Los reventados de Asís: una mezcla de “Los inútiles” de Fellini y la futura casta con derecho a fracasar
Por Gastón Garriga
En poco más de dos semanas, estaremos en 2024, año en que, entre otras cosas, se cumplirán cincuenta años desde la publicación de “Los reventados”, para mí la mejor novela de Jorge Asís, en el lejano, casi inimaginable, 1974.
El que no es lector de Asís tiene que laburar para llegar a los “Los Reventados”. Tiene que atravesar primero varias capas del autor. La del mediático, la del analista político con gesto ampuloso y pilcha de dandy, que con su incorrección “sorprende” al entrevistador poco versado y crea el producto televisivo perfecto para las masas despolitizadas, la del ex funcionario y diplomático que añora la década del noventa.
Todo eso, para llegar al novelista. Y después, atravesar los hits. Primero, “Flores robadas en los jardines de Quilmes”, que lo instala en la escena y abre la trilogía que completan “Carne picada” y “Cazadores de canguros”. Luego “El gran diario argentino”, su exceso de audacia que pagaría caro, pero hasta de ese purgatorio haría literatura con el “Cuaderno del acostado”, Asís escribió y publicó mucho, de hecho, afortunadamente lo sigue haciendo. Pero nada como “Los reventados”.
Nunca me queda claro si Asís es o no peronista, pero es innegable tanto la fascinación que el peronismo ejerce sobre él, como la que le genera al peronismo leerse y reconocerse entre sus páginas y sus personajes. Cada texto de Asís sobre el peronismo, más allá de cierta tendencia a repetirse a sí mismo, es una celebración. Pareciera que mutua.
“Los reventados” es una novela histórica, como “La novela de Perón” y “Santa Evita” de Tomás Eloy Martínez, sólo que en vez de contar la historia de los líderes del peronismo, cuenta la de unos muchachos anónimos, unos personajes queribles, un producto de su época.
Transcurre 1973 y el acontecimiento alrededor del cuál todo y todos orbitan es el retorno de Perón y sus incógnitas: cómo, cuándo y dónde. “Todos”, en este caso, se concentra en Rosqueta, el cabecilla de un grupo de chantas, siempre a la pesca de un revoleo, una rosca, un rulo… algo.
Rosqueta y sus muchachos no tienen una ocupación definida. Bajan al bar, donde fuman y dejan enfriar sus cortados, suben a la oficina a conversar asuntos más privados y vuelven a bajar y así pasan las horas, sopesando roscas, contactos, posibilidades de “salvarse”. Porque peronismo y movilidad social ascendente son sinónimos (eso es lo que vuelve inaceptable el gobierno de Alberto Fernández).
Hasta que, con malas artes, se hacen de los derechos de una foto inédita del Viejo y, con un contacto en una imprenta, logran imprimir miles de posters, que van a venderle a la multitud que peregrina hacia Ezeiza, a reencontrarse con su líder. Todo lo hacen “a pedal”, tirando cheques o promesas, que son cosas parecidas, que se van renovando cada tantos días.
El auto parado en la banquina de la Ricchieri, los muchachos voceando los posters que no se venden (“¿qué querés si la gente no tiene un mango?”) se van enterando de a poco de ese primer anticipo de la tragedia, entre el eco lejano de los balazos y la tormenta que los castiga. La cosa salió mal. La fiesta popular fue un revoleo, pero de plomo. La gente ahora camina pero en sentido contrario, la cabeza gacha, la mirada sombría.
Los reventados, en ese momento, descritos por Asís con enorme precisión, eran unos lúmpenes, a la vez un tanto grotescos, desmedidos en sus ambiciones, que podían despertar hasta cierta ternura. Son personajes dignos de su autor, un pibe de Domínico, un turco simpático, entrador y ambicioso, un artista, un orfebre del chamuyo, oral y escrito.
En su recorrido vital, Asís fue funcionario, embajador, conoció los salones del poder, los restaurantes más caros y las mejores minas, no a pesar de ser un pibe de Domínico, sino justamente por ser un pibe de Domínico. La desfachatez conurbana, un exotismo muy bien cotizado, de Chatelet a Clichy.
Tras el placer de la lectura, la tentación posterior es imaginar cómo hubieran envejecido esos reventados, si hubieran tenido la oportunidad. Son tal reales, que uno se siente tentado de otorgarles ese derecho. Pronto sobrevendría la Triple A. Alguno habría simpatizado con ella, la mayoría no, tal vez se hubieran visto obligados a guardarse o a rajar a Madrid, Caracas o México.
Algunos integrarán la lista de los 30 mil desaparecidos. Otros volverían a pisar suelo patrio en 1983, se integrarían a la renovación cafierista o, los más afortunados, a la aventura encabezada por Carlos Menem. Lo cierto es que, después de tantos años, salvo alguna excepción que hubiera puesto un videoclub o una rotisería, los más habrían perfeccionado su entendimiento, su olfato y su capacidad de análisis y construcción.
Los habría algunos al servicio del bien común, otros al servicio del interés y la fortuna personal, pero todos, sin excepción, serían personajes de esos que a uno lo hacen decidir ir a un asado si sabe que estarán, porque son garantía de charla interesante, de esa que le suma un par de puntos a cualquier vino. De los que te dicen “escuchá, pibe” y arrancan.
Serían, en distintas ligas, políticos profesionales o profesionales de la política, dueños de una capacidad de abstracción muy superior a la media, capaces de imaginar un objetivo y luego el camino y las personas para realizarlo, de elegir en cada caso la palabras y los gestos más acertados, eligiendo cuidadosamente la oportunidad.
Serían de esos que te mandan dos líneas por Whatsapp y unos dedos en V para el 17 de octubre o de noviembre, portadores de una inteligencia sutil y cada vez más escasa, que la moda actual estigmatiza como “casta” y que tal vez, sólo tal vez, tengan su reivindicación histórica luego de que el nuevo gobierno haya ejercido, en términos del propio Jorge Cayetano Zaín Asís, su derecho al fracaso.
Fuente: Página 12