¿Hay que empezar de nuevo? Por Elio Noé Salcedo
Es solo una pregunta, una reflexión en voz alta tratando de ser honesto con nosotros mismos. La Argentina no solo ha perdido el rumbo como país y como parte integrante de una Nación inconclusa (la Patria Grande Latinoamericana), sino que ha perdido total conciencia de ello; y con ello, ha perdido en principio la conciencia política que poseía y/o llegó a poseer a partir de 1943 y hasta 1976, año a partir del cual una contrarrevolución oligárquica la barrió de la memoria de los argentinos. Ese “dato” de la realidad también debe figurar en el inventario de lo tergiversado e injustamente desaparecido y olvidado.
La Argentina (y ese es uno de sus grandes problemas) hoy no posee mayoritariamente una verdadera y profunda conciencia política nacionalni una ideología nacional que la identifique como parte de una Nación en general y de un país soberano en particular, porque como decíamos en el 2007 (“El general ausente”), “carece de una visión nacional. Como carece de una visión nacional, no tiene tampoco una visión universal o “global” propia. A falta de una visión universal o “global” propia, tiende a adoptar la visión global de otras naciones y particularmente de las naciones que dominan el mundo y nos dominan. Y como esa visión global de los actuales dominadores del mundo es una extensión o complemento de su propia visión nacional, ergo, la Argentina (los argentinos) adopta en definitiva la visión nacional de esos países dominantes, lo que implica una aberrante y flagrante traición al espíritu de existencia nacional, o lo que es lo mismo, la negación de sí misma como Nación”.
Como preveía ese gran pensador nacional que es Saúl Taborda al advertir sobre los contenidos de la educación y de las instituciones creadas a tal fin, hemos terminado “desargentinizándonos” en lugar de “argentinizarnos”; ni qué hablar de la vieja conciencia indo-íbero-americana (genética, cultural y políticamente mestiza) de nuestros Libertadores y generación de la Independencia, que se perdió allá lejos y hace tiempo.
Sin duda, cada movimiento nacional que surgió en nuestra historia fue la expresión de esa conciencia nacional, más o menos definida e integral. Lo fue el artiguismo (1811 – 1820), primer movimiento federal en el Río de la Plata, al que podríamos catalogar también como precursor de la Independencia americana. Lo fue el movimiento nacional de la Independencia americana en términos militares (1812 – 1824). Lo fue el federalismo provinciano y a la vez nacional del Litoral, Norte, Centro y Oeste (1820 – 1862), que concluye prácticamente con su derrota en la batalla de Pavón. Lo fueron como movimiento y etapa transicional y transaccional las presidencias provincianas de Sarmiento y Avellaneda (1868 – 1880). Fue el roquismo el movimiento nacional que federalizó Buenos Aires, creó el Estado y el Ejército Nacional, la Educación Pública y la Argentina Moderna e integró el territorio nacional desde Tierra del Fuego a Jujuy, Chaco y Misiones (1880 – 1905). Lo fue el yrigoyenismo(1905 – 1932). Y lo fue, sin duda, el peronismo (1945 hasta la actualidad), continuidad además de los movimientos nacionales anteriores.
¿La muerte de Perón significó la pérdida de dicha visión y de dicha conciencia y el golpe de 1976 su entierro definitivo? ¿Qué pasó con el peronismo, que ya no representa electoralmente a las mayorías nacionales? ¿Las representa políticamente hablando? ¿Qué significa representarlas y/o ser la expresión cabal de ellas en un país dependiente, dominado y/o semicolonial?
Apenas siete años después de 1976, el peronismo perdía sus primeras elecciones en la historia frente a su adversario histórico. Entre 1989 y 1999 un gobierno “peronista” arrasaba con gran parte del legado político, ideológico y material (económico) que el peronismo histórico había dejado a través del propio Perón como legado al pueblo argentino. A partir de 2003 y hasta 2015, desarrollaba nuevas perspectivas que atrajeron a las clases medias, aunque volvía a perder unas elecciones después de esos doce años de gobierno, perdiendo a su vez la que había sido la columna vertebral del movimiento y dejando de lado – acuciado por los viejos prejuicios antimilitaristas de la izquierda cipaya- otro factor importante que había sido una columna fundamental en tiempos de Perón: las FF.AA. Finalmente, en 2019 volvió a ser gobierno con alguien que al final no contentaba ni a propios ni extraños y se definía como socialdemócrata, para volver a perder con contundencia increíble las últimas elecciones, ya sin reacción por parte de todo el peronismo, dividido en fracciones (cada cual con nombre propio) y en una suerte de federación de partidos provinciales, cada cual defendiendo sus propios intereses regionales, grupales o personales.
