Bolívar a la luz del pensamiento europeo. Entre la “dictadura” y la desunión. Por Elio Noé Salcedo

En el análisis que Carlos Marx hace sobre Simón Bolívar, que llega hasta nosotros en el texto publicado por “The New American Cyclopedya” de 1858, todo el esfuerzo emancipador y a la vez unificador del Libertador queda reducido a sus ambiciones personales. De tal disparate -sobre todo viniendo de una fuente reconocida del pensamiento universal-… tal reduccionismo, simplismo y subjetivismo en el pensamiento marxista que traspasará el Atlántico. Y por ello, la necesidad de su nacionalización, bien planteada por Roberto A. Ferrero en “Enajenación y Nacionalización del Socialismo Latinoamericano”.

En efecto, en “Enajenación y Nacionalización del Socialismo Latinoamericano”, Roberto A. Ferrero (2010) realiza un verdadero análisis del estado de esa enajenación y una crítica superadora de ella, solo posible con la nacionalización del socialismo, o lo que es lo mismo, la nacionalización y desacralización definitiva del marxismo en su versión panfletaria, ortodoxa y eurocéntrica.

El capítulo primero del libro de Ferrero está precedido por la cita de Eduardo Chavolla, quien señala: “Tanto Marx como su compañero Engels fueron hombres de su tiempo, y por tanto limitados geográfica y culturalmente en su visión acerca de los otros pueblos que se encontraban más allá de sus fronteras” (“La imagen de América en el marxismo”). En ese sentido, “la singularidad latinoamericana no pudo ser comprendida por los fundadores del marxismo porque su sistema, fuertemente eurocéntrico, no les permitió ver la particularidad de estos pueblos”.

Nuestro propósito, sin desconocer el aporte del marxismo al pensamiento histórico, político y económico europeo, e incluso a la “cuestión nacional” de los países “periféricos” una vez descubierta la existencia de países opresores y países oprimidos y el carácter colonial del capitalismo europeo, va en sentido contrario al que -provenga de donde provenga (a diestra y siniestra del espectro ideológico)-, nos niega como verdaderos sujetos de la historia y nos ubica solo como meros objetos de explotación o especulación teórica.

Sabido es que Marx y Engels -argumenta Ferrero- vivieron y pensaron en una época caracterizada por el desenvolvimiento hegemónico del capitalismo europeo, la constitución estatal de las últimas naciones burguesas del Viejo Continente, y el triunfo definitivo de la visión racionalista y laica del mundo sobre las concepciones mágicas y religiosas propias del Medioevo. Esta especificidad de la realidad en que vio la luz el marxismo determinó su especial visión eurocéntrica del desarrollo histórico… dinamizada primero por su burguesía y luego por su proletariado, quienes, en su expansión por sobre la vasta periferia no-europea -sostenían- llevaría a los pueblos “bárbaros” y “atrasados” (incapaces de un desenvolvimiento endógeno) los beneficios del progreso industrial y la superior civilización europea, aun al precio de algunos dolores inmediatos que debían soportar quienes serían los beneficiados en el largo plazo”.

En la caracterización y reseña que Marx hace de Simón Bolívar y su lucha por la independencia y la unidad americana, se puede ver, sin demasiada dificultad, la visión cerrada, equivocada y eurocéntrica del gran pensador de Tréveris y su incomprensión sobre uno de nuestros máximos héroes continentales y el sentido de su lucha. En su ataque al caudillo americano, Carlos Marx, aparte de desconocer sus cualidades como militar y político, critica en Simón Bolívar sus “intenciones”, “ambiciones” y condición de “dictador”, sin siquiera averiguar si esa no era la única solución a la inmadurez y propensión centrífuga de la realidad americana, y cuya desunión, en definitiva, constituiría nuestra mayor tragedia, al contrario de lo que habían logrado las revoluciones nacionales en Europa, incluso con monarquías constitucionales, y así también en Norteamérica después de la imposición por la fuerza de las armas (Guerra de Secesión) del proyecto industrialista del Norte sobre el proyecto del Sur agroexportador esclavista.

Bolívar, Marx y la realidad americana

Al iniciar su breve ensayo sobre Simón Bolívar, Marx comienza cuestionando que, después de volver a su patria en 1809, Bolívar “rehúsa adherirse a la revolución que estalla en Caracas el 19 de abril de 1810”, si bien a posteriori, admite el autor de ese cuestionamiento, Bolívar aceptará alguna misión por encargo de los jefes de aquella revolución.

