Sobre los abrazos y la farsa. Por Sara Liponezky
Hace pocos días y en uno de sus intentos para explicar lo inexplicable, Patricia Bullrich comparó su rendición ante Macri – Milei con el siempre recordado abrazo entre Balbín y Perón.
No es la primera vez que bastardean nombres, hechos históricos, símbolos y otros valores constitutivos de nuestra identidad nacional, enraizados en la memoria y el sentimiento colectivos.
La comparación carece de sustento, de racionalidad y respeto. Vale la pena adentrarse en los antecedentes de aquel abrazo, que puso en evidencia la talla de sus actores con una enorme carga de lucha por convicciones irrenunciables. Ambos defendieron la democracia: Balbín era hombre de un partido signado por figuras como Leandro Alem, Moisés Lebesohn, Hipólito Irigoyen y tantos forjistas que promovieron la democratización de las universidades con la Reforma de 1918. Como conductor de ese espacio político, había enfrentado al Peronismo y su líder afirmado en diferencias conceptuales, en ideas, en posiciones fundadas y sostenidas con coherencia en el Parlamento y en la calle.
Fueron décadas del proceso institucional argentino con esas antinomias que parecían irreconciliables. Inclusive el Radicalismo participó en comicios restringidos por la proscripción del Peronismo. Y el Peronismo resistió esa exclusión sin resignarse, hasta que repatrió al General Perón a su país. El desencuentro de las dos fuerzas políticas mayoritarias resultaba insostenible después de tanto atentado a la voluntad popular (golpes de Estado), proscripción y devastación económica y social. En ese contexto los dos dirigentes sellaron aquel abrazo, un 19 de noviembre de 1972. Las y los argentinos que habíamos luchado para recuperar la democracia en un escenario pleno – con el Peronismo incluido entre las alternativas– celebramos y nos emocionamos ante ese compromiso de clara responsabilidad ciudadana. Ninguno de los dos renunció a su identidad partidaria, ni la liquidó por una conveniencia de coyuntura. No acordaron ese encuentro significativo entre gallos y medianoche a cambio de algunos favores de ocasión. Eran políticos en serio, sustentados en una trayectoria de ideas y principios.
La grotesca payasada del trío Bullrich, Macri, Milei; las pocas horas de escuchar una artillería de agravios mutuos y sin que medie una razón profunda como no sea la única y reiterada propuesta de “exterminar al kirchnerismo”, no tienen nada que ver con aquel abrazo de Perón y Balbín.
Probablemente la coincidencia de ciertas fechas referidas a acontecimientos épicos no sea mera casualidad. Octubre ha sido – en la Argentina de 1945 . el amanecer de un tiempo virtuoso para bien de las mayorías. El 19 de noviembre de 1972 aquel abrazo marcó una voluntad contundente de cerrar heridas que lastimaron por mucho tiempo nuestra convivencia democrática. Y el próximo 19, 41 años después, con la memoria de los dolores acumulados por dictaduras nefastas, con la sabiduría de nuestros errores y nuestra debilidad en la desunión, vamos a renovar en las urnas el sentido profundo de aquel gesto. Va a ser el abrazo abierto y al sol, compartido por millones de compatriotas, cargado de una energía transformadora, sin grietas que nos paralicen, con todas y todos portando sus legítimas diferencias y una sola invocación que nos trasciende: la Patria.
La Patria, que no es una abstracción: son los hombres y mujeres que trabajan, crean, construyen, educan, investigan, producen y tienen derecho al bienestar. Los que ya hicieron aquello y siguen guiando en un retiro disfrutable. Son las infancias desvalidas y las protegidas en familia, que merecen la mejor salud, educación y alegría en esa etapa que tanto marca la vida. Son las y los jóvenes desconcertados, comprometidos, azorados, a veces banalizados que aspiran a bienvivir su presente y quieren soñar con un buen futuro. En el país de sus raíces, de sus amores y amigos.
Leopoldo Marechal, ese enorme poeta nuestro decía “la Patria es un dolor que no tienen consuelo”. Ojalá podamos quebrar de una vez y para siempre esa sentencia, que sea la Patria con su potente encarnadura de personas, paisajes, cultura, saberes y valores, una abrazadora y convocante esperanza común.