Una reflexión todavía pendiente. Por Elio Noé Salcedo
Si entendemos con el filósofo que “lo elemental es lo fundamental”, bien vale la pena intentar una explicación de lo que nos pasó en los últimos 50 años de nuestra vida histórica por más elemental o hasta insuficiente que esa explicación resulte, sujeta al aporte de todos, por supuesto.
Solo es una de otras tantas explicaciones que deberemos ensayar para entender semejante retroceso. Resulta necesario saber en general qué nos pasó o al menos intentar una explicación para contar con ella al iniciar una nueva etapa en nuestra vida histórica, etapa que definitivamente deberá terminar de refundar, desarrollar y realizar la Patria que muchas generaciones de argentinos concebimos desde 1810 hasta nuestros días: patria que no es ésta que hoy estamos padeciendo y que a los tirones venimos rescatando una y otra vez, cíclicamente -sin ponerle fin a ese círculo vicioso- desde hace prácticamente setenta años (desde la segunda mitad del siglo XX a esta parte), cuando se produjo la primera “revolución libertadora”.
La vuelta de Perón a la Patria pareció devolvernos a la huella de nuestra realización histórica, pero una nueva “revolución libertadora”, la de 1976, volvió a hacernos desandar el camino apenas vuelto a recorrer. Evidentemente estamos ante un fin de ciclo que, comenzado una y otra vez en 1955, 1966 y 1976, se cierra con la “revolución libertaria” de Milei, síntesis de las anteriores revoluciones anti nacionales y antipopulares de nuestra historia.
Ciertamente, algo pasó entre 1976 y 1983, que, con ser grave, no fue solamente el terrorismo de Estado y la desaparición de treinta mil detenidos-desaparecidos. En condiciones de censura extrema, de erradicación de la política y, sobre todo, de un plan sistemático a nivel económico y social, el gobierno de la Junta Militar y de la oligarquía representada por Martínez de Hoz se dedicó a destruir objetivamente gran parte de lo que el campo nacional y el peronismo histórico en particular habían construido. Frente a la disyuntiva simplista de “democracia o dictadura”, sin reparar que en 1982 nos habíamos enfrentado en una guerra a nuestro principal enemigo histórico y que debíamos seguir combatiéndolo por otros medios a pesar de la derrota militar en la batalla de Puerto Argentino, desarmados política e ideológicamente (tanto que el peronismo perdió la batalla electoral de 1983), con un pensamiento acorralado en la falsa disyuntiva de democracia o dictadura, sobrevino una democracia y un país “sin discusión” y a la deriva, que dejó indemne los paradigmas económicos y sociales de las tres “revoluciones libertadoras” anteriores, sin juzgarlos ni condenarlos política e ideológicamente, como cabía para poder deshacernos para siempre de ellos. Por el contrario, el poder concentrado de adentro y de afuera siguió reinando incólume detrás del trono
En verdad, la falta de una profunda y amplia discusión y/o debate por la caída del peronismo y del “modelo nacional” trunco; el vacío o confusión ideológica del propio peronismo después de la muerte de Perón, que no daba respuesta o no daba las respuestas adecuadas y necesarias para la época que se vivía; y el tremendo derrotismo desmalvinizador que inundó la conciencia pública argentina después del 14 de junio de 1982 -cuando de haber mantenido en alto nuestra conciencia patriótica, incluso después de la derrota militar, podríamos haber adoptado un camino de “liberación nacional” integral-, nos introdujo en el callejón sin salida de una democracia sujeta-por derecha, por centro o por izquierda-a los dictados de la globalización y el estatus quo ochentista y noventista demoliberal, neoliberal y/o socialdemócrata (al gusto del poder imperial hegemónico).
La llegada a la “democracia” se produjo en esas condiciones de suma debilidad de la conciencia nacional a nivel político, ideológico y cultural, lo que sin duda influyó seguramente en el resultado electoral de 1983, sin que esa conciencia elemental (es decir fundamental), pudiere ser restablecida en su integridad y plenitud a lo largo de los últimos 40 años. En tales condiciones sobrevino el alfonsinismo primero (con la derrota en las urnas del peronismo), luego vino el menemismo, y hasta el chachismo delarruista en su reemplazo, alejándonos cada vez más del camino histórico nacional conveniente. Asimismo, la “menemización” del peronismo derivó en otros sub fenómenos, como el “cordobesismo” o similares y los “provincialismos federalistas”, tan alejados de aquel federalismo histórico nacional originario de José Artigas, Estanislao López, Juan Bautista Bustos, Facundo Quiroga o el mismo Justo José de Urquiza, que terminó finalmente capitulando ante “Buenos Aires”, cuando suscitaba inmensas esperanzas en toda la República después de la incompleta e insuficiente experiencia rosista. El “progresismo camporista” –temprano ni tardío– tampoco nos devolvería a ese camino integral e íntegramente nacional colectivo y mayoritario. Si no, no se explicaría la derrota de 2015. Al contrario, la misma “democracia” defendida por sobre cualquier otra perspectiva o paradigma, no sería ningún obstáculo para llegar finalmente a los gobiernos anti nacionales y anti populares de Macri y de Milei, después de comprobar que con ella no bastaba para “comer, trabajar ni educarse”.
