La poderosa identidad del venezolano, única en el mundo…

Por José Sant Roz

  1. No somos como los neogranadinos (hoy colombianos), ecuatorianos, panameños ni peruanos, aunque fuimos los que les formamos y les aportamos parte del carácter republicano que hoy sustentan. Somos lo más distante que quepa imaginar de los sureños (argentinos, chilenos y uruguayos). Somos lo más intermedio y mejor elaborado de las mezclas (con todos sus medios) del indio, el negro y cuanto nos ha llegado de Europa. Un Simón Bolívar no podía darse sino aquí entre nosotros. Un Francisco de Miranda. Un Andrés Bello. Un Zamora. Un Cecilio Acosta. Un Cipriano Castro. Un Isaías Medina Angarita. Un Hugo Chávez.
  2. En América Latina los venezolanos somos únicos, tenemos a los próceres más genuinos, los que le dieron libertad a toda América del Sur. Para decidir nuestra soberanía y destino, nos hemos enfrentados tres veces a la Santa Alianza (la eterna OTAN): con Bolívar (1812-1830), con Cipriano Castro (1899-1908) y con Hugo Chávez-Nicolás Maduro (1998-2023…). Nuestros grandes líderes revolucionarios no han sido intelectuales, no han sido copia de los folletines politiqueros que exige el modelo globalista de Occidente, sino seres sustantivos, auténticos, telúricos, surgidos de los desafíos más encarnizados y dolorosos de nuestras luchas.
  3. Aquí los europeos y gringos querían venir con el cuento de que teníamos que CIVILIZARNOS, para luego anularnos, y algunos intelectuales ingenuos como Rómulo Gallegos cayeron en esa trampa. Eran del tipo de los positivistas quienes criticaban acerbamente la BARBARIE, sin darse cuenta de que detrás de esa supuesta lucha contra la barbarie venía encaletada una amalgama de vicios, degeneraciones y perversiones, a través de gustos extraños, importados, mezclas de lúdicos elixires que iban a entorpecer nuestros valiosos sentidos primitivos. Se trata de un plan de exterminio de lo propio, con sugestiones, de que por esa vía habríamos de lograr el sublime camino del progreso. Un plan para devolvernos a la misma esclavitud padecida bajo el feroz imperio español.
  4. Escribía Jorge Abelardo Ramos1:

“El escudo brasileño lleva aun la divisa de Augusto Comte: “Ordem e Progreso”. En la avanzada Argentina del siglo XX, matar de un balazo a un indio “colla”, peón en una finca del Norte Argentino, carecía de consecuencias penales para el asesino, dueño de la finca, probablemente Senador nacional por su provincia, y, naturalmente, firmante de leyes y proyecto de leyes. En México, ¿no eran los “científicos”, y sus amigos plutócratas del porfiriato, la crema de la inteligencia, en un océano de peones sin tierra y de indios sin destino? ¿No fue Sarmiento y no lo es todavía, uno de los venerados próceres de América Latina (sobre todo de la oligarquía argentina)…? ¿Pero no es Sarmiento el más indudable degollador de gauchos, y propagandista literario del degüello? ¿No han circulado, acaso, en América Latina sus cartas al General Mitre, otro semidiós del Parnaso Oligárquico, en las que le aconseja que “no ahorre sangre de gauchos que es lo único que tienen de humano?”.

  1. Ya para mediados del siglo XIX, comenzó a detenerse aquel proceso de amputación (que propendía al extermino de lo español y europeo entre nosotros, aquel experimento que se inició con el Decreto de Guerra a Muerte de Libertador. Nosotros, tal cual somos, tenemos muchísimo más de nuestros aborígenes que de los españoles, porque toda nuestra sangre se ha macerado con los elementos naturales de esta tierra, y lo que vino de España quedó anulado, asimilado por el inmenso poder de nuestra naturaleza. Seremos por siempre, pues, americanos por nacimiento con todos sus demás elementos europeos y africanos2. Fue Bolívar el primero en tratar de definir los linderos de nuestra especie, con el Decreto de Guerra a Muerte, que era también una guerra contra toda Europa, y toda forma de servidumbre extraña.
  2. Aquellos españoles son los gringos de hoy, los que nos han declarado un tipo de Guerra a Muerte solapada, feroz y cruenta: la de la esterilidad, la del bostezo y la esclavitud, la de la negación de nuestro ser primigenio. Por lo que Bolívar, y ahora nosotros tenemos sobradas razones al repicarles que es preferible morir en resistencia y lucha permanente antes que tener que sufrir resignados esa abominable servidumbre.
  3. Es así como el Libertador intenta también con ese Decreto de Guerra a Muerte, como digo, un experimento de amputación, que requiere de un pulso único. Desprender de lo nuestro esa parte nefasta, mercantilista, esclavista, usurera, criminal, pordiosera, aventurera y mercenaria que era y sigue siendo la perversa y fascista España, la de los godos, la que se había encastrado envenenando una parte de nosotros. Después de siglo y medio de tan cruenta guerra, aún persisten muchos de aquellos tóxicos malditos.
  4. Dice Indalecio Liévano Aguirre3:

