Nación o No-Nación: dos proyectos de país incompatibles. Por Elio Noé Salcedo
Si nos remontamos a la revolución de mayo de 1810, caemos en la cuenta de que ya existían por entonces las fuerzas ideológicas que hoy pujan por imponer su proyecto político que, como decía el propio padre de nuestra Independencia, son incompatibles entre sí.
En nuestros comienzos como país, en lucha por nuestra independencia política y nuestro desarrollo soberano, el sistema económico reposaba esencialmente en la actividad de los comerciantes monopolistas españoles, en los criollos e ingleses ligados al contrabando y en los ganaderos que deseaban vender a Europa sus excedentes. No existía virtualmente burguesía industrial, ni capitales, ni técnicos para montar un aparato productor realmente nacional y poderoso a través del cual pudiéramos mantenernos por nosotros mismos, crecer, desarrollarnos como sociedad y constituirnos como Nación.
Fue en tales condiciones que el Dr. Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta de Gobierno, concibió un “Plan de Operaciones”. No se trataba, como dice Jorge Abelardo Ramos en el primer tomo de “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, tan solo de un esquema de defensa militar y política de la revolución recién iniciada, sino que “implicaba ante todo una concepción económica de índole americana poseída de un carácter eminentemente creador”. Se trataba de un proyecto de Nación frente a dos alternativas: el proyecto colonial del que queríamos emanciparnos, o, en su defecto, el proyecto semicolonial (hoy todavía vigente sin que hayamos podido erradicarlo) que, como había dicho Manuel Belgrano durante las invasiones inglesas, pretendía que cambiáramos de collar sin dejar de ser perros. Mariano Moreno planteaba una verdadera política revolucionaria, no porteña ni dependiente del extranjero, sino nacional americana.
El secretario de la Junta -refiere Ramos- sostenía “el monopolio del comercio exterior, fundamental ayer como hoy para la defensa económica de un país semicolonial (en proceso de emancipación política y económica, que hoy, a 200 años de la Revolución de Mayo, todavía no hemos logrado definitivamente); el control de cambios y del tráfico de oro y divisas; la expropiación de las grandes fortunas improductivas y su utilización por el Estado para el desarrollo de la industria nativa, de la educación técnica, de la agricultura y de la navegación; el monopolio estatal de la industria minera; la expansión americana del movimiento revolucionario y la aplicación de medidas severas para exterminar los focos de la contrarrevolución”. Todo lo contrario de lo que quiere hacer el nuevo virrey llegado en estos meses a nuestras tierras.
En “Mariano Moreno y la revolución nacional”, Norberto Galasso analiza en detalle la significación del Plan de Operaciones para recaudar los fondos necesarios a fin de ser puestos “en diferentes giros en el medio de un centro facilitando fábricas, ingenios, aumentos de agricultura, etc.”. A falta de una burguesía nacional preexistente, como en los países de Europa, o en EE.UU. antes de la guerra de secesión, ese centro en Nuestra América no era otro que el Estado, instrumento institucional por excelencia “para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc.”, que produciría en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, “sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes”. Si aquella no era una verdadera revolución nacional y Mariano Moreno no era un patriota de excelencia, habría que reinventar esos términos o categorías.
Como vemos, comenta Jorge A. Ramos, lejos de soñar con un Estado modesto, desinteresado, “libre” y generoso con los ricos y los de afuera -tal como convenía a los ingleses-, “Moreno proyectaba compensar la debilidad de las fuerzas económicas nacionales con el fortalecimiento del Estado, asignando a éste una función de empresa, de banquero y de industrial, con el fin de echar las bases para un capitalismo nacional todavía inexistente”. A su vez, “establecía expresamente la limitación de importar aquellas “manufacturas” de tipo suntuario, por las que tanta predilección sienten los núcleos oligárquicos de ayer y hoy” (autos de alta gama, bebidas blancas y otras banalidades) propia de una verdadera casta.
Además, Moreno prohibía en su Plan “a cualquier particular explotar minas de plata o de oro, tarea que reservaba para la Nación y cuya violación se castigaba con la pena capital”. Y con el propósito de impedir la fuga de metálico, “prohibía asimismo por el plazo de 15 a 20 años vender cualquier clase de establecimiento, salvo por causas bien claras para el Estado”. Todas esas medidas, entre otras, permitían al Estado “procurar todos los recursos que sea menester introducir, como semillas, fabricantes e instrumentos, comenzando a poner en movimiento la gran máquina de los establecimientos para que progresen sus adelantamientos”.