Habiéndole otorgado el general Francisco Miranda, comandante en jefe de las fuerzas de mar y tierra, el grado de teniente coronel y el mando de Puerto Cabello en septiembre de 1811, Marx responsabiliza lisa y llanamente a Bolívar de la pérdida de aquel importante Puerto, donde se mantenían encerrados los prisioneros de guerra españoles.

Este acontecimiento -la pérdida de Puerto Cabello y la retirada de Bolívar, que Marx interpreta como una huida-, según su visión “inclina la balanza a favor de España, forzando a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del Congreso, el tratado de La Victoria, que somete nuevamente a Venezuela al dominio español”.

Pero no es solo esto. En ocasión de llegar Miranda a La Guaira con intención de embarcarse en una nave inglesa rumbo a su exilio, Marx también responsabiliza a Bolívar y sus amigos de entregar a Miranda al jefe español -Monteverde-, quien lo remite a España, donde encadenado, Miranda muere en cautiverio.

El hecho de que el comandante español autorice a Bolívar que embarque con destino a Curazao y luego a Cartagena, es motivo para que Marx vuelva a desconfiar del caraqueño, quien, a pesar de todo, recibe allí una “acogida entusiasta” y el apoyo de “gran cantidad de soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda”, quienes reconocen a Bolívar como comandante en jefe para “emprender una expedición contra los españoles en Venezuela”. Y así, “la expedición parte a comienzos de enero de 1813”.

Al continuar su marcha, ya en Bogotá, en donde tiene su sede el Congreso de Nueva Granada (actual Colombia), “son allí muy bien acogidos, se los apoya de mil maneras y el Congreso los asciende al rango de generales”, refiere el mismo Marx, y “luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marchan por distintos caminos hacia Caracas” para intentar recuperarla.

Llegados aquí, hagamos una pausa a nuestro análisis del relato y comentarios de Marx, para poner en conocimiento del lector el quehacer político de Bolívar, pues además de ser subestimado de muchas maneras por el pensador alemán, su texto de 1858 en el The New American Encyclopedia ignora o no reconoce la importante actuación política y militar ni el esclarecido pensamiento del Libertador de medio Continente.

Las proclamas y cartas de Bolívar

En 1805, en presencia de su antiguo maestro Simón Rodríguez, Simón Bolívar ha jurado en la cima de una de las colinas de Roma (Juramento de Roma), consagrar su vida a la causa de la independencia de Hispanoamérica. “¡Juro delante de usted -dirá frente a su maestro-; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor; y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, ¡hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”. Cumpliría su palabra a partir de entonces y no abandonaría la lucha hasta prácticamente la hora de su muerte.

En abril de 1810 la Junta de Caracas ha ganado su autonomía, aunque igual que la Junta de Buenos Aires en mayo de 1810, lo ha hecho en nombre de Fernando VII. Pero Caracas pronto la pierde otra vez en manos de los españoles. Es el momento de las controversias entre el Precursor Miranda y el Libertador Bolívar, todavía no en su plena madurez política ni militar. Cabe valorar entonces, en su justa medida, la situación política en América y, consecuentemente, el desconocimiento, la posición y la actitud equivocada de Marx cuando juzga a Bolívar.

Como dice Jorge Abelardo Ramos en “Historia de la Nación Latinoamericana” (1968), “al día siguiente de la formación de las Juntas, en América hispánica se manifiestan las tendencias centrífugas en todo el continente. Las aristocracias criollas asumen el control en todas las regiones. La fragmentación política hace su aparición bajo el manto del “federalismo” o de las satrapías locales”, que dividen y debilitan el frente interno de los americanos.

En efecto, “durante cinco años, el antiguo Reino de Nueva Granada -endonde ya se mueve Bolívar por esos años para contrarrestar ese retroceso-, vive una era que la historia conoce con el nombre de la “Patria Boba”. Cada provincia proclama sus autoridades, cada aldea tiene su Junta independiente y soberana, la palabra federalismo se convierte en la soberbia doctrina de la impotencia”, que Bolívar va a criticar con gran lucidez en sus escritos (Aclaremos que Bolívar habla del federalismo previo a la Independencia en toda América, finalmente disgregada, y no del federalismo posterior en el Río de la Plata que, por el contrario, resulta un federalismo defensivo, que no admite más divisiones y requiere un proyecto nacional para defender sus recursos y reconstituir la Nación disgregada).

