La retórica de la sangre en las elecciones 2023. Por Luisa Arditi
En año de elecciones, el uso del término ‘sangre’ con distintos sentidos se ha convertido en Argentina en un recurso retórico de la clase política. Durante el debate presidencial, Javier Milei dijo que el país es “un baño de sangre” por culpa de Raúl Zaffaroni. Patricia Bullrich, por su parte, ha hablado de “sangre en las calles”; Aníbal Fernández advirtió, hace unos meses, que estarían “las calles regadas de sangre y de muertos” si ganara la oposición; en otra oportunidad, Javier Milei calificó de “sangrienta” a la dolarización que llevaría adelante Patricia Bullrich en caso de ser electa presidenta, y “dictaduras sangrientas” a los gobiernos de Raúl Castro y Nicolás Maduro; Martín Tetaz realizó una performance en marzo de 2023 con charcos de sangre artificial como protesta por la inseguridad en la Provincia de Buenos Aires; Sergio Massa dijo estar dispuesto a dejar “cada gota de sudor, cada centímetro cúbico de mi sangre” para que ganara en las elecciones presidenciales el partido que representa, Unión por la Patria.
Aníbal Fernández y Javier Milei: el miedo a la muerte violenta
Pero, ¿qué hace a la sangre ser tan sugestiva, y no repulsiva, al punto de ser utilizada por toda la clase política y con diferentes fines?
En varios de estos discursos la sangre es utilizada, sin reservas, como parte de una retórica del miedo: desde un lado, desde el Ministro de Seguridad Aníbal Fernández diagnosticó “sangre”, es decir, muertos, si llegara a ganar alguno de los partidos opositores; desde el otro, el candidato de La Libertad Avanza Javier Milei prevee una “dolarización sangrienta”, en alusión a una hipotética pobreza, criminalidad y violencia que arrastraría la dolarización que propone Patricia Bullrich, y diagnostica como un “baño de sangre” al estado de seguridad del país por, según su perspectiva, la falta de castigo hacia los delincuentes. El discurso sería: “Si gana el partido contrario, va a haber muertos”.
Pero no solo muertos: en estos discursos lo que amenaza es una muerte violenta. La muerte aparece como parte de un sistema barbárico (el del partido contrario) donde el asesinato es una posibilidad; o de un sistema anárquico donde, al no haber Estado, no hay un agente que proteja a los ciudadanos de una situación de guerra total, donde matar al enemigo está permitido.
Cuando la sangre se piensa como equiparada a la muerte (y no a la vida), el que pierde la sangre pierde la vida. Si la sangre no está del lado de la vida, como lo está, por ejemplo, en las campañas de donación de sangre –“Donar sangre es donar vida” o “Es amor lo que sangra”–, es porque en la campaña electoral de Javier Milei y la política de Aníbal Fernández la génesis social está más familiarizada con la sangre de la muerte violenta que con la sangre que corre por las venas. Pero, en rigor, la sangre se ve demasiado en lo privado (en cada baño, cada mes) y no tanto en la esfera pública.
Sergio Massa, sudor y sangre
No podía dejarse de lado, en esta sangrienta campaña electoral, el sacrificio. A diferencia de los anteriores, en el discurso de Sergio Massa la sangre cobra un carácter sacrificial.
Como dijo en el acto de lanzamiento de Federico Otermín como candidato a intendente de Lomas de Zamora, Sergio Massa estaría dispuesto a dar su sangre en estas elecciones. No por la salvación de la humanidad, pero tampoco por el pueblo argentino: en cambio, está dispuesto a sacrificarse, a sacrificar cada centímetro cúbico de su sangre, para que gane el partido que integra.
Massa evocó en su discurso el concepto del sacrificio, un tema que atraviesa la tradición cristiana y la cultura occidental en general. La idea del sacrificio, donde alguien (humano, animal) está determinado a dar la vida por el bien de una causa o por un grupo de personas, está representada en el sacrificio de Jesucristo en la cruz.
Para la tradición cristiana, Jesús sacrificó su vida y derramó su sangre para expiar los pecados de la humanidad y ofrecer la salvación. Así se trazó la relación inquebrantable entre el sacrificio, la víctima y la bondad. En todas las culturas, en todos los tiempos, los sacrificios se realizaron como una manera de rendir culto a una divinidad. En su tiempo, Massa apela a la salvación por la sangre, por su sangre, postulándose como el cordero sacrificado que aplacaría la ira de Dios.
Martín Tetaz: la literalidad y la metáfora de la sangre
El ejemplo de Martín Tetaz quizá parezca, a simple vista, la utilización más vulgar de todas. Pero no lo es: el diputado excedió el terreno verbal para pasarse a la ‘performance’, como él mismo llama a sus modos de expresión. En un video que publicó en Twitter, Tetaz camina entre charcos de sangre mientras propone una modificación en la Policía, la Justicia y las cárceles para detener a los “chorros” de la Provincia de Buenos Aires.
Esta representación frente al Ministerio de Seguridad de la PBA, en La Plata, no fue su única performance. Durante este año, también destruyó una pistola lanzabilletes –a modo de crítica a la emisión monetaria– en medio de una entrevista de televisión. Además, en abril último cortó una cadena de la sede del IOMA, la obra social de la Provincia de Buenos Aires, como protesta por el funcionamiento de la entidad.
Pero la verdadera metáfora de la sangre en la política electoral argentina fue la performance de los 200 litros de sangre de Tetaz. Mientras en el mismo video camina por los charcos de sangre falsa, su voz en off dice: “No queremos que la sangre llegue al río”. ¿Alude acaso Martín Tetaz a la sangre que hizo correr Moisés por todo el río Nilo, esparciendo así las diez plagas por Egipto?
Aunque sea la expresión más tosca de todas –por exhibir los charcos de sangre sin intermediario alguno, ni siquiera por medio de la palabra, en cierta manera es también la más simbólica. Que no llegue la sangre al río es una metáfora del desastre que podría suceder –así como sucedió con las diez plagas que afectaron a Egipto– si no se detiene la delincuencia.
En última instancia, la retórica de la sangre en la política argentina refleja la oscilación entre la protección de la vida y el riesgo de muerte. Y, también, remite al deber del Estado de cuidar la vida de los ciudadanos pero, a la vez, sin traspasar las libertades individuales. En esa pugna se encuentra todo el espectro político.
*Directora del área cultural en Ediciones Ampersand