“Partes de guerra”, la novela de Jorge Volpi que reflexiona sobre la violencia en la frontera sur de México

Frontera Corozal es el escenario de la novela más reciente del escritor mexicano Jorge Volpi; se trata de un pequeño pueblo ubicado a orillas del Usamacinta, el río del departamento de Totonicapán, en Guatemala, con desembocadura en el golfo de México.

En la novela, un par de migrantes descubre el cadáver de una joven de catorce años que fue asesinada por su prima y el novio de esta frente a dos niños, uno de ocho y el otro de diez años.

De entrada, “Partes de guerra”, que así se titula el libro, somete con fuerza a los lectores. Aparece, entonces, Luis Roth, el fundador del Centro de Estudios en Neurociencias Aplicadas que vive obsesionado con el asunto del asesinato de la joven. De alguna manera, convence a sus amigos para que le ayuden a averiguar qué es lo que pasa en los cerebros de estos niños que, de repente, han terminado convirtiéndose en criminales.

Junto a Lucía Spinosi, su estudiante más cercana, Roth viaja a Chiapas, al sur de México, donde sufre un terrible accidente que le impide seguir adelante con sus búsquedas. Es ella quien asume las riendas y conforme avanza en sus descubrimientos, se dará cuenta de más de un secreto que su maestro mantenía oculto, al tiempo que revive sus propias heridas del pasado.

Portada del libro “Partes de guerra”, de Jorge Volpi. (Penguin Random House).

Partes de guerra revela, una vez más, el atinado talento de un escritor que, libro tras libro, ha perfeccionado su técnica y se ha convertido en uno de los referentes del género negro en la actualidad.

Lo que al interior de estas páginas encontrarán los lectores es una finísima investigación sobre los orígenes de la violencia y un viaje a lo más profundo de las identidades ocultas de cada quien; una historia que conmueve a la vez que incomoda, que nos increpa a preguntarnos en torno a asuntos como la amistad, la envidia, el amor y las pérdidas.

En conversación con Leamos, Jorge Volpi habló brevemente sobre la génesis de la novela y sus intereses en torno a la naturaleza del poder.

— A lo largo de su obra, si bien las inquietudes han ido evolucionando, hay preguntas que se mantienen constantes. Una de ellas tiene que ver con su interés en entender cómo se ejerce el poder en nuestras sociedades.

— Una inquietud permanente, que se ha mantenido en todos mis libros, tiene que ver, justamente, con la naturaleza del poder. Me interesa entender cómo se ejerce, cómo se padece en todo tipo de relaciones, ya sean públicas o privadas. La novela negra también se fija en estas cosas. Utilizar estos recursos me ha permitido acudir a las maneras naturales para referirme a esta obsesión de base. En cada una de mis novelas he intentado responder a preguntas puntuales, distintas, pero siempre dentro de esta reflexión sobre el poder.

— Uno empieza a leer las primeras líneas de Partes de guerra y la fuerza es ya evidente. ¿Cuál fue la imagen que le detonó esta trama al momento en que comenzó a concebirla?

— Llevaba ya un buen tiempo obsesionado con dos cosas: la neurociencia y los niños asesinos. Esto no lo pensaba solamente en relación con México, sino en un nivel mucho más amplio. De pronto, durante la pandemia, estas dos ideas se unieron y el resultado me llevó a escribir la novela.

— Su relación con la ciencia no es algo nuevo. ¿Cómo consiguió engranar el discurso neurocientífico en la ficción?

— Es cosa de muchos años estudiando y reflexionando sobre temas de neurociencia y literatura, neurociencia y ficción. Lo que hice aquí fue trasladar esos conocimientos a los personajes que están todo el tiempo intentando encontrar los orígenes de la violencia en estos niños. Son neurocientíficos que, de alguna manera, terminan siendo los detectives de la novela.

— La violencia nos pisa los talones todo el tiempo. Nuestra realidad latinoamericana es, precisamente, negra. De ahí que hablemos de ‘género negro’. ¿Cuáles cree que son las dinámicas con las que opera este género en la actualidad? Porque de asesinatos, corrupción y crisis políticas hemos hablado siempre.

— América Latina ha tenido una historia de violencia, sin duda, pero eso no quiere decir que estemos predispuestos a ser más violentos que otros. En realidad, somos todos primates y en esa escala de primates somos los más violentos, pero también los más cooperativos. Lo que significa que condiciones internas y externas nos llevan de un lado a otro y, por lo tanto, se hace necesario construir espacios donde la violencia puede ser canalizada. Cuando no es posible, termina estallándonos en la cara, y eso es lo que ha pasado en los últimos años en nuestros países.

— México y América Latina hacen parte de sus páginas. Son el escenario desde el cual escribe. ¿Qué opina respecto a nuestro devenir latinoamericano en el presente? Parecemos sentenciados a vivir en un bucle.

— Esta vieja idea de que la historia en las segundas veces se repite como farsa quizá tenga que ver con eso que dices sobre estar sentenciados a vivir en un bucle. Tenemos tradiciones autoritarias que se hacen cada vez más fuertes, dictadores, regímenes autoritarios y tenemos sistemas híbridos en donde todavía hay tentaciones autoritarias que combaten con otras que son democráticas. No hemos podido crear sociedades más igualitarias en las que funcione realmente el Estado de derecho. Creo que esto hace parte de los grandes pendientes de la sociedad latinoamericana

Fuente: Infobae

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