Laura Ramos, la cronista cool del rock

Desde “Buenos Aires me mata”, su columna semanal en el suplemento Sí! de Clarín, impuso una mirada personal -entre la biografía, la crítica y la infidencia- para explorar la cultura subterránea de fines de los años 80. Fuente: eldiarioar.com

Por Gustavo Álvarez Núñez

– Tus crónicas generaban embeleso, ¿eras consciente del suceso?

– CERO. Creía que no me leía nadie.

 En mayúsculas, así resalta la escritora y periodista Laura Ramos (Ciudad de Buenos Aires, 1960) la sorpresa ante la identificación y fervor que concitó en una masa impresionante de lectores su columna Buenos Aires me mata en el Suplemento Sí! del diario Clarín allá a fines de los años 80. Un éxito que se vio plasmado en el libro homónimo, editado por Sudamericana en 1993, y llevado al cine en 1997 con dirección de Beda Docampo Feijóo y protagonizado por el español Imanol Arias (según Ramos, “superó a Mujeres amazonas en la luna, considerada la peor película de la historia del cine”). Sin olvidar el otro altar de la literatura en clave rockera que fue Corazones en llamas (Clarín-Aguilar, 1991), escrito a cuatro manos con la periodista Cynthia Lejbowics, que lleva once reediciones y más de sesenta mil ejemplares vendidos.

– En tu columna Buenos Aires me mata tejiste un cruce entre diversos géneros literarios –biografía, ensayo, reflexión crítica y autobiografía– que ahora se ha naturalizado, pero en su momento no era algo tan habitual.

– Creo que lo que tenía claro era que quería investigar una Buenos Aires inexplorada, la ciudad que latía bajo la superficie (¡post dictadura!) en los sótanos, en las trastiendas de los bares, en las periferias de la cultura, en los baños públicos, en los chismes, en la frivolidad. Quería hacer unos cuadros de costumbres alla Arlt que se subordinaran completamente a mi subjetividad, a mi mirada caprichosa, sentimental, que podía incluir bocetos de moda, miradas políticas, manías por el detalle; en suma, tenía una necesidad de explorar escenas que me conmovieran, que me sacudieran.

– ¿De qué modo encaraste ese acercamiento?

– Para que tuviera mi impronta tenía que imprimirle de alguna manera mi ser, mi pensamiento, tenía que construir una lengua. Hasta ese momento yo nunca había escrito ficción, solo notas periodísticas más o menos estándar. De modo que me dejé llevar por mi máquina de escribir, que para mi sorpresa empezó a dejar fluir los tics, los modos, las estructuras sintácticas de las traducciones que me habían alimentado desde mi infancia. Porque si bien no era una escritora, era una lectora bestial, una madame Bovary incorruptible en cuanto a compromiso con la literatura: porque la literatura era, fue y sigue siendo, para mí, más grande que la vida. Pero como era una lectora cipaya, no tenía incorporada la lengua española original, sino que leía traducciones.

Si le preguntásemos a Ramos si en esos inicios de Buenos Aires me mata había un plan, un propósito. Un horizonte. Una suma de herramientas para componer esa imagen tan fuerte y tan seductora que desprendía su figura en la noche, ella negará todo. En todo caso, surgirá que no había un personaje, sino una deriva benjaminiana que incluía esa pizca detectivesca necesaria para enfrentarse al misterio, a lo insondable.

– Yo peregrinaba por los bares, sótanos y discotecas con mi mejor amiga Victoria Lescano –ahora la mejor periodista de moda argentina– en busca de aventuras, en busca de los animales fantásticos de la Nave Jungla, de las perfo de Omar Chabán en Cemento, de los guisos de lentejas y los desfiles linyeras de Sergio De Loof en el bar Bolivia. Nos dejábamos fascinar. Éramos dos provincianas en París.

– ¿Y qué había detrás de esa exploración nocturna?

– Las novelas que leía –de Thomas Mann, todas las Brontë, casi todo Balzac, casi todo Dickens, los rusos, la literatura de moda del siglo XX que me transmitieron mis padres, como André MalrauxRoger Martin du GardErskine CaldwellRomain Rolland, hasta Jean Valtin, y la mía, como Jane AustenLouisa May AlcottStevensonSalgari– muchas veces introducían, por ejemplo, el género epistolar, y yo saqueaba –al principio de modo inconsciente, luego consciente– de allí. La montaña mágica estaba más presente en Buenos Aires me mata que los autores cool que reverenciaba el rock como Allen GinsbergKerouac o William Burroughs.

– ¿Cómo construías tus textos?

– Tenía claro que el tema –una presentación del ignoto grupo Alphonso S’Entrega en un sótano, por ejemplo– no era tan importante como la forma, la gramática, los giros, el tono de la escritura. Y el día en que me di cuenta de que había empezado, sin pensar, una frase con un: “Amigos míos” –el mismo “amigos míos” de una novela de Thomas Mann–, entendí que todas las lecturas de mi infancia estaban tomando cuerpo, que estaba escribiendo sobre el punk como si fuera una novela decimonónica y la dejé desarrollar.

– Lo apócrifo es un tema que siempre te interesó. ¿En cuánto de lo que viste y oíste metió la cola lo apócrifo?

