Cuando Gabriel García Márquez quiso liquidar la letra H
Cuando Gabo quiso dinamitar la ortografía. Ahí esta la hache sirviendo su cometido. Pero en el Congreso Internacional de la Lengua celebrado en México, en 1997, parecía que el pulso de García Márquez podía tumbarla.
Por Juan Cruz
Cuando Gabriel García Márquez ya era el rey de la literatura en lengua española del siglo XX y podía permitirse cualquier desplante, incluso un desplante al idioma, decidió abrumar a los académicos de la Lengua de todas partes con una proposición que recorrió la espina dorsal de la razón ortográfica con una ferocidad que a él además le divirtió.
Era en 1997, él estaba pletórico, ganador, pero no venció en aquella guerrilla inesperada. Ahora, en Cádiz, se recuerda aquella gesta porque allí se han reunido, hasta ayer, académicos que supieron de la gesta sin porvenir de García Márquez. Nadie, ni los escritores más díscolos o avanzados, se han atrevido ahora a seguirle la corriente al colombiano. ¿Son más aburridos? Acaso, pero tampoco entonces fueron muchos los que le dijeron tal vez al autor de Cien años de soledad cuando él hizo sonar las campanas.
No se lo tomó muy en serio la concurrencia oficial, porque hay cosas, como la hache, que están ya para quedarse, pero al autor de Cien años de soledad se le puso en la cabeza de creador que ese baluarte del abecedario, que según él no valía para nada, al menos ese baluarte, debía caer.
No cayó, ahí está la hache sirviendo su cometido, pero entonces, en el primero de los encuentros de este tipo en que la lengua se refuerza, celebrado en Zacatecas, México, parecía que el pulso de Gabo podía tumbarla. Qué va. Resistió, ahí está, muda o llena, pletórica, como una silla en la que reposan las letras.
Fue en 1997, en el esplendor de la pradera que precedía la escritura del más importante de los prosistas de la lengua española. Gabo entonces ya no se prodigaba ni en conferencias ni en declaraciones, pero estaba convencido de que sabía más de gramática que sus antepasados y que los que vinieran. Desde esa autoridad dictó que, por ejemplo, la hache y otras sevicias que él consideraba obsoletas se fueran por la barranquera, o por la barranquilla.
Por entonces cuenta el periodista español Arsenio Escolar, que fue subdirector de El País y que ahora dirige la revista ArchiLetras, especializada en la lengua, que le llamó desde su sitio en el diario para advertirle de que, en un capítulo de sus memorias, Vivir para contarla, que iba él mismo a editar en los domingos del periódico, Gabo no había delineado bien el deber de, que había dejado sólo en deber. ¿Cómo? Gabo en eso no era de buenas pulgas.
Así que guardó silencio al otro lado de la línea, y luego: “¿Y por qué no eres académico en vez de periodista?” Arsenio escuchaba con el teléfono helado. “Todo se andará, Gabo”, se atrevió a decirle. “Pero qué hacemos con lo tuyo”. Silencio de nuevo. “Pues entonces corrige el primero y deja los otros”. “¿Y por qué no todos los restantes en los que incurres en ese caso?” Silencio.
“Porque no me sale de los cojones”.
Pues a él le salió de esa parte acabar con la hache, y eso dio de sí, tras Zacatecas, una gran polémica sobre si era santa la ortografía o había que profanarla según los dictados del mejor, el más grande, escritor del siglo XX de nuestra lengua.
Aquello ahora forma parte del anecdotario, pero entonces fue tremendo embrollo, porque Gabo tenía una autoridad mediática, y medida, superior a la que tuviera cualquier académico. Pero ganó la hache en aquella riña de ejércitos desarmados. Se mantuvo la ortografía en su sitio, y el autor de Vivir para contarla, además, ya supo qué hacer, por otra parte, con el deber y con el deber de.
“¡¿Y cómo demonios se iba a caer la hache?!”, se preguntaba en Cádiz el mexicano (y asturiano de origen) Gonzalo Celorio, desde 2019 director de la Academia Mexicana de la Lengua, que fue amigo de Gabo y sabía cómo era el colombiano para librar batallas cual Quijote.
