Brasil
Por Jorge Fontevecchia
Confieso con el lector que no soy objetivo con Brasil. Me genera simpatía un país continente –como China o Estados Unidos en tamaño de territorio– que no pretende imponerle a los demás su escala de valores. No solo eso, que hasta admira nuestra propia escala de valores, la argentina, y se esfuerza por aprender portuñol más que nosotros. Brasil es el país del mundo más “argento” después de Argentina que conozco.
Viví en Brasil en dos décadas diferentes. Siempre fui muy bien recibido. Me animo a decir que sin Brasil la Perfil actual no existiría. Nos salvó durante las hiperinflaciones de 1989/ 1990, nos volvió a salvar durante el colapso de la Convertibilidad en 2001-2002 y nuevamente durante los doce años de kirchnerismo entre 2003 y 2015 cuando fuimos el único conjunto de medios discriminados desde los primeros años hasta la crisis con el campo, la mitad del apogeo kirchnerista.
Haber vivido dos veces en Brasil me genera cierta “superioridad empática” que trato de transmitir en Argentina. Pero ese amor por Brasil no fue superior a la aversión que me generó Bolsonaro, como imagino me generaría en Argentina un eventual gobierno nacional libertario. Mi propia anti-grieta también tiene sus límites. La salida de Bolsonaro y mis deseos de que a Lula le vaya bien, también me hacen poco ponderado y trastornan mis prospectivas.
La tiene más difícil Lula en esos cuatro años que comienza, que Alberto Fernández en el último que le queda del período presidencial actual. La grieta y la extrema polarización en Brasil siempre me ayudaron a ver su espejo invertido en Argentina con mayor facilidad al partir de un ejemplo extranjero. De la misma forma que el rechazo visceral a Lula de la clase media con aspiraciones de ascenso en Brasil, siempre morigeró mi propio rechazo a los significantes de Cristina Kirchner en Argentina. ¿Por qué se odia? ¿Son cuestiones estéticas que se trasforman en ideológicas sólo como máscaras? ¿Rechazamos más lo parecido que lo diferente como genialmente escribió Freud en su ensayo titulado “El narcisismo de las pequeñas diferencias”? ¿Es mucho más difícil tener sentimientos negativos hacia un operario nordestino pobre que perdió un dedo trabajando en una fábrica, que hacia alguien del Conurbano Bonaerense que sobrevive gracias a un plan social?
Como representante sin título de Brasil en Argentina y de Argentina en Brasil siempre explico que tenemos más en común brasileños y argentinos, a pesar de hablar una lengua diferente y partir de madres patrias distintas, que los argentinos con los demás países latinoamericanos hermanados por el colonialismo español. Hablando la misma lengua somos más diferentes de los pueblos andinos, cuyo componente cultural precolombino es más perenne que con los brasileños, cuya población se compuso de un enorme contingente de inmigrantes involuntarios africanos. Todos bajamos de los barcos: los esclavos africanos y los exiliados europeos.
Sobran determinaciones antropológicas, culturales y geográficas que explican esa mayor afinidad: pueblos del Océano Atlántico, de llanuras con extensos territorios, abrumadora mayoría de sus poblaciones descendientes de inmigrantes, concentrados en grandes centros poblacionales, con sistemas políticos federales (todos los demás países de Sudamérica son sistemas políticos unitarios), con procesos emancipatorios de sus clases subalternas (el peronismo y el Partido de los Trabajadores).
Los gauchos brasileños del sur de Brasil, desde el estado de Paraná limítrofe al sur de San Pablo hasta la frontera con Uruguay y Argentina, se parecen en mucho con los gauchos de la pampa y el centro este argentino. Paraguay y Uruguay como estados tapones entre Brasil y Argentina reflejan en el Mercosur el punto de unión actual, entre el imperio portugués y el español de antaño separados ineficazmente por el Tratado de Tordesillas. Fue Brasil cuando todavía era el Imperio Portugués porque Lisboa estaba en manos de Napoleón, el primer país del mundo en reconocer a la Primera Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata y a la vez, fue la Argentina la primera en reconocer a Brasil poco después, hace doscientos años en 1823.
El bicentenario de las relaciones entre ambos países se menciona en el reportaje que PERFIL publica en esta edición a los cancilleres de los dos países, Mauro Vieira y Santiago Cafiero como parte de la visita que Lula realiza a la Argentina a partir del domingo, primera fuera de Brasil desde que asumió el 1º de enero pasado. Se suma en esta edición un texto escrito por Lula y Alberto Fernández que se publica simultáneamente en un diario argentina y otro brasileño.
En esta edición el lector también encontrará un aviso de Perfil Brasil que como organización consolida diecisiete sitios de internet con casi cien millones de usuarios únicos, tercero en nuestro vecino solo superados por Globo (G1) y UOL (Folha de Sao Pablo). Paralelamente brasil.perfil.com es el sitio en portugués espejo de perfil.com en Argentina, el único medio hispanoparlante que produce contenidos en portugués siendo también el único que genera contenidos en inglés con el Buenos Aires Times.
Tanto en la publicación del texto conjunto de Lula con Alberto Fernández como en el reportaje al canciller de Brasil Mauro Vieira se transmite ese afecto por Brasil, personalmente mi segunda patria y la de la propia Editorial Perfil, la única empresa de medios argentina y brasileña.
El Mercosur es un camino que abrió el mayor prócer contemporáneo argentino: Raúl Alfonsín, precursor del proceso de democratización de Brasil dos años después del nuestro en 1983. Ahora le toca a Brasil con una figura única como Lula ser artífice de lo que algún día llegará a ser la Unión Sudamericana de Naciones como es hoy la Unión Europea.
Fuente: Perfil
Jorge: sigo tus opiniones con mucha atención “placer y para el artículo Brasil preferiría reemplazar el concepto “esclavo” por el de “esclavizados”.
cordialmente
miguel