Textos escogidos de Manuel Ugarte* (Parte IV)

Por Elio Noé Salcedo

Lecciones políticas IV

Sabemos que la independencia se hizo sin economistas ni sociólogos y que fue en muchos aspectos irreflexiva, epidérmica y verbal.

A las nuevas generaciones les correspondía sacar partido de esos antecedentes aprovechando la oportunidad para velar por la verdadera autonomía política, económica y espiritual, siendo por encima de todo, hombres de nuestra América, y tratando de que nuestra América se levantase cada vez más dueña de sí misma.

Pero no basta que los hombres sean otros. Es necesario que se sientan animados por una nueva ideología y que esa nueva ideología sea apropiada al momento del mundo y a las características locales.

En realidad, entre nosotros existe desde mucho antes de ahora un fervor que no ha podido manifestarse porque los medios de propaganda, poder y acción se hallaban parados precisamente por las influencias interesadas en ahogarlo.

La democracia esencial

Pero hay que operar sobre bases sólidas. Por encima del verbalismo se impone, para empezar un estricto aforo de la que contiene la palabra democracia, visiblemente desviada de su significación cabal. El uso y el abuso que de ella se ha hecho obliga a expurgarla de escoria y parásitos, para restablecerla en su severa dignidad.

No hay que identificarla con las instituciones creadas en determinados momentos para servirla. Estas son auxiliares o representativas, y como tales pueden ser temporales y ocasionales. Sería absurdo considerarlas como inamovibles.

Hay que ajustarse a la hora en que se vive y hacer la autopsia implacable de las realidades.

El Parlamentarismo convirtió en personajes a muchos hombres desprovistos de valor que sin el título de diputados no hubieran sido nada… Detuvo en muchas ocasiones la evolución, haciendo residir la democracia en apariencias engañosas. Instituyó una especie de mercado de la popularidad que hace residir el éxito en adular a la mayoría (idealmente representada, no siempre real).

En muchos países se ha creado así una suprema bolsa de influencias individuales, y el político más escuchado ha solido ser el que sabe decir en hora oportuna: “Tengo tantos vagones cargados de democracia, ¿a cuánto me los cotizan ustedes?

El primitivo postulado superior se corrompió hasta el punto de que cada vez que hoy se oye invocar una necesidad pública, uno se pregunta qué interés de partido o de círculo se trata servir.

No hay que confundir, pues, a la democracia con la especulación demagógica. La verdadera democracia consiste en servir al pueblo y no en servirse de él (al parecer, Perón había leído a Ugarte, a quien designó en su gobierno embajador en México).

Reside en principios, no en los procedimientos. La intención fundamental debe sobreponerse a las fórmulas… En su encarnación presente esas fórmulas han engendrado dos rémoras: la corrupción administrativa y el político profesional, y en el peor de los casos siempre valdría más tener la realidad sin los símbolos, que los símbolos sin la realidad esencial.

Lo esencial no es que el poder parezca de todos, sino que sea en realidad para todos.

El primer imperativo es el destino permanente de la colectividad y la felicidad de los individuos.

El gobierno es un servidor de la Nación en su síntesis suprema de extensión y perdurabilidad.

Nos hemos alejado tanto de las fuentes que hay que empezar por deletrear las ideas y definirlas, y evitar la confusión entre el continente y el contenido, entre el instrumento y la obra, entre el verso y la poesía, entre el rito y la fe.

Una tendencia superficial nos hizo suponer que la democracia reside en candidatos designados por la burocracia de cada partido, consagrados en elecciones a menudo fraudulentas (o digitadas) y preocupados en todo momento por su reelección.

La esencia de la democracia radica en el compromiso de que, a igualdad de capacidades, todos los ciudadanos tendrán acceso a todas las situaciones, y de que siendo la finalidad perseguida el bien general, se ha de encarar la vida colectivamente para impedir que la nación pueda ser utilizada para provecho o capricho de un jefe o de un grupo.

*Manuel Ugarte (1961). La reconstrucción de Hispanoamérica. Cap. V. Política Interior. Editorial Coyoacán.

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