Subordinación política, dependencia económica e injusticia social. Por Elio Noé Salcedo
De “Cumbres Borrascosas” a la Doctrina Monroe
La realidad se parece cada vez más a la ficción, que está fuertemente intermediada por la fábula y la virtualidad alienantes de los medios de comunicación, las redes sociales, la publicidad, la literatura pasatista, etc. Por irracionalidad, ignorancia o irreflexión, los protagonistas de esa irrealidad que se naturaliza por una u otra razón, terminan no siendo conscientes de lo que sucede a su alrededor… Si hiciéramos un símil entre la famosa novela “Cumbres Borrascosas” y la realidad presente, podríamos afirmar que, como sucede en la famosa novela de Emily Bronté, el niño Heathcliff ha llegado oculto en el regazo del Sr. Earnshaw. En ese sentido, como dice un ajustado comentador, “Cumbre Borrascosas” “es una historia de amor y venganza, de odio y locura, de vida y muerte, en la que Catherine Earnshaw y el niño Heathcliff protagonizan una historia de dependencia mutua” (algo enfermiza), “aunque la libertad que Heathcliff representa no es la más idónea para una mujer que pretende ser respetable”, pero que cree ser “el alter ego” de su victimario. Esa es la razón “de la dependencia e interacción entre ambos”, que el tiempo demostrará trágica.
Haciendo pie en las metáforas de la novela, pero intentando apartarnos de la ficción, cabe preguntarse respecto a la propia sociedad argentina: ¿podríamos respetarnos como pueblo si entregáramos nuestras almas (educación, cultura, tradiciones nacionales, inteligencia), nuestros bienes personales (trabajo, pan, salarios, jubilaciones, pensiones, techo, ahorro, servicios, modo de movilizarnos) y nuestras riquezas nacionales (recursos naturales, territorio, empresas públicas, bancos, educación pública, moneda) a quiénes solo quieren lucrar con ellas y no ven nuestro bienestar sino su propio beneficio, más allá de sus promesas y fabulaciones?
¿Se volverá a repetir en nuestra historia la versión renovada de esas “relaciones carnales” que han padecido trágicamente ya varias generaciones de argentinos? ¿No ha sido la relación, más o menos dependiente con los poderes hegemónicos y el “poder real”, la que entre 1930 y 1943, entre 1955 y 1973, entre 1976 y 2001, y en el siglo XXI entre 2015 y 2019, nos ha llevado a la subordinación política, la dependencia económica y la injusticia social, descontando la falta de autonomía cultural durante dos siglos de dictadura espiritual oligárquica? ¿No demuestra ello, una vez más, la estafa electoral que significan las promesas de ajustes estructurales y de una presunta revolución contra una abstracta casta política, cuando de lo que se trata en realidad, y está a la vista, es de una política en toda la línea contra el pueblo y contra la Patria? Y como si eso fuera poco, el apoyo inconcebible a consignas como esa de “América para los americanos” (del Norte) desde nuestras propias filas, nos llama la atención y nos hace poner en guardia respecto a esa posibilidad.
“América para los americanos” o la doctrina Monroe
La Doctrina Monroe, sintetizada en la frase “América para los americanos” (del Norte), fue elaborada en 1823 por John Q. Adams, aunque fue atribuida al presidente de EE. UU. James Monroe. Establecía que cualquier intervención de los europeos en América sería vista como un acto de agresión que requeriría la intervención de Estados Unidos de América. Tal consigna no fue respetada por Estados Unidos en 1982 durante la guerra de Malvinas contra el imperio británico, a pesar de estar vigente tanto la doctrina Monroe como el TIAR: Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca; Estados Unidos sigue votando en todos los foros internacionales junto al Reino Unido de Gran Bretaña e Israel en contra de nuestra soberanía en Malvinas; y para más dato, Estados Unidos, junto a la mayoría de los países europeos, integra la OTAN, cuyo poderío militar sostiene las pretensiones de Gran Bretaña en Malvinas y en el Mar Argentino, peligro que se proyecta tanto a la Antártida como al territorio nacional en su totalidad.