Pues bien, contrariando algunos años antes a Marx, que no atina a entender semejante embrollo a los ojos de un europeo, Bolívar -ni bobo ni perezoso- expresa en su primer gran documento público/político del 15 de diciembre de 1812, conocido como el Manifiesto de Cartagena, las causas de la caída de la Primera República de Venezuela y propone medidas para restaurarla, mientras ya aparece una idea central: la unidad latinoamericana. Es conocida su consigna: “Unión, unión. O la anarquía os devorará”.

De todos los jefes revolucionarios de América en esa época, dice Ramos, “Bolívar es quien expresa más categóricamente la conciencia nacional común”. Aunque, es oportuno decirlo en favor de la gran lucidez intelectual y política del caraqueño, también “tenía la convicción de que la independencia había sido prematura, precipitada por la invasión napoleónica” a España en 1808.

En la coyuntura de 1812, se dirige así a sus compatriotas de Cartagena, que Bolívar considera parte inescindible de la Gran Colombia: “Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela (que ya ha sido recuperada por los españoles) y redimir a esta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan saludables”.

Allí Bolívar parece desautorizar a priori al mismo Marx, quien en 1858, borrando su revolucionaria concepción para Europa, reprueba la conducta de Bolívar que busca -con igual necesidad, aunque adaptada a la realidad americana- un camino seguro para la fundación, construcción y consolidación de la Nación Latinoamericana: la Patria Grande.

El joven político y militar americano parece anticiparse a los cuestionamientos del intelectual europeo, con la intención de persuadir “a la América a mejorar su conducta, corrigiendo los vicios (la falta) de unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos”, cuyo error, el líder americano no escatima en criticar y describir.

En efecto, Bolívar señala en esta oportunidad que “el más consecuente error que cometió Venezuela al presentarse en el teatro político fue, sin contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante; sistema improbado como débil e ineficaz, desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los últimos períodos, con una ceguedad sin ejemplo”. “Lo que debilitó más el Gobierno de Venezuela -reafirma en esa Memoria- fue la forma federal que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo, rompe los pactos sociales y constituye a las naciones en anarquía”. No hay duda ni doblez en su pensamiento.  Aludiendo en particular a la ciudad de Coro en ese mismo documento, manifestará con igual lucidez política y militar: “Coro es a Caracas, lo que Caracas es a la América entera”. 

¿Es este el Bolívar timorato e ingenuo, que no entiende o huye de sus responsabilidades, como lo pinta el profeta europeo?

No era un simple militar, tampoco un simple ciudadano. Por el contrario, tenía conocimientos y objetivos muy precisos de su doble quehacer (Independencia y Unidad), y lo demostrará tanto en sus campañas militares exitosas como en sus manifiestos, cartas y proclamas políticas, que muestran un conocimiento acabado de la realidad de Nuestra América en aquel momento de la historia.

Marx profundiza su diatriba

Sin embargo, más allá de lo apuntado, desde las primeras páginas de su desafortunado texto (que finalmente resulta un despropósito viniendo de quien viene), Marx piensa de Bolívar, que, “como la mayoría de sus compatriotas es incapaz de todo esfuerzo de largo aliento…”. Por el contrario, su campaña denodada y altamente consecuente por la unidad de América (y no solo por su independencia, lograda en Ayacucho en 1824) -aunque ciertamente con altibajos, avances y retrocesos y finalmente su trágica derrota-, durará prácticamente hasta 1830, el año de su muerte.   

Llegado a este punto, debemos advertir que ya no se trata solo de un juicio personal de Marx sino a la vez sociológico e ideológico, y sobre todo político. Digamos que, en este caso, Marx padece el mismo prejuicio que marxistas y no marxistas latinoamericanos sobrellevan (en este caso inaceptable, por tratarse de nativos), producto de su colonización pedagógica y cultural, que los ha provisto -aparte de la falta de un pensamiento original- de un desprecio hacia lo propio y, en definitiva, de una profunda baja autoestima, que resulta de esa misma colonización y que en Marx es solo natural eurocentrismo.