No es en vano cuando decimos que las políticas libertarias nos quieren retrotraer a antes de la Revolución de Mayo. La claridad y convicción con la que esta administración ha desplegado su plan de gobierno a través de los inadmisibles DNU, debería hacernos tomar debida y rigurosa conciencia sobre los intereses en juego y el peligro de tirar doscientos años de lucha, así como así, al basurero de la historia.
Cuando el virrey de turno dice que “no hay plata”, oculta decir que la plata que hay no es para los argentinos sino para los privilegiados nativos y extranjeros. Pero lo dicen a grito la estatización de la deuda privada y el perdón de la deuda a particulares; el nuevo endeudamiento externo; la paralización de las obras públicas y la cesantía de empleados estatales; el congelamiento de salarios; el aumento de la inflación, de las tarifas y de los impuestos; la venta de empresas del Estado superavitarias; la entrega de recursos naturales y de organismos estratégicos; la lapidación del territorio y la quita del descuento del IVA a los consumidores, entre otras medidas contra el pueblo.
En los países desarrollados, durante las revoluciones nacionales (inglesa, francesa, norteamericana) los marginados de entonces (burguesía industrial y proletariado) expropiaron sin más a los privilegiados de siempre (aristocracia y señores feudales). En nuestro caso, al revés, y de manera opuesta al “Plan de Operaciones” de 1810 -DNU mediante-, se trata lisa y llanamente de la expropiación de los ingresos, recursos y bienes ganados por el pueblo argentino, a favor de las clases privilegiadas (nativas y extranjeras), que después de doscientos años siguen lucrando con nuestro atraso e infortunio como Nación, a pesar de lo realizado y logrado por nuestros grandes movimientos nacionales. No hay duda de que buena parte de los lineamientos históricos del peronismo están prefigurados en el Plan de Operaciones de Moreno.
No sería casual que al caer en desgracia Mariano Moreno e iniciar su viaje al más allá en un buque inglés, prontamente el poder fuera ocupado por la camarilla libertaria de entonces, representada por el Primer Triunvirato, del que -¡oh casualidad!- su secretario ejecutivo era Bernardino Rivadavia, fundador del partido unitario porteño y probritánico.
A exceso de información sobre los antecedentes anti independentistas, anti patrióticos y anti nacionales de este nefasto personaje (enemigo jurado del federalismo provinciano), permítasenos transcribir unos párrafos del capítulo sobre “Liberalismo rivadaviano en las provincias argentinas” del libro “San Juan, su Historia (1562 – 2015)”, para poner de manifiesto esa política -antítesis de la política revolucionaria de Mayo- de quien llegara a ejercer una breve y escandalosa “presidencia” en 1826, alcanzada en forma arbitraria y tramposa:
“La política rivadaviana y el poder de Buenos Aires durante la década del 20 (1820) determinó muchas cosas que perjudicaron a todo el Interior argentino, a saber: boicoteó en 1821 el Congreso Federal de Córdoba convocado por Juan Bautista Bustos, que hubiera podido brindarle al país -treinta y dos años antes de 1853-, una Constitución Federal; dejó el manejo del comercio exterior y las finanzas en manos de extranjeros; persistió en el monopolio del puerto único y de los ingresos exclusivos de la Aduana de Buenos Aires –causa eficiente de nuestras guerras civiles-, que debía ser la fuente de ingresos participables a las provincias también, y que no lo fue en forma efectiva y eficiente hasta la federalización de Buenos Aires en 1880; generó el endeudamiento del país con la banca británica Baring Brothers por el término de 80 años, cuyo préstamo servía solo a Buenos Aires, aunque hipotecó con ese empréstito a todas las provincias y al país, al poner sus bienes y recursos como garantía, sin realizar tampoco ninguna de las obras para las cuales se había tomado, aparte de recibir finalmente solo la mitad del monto acordado; llevó a cabo una política económica librecambista, que si bien favorecía a Buenos Aires, perjudicaba grandemente a las demás provincias, impidiéndoles su desarrollo industrial, social y cultural; generó una reforma “liberal” a nivel militar, eclesiástico e institucional -reforma esta última que elevaría a Rivadavia a “Presidente”-, sin darle solución a algún problema nacional ni conformar a las provincias y ni siquiera a los bonaerenses. Así y todo, el dinero de Buenos Aires no alcanzaba –“no había plata”- para la consecución de la guerra de la Independencia, a la que Buenos Aires y Rivadavia le negaron su apoyo”.
No hay nada nuevo en la plataforma de gobierno libertaria. Moreno o Rivadavia, revolución o contrarrevolución, Nación o No-Nación. No se trata sino de dos proyectos incompatibles y excluyentes de país. Para salir de este empantanamiento y avanzar de una vez por todas, antes que nada, debemos tomar debida conciencia de ello.
Muy bueno querido Elio. Abrazos