Ya el mismo libertador Simón Bolívar sospechaba antes de 1823 que Estados Unidos estuviese destinado “para, en nombre de la libertad, cubrir América con las lacras de la miseria”. En efecto, en 1820, Estados Unidos intentaba constituir una “alianza comercial general” en la que la propia voz cantante la llevaría el propio secretario de Estado Henry Clay, quien afirmaba, como para que no queden dudas: “Podemos crear un sistema del cual seremos centro y en el cual toda la América del Sur actuará con nosotros”. Eso se llama tener una visión de los propios intereses nacionales, sin preocuparse ni ocuparse de los intereses nacionales de los demás. La subordinación a sus intereses geopolíticos y económicos es lógicamente esperable de ellos, pero no de nosotros.
Hay otros intentos en el tiempo que confirman la intención de integrar América para los americanos del Norte. En 1861, Estados Unidos trataba de integrar a los países del Caribe para su provecho; en 1889, durante la Primera Conferencia Panamericana de ese año, Estados Unidos intentaba imponer la “Unión Arancelaria Continental” con el fin de desplazar a Europa (dominante en nuestras tierras por entonces) y convertirse en el único proveedor de América Latina.
Ahora bien, ¿de qué nos proveería Estados Unidos?, ¿de productos industriales? ¿O ahogaría nuestras propias producciones industriales como lo hizo Gran Bretaña en todo el siglo XIX y principios del XX? ¿Nos proveería, acaso, de productos agropecuarios? Parece al menos curioso que Estados Unidos quisiera proveernos de materias primas que la Argentina puede proveer al mundo entero, a no ser que nuestros productores y exportadores fueran socios comerciales de Estados Unidos, como lo fueron en su momento de Gran Bretaña, sin que lográramos por eso convertirnos en un país desarrollado. Poder alimentar al mundo no significa tampoco que dejemos de comer nosotros, dejar de agregar valor a nuestros productos primarios, desindustrializarnos ni dejar de ser soberanos.
¿Podría favorecernos algún tipo de intercambio con Estados Unidos? Lo dudamos, tratándose de economías competitivas y no complementarias. He allí por qué no nos quieren industriales. Pedir que Estados Unidos –nuestro mayor competidor– levante sus barreras arancelarias para el ingreso de nuestros productos tanto agropecuarios como industriales es de una ingenuidad que raya en lo ridículo.
Esclarecido sobre los verdaderos intereses de Estados Unidos respecto a aquella consigna de “América para los americanos”, el mismo general Perón la sindicaba como la causa que “ha impedido la realización de toda integración continental latinoamericana sin la “protección” de Estados Unidos”. Inclusive, “la existencia de la OEA ha sido una permanente campaña por los viejos designios, si bien con resultados bastante limitados en lo que a integración se refiere, porque todos los países de la América Trigueña han tratado de evitar de una u otra manera la absorción del Norte”.
El propio intento del general Perón de constituir una alianza estratégica entre Argentina, Brasil y Chile (ABC) en 1953 se frustraría por la acción destructiva de Estados Unidos que, después de generar con sus presiones el suicidio del presidente de Brasil Getulio Vargas, a partir de 1956 y después de derrocar a Perón, pondría bajo tutela norteamericana la creación de la ALALC (intento parecido al ALCA), una suerte de parodia de “Mercado Común Latinoamericano” supervisado por la OEA (ministerio de Colonias de Estados Unidos), con el consiguiente fracaso inducido. Luego lanzaría una imposible Alianza para el Progreso para “ayudar” a los países latinoamericanos que contó -afortunadamente- con la expresa prohibición del Congreso de Estados Unidos para dar u ofrecer esa ayuda a los países latinoamericanos. Imaginamos lo que sería recibir ayuda como la recibieron Irak, Afganistán, Libia, Siria y otros países periféricos.
Lo intentaron todo, pero no a nuestro favor, aunque borraran luego con el codo lo que habían escrito con la mano. Como decía un viejo caudillo catamarqueño: “Pura cháchara”. Ese fue igualmente el cometido del ALCA en 2004, que tenía la finalidad de “lograr el viejo propósito de hacernos sucumbir a la prepotencia de los poderosos”. Con esas palabras, Perón había definido muchos años antes los intentos de “nuestro hermano mayor” para mantenernos dominados, tal como nos encontró el comienzo del siglo XXI y tal y como lo había vaticinado el líder justicialista, tan olvidado tanto por doctrinarios como por “actualizadores” de su pensamiento.