A lo largo de su reseña histórica, política, sociológica y psicológica sobre Bolívar (sin llegar a ser ninguna de ellas, sino tan solo la subjetiva visión de un hombre europeo que no parece ser el Marx de los profundos y agudos análisis históricos sobre la Europa clásica, medieval o moderna), el escritor y pensador europeo pone permanentemente en duda el prestigio, la capacidad y la inteligencia política y militar de Bolívar en las condiciones históricas que le toca actuar.

Al comentar la situación de comienzos de agosto de 1813, lo sintetiza con esta sentencia: “… apenas tres meses después el Libertador pierde su prestigio…”, muletilla crítica que Marx no abandonará hasta el final del texto, con lo que termina de convencernos de que el europeo no hace sino tomar posición respecto a las fuerzas en pugna y ponerse del lado de Europa y sus aliados estratégicos en América, pero también en contra ya no de la independencia americana sino de su unidad, que es, con la Independencia, el principal objetivo permanente y estratégico de Simón Bolívar y los Libertadores de América.

Es durante ese año de 1813 cuando Bolívar pronuncia su “Discurso de Guerra a muerte”, dirigido a sus conciudadanos (destinado no a producir terror sino a separar nítidamente los dos bandos en lucha), que muestra no solo el criterio militar de Bolívar sino además su amplio criterio político, no tenido en cuenta siquiera por Marx.

En ese decreto Bolívar les dice: “Venezolanos: Un ejército de hermanos, enviado por el Soberano Congreso de la Nueva Granada (actual Colombia) ha venido a libertaros y ya lo tenéis en medio de vosotros, después de haber expulsado a los opresores de las provincias de Mérida y Trujillo”. Y en el desarrollo de su proclama, manifiesta: “A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inocuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir entre nosotros pacíficamente… Los españoles que hagan señalados servicios al Estado serán reputados y tratados como americanos… Y vosotros americanos, que el error o la perfidia os ha extraviado de la senda de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos… Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y salvaguardia”. 

El Libertador de medio continente, ¿un mediocre militar?

En la campaña de 1813, “en su ruta hasta Bogotá, en donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada”, refiere Marx, “el Congreso los asciende al rango de generales”, y después de eso, “luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marchan por distintos caminos hacia Caracas”. A medida que sus ejércitos se amplían por la concurrencia de nativos, “Santiago Mariño, un joven si formación (…) -relata Marx- logra expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al mismo tiempo que Bolívar gana terreno en las provincias occidentales”. Finalmente logra vencer la resistencia española -que para Marx resulta mérito militar de Ribas- aunque “a Bolívar se le tributa entonces una entrada apoteósica…”. 

Contando esas circunstancias, sin un mínimo de criterio político para analizar la situación histórica que se vive -cuenta Marx-, “se proclamó “Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela -Mariño había adoptado el título de “Dictador de las Provincias Orientales”-, crea la “Orden del Libertador”, forma un cuerpo de tropas escogidas a las que denomina guardia de corps, rodeándose de la pompa propia de una corte…”. De esa manera, insiste Marx en su impropio y despreciativo análisis, “su dictadura degenera pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes quedan en manos de favoritos que arruinan las finanzas públicas y luego recurren a medios odiosos para reorganizarlas”. Y de este modo tan lineal y “simple”, “el entusiasmo popular se transforma en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo disponen de tiempo para rehacerse”; si bien, y a pesar de todo, “la dictadura recibió una sanción legal” de parte de los americanos.

Apenas varios meses después, resultado de una lucha muy compleja, y derrotado por diversas circunstancias que no eran solo militares, “el 10 de mayo de 1815 -apunta Marx- Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica”, lugar donde Bolívar va a emitir su Carta más famosa y su proclama política más importante -la Carta de Jamaica-, que Marx omite dar a conocer o no comprende en su verdadera dimensión.

Para contrastarlo con una versión vernácula, menos superficial y ajustada al pleito histórico que se sustancia, demos lugar al análisis genuinamente histórico del autor de “Historia de la Nación Latinoamericana”, quien lo plantea de una manera muy distinta y ajustada a la lucha de fondo que se lleva a cabo.