A Celorio entonces no lo invitaron a Zacatecas, pues no era académico, pero recuerda muy bien aquellas habladurías que pusieron a la hache, y a otros renglones rectos de la ortografía, en manos del más desalmado de sus burlones. Tanto la Gramática como el Diccionario, nos decía el ahora ilustre académico, “son descriptivos, no autoritarios, se ofrecen con un criterio de corrección. La Ortografía es la que impone, e impone la hache o no, la tilde o no, y el usuario se acoge de muy buena gana a esa autoridad”.
Lo que Gabo proponía “era un asunto potestativo. No es cierto lo que decía, que la hache no suena, que es muda. Y es sonora cuando se dice huevo o cuando se dice huarache, porque es una semiconsonante. Entonces será muda en haba o en hijo, pero no es muda en huevo, no es muda en hiena o cuando sigue un diptongo”.
Lo que proponía el hijo del telegrafista (no hay acentos en la telegrafía) de Aracataca “era una aberración porque, la verdad, lo que hay es un mecanismo de comunicación convencional que permite mantener la comunicación y la unidad de la lengua”. Se burló Juan Ramón Jiménez de la g, que cambió por jota, pero se quedó solo. “Y cuando Gabo va en contra de la acentuación va empobreciendo la lengua…” ¿Fue un espíritu, y por dónde iba? “Quería sacar la expresión del corsé académico y, aunque el ejemplo que utilizó fue el de la ortografía, en mi opinión no fue el afortunado. Ni fue feliz ni fue eficaz: lo que es cierto es que lo que quedó de subyacente de esa declaración era la libertad creativa y la importancia de la literatura latinoamericana en el contexto de la literatura en lengua española”.
¿Fue una polémica? “Más bien”, dice ahora Celorio, “tuvo una sonoridad”.
En Zacatecas sí estuvo, oyendo a Gabo, Juan Villoro. Ahora es uno de los grandes de la lengua literaria en español, un mexicano agilísimo para la prosa y para la dialéctica, que estos días abunda en los requerimientos del Congreso. Él recordaba ayer aquella diatriba.
“Fue un juego de ingenio, algo lúdico, importante para entender que el Congreso de la Lengua [el primero que se celebraba] no iba a ser una ocasión solemne sino una oportunidad abierta de divertirse con el lenguaje. Fue un antecedente importante para después, en el siguiente Congreso habido en Rosario, Argentina, escuchar a Roberto Fontanarrosa hablar de la oportunidad de las malas palabras. Hizo como Gabo: tratar de demostrar que el lenguaje está abierto, que igual que la hache es aparentemente inútil hay palabras, en el sentir del argentino, que tendrían que ser proscritas porque son groserías o garabatos, aunque, es evidente, la gente las usa con provecho”.
Fueron, dice Villoro, aportaciones polémicas, abiertas, propias de un idioma que también sirve para divertirse, capaces de quitarle solemnidad a los pomposos, a los vanidosos y a los egoístas, que de todo hay en esta viña de la literatura. “También los hay abiertos, antisolemnes, chocarreros… La literatura está hecha de estos extremos. También la pompa ha dado algunos buenos resultados. Yo, en particular, prefiero el ingenio y la irreverencia”.
Por donde hablábamos estaba Darío Villanueva, académico español, exdirector de la RAE y autor ahora de un libro que trata de lo que hablamos, El poder de las palabras (Galaxia Gutenberg). Le pedimos un dictamen: ¿Gabo tenía razón?
-Yo creo que no, porque la ortografía es necesaria y, en este momento, la estabilidad que da un acuerdo ortográfico para una lengua tan amplia como la nuestra es muy conveniente y muy oportuna. Fue muy ingenioso lo que dijo. Respondía, además, a ese espíritu de libertad que a veces la ortografía constriñe, pero hay que pensar que la nuestra es de las más sencillas, de las más claras de todas las ortografías. Comparemos”, prosigue Villanueva, “con el portugués, con el francés… Decía Juan Benet que la ortografía del francés es como una carrera de salto de vallas. La nuestra, no, y eso no lo podía abolir Gabo. Él consideró que tirando de uno de los hilos se iba a desmontar todo el tapiz.
No lo consiguió, hasta tal punto que ahora se dice En un lugar de La Mancha o Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento… y si no lo dices así ni hay Quijote ni hay después ni hay pelotón de fusilamiento.
Fuente: Clarin 1 de abril 2023