Conciencia nacional vs. hegemonía global
¿En qué consistía esa conciencia nacional histórica tradicional, más allá de la expresión política de su última etapa histórica peronista antes de 1976? Encarnaba un sentimiento y pensamiento comunitario y patriótico original, con cierto tradicionalismo criollo, tal vez algo conservador, para nada individualista, socialmente inclusivo y humanista en términos concretos (político, económico y social) y sobre todo mayoritario y popular, no de minorías ni de elites, de amplia adhesión a nivel de los trabajadores y de las amas de casa (una inmensa mayoría de las mujeres argentinas) y también de una buena parte de las clases productivas e incluso de las clases medias, favorecidas ora por el propio sistema oligárquico ora por los gobiernos populares con sentido nacional.
Por el contrario, la hegemonía del “pensamiento único” -del refortalecido poder occidental de la época tatcheriana (1979 – 1990) y reaganiana (1981 – 1989), con la derrota no solo militar sino política, ideológica y cultural de 1982, y definitivamente después de la caída del Muro de Berlín (1989) en la década del ’90-, se constituyó en una realidad que venía a quedarse por mucho tiempo y perseguía como fin arrasar las ideologías nacionales por “derecha” o por “izquierda”, como lo demostró la recomposición de la “nueva izquierda” de los ‘80, socialdemocracia o “tercera vía” en Europa.
En ese contexto y condiciones internacionales -y después de todas las derrotas posibles- nació nuestra actual “democracia”, espejo reflecto de los cambios que venían operándose en el mundo capitalista global, alentados tanto por la “nueva derecha” como así también por la “nueva izquierda democrática” y/o socialdemocracia europea, en respuesta política a la ola tatcheriana y reaganiana.
Dada nuestra dependencia cultural bicentenaria -nunca resuelta con un profundo sentido y espíritu nacional-, aquella realidad ajena debía tener una influencia casi directa en el pensamiento político local. En la posición frente a la Guerra de Malvinas podía auscultarse el posicionamiento ideológico no nacional o antinacional de políticos, economistas, intelectuales y periodistas argentinos, influenciados por la nueva ola demoliberal occidental, todavía sin consolidarse en todo el mundo occidental. En su libro “Qué es la democracia”, muy consultado por políticos, intelectuales, profesores y estudiantes universitarios argentinos y latinoamericanos, el francés Alain Touraine pontificaba pocos años después: “La idea de democracia se opone a la idea de revolución y no corresponde llamar democráticos a los regímenes que nacieron de las revoluciones del Tercer Mundo”. “Tal fue el caso de la Argentina peronista”, decía el mismo Touraine en su apología de la democracia demoliberal y/o socialdemócrata.
El Tercer Mundo, la tercera posición, la liberación nacional de los países oprimidos o dependientes del imperialismo brillaban por su ausencia en este nuevo paradigma democrático global. No había lugar para consignas como esa de “Liberación o dependencia”, “revolución nacional inconclusa” o “guerra contra el invasor u opresor imperialista”. No hace falta mucho esfuerzo para entender cuál fue la influencia concreta que las palabras y los contenidos del libro de Touraine y el nuevo paradigma global tuvieron en la realidad argentina y en el discurso “democrático” del progresismo demoliberal y/o socialdemócrata nativo. Todavía es recitado de memoria en los círculos académicos de la Argentina y América Latina.
