chiripá y con aro en la oreja y chupa de tabaco negro. Si triunfaba, los indios abrirían con sus chuzas las cajas fuertes de los bancos”. Su triunfo sería el triunfo de los «mulatillos» de las provincias; el Presidente Avellaneda era un «miserable, infame y traidor.»
Al mismo tiempo, un grupo de emponchados, en la noche, baleaban la casa del Presidente, en la calle Moreno 522. Avellaneda, en todo este período crítico, reaccionaba con lentitud. Tenía hijos porteños, era un hombre dulce, un intelectual irresoluto, de esos tan comunes, que piensan bien y obran mal: “El presidente -decía el general Roca en esos días- es hombre audaz y atrevido en sus concepciones, pero cuando llega la acción o tiene necesidad de imponer su voluntad, se retuerce, da mil rodeos, mira a la cara de todo el mundo para pronunciar la palabra”.
«La Nación» es la «tribuna de la doctrina» del Puerto contra el país. El desenfreno de su lengua, en las horas decisivas, resulta muy útil para comprender al mitrismo: “Basta de presidentes provincianos; o será un porteño o iremos a la guerra civil”, decía en un editorial del mes de julio. […]
El 2 de junio, en horas de la madrugada, un batallón provincial se dirigió hacia la Boca para proteger un desembarco de armas que, procedente de Montevideo, transportaba un vaporcito: eran 5000 fusiles Schneider y 500.000 cartuchos. El gobierno tuvo conocimiento de ese propósito y envió un batallón del 1º de línea para impedirlo. Tejedor movilizó más fuerzas provinciales, y con la policía y los bomberos de auxiliares, se dispuso a enfrentar las fuerzas nacionales. La pequeña fuerza de Avellaneda se retiró. Las armas fueron desembarcadas y conducidas a la Casa de Gobierno de la provincia.
Desafiada así la autoridad nacional, Avellaneda tomó su decisión. Abandonó la capital e instaló su gobierno en Belgrano. Dictó un decreto designando a ese municipio capital provisoria de la República y movilizó el Ejército Nacional. La guerra civil había estallado. […]
Roca estaba en el Rosario, desde donde dirigió todas las operaciones militares. La burguesía porteña se lanzaba al fin a la lucha total. […]
El diario localista «La Patria Argentina» titulaba su edición extra del 2 de junio: «¡ A las armas! ¡Viva Buenos Aires!». Tejedor declaró el estado de sitio en toda la provincia y creó el Ministerio de Milicias designando titular al general Gainza. El 19 de junio organizó la Legión Italiana. El gobierno nacional de Belgrano respondió declarando rebeldes a todos los ciudadanos que obedeciesen la orden de movilización de Tejedor. […]
El 22 se nombra a Mitre comandante en jefe de la Capital, único reducto del separatismo. Los combates se libraron en Barracas, Puente Alsina, Los Corrales y Plaza Constitución, casi en el centro de la Capital. En las acciones participaron por ambas partes 20.000 hombres, empleándose 80 piezas de artillería: la ciudad estaba cruzada por líneas de trincheras y barricadas.
Pero todo el país estaba resuelto a terminar para siempre con la maldición del puerto. Tejedor y Mitre estaban derrotados desde el primer disparo. No se repetiría otro Cepeda, ni otro Pavón. Las bases del armisticio establecían el desarme de Buenos Aires, la renuncia de Tejedor, la intervención federal en Corrientes y el estado de sitio en el Litoral. La derrota del puerto había costado 3.000 muertos en los combates.
El 24 de julio Avellaneda, después de días interminables de dilación, jaqueado por la prensa porteña que no perdía su jactancia y por los roquistas que exigían coronar la guerra civil con la nacionalización de la ciudad, envió al Congreso un mensaje y un proyecto de ley declarando Capital de la República al municipio de Buenos Aires. […]
Quedaba perfectamente evidenciado que la lucha por la candidatura de Roca estaba íntimamente vinculada a la organización del País. “Roca era sin duda el exponente de la corriente federal que siempre había resistido la hegemonía porteña y ansiaba cobrarse la revancha de Pavón” (Mayer). […]
La antigua discordia entre Buenos Aires y el país moría por fin. Una nueva generación levantó la bandera de los caudillos exterminados. De esa continuidad esencial y no formal, extrajo Roca su fuerza irresistible en 1880.
Fuente: infobae.com