Los proyectos de Unidad Americana. Por Elio Noé Salcedo
Al producirse la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, que le dio la independencia definitiva a toda América Criolla, y antes de la apertura en 1826 del Congreso Anfictiónico de Panamá convocado por Simón Bolívar para formalizar la Unión de Nuestra América, ya existían importantes proyectos y proclamas de Unidad Americana a lo largo y ancho de nuestro territorio bioceánico.
Ya se conocían los proyectos del Precursor Francisco de Miranda; del fiscal de la Audiencia de Lima, doctor Pedro Cañete; del chileno-peruano Juan Egaña; del mendocino residente en Chile Juan Martínez de Rozas; del porteño Juan José Castelli; de los colombianos Francisco Antonio Cea o Zea y Manuel Torres; del mexicano Ortiz y Ayala; del hondureño José Cecilio del Valle; y del tucumano Bernardo de Monteagudo, a quien Simón Bolívar había encargado la redacción de un ensayo que expresase las ideas unionistas de los hispanoamericanos en aquel momento crucial de la historia, antes de producirse la madre de las batallas por nuestra independencia.
El 7 de diciembre de 1824, dos días antes de la histórica batalla, Bolívar hacía por correspondencia su gran convocatoria a todos los Estados de Nuestra América para asistir y enviar sus diputados al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. Los resultados y circunstancias de ese Congreso determinarían nuestra historia hasta el día de hoy.
Los proyectos del Precursor
En 1790, exiliado en Inglaterra, Francisco de Miranda, reconocido como El Precursor, concibe los primeros planes de independencia de la América Española, a la que concibe como una unidad y totalidad en su conjunto. Son los tiempos de la Gran Reunión Americana, fundada en Londres por el mismo Miranda, en cuyo seno, antes de regresar a Venezuela, Simón Bolívar realizará su juramento “contra todos los tiranos y tiranías”.
En la Gran Reunión Americana será iniciado en el ideario americano el mismo coronel San Martín junto a sus compañeros Alvear y Zapiola. Forman parte de aquella congregación el venezolano Andrés Bello, el mexicano Servando Teresa Mier, el rioplatense Manuel Moreno (hermano de Mariano), don Tomás Guido (luego íntimo amigo de San Martín), el venezolano Antonio José de Sucre y el chileno Bernardo O’Higgins (con quien San Martín mantendrá una afectuosa correspondencia hasta su muerte). Una vez en América, fundarán una nueva congregación o partido americano al que, a propuesta de O’Higgins, le darán el nombre de Logia Lautaro en homenaje al legendario cacique araucano.
El proyecto de 1790 del Precursor Miranda prevé una Monarquía Constitucional Mixta para el territorio extendido entre el Paralelo 45 y el Cabo de Hornos, desde el Océano Pacífico hasta el Océano Atlántico, con el Mississippi al Este, a cargo de un emperador descendiente de los Incas. En 1798, Miranda proclama la fórmula de un Gobierno Provisional establecido a través de un Congreso integrado por delegados de toda América Criolla.
Madurando su propuesta, en 1801, tres años antes de desembarcar en tierras americanas e iniciar la larga lucha que concluirá en la Independencia americana veinte tres años después, concibe una Nueva República Confederal que propone llamar Colombia, con capital en Panamá. En esta nueva fórmula, presiden el Poder Ejecutivo dos Incas, uno en la Capital y otro itinerante. En caso de peligro grave, el Consejo Colombiano (Cámaras Legislativas) podía nombrar un Dictador interino por el término de un año.
Así pensaba “el más universal de los venezolanos” -dice Jorge Abelardo Ramos en “Historia de la Nación Latinoamericana”-, que proponía esta caprichosa y original “combinación de Roma y Cuzco” rescatando la unidad histórica y la identidad común de todos los nacidos en América.
El proyecto del doctor Pedro Vicente Cañete
En “De Murillo al rapto de Panamá. Las luchas por la unidad y la independencia de Latinoamérica: 1809-1903”, el Dr. Roberto A. Ferrero da cuenta de un proyecto muy particular: en el mismo momento que se constituía en Buenos Aires la Primera Junta de gobierno, el fiscal de la Audiencia de Lima, doctor Pedro Vicente Cañete presenta al virrey del Perú José de Abascal un proyecto de Confederación Americana, cuyo “objetivo declarado era mantener en manos de los funcionarios y militares españoles el control de la América hispánica, sometiendo a los criollos mediante dádivas y temores”.