Bolívar repitió, en la primera etapa de su lucha, el error fatal de su antiguo jefe Miranda -entiende Ramos-: mantener la quimera de una República abstracta, cara a los mantuanos (de donde Bolívar proviene) y que consistía en romper el yugo político con España sin despojarse de su hegemonía social sobre las “castas infames” (las clases de color)…”. Por eso, y he allí la razón de sus primeras derrotas, “la crisis española se transforma en Venezuela en guerra civil (guerra de razas y guerra de clases) antes que revolución de la Independencia”, y menos de Unidad.

Por supuesto, Marx no logra percibir esta realidad, sencillamente porque no la conoce, está muy lejos de ella y/o su corpus teórico, en principio, solo alcanza a Europa.

Si en España revolucionaria se trataba de elevar al pueblo a depositario de la soberanía política -abunda Jorge Abelardo Ramos-, en América Hispánica, después de tres siglos, se imponía emancipar socialmente a los oprimidos y humillados, es decir a los negros, indios, zambos y mulatos que constituían la mayoría de la población, sea como esclavos, como siervos o campesinos sin tierras”, que Marx ni siquiera atina a mencionar en todo su memorial anti bolivariano. “El contenido social de la revolución -completa Ramos- era la condición preliminar para impulsar las reivindicaciones nacionales contra los españoles”.

El impulsor de la unidad americana, ¿un mediocre político? 

Del mismo modo que como militar, a quien critica a lo largo de todo su relato, Marx ve en las decisiones políticas del Libertador un dictador y no un unificador, incluso en momentos en que peligra la Unión americana, y ve en su centralismo político una debilidad y no una fortaleza. Ve al militar cuando no quiere ver al político, y ve al político cuando no quiere ver al militar. En eso, la izquierda clásica de América Latina piensa de la misma manera. Es que allí se encuentra su raíz: en la interpretación eurocéntrica y reduccionista (marxista o no) de la realidad latinoamericana.

Por el contrario, en su Discurso ante la Asamblea Popular reunida en el convento de los franciscanos en Caracas, el 2 de enero de 1814, Bolívar desmiente, cuarenta años antes a Carlos Marx, en cuanto a sus intenciones dictatoriales: “No es el despotismo militar el que puede hacer la felicidad de un pueblo, ni el mando que obtengo puede convenir jamás, sino temporariamente a la República. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del Gobierno.; es el defensor de su libertad. Sus glorias deben confundirse con las de la República; y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad de su país… ¡que ninguno pueda poseer vuestra soberanía!… la voluntad general del pueblo será para mí, siempre, la suprema ley”.

Y mostrando su compromiso con el destino de Nuestra América, y a la vez superando el análisis de Marx sobre nuestra comprometida realidad, es el militar que no se escabulle de sus responsabilidades el que dice en el Manifiesto de Carúpero del 7 de septiembre de 1814, analizando las causas que han conducido a la perdida de la Segunda República de Venezuela: “Pretender que la política y la guerra marchen al grado de nuestros proyectos, obrando a tientas con solo la pureza de nuestras intenciones, y auxiliados por los limitados medios que están a nuestro arbitrio, es querer lograr los efectos de un poder divino por resortes humanos”. En cambio, reconoce, “soy inocente porque mi conciencia no ha participado nunca de error voluntario de la malicia, aunque por otra parte haya obrado mal y sin acierto”.

Es realmente sorprendente -solo entendible por su eurocentrismo- que un analista como Marx confunda lo subjetivo con lo objetivo -el efecto con la causa y lo adjetivo con lo sustantivo, como diría Jauretche- en lo que atañe a la conducta y acciones políticas de Bolívar. De esa manera, coincide con los que ven en Bolívar un “ambicioso” y no el Libertador de medio Continente, y un “dictador” y no el impulsor infatigable de la unidad americana. En la desconfianza de Marx respecto a Bolívar está por elevación la desconfianza del opresor europeo respecto al siervo americano que quiere liberarse y desarrollar su propio camino.

El tono de estas consideraciones se mantiene durante todo el escrito. Al final de 1819, “luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe, Bolívar marcha hacia Pamplona, donde pasa más de dos meses en festejos”, lo desacredita. Y “habiéndose retirado Morillo (el jefe español) de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persigue hasta Calabozo… Si Bolívar hubiese avanzado con resolución -vuelve a conjeturar negativa y prejuiciosamente Marx sobre el general americano- sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefiere prolongar la guerra cinco años más”, remata sin más explicaciones.