“El deseo de establecer una situación privilegiada para los americanos, aunque fueran enemigos, y una guerra sin cuartel contra los españoles, así fueran indiferentes, revela muy a las claras el propósito de Bolívar de crear una frontera definitiva entre España y América, de la cual se engendrara la conciencia americana frente a la Metrópoli. A la lucha de razas y de castas desatada por los caudillos españoles, que había hecho de la guerra de emancipación una guerra civil entre americanos, Bolívar contestaba con la guerra a muerte, destinada a transformar la lucha en una mortal contienda entre españoles y americanos, a unificar al Nuevo Mundo frente a la Metrópoli conquistadora”.

  1. Desde una visión geopolítica, la Guerra a Muerte obedeció a la necesidad de establecer una tajante separación entre España y América, a la vez que definir mejor lo que somos, y con lo que realmente contamos para afrontar nuestro propio destino. Uno de los mayores detractores de Bolívar, el hispano Salvador de Madariaga, no concibe el odio inconmensurable de Bolívar contra los españoles, cuando dijo4:

“Un continente separado de la España por mares inmensos, más poblado y más rico que ella, sometido tres siglos a una dependencia degradante y tiránica… Tres siglos, gimió la América bajo esta tiranía, la más dura que ha afligido a la especie humana. El español feroz, vomitando sobre las costas de Colombia, para convertir la porción más bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapiña… Señaló su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolación: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva, y cuando su saña rabiosa no halló más seres que destruir, se volvió contra los propios hijos que tenía en el suelo que había usurpado”.

  1. La desesperación de aquel caos que estremeció a América Latina entre 1830 y 1860, hizo considerar a muchos de sus políticos de entonces, que la única manera para salir del marasmo era que una potencia europea (o los mismos Estados Unidos) nos adoptara, nos colonizara. Lo pensó Fermín Toro en Venezuela y lo pedía a gritos Florentino González en la Nueva Granada.
  2. Para finales del siglo XIX, dado el enorme desdén que esas potencias mostraban hacia nosotros, en Venezuela se llegó a considerar que sólo un gran carácter (una especie de mesías, o monstruo, espada en la mano) sería la única salida para ir conteniendo, “con fuerza y autoridad la desbandada de los bárbaros”, de los llamados caudillos o centauros. Vino entonces a tomar auge la tesis del GENDARME NECESARIO. Lo fundamental era buscar una especie de orden a toda costa impuesta, aunque fuese por un tirano o un monstruo mientras los intelectuales por su lado consolidaban las instituciones, haciéndole llegar a retazos a las masas el “conocimiento” civilizador de Europa: “la paz necesaria”, no el imperio de la ley sino la ley de los imperios. A partir de este orden, pensaban ellos, se podía evolucionar hacia una verdadera democracia.
  3. Esos monstruos necesarios habían hasta entonces llevado los nombres de Páez, los Monagas, Antonio Guzmán Blanco, y el último fue Juan Vicente Gómez. Pero un monstruo apenas si duraba veinte o treinta cinco años en el poder, y era necesario uno que fuese eterno para llevar a buen término esa tan ansiada evolución hacia la civilización necesaria. En la cabeza de don Laureano Vallenilla Lanz, por ejemplo, estaba la idea de la Presidencia Vitalicia que el Libertador había pensado para Bolivia. Pero extrañamente, ese Policía Necesario, tenía que ser para Vallenilla un Páez, no un Bolívar.
  4. Laureano Vallenilla Lanz para justificar al César Necesario, sostuvo que nuestra barbarie era más humana y honesta que la que se imponía en la Nueva Granada. Nuestra barbarie era más democrática porque según él surgía de las clases bajas, en cambio la de los neogranadinos brotaba del oscurantismo más horrible bajo la garra desquiciada de la Iglesia y de una oligarquía goda. Por eso entonces comenzó a pensarse que la batalla era entre civilización y barbarie.
  5. Vino Vallenilla Lanz a dar con la tesis de que en definitiva el elemento clave que más pesaba sobre nuestro atraso tenía que ver con los instintos de saqueo y de matanzas de las hordas llaneras.

1 Jorge Abelardo Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana, Ediciones Continente, Buenos Aires, 2011, pag. 27.

2 Discurso de Angostura

3

4 Véase, Salvador de Madariaga, Bolívar, Editorial Cultura, Santo Domingo, Tomo I, s.f., p. 173.

Fuente: www.aporrea.org

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