No obstante, con la mayor previsión en caso de que América cayera en manos de Napoleón, Cañete “había diseñado con precisión la idea de unificar los cuatro virreinatos hispanoamericanos en una sola gran entidad política y geográfica que estaría dirigida por una “Regencia Soberana” a cargo de los cuatro virreyes”.
Aunque este proyecto será rechazado por la Primera Junta, no obstante, Mariano Moreno -nos cuenta Norberto Galasso- se expedía sobre el tema: “Reparad -escribía- en la gran importancia de la unión estrechísima de todas las provincias de este continente; unidas impondrán respeto a poder pujante, divididas, pueden ser la presa de ambición…”, por lo que proponía “poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa revolución”, posición teórica que no sabría sostener en los hechos, porque al presentarse el proyecto del peruano-chileno Juan Egaña en Buenos Aires, la Junta lo rechazaría con la anuencia de Moreno.
Los proyectos de Juan Egaña y Juan Martínez de Rozas
En Chile, Juan Egaña presenta al futuro presidente de la Junta Revolucionaria de Santiago -Mateo de Toro y Zambrano-, en agosto de 1811, “un plan de gobierno” en donde, entre otras cosas, le sugiere “la reunión de un congreso general de las provincias americanas”, recomendándole que escribiere inmediatamente “a los demás gobiernos de América para que estén prontos los diputados de las Cortes”.
Del mismo modo, ya constituida la Junta de Santiago de Chile, el doctor Juan Martínez de Rozas (vocal y luego presidente de esa Junta por fallecimiento de Toro y Zambrano), presenta a sus autoridades un “Proyecto de Federación de los Pueblos de América Meridional” (Sudamérica), “con un poder central y autonomía de cada una de sus partes”. Para concretar la federación, señala Ferrero en su estudio sobre “Las luchas por la unidad y la independencia de Latinoamérica”, “Martínez de Rozas proponía la reunión de un congreso de representantes de todos los pueblos sudamericanos”. Girado el proyecto a la Junta de Buenos Aires, es también rechazado.
Siguiendo el pensamiento de Egaña y Martínez de Rozas, Bernardo O’Higgins, en vísperas de la batalla de Maipú (1817), llamará a los americanos a constituir “la Gran Confederación de la América Meridional”. Asimismo, después de la triunfante batalla de Chacabuco (1818), en su proclama a los peruanos, el general San Martín formulará su programa de la “Unión de los tres Estados independientes” (Río de la Plata, Chile y el Perú).
En su “Plan de defensa general de toda América”, Egaña pone al descubierto “los planes de Europa dirigidos a nuestra flaqueza y división”, según “las instrucciones positivas que se han hallado a los franceses en Filadelfia y la equívoca conducta de los ingleses en Buenos Aires”. “Nosotros -asegura- sólo tenemos un remedio para todas estas desgracias, pero un remedio universal capaz de destruir todos los planes que la Europa haya formado en mil siglos; este es la reunión de toda América y el prestarse una defensa mutua para todos sus puntos, organizando un plan general de las obligaciones y contribuciones que debe hacer cada gobierno en armas, hombres y dinero para el caso del menor ataque o seducción de Europa…”.
Consciente de la debilidad e impotencia que la soledad y/o el aislamiento de los Estados de Nuestra América acarrearía, prevé que “el día que se practique y llegue a noticia de la Europa nuestro proyecto de defensa, sólo con él bastará para asegurarnos de invasiones y seducciones”.
En esa misma línea de pensamiento, nos advierte Ferrero, en 1825, Juan Egaña redacta un “Acta de Confederación y mutua garantía de independencia”, y al año siguiente, su “Plan de Alianza y Federación de Hispanoamérica”, para que Chile lo presente en el Congreso Anfictiónico de Panamá.