De tesis doctorales y realidades políticas
Como recogiendo el guante de Manuel Ugarte, cuya campaña latinoamericana había dejado al descubierto las tropelías norteamericanas en Nuestra América, en su tesis doctoral, el Dr. Deodoro Roca -uno de los protagonistas e ideólogos principales de la Reforma Universitaria de 1918, redactor del Manifiesto Liminar– denunciaba la “Doctrina Monroe” caracterizándola como “la máscara que utiliza Estados Unidos para disfrazar una imperiosa necesidad política y económica que siempre merodeó en las vecindades” (México, Santo Domingo, Panamá, Nicaragua e incluso Malvinas), y que engendrara a su vez el panamericanismo, tras el que Deodoro Roca veía “los tentáculos de la plutocracia omnipotente obstinada en considerar a la América hispana como feudo remunerador”. Pues bien, ¿cuáles eran los fundamentos de esa imperiosa necesidad política y económica de la que hablaba su tesis? Dejemos que sea el propio general Perón el que nos dé respuesta a ésta y tantas otras cuestiones planteadas por Ugarte y en particular por la generación del ´18, como fuera la gratuidad de la enseñanza universitaria.
Así lo planteaba el general Perón el 28 de agosto de 1952 en el Diario “Democracia”, con el seudónimo de Descartes, dando fundamento también a nuestra doctrina sobre política internacional, que sirve para introducirnos en un tema que es preciso abordar en algún momento en toda su extensión y profundidad. “El imperialismo capitalista -escribía Perón en “Democracia”-, desde su nacionalismo materialista practica un nacionalismo extremo para uso interno, en tanto que, impelido por la necesidad de “colonizar” y “dominar”, utiliza para uso externo una peregrina concepción de la necesidad de subordinar las soberanías nacionales a la soberanía general de su conveniencia imperialista. Los pequeños países, según su consejo, deben abdicar de sus soberanías, para pasar a formar parte de la de ellos (síntesis de la engañosa teoría de “América para los americanos”). Así, mientras salvamos al mundo, nos vamos perdiendo nosotros”.
En su Doctrina Universal, el general Perón aclaraba sabiamente, además, que “construir el mundo en su conjunto exige liberarse de dominadores particulares” y “mientras se realice el proceso universalista, existen todavía dos únicas alternativas para todos los países del Tercer Mundo: neocolonialismo o liberación”. Porque “si esa integración universalista la realizara cualquiera de los imperialismos, lo harían en su provecho y no en provecho de los demás”. Por eso, el Tercer Mundo –en este caso en particular América Latina y el Caribe- “no dejará en el futuro que los imperialismos puedan resolver el problema de la Organización Universal en su propio provecho y beneficio y en perjuicio de todos los demás”. Por el contrario, el general Perón preveía que el Tercer Mundo, una vez unido, fortalecido, emancipado y realizado, organizaría “un sistema cooperativo de gobierno mundial” que conduciría a “la anulación de todo dominio imperialista y donde nadie será más ni menos que nadie”.
Esa es la oportunidad que, a cambio de la opción imperialista (“unidos y dominados” por el país del Norte), nos ofrece la opción multilateral de los países emergentes que constituyen los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) + AAIEEE (Argentina, Arabia Saudita, Irán, Egipto, Emiratos Árabes y Etiopía), al que ahora quieren sumarse también los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) para construir ese mundo que avizoraba el general Perón en provecho de todos.
Por eso apuntan sus cañones contra esa política internacional, porque esa es la puerta de nuestra verdadera reinserción al mundo que queremos construir y mejorar y que además nos permitirá reencontrarnos, sin presiones imperialistas, con nuestra soberanía política, nuestra independencia económica y cultural, la justicia social y la unidad de América Latina (incluido todo el Caribe), siempre y cuando acompañemos esa política internacional con una política interna también revolucionaria -de cambios estructurales-, pero en sentido contrarioal que hemos comenzado a transitar tortuosamente por estos tristes días que quieren vaciar de contenido patriótico nuestros sueños e ideales argentinos y latinoamericanos.