Se entiende que la muerte de Perón fuera un golpe tremendo para el peronismo, pues el general Perón, fuera de la doctrina escrita, era la conciencia y la ideología del peronismo. La caída de su esposa -sin lucha en su defensa por parte del propio peronismo- atacada por izquierda y por derecha, dio la pauta de que no solo algo andaba mal en Dinamarca, sino desafortunadamente también en la Argentina…
Y para los que reivindican la “doctrina” sin tener como fundamento una ideología nacional de base y una conciencia política que la sostenga, no hacen más que querer convencer con “máximas” a sus compatriotas, pues “doctrina” no equivale a conciencia nacional ni supone per se necesariamente una profunda conciencia política, que es la convicción acabada, producto de una elaboración mental y una formación del intelecto para entender las cosas profundamente en su complejidad de una determinada manera, objetivada en el pensar y en el actuar de las personas y de los sectores sociales. Hay un aforismo referido a otro tópico, pero que nosotros podríamos identificar con “conciencia”: conciencia“es aquello que queda después de haber aprendido y olvidado todo”. Conciencia no es solo la repetición sin fin de las “tablas de la ley”, sino estar profundamente convencidos de ella y de lo que ella implica, en este caso en términos políticos: conciencia política.
Cómo se forman las ideas y la falta de una ideología nacional
Al relatar cómo había conformado su pensamiento, Domingo F. Sarmiento se preguntaba: “¿Cómo se forman las ideas?”, y se respondía con pertinencia: “Yo creo que en el espíritu de los que estudian sucede como en las inundaciones de los ríos, que las aguas al pasar depositan poco a poco las partículas sólidas que traen en disolución y fertilizan el terreno”. Consecuentemente, reconocía que sus lecturas, “habían puesto ante mis miradas el gran debate de las ideas filosóficas, políticas, morales y religiosas, y abierto los poros de mi inteligencia para embeberse en ellas”, por lo que concluye admitiendo y revelando: “Todas mis ideas se fijaron clara y distintamente, disipándose las sombras y vacilaciones frecuentes en la juventud que comienza, ya llenos los vacíos que las lecturas desordenadas de veinte años habían podido dejar, buscando la aplicación de aquellos resultados adquiridos a la vida actual, traduciendo el espíritu europeo al americano, con los cambios que el diverso teatro requería”.
Pero acaso ¿se podía traducir o trasplantar el espíritu europeo a América, como hoy se pretende asimilar la cultura “global”? ¿O se trataba, por el contrario, de descubrir las raíces, la naturaleza y la propia identidad y caracteres del espíritu americano para poder hacerlo crecer, madurar y que diera sus propios frutos? En 1908, el sociólogo francés Lucien Levy-Bruhl reconocía que “los conceptos y categorías occidentales establecidos son virtualmente inútiles para la traducción de las ideas primitivas (no europeas), y quien desea emprender su traducción tendrá que crear un conjunto nuevo de conceptos expresamente para ese fin”. No sería precisamente lo que haría o ha hecho nuestra “intelligentzia” (como la llamaba Arturo Jauretche), sino todo lo contrario.
En La Tercera Emancipación” (1926), Manuel Ortiz Pereyra hacía hincapié en “las circunstancias en que el objeto (de estudio o de observación) puede presentarse”. Por eso advertía que “para llegar a un conocimiento de la verdad”, no debe soslayarse que el sujeto observador o intérprete de la realidad –como sujeto social que es (condicionado por la dimensión temporal, espacial y social que lo atraviesa)- ve la realidad “a través de un mundo propio” en la medida en que su conciencia ha sido formada “ya sea por contacto con el mundo externo inmediato, ya por sedimentación o conjugación de conceptos y sugestiones que penetran en su cerebro y éste asimila (como intuía Sarmiento)sin la menor sospecha de la conciencia”. No hay duda de que la ideología surge desde lo más íntimo, inconsciente o involuntariamente, como expresión del ser social, como entendía ese pensador nacional que fue Manuel Ortiz Pereyra.
Rosa Guber –premio Kónex de ciencia 2019- descubría por su parte que las herramientas habituales de la teoría de las ciencias sociales, “no siempre permiten darnos cuenta de la realidad que queremos conocer”, pues como bien dice el doctor Roberto A. Ferrero, “no es lo mismo mirar las cosas desde París que mirarlas desde Argentina o Bolivia”, so pena de equivocarnos tanto en lo que investigamos como en la interpretación de lo observado y analizado.