El Manifiesto de Juan José Castelli
Había un rioplatense y apasionado vocal de la Primera Junta –“uno de los raros revolucionarios porteños”, lo define J. A. Ramos-, que, enviado por la Junta al Alto Perú para reorganizar las tropas y la administración pública altoperuana y proclamar “la Revolución, sus ideas de unión y federación continental”, tendría tiempo para manifestar “sus ideas de cómo organizar la herencia hispánica que los patriotas se disponían a recoger” (Ferrero).
El 3 de abril de 1811, nos cuenta Roberto Ferrero, Juan José Castelli diría en su “Manifiesto a los pueblos interiores”: “Yo debo esperar que bien reflexionados todos los antecedentes, corresponderá el suceso a mis deseos, y toda la América del Sur no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo”.
A través de un oficio del 18 de mayo siguiente, consulta a la Primera Junta: “Preveo que allanado el distrito de Lima, no hay motivo para que todo el de Santa Fe de Bogotá no se una y pretenda que los tres (Colombia, el Perú y el Río de la Plata) y Chile, formen una asociación y cortes generales para fijar las normas de su gobierno. Si se propone la federación de los cuatro distritos y la reunión de sus diputados en cortes generales, ¿comprometeré o no el distrito del Río de la Plata, careciendo de los poderes de los pueblos?… Mi opinión es, entretanto V.E. me instruya por correo extraordinario, inspirar a Lima la instalación de su gobierno provisorio y anunciar el congreso de sus provincias, reservando a los Distritos del Perú, Chile, Santa Fe (Bogotá) y Buenos Aires discutir y decidir con más oportunidad y sobre bases más estables un plan bien combinado de cortes generales americanas”.
Los proyectos colombianos de unidad hispanoamericana
Otros dos proyectos surgieron de la misma Colombia alrededor de 1820: uno del colombiano Francisco Cea o Zea, colaborador de Simón Bolívar, y el otro de Manuel Torres, residente en Filadelfia, Estados Unidos.
El proyecto de Francisco Antonio Zea, inspirado por el propio Bolívar en el momento en que España se producía la “revolución liberal” del comandante Riego que había obligado a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 -apunta Ferrero-, será presentado al mismo rey de España en 1820. Según las previsiones de este proyecto, dentro de un “un grande imperio federal” convivirían España y las “Repúblicas perfectamente independientes, reunidas para su felicidad baxo la presidencia, no baxo el dominio, de una monarquía constitucional”. Se preveía un zollverein aduanero, la libertad de comercio al interior del imperio, la ciudadanía mutua automática entre los residentes de las partes intervinientes y la convocatoria a un parlamento confederal. Cabe pensar que, si se podía imaginar o proyectar lo más, podía imaginarse lo menos con mayor razón.
Por su parte, el colombiano Manuel Torres proponía un Plan Confederal que el historiador Edmundo Heredia (2006) resume así: “Su idea era formar tres grandes bloques: el del centro, con Nueva Granada y Venezuela (la Gran Colombia); el del Norte, formado por Nueva España (México), Yucatán y Guatemala (América Central); y el del Sur, compuesto por las Provincias del Río de la Plata, Chile y el territorio que comprendía el Virreinato del Perú. A su vez, estos tres departamentos debían confederarse en un sistema representativo bajo un gobierno central, encargado de organizar la defensa y concertar un común programa económico; éste debía basarse en un plan de reglamentación de aduanas, un plan de finanzas -que incluía amonedación, pesas y medidas uniformes- y la creación de un Banco Central”.
La Confederación Económica del mexicano Ortiz y Ayala
El mexicano Ortiz y Ayala, delegado efímero del gobierno rebelde de López Rayón, señala Roberto Ferrero citando nuevamente a Edmundo Heredia, sostenía la necesidad de una especie de “confederación económica” entre todos nuestros países, “para lo cual creía conveniente que fueran pocos y fuertes los gobiernos constituidos en la América emancipada de España. La idea general era complementar las economías, y que se abastecieran estos países recíprocamente, pensando que debía formarse un cuerpo sólido que se opusiera a la penetración británica y estadounidense”. A Ortiz y Ayala pertenece según Torres Villar “el primer estudio global de la economía latinoamericana en su conjunto”.