Durante la campaña de 1820, interpreta Marx, “a pesar de que disponía de fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregla para no conseguir nada”. Al final de 1820, “un rápido avance del ejército victorioso -insiste Marx en desprestigiar a Bolívar- hubiera producido, inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar pierde su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas”. 

En enero de 1821, el Congreso de Colombia inaugura sus sesiones en Cúcuta y el 30 de agosto promulga la nueva Constitución, aunque “habiendo amenazado Bolívar una vez más con renunciar, prorroga los plenos poderes del Libertador”.

En cuanto a la campaña de Quito en 1822, “a donde se habían retirado los españoles tras ser desalojados de Panamá por un levantamiento general…”, dice al pasar Marx, “finaliza (nada más ni nada menos) con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia” que, según la interpretación de Marx, “se efectúa bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo del ejército –se descubre Marx– se debieron íntegramente a los oficiales británicos…”.

En Bolivia, en 1823, continúa Marx, “Bolívar da curso libre a su tendencia al despotismo…” y “valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho, logra imponer, aunque tan solo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador de Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria”.

Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Perú en 1823 y 1824, sintetiza el pensador europeo, “Bolívar ya no considera necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delega en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringe sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de Constituciones”, insiste en desconocer sus méritos militares, con lo que subestima y empaña además la actuación política del Libertador genuino de medio continente.

Es más -insiste en reducir y equivocar su análisis-, “las tropas colombianas destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectúa Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenan una violenta insurrección. Los peruanos eligen al general Lamar Presidente, ayudan a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas (que los habían liberado del yugo español) y emprenden incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que reduce a este país a sus límites primitivos, establece la igualdad de ambos países y separa las deudas públicas de uno y otro”, lo que en realidad constituye la derrota del proyecto nacional americano unificador de Bolívar, San Martín y los propios habitantes de Nuestra América.

En 1826 -va concluyendo Marx-, cuando su poder comienza a declinar (al parecer de la nada, y por ninguna razón que el análisis marxista pueda desconocer), logra reunir un Congreso en Panamá, con el objeto aparente -desconfía- de aprobar un nuevo código democrático internacional”. En esa oportunidad, continúa, “llegan plenipotenciarios de Colombia, Brasil, el Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar -acierta- era unificar toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador sería él mismo”, aventura con sorna, despecho y subjetiva apreciación de las circunstancias. De esa manera, “mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurre rápidamente de las manos”.

Para Marx, la Convención de Ocaña de 1828, convocada por Bolívar para reformar la Constitución, es solo para que “su poder no encuentre trabas”. Y ante el fracaso de Bolívar, es “bajo la presión de las bayonetas” que los “Cabildos Abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá”, adonde se había trasladado Bolívar después del rechazo a su Constitución en la Convención de Ocaña, “lo invisten nuevamente con los poderes dictatoriales”.

Las advertencias que el general Simón Bolívar le hace llegar a la Gran Convención reunida en Ocaña en momentos de crisis de la Gran Colombia, que él logra unir y reunir, desmienten claramente el desafortunado reduccionismo de Carlos Marx al juzgar equivocadamente a uno de los padres de nuestra Patria Grande.

En su mensaje a los convencionales de Ocaña, Bolívar les dice, entre otros conceptos que dan cuenta de su conocimiento en materia americana, que alcanzan hasta nuestros días: “Os bastará recorrer nuestra historia para descubrir las causas de nuestra decadencia…; Nuestros diversos poderes no están distribuidos cual lo requiere la forma social y el bien de los ciudadanos…; Por colmo de desacierto se ha puesto toda la fuerza en la voluntad, y toda la flaqueza en el movimiento y la acción del cuerpo social…; El derecho de presentar proyectos de ley se ha dejado exclusivamente al Legislativo, que por su naturaleza está lejos de conocer la realidad del gobierno y es puramente teórico…; Parecen nuestras leyes hechas al acaso: carecen de conjunto, de método, de clasificación y de idioma legal. Son opuestas entre sí, confusas, a veces innecesarias y aun contrarias a sus fines…; El Gobierno que debería ser la fuente y el motor de la fuerza pública… sucumbe en un letargo, que se hace funesto para los ciudadanos y que arrastra consigo la ruina de las instituciones…; El Ejecutivo ha oído lastimosos reclamos contra el artificio o prevaricación de los jueces, y no ha tenido medios para castigarlos: ha visto la hacienda pública víctima de la ignorancia y de la malicia de los tribunales, y no ha podido aplicar el remedio…; Se han promovido peligrosas rivalidades entre civiles y militares con los escritos y con los discursos del Congreso, no considerándolos ya como libertadores de la patria, sino como verdugos de la libertad… para que ni la unidad ni la fuerza existieran…; Ninguna nación se hizo nunca estimar, sino por la práctica de estas ventajas: ninguna se hizo respetable sin la unión que la fortifica…; Un gobierno firme, poderoso y justo es el grito de la patria… un gobierno que impida la transgresión de la voluntad y los mandatos del pueblo… la energía en la fuerza pública es la salvaguardia de la flaqueza individual, la amenaza que aterra al injusto y la esperanza de la sociedad…”.      