Liberalismo, universalismo y “Teoría de Juegos”
No hay duda de que las teorías científicas, al menos en Economía y Ciencias Sociales, son una continuación por otros medios de los intereses económicos y sociales de los países dominantes y de los países dominados y de sus clases. De allí que haya que tamizarlo todo con la malla de una verdadera y profunda conciencia/ideología nacional. Es sorprendente y destacable el caso de la controversia académica entre la Teoría Liberal Clásica y la Teoría de Juegos, respaldada cada cual, más allá de la ciencia, por intereses sociales y económicos. Por caso, la Universidad de Chicago fue fundada por el magnate petrolero John D. Rockefeller –creador a su vez del mayor monopolio petrolero del mundo: la Standard Oil. Esa Universidad, por tanto, “ha sido siempre un baluarte de la industria petrolera”, con las consecuencias que ello ha traído para los países donde dicho monopolio ha tenido intereses e influencia, incluso financiando universidades prestigiosas. Por esa razón, señala Walter Graziano en “Hitler ganó la guerra”, “es evidente, entonces, que ha habido poderosos intereses atrás de las teorías de la denominada Escuela de Chicago, que ha constituido el basamento para lo que hoy es la globalización, aun cuando se trataba, ni más ni menos, que de un saber falso”. El caso de la controversia en la década del ’50 entre la madre de todas las teorías de la economía de mercado o liberal –acuñada por Adam Smith en “La riqueza de las naciones”- y la Teoría de Juegos, es un ejemplo categórico de ello.
Por lo que demostrara el matemático John Nash –premiado por sus contribuciones a las Matemáticas y a la Economía en la década de 1950, y Premio Nobel de Economía en 1994-, Adam Smith no tenía razón cuando sostenía equívocamente 1776 en su obra clásica, época en que Gran Bretaña se dedicaba todavía a la trata de esclavos, que la base del bien común era fruto de la acción de cada sujeto en pos de su bienestar individual (ideal del actual mundo libertario). Por el contrario, en 1950, John Nash –perteneciente a la Universidad de Princeton (con otros intereses y con mucho menos poder que la de Chicago), demostró científicamente –con números- la incorrección de la teoría liberal de Adam Smith y sus derivaciones posteriores.
Ahora bien, ¿por qué razón la teoría de Adam Smith todavía sigue teniendo vigencia y predicamento en las universidades y sociedades de todo el mundo y no así la refutación de John Nash a Adam Smith a través de Puntos de equilibrio en juegos en n-personas o Equilibro de Nash, y sus aportes a la Teoría de Juegos, anticipada por Neumann y Morgestern en 1930? Resulta extraño sino escandaloso que solo hayamos podido acceder a las genialidades del investigador de Princeton, recién a través de “Mentes brillantes”, la película que hizo famoso al matemático, que padecía esa martirizante enfermedad mental llamada esquizofrenia. ¿Será porque el brillante investigador, en medio del auge imperial capitalista, había descubierto que una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada individuo (podríamos extender ese concepto a los países) persigue su bienestar teniendo en cuenta el bienestar del conjunto, y que, al contrario, un comportamiento individualista –y mucho más, monopólico o imperialista (que Adam Smith no había podido tener en cuenta en el siglo XVIII)- puede producir una lucha de todos contra todos (como de hecho, y contradiciendo hasta la propia teoría de Smith, ya sucedía y sucede), sabiendo que, de seguir ese comportamiento, cada miembro de la sociedad –salvo excepciones- obtendrá menos bienestar que si trabajara en equipo dentro de una comunidad nacional o de una comunidad de naciones?
Sólo un reducido núcleo de personas y universidades se enteraron en los años ’50 de la verdadera profundidad de esos y otros importantes descubrimientos de las ciencias económicas “a nivel global”, que contradecían la teoría económica liberal, transformada a esa altura en la teoría económica del mundo capitalista-imperialista. De no haber sido así, la historia del mundo sería otra.
Fue la hegemonía de la información, la educación y la cultura por parte de esos poderes económicos globales dominantes –el Imperialismo occidental- a caballo de las nuevas tecnologías globalizadoras, lo que allanó el camino a unas teorías y no a las otras. Es eso, además, lo que nos exige revisar nuestros paradigmas y tener un pensamiento que responda a nuestras necesidades e intereses de conjunto, más allá de los necesarios adelantos tecnológicos. En definitiva, es eso también lo que nos obliga a pensar en y por nosotros mismos como Nación –ser nosotros mismos y realizarnos como ciudadanos de una gran patria común irrealizada y singular-, antes de “globalizarnos” a ciegas y sin destino seguro.
En la ignorancia de tales verdades se ha basado el éxito del falso universalismo entre nosotros (y la adopción de paradigmas, teorías, modelos y modas extranjeras) como expresión del imperialismo económico y cultural a partir de final del siglo XIX y principios del XX, con exitoso auge a fines del siglo XX, y ahora, de forma apabullante y autodestructiva, al promediar la tercera década del siglo XXI.
Y si de ignorancia se trata, si la historia es la política del pasado, y la memoria histórica es un requisito de la conciencia política –perdida la conciencia política de ayer y por lógica consecuencia la conciencia política del presente- habrá que recurrir a la revisión y conocimiento cabal de nuestra historia para recuperar la conciencia/ideología nacional, y con ella, estar en condiciones de recuperar la Nación y la construcción de su futuro.