– Creo que lo apócrifo me lo inocularon los cursos que tomé con el megagenial escritor Luis Chitarroni, mi maestro, una especie de especialista de lo apócrifo. Él me introdujo en Nabokov y sus falsedades literarias y nunca pude salir del todo de ese mundo. Por lo demás, este chitarronismo calzaba perfecto con el mundo fantasma de mis padres. Como muchos trotskistas de aquella época, ellos vivían en departamentos alquilados con garantías fantasmas, creaban imprentas fantasmas, editoriales fantasmas, escuelas de periodismo fantasmas. Lo apócrifo era su modo de intervención en el mundo capitalista.

– ¿Cómo hiciste para dar con joyas donde muchos por ahí veían basura?

– Porque ésa es mi única cualidad, mi mirada extranjera, por haber provenido de un hogar completamente fuera del sistema como era el hogar que nos construyó mi madre a mi hermano y a mí. Mi madre (Faby Carvallo) –considerada por los intelectuales uruguayos del año 40 la inspiración de la Maga cortazariana– era de una bohemia extrema, adorable y bastante lumpen: nuestra casita de la infancia era una especie de Woodstock montado en un kibutz, algo así.

 Yo provenía de un mundo interior hecho de lecturas y de una adolescencia que arrancó con drogas de época y casas de yunkis, y terminó en un campo donde se refugió mi padre de la dictadura militar, donde viví sacando agua del pozo y leyendo los mil tomos de John Galsworthy con una vela, sin ver a nadie más que a la nueva familia de mi padre y a los dos o tres camaradas que vivían en el campo.

En su presentación que escribió para la revista Anfibia, podemos leer algo al respecto de ese particular clima familiar: “Pasó su infancia en Montevideo, donde fue alimentada, entre otras cosas, con sopa de letras y puré artificial. El nombre de guerra de su padre, el inventor del trotskismo de la izquierda nacional, era ‘El Colorado’, aunque se llamaba Jorge Abelardo Ramos. Durante el período en el que su padre se refugió en el campo mientras lo buscaba la dictadura militar, ella se graduó como calificadora de leche vacuna y ejerció el oficio en dos tambos de la provincia de Córdoba”. Un titular de una entrevista que le hicieron en la revista Noticias en 2018 es elocuente: “Entregué mi infancia a la revolución”.

– ¿Qué te brindó el universo del rock?

– Me dio la sensación genial de que cualquier cosa era posible. El rock había desarmado todas las jerarquías, y para mí, que me había pasado la vida como una marginada del sistema, sentir que esos marginados podíamos formar parte de algo, construir algo, un mundo propio, de alguna manera impenetrable para la gente del establishment, era un alivio tremendo.

En tanto, más acá en el tiempo, Ramos se ha encargado de desempolvar ciertos fenómenos vinculados con el mundo de las mujeres en el siglo XIX. Desde hace unos años viene descollando alrededor de historias y situaciones que ocurrieron hace mucho y allá a lo lejos. Infernales: la hermandad Brontë (Taurus, 2018) y Las señoritas (Lumen, 2021) son dos diamantes que brillan en cualquier biblioteca que se precie. 

– ¿Cuál es tu relación con el pasado?

– En algún sentido no cambié. Seguí investigando en mundos enterrados en sótanos (ahora en sótanos de bibliotecas). Me convertí en una especie de historiadora advenediza, o más bien en una detective macabra, una especie de profanadora de cadáveres de cementerios del siglo XIX. Con ese espíritu escribí una biografía de las hermanas Brontë, que fue, otra vez, un reencuentro con las lecturas de mi infancia.

 Y después vino Las señoritas, un libro sobre las maestras de Sarmiento. La investigación histórica que hice para este libro me consumió con una sevicia insana, fue una pasión que me devoró. Y descubrí la fiebre de encontrar materiales nunca antes tocados por historiadores. Fue muy emocionante saber que esos materiales, a través de mis manos, de mi libro, se convertirían en Historia, en la historia que se leería en las escuelas y en las universidades. En mito.

Una vez terminados esos dos libros, Ramos se ha dedicado a intentar coser –“con una aguja delicada y con hilos que se cruzan como en esos juegos de cordel”, asegurará– a aquella literatura del siglo XIX y de principios del XX que la formó con los nuevos modos de escritura (María MorenoMaría NegroniLeila Guerriero, su propia voz). “Me encanta ese híbrido. De hecho mi escritora favorita ya no es Jane Austen, que era inglesa y nacida en el siglo XVIII, sino Sara Gallardo, argentina y del siglo XX”, reconocerá. Aquí y ahora se encuentra investigando los mundos privados de mujeres argentinas del siglo XX para su próximo libro.

– ¿Qué quedó de aquel romance con el mundo del rock?

– ¿Y nuestras vidas no son historias de viajes? ¿No estamos viajando siempre? A veces el rock se unía demasiado a la idea de generación, y eso de alguna manera lo limitaba. De ningún modo quería ver al rock en el linaje del tango, en el sentido que el tango tenía para los rockers de los años 80, como un género y una cultura de viejos. Creía que había que seguir los nuevos sonidos, la nueva música: la música contemporánea, la música electrónica, el nuevo folclore, las experimentaciones que fueran surgiendo. De hecho, la nueva música fue asimilando al rock y evolucionando con el rock ya incorporado. Si me preguntás si estoy escuchando discos de rock, te puedo decir que prefiero la electrónica latinoamericana: Nicolas JaarMauricio RebolledoIsmael Pinkler.

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