El proyecto del “Sabio Valle”
Este proyecto del “Sabio Valle”, como le decían sus compañeros a José Cecilio Valle, “venerada figura de la independencia centroamericana”, influiría a posteriori en el ensayo de Bernardo Monteagudo sobre la necesidad de una “federación general”.
En efecto, el hondureño José Cecilio Valle publica en El Amigo de la Patria de Guatemala, periódico que dirigía, un artículo donde plantea la necesidad de que “se formase un congreso general… con diputados de toda América… para que ninguna provincia sea presa de invasores extranjeros ni víctima de divisiones intestinas… con un plan económico que debe enriquecerlas… que las haría, unidas, superiores a toda agresión… debiendo concurrir cada una al socorro de la que fuese atacada o dividida… haciendo que las diferencias se decidiesen pacíficamente por las Cortes respectivas… y procurando la creación de la marina que necesita” (Soto Hall, 1933).
La Federación General de Bernardo Monteagudo
En 1813, en su misión periodística y agitativa, a través de su diario “Libre o Mártir” en Buenos Aires, Monteagudo ya se preguntaba -señala Norberto Galasso-, “¿Por qué entre la Nueva Granada y Venezuela no podrá hacerse una sólida unión?”(Bolívar la haría realidad con la creación de la Gran Colombia). Y más aún: “¿Por qué toda la América Meridional no se reunirá en un gobierno único y Central?”.
Al tucumano pertenece el “Ensayo sobre la necesidad de una Federación general entre los Estados hispanoamericanos y Plan de su organización”, que redactó en 1824/1825 y que vio la luz en Quito, a donde residía por esos años después de haber sido expulsado del Perú, donde había sido estrecho colaborador del general San Martín antes de su partida.
“De todos los próceres de la época de la independencia -entienden Soto Hall y Vicuña Mackenna citados por Ferrero-, él era sin duda el de más amplia visión hispanoamericana, incluso más que Bolívar”. Al tucumano pertenece la célebre frase: “Mi Patria es toda la extensión de América”
Según refiere el historiador Ferrero, el proyecto de Monteagudo -a quien Bolívar le había encargo su redacción-, “proyecta una liga o confederación hispanoamericana, que debería estar gobernada por un congreso de plenipotenciarios de cada una de las repúblicas que la integrarían, y que respondía no solo a una necesidad histórica general, sino a las exigencias concretas del momento: el peligro de un ataque de la “Santa Alianza”, que acababan de conformar las potencias europeas más reaccionarias para acabar con los restos de la Revolución Francesa y restaurar en su trono a Fernando VII”.
Su propósito era “crear un poder que una las fuerzas de catorce millones de individuos, estrechar las relaciones de los americanos, uniéndolos por el gran lazo de un congreso común, para que se aprendan a identificar sus intereses y formar a la letra una sola familia”. Pero la perfidia europea -en particular la británica- y luego la norteamericana, no lo permitirían ni en el Congreso de Panamá ni a lo largo de nuestra historia.
A partir de esos proyectos y de esas proclamas iniciales, habría varios intentos de unión a lo largo de nuestra historia: el de las “Provincias Unidas del Centro de América” (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica), que se extendería desde 1823 a 1841, iniciada por el general Manuel José Arce y sostenida hasta su último aliento por el general Francisco Morazán; el de la “Confederación Peruano-Boliviana” del Mariscal Santa Cruz, en la década del 30 del siglo XIX, apoyada por el general Bernardo O’Higgins; los dos “ABC” del siglo XX entre Argentina, Chile y Brasil, el segundo de ellos (1953) impulsado por el presidente argentino Juan Perón, el general Carlos Ibáñez del Campo, presidente de Chile, y Getulio Vargas, presidente de Brasil; el reintento de “Federación Centroamericana” de Juan José Arévalo, entre 1945 y 1950. A ellos deberíamos sumar la creación de los grandes organismos contemporáneos de integración económica y política: MERCOSUR, UNASUR, PARLASUR y CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe), organismos e instituciones que debemos fortalecer y potenciar para terminar de proyectar y concretar nuestra requerida e imprescindible unidad. Si no, no seremos nada.