El “modelo representacional” neoliberal y socialdemócrata
En aquella reflexión de 2007 –“La Edad Mediocre”- escribíamos: “Después de arrastrar varias décadas de indefiniciones (1955 en adelante), en las últimas décadas del siglo pasado (1976 al 2001) pudimos asistir a uno de los más grandes procesos de “inversión” en la historia argentina: la inversión de nuestros valores nacionales”. Fue así que “las graves consecuencias de esa inversión finalmente aparecieron a la vista como expresión de una enfermedad oculta (pero latente), que había debilitado silenciosamente el aparato inmunológico de nuestra vida histórica”. Sin poder creerlo, veíamos cómo “sobre la piel ayer sonrosada de las veleidades nacionales -descomprometida de toda protección, previsión, prevención y control- aparecieron como síntomas de su íntima y fatal enfermedad, la indigencia, la pobreza, la desnutrición y muerte infantil, las catástrofes naturales (sin tener soluciones a la mano), la impiadosa inseguridad personal y social y la tragedia de Cromañón, sin contar los problemas de servicios de agua corriente, luz, gas, teléfonos, combustibles y transporte sufridos a diario en los centros urbanos de nuestro país”. Ese era el diagnóstico a corazón abierto de nuestra realidad.
Habiendo superado la crisis inmediata de 2001, citábamos entonces a la socióloga Ana Wotman para advertir de qué manera esa tremenda crisis podía “haber caído en términos políticos” y hasta oponer cierta “resistencia cultural” a sus paradigmas de parte de algunos sectores progresistas, pero que, no obstante, “ese modelo representacional” (construido desde la segunda caída del peronismo) seguía operando subterráneamente (inconscientemente) en nuestra sociedad. A partir del 2001 -y con un deterioro progresivo del nivel de vida de los argentinos-, tardarían apenas 22 años en reaparecer las consecuencias de ese ciclo que evidentemente no se ha podido cerrar ni resolver en términos nacionales concluyentes, sin que la mayoría de los votantes de 2023 pudiera advertir la magnitud del desastre y el tremendo problema en el que estamos metidos.
Un nuevo ciclo nacional
Habrá que revertir todo eso y volver al camino de la realización nacional profunda, genuina e integral que, como ya pudimos comprobar, no será fácil resolver solo con “medidas democráticas” ni “agendas de minorías”. Después de varias derrotas objetivas en las que se nos escurrió entre las manos aquel país en extraordinario desarrollo (1943 a 1955 y 1973 a 1976), habíamos dejado en el camino también aquel espíritu nacional histórico que nos legaron el coronel Perón y Evita.
Desde 1983 a la fecha, la “social democratización” de nuestra sociedad ha corrido pareja y en paralelo a la “liberalización” y/o “anarco capitalización” de la conciencia argentina. Uno y otro fenómeno encarnan la desnaturalización de la conciencia argentina, que comenzó a verificarse apenas producida la muerte de Perón, cuando el propio peronismo histórico, tiroteado a diestra y siniestra, por segunda vez en su historia, no supo defenderse ni atinar a contrarrestar política e ideológicamente la acción de sus enemigos históricos y sucumbió ante la “tercera revolución libertadora” de su historia (1976), dando pie a los posteriores tropezones de nuestra vida histórica.
Un nuevo gobierno anti nacional y anti popular -lo que ya no es un tropezón sino una peligrosa caída- ha vuelto a enseñorearse en la Casa de Gobierno, cuando no contamos con las fuerzas materiales ni las fuerzas espirituales preparadas para combatirlo… Esta vez solo contamos con las fuerzas del pueblo disgregado… No contamos con mucho más que cuando el coronel San Martín arribó a nuestra tierra americana proveniente de España. ¿Tendremos ese mismo espíritu nacional y/o patriótico de nuestro primer coronel para encarar este nuevo desafío? ¿Seremos capaces de organizar nuestras fuerzas, como lo hizo nuestro segundo coronel, para erradicar definitivamente la pobreza, desarrollarnos como Nación y realizarnos integralmente?
Hace falta organizarnos con un objetivo patriótico, colectivo y mayoritario y al mismo tiempo reconstruir la conciencia nacional perdida. Y como aquella otra generación nacional de 1880 también, deberemos refundar el Estado con políticas nacionales que contrarresten las “bases fundacionales” que quieren destruirlo, conduciendo nuestros pasos definitivamente a la felicidad del pueblo y a la grandeza de la Patria. Deberemos recurrir a los fundamentos de nuestras más caras, genuinas y arraigadas tradiciones y experiencias políticas e intelectuales del siglo XX (el yrigoyenismo, FORJA, el peronismo histórico, la Izquierda Nacional de Jorge Abelardo Ramos y el pensamiento nacional y latinoamericano), donde seguramente encontraremos las raíces, el sentido y el contenido político e ideológico nacional para los nuevos desafíos y las nuevas luchas revolucionarias en la era de las contrarrevoluciones redivivas.