Para Marx, como lo confirma en todo este relato, detrás de Bolívar está la “ambición personal” y la “dictadura” no la “independencia” y la “unidad” de Nuestra América. ¿No hay en Marx, también, un cierto prejuicio anti militarista…? (Que la izquierda y el progresismo han heredado desafortunadamente en la Argentina, tan transitada por procesos militares a favor y en contra de los intereses nacionales).

Hasta la consideración que Bolívar tiene con Santander en 1829, “pese a que éste había participado en la conjura” contra su vida, es motivo para que Marx le reproche que “se guarda de poner la mano sobre Santander”, aunque al mismo tiempo lo acusa de “ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar”.

Finalmente, el 27 de abril de 1830, apenas unos meses antes de su muerte repentina, el general Bolívar presenta su renuncia ante el Congreso, “con la esperanza, sin embargo -supone Marx- de recuperar el poder gracias al influjo de sus adeptos…”.

Así termina Carlos Marx su extenso comentario sobre Bolívar, alejado del análisis histórico científico fundado por él mismo, aunque al parecer solo para Europa.

En su estudio sobre la enajenación del socialismo latinoamericano, al preguntarse ¿por qué Marx ignoró a América Latina?, si bien Roberto A. Ferrero coincide en afirmar que “hubo una ignorancia y un desinterés total, y subsidiariamente, una incomprensión teórica de la realidad latinoamericana en los aspectos que muy al pasar” Marx y Engels tocaron en ocasiones, también lo explica, “se sustentaba en una doble raíz: primera, la influencia de la opinión pública inglesa y europea en general”, y segunda, “la herencia de la concepción hegeliana de los “pueblos sin historia”, asimilada por ellos sin crítica alguna”. 

A propósito, dice Ramos: “Como en los tiempos de Hegel, los pensadores de Europa, Marx entre ellos, consideraban a América Latina como un hecho geográfico que no se había transmutado todavía en actividad histórica”, y cuyas consideraciones “estaban sin duda imbuidos por la tradición antiespañola prevalecientes en Inglaterra, donde vivía Marx y por el común desprecio europeo hacia el Nuevo Mundo…”.

El desconocimiento de Marx de la realidad americana se demuestra de una manera patente en el escrito de 1858, y a caballo de dicha ignorancia y/o de sus prejuicios europeos, se pone del lado equivocado de nuestra historia. Por eso en América cosecharía lo que había sembrado, a excepción de aquellos que, haciendo honor a lo mejor del pensamiento marxista, revisarían al propio padre del socialismo y nacionalizarían y latinoamericanizarían sus teorías, para adaptarlas, de resultar útiles, a la realidad americana.

El socialismo nacionalizado, socialismo criollo o socialismo patriótico que representa la izquierda nacional en la Argentina haría una correcta interpretación de la acción y visión bolivariana y de la verdadera tragedia histórica que la derrota material e intelectual de las ideas de Bolívar, San Martín, O’Higgins, Artigas, Monteagudo, Egaña, Morazán, Martí y muchos otros, acarrearía para Nuestra América. En última instancia, por impotencia de unos, por desconocimiento de otros, y por circunstancias históricas concretas (que, sobre todo, los autores de esa corriente histórica han analizado pormenorizadamente, sin haberse hecho conciencia histórica todavía), dicha tragedia aún no ha sido remediada. Y habrá que remediarla, o no tendremos destino. 

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