John W. Cook, por Claudia Peiró
El 2 de noviembre de 1956, Juan Domingo Perón designó, por única vez en su carrera política, a su delegado, su heredero: “En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”. Hablaba de John William Cooke, un peronista de izquierda que intentó convencer al General a instalarse en La Habana tras su derrocamiento. A 54 años de su muerte, la historia de un hombre singular.
A John William Cooke le decían “el Bebe”. El sobrenombre le valía por haber sido el diputado más joven de la bancada peronista en 1946: cuando Juan Domingo Perón llegó por primera vez a la presidencia de la Nación tenía solo 27 años. De ascendencia irlandesa, había nacido en La Plata el 14 de noviembre de 1919, y su padre era un ex referente radical que se había sumado al gobierno de Edelmiro Farrell en el área diplomática. Murió, 48 años después, por un cáncer fulminante en el Hospital de Clínicas de la Ciudad de Buenos Aires. Nunca supo que agentes de la CIA habían instalado un sistema de escuchas en su departamento de Montevideo para prevenir posibles atentados.
Pero esa operación de espionaje que lo tuvo como blanco ocurre cuando Cooke ya no era un “bebé” de la política. Su historia presume de una singular biografía. Cumplido su primer mandato de diputado, se dedica a su profesión, la abogacía, y a la docencia. En 1954 lanza una revista, De Frente, en la cual inicia la que será una de sus principales actividades: escribir. Pero no era solo un hombre de letras, también era un hombre de acción. Cuando la Marina bombardea la Plaza de Mayo en junio de 1955, en un primer intento de derrocamiento de Perón, corre arma en mano a defender el gobierno. Perón lo convoca entonces y lo nombra interventor del Partido Justicialista de la Capital Federal para reorganizarlo. Pero a los pocos meses se produce el golpe de septiembre del 55, autodenominado Revolución Libertadora.
Cuando Perón está en el exilio en Paraguay, Cooke es uno de los primeros dirigentes que se pone a sus órdenes y que, junto con César Marcos y Raúl Lagomarsino, organiza el primer Comando Nacional de la Resistencia. De hecho, este peronismo de la clandestinidad -forzada por la persecución y proscripción al movimiento, sus referentes y sus símbolos- estuvo inicialmente en manos de cuadros de segunda línea que ocupan el lugar dejado vacante por los más veteranos, algo apoltronados. “Mis dirigentes estaban demasiado adocenados para ser eficaces”, dirá luego Perón.
Muy pronto, en octubre de 1955, Cooke es arrestado y encarcelado en la ya desaparecida Penitenciaría de la avenida Las Heras (hoy un parque). Durante el siguiente año y medio, será “paseado” por diferentes cárceles del país -Ushuaia, Río Gallegos, Caseros en la Capital, de nuevo la Penitenciaría, de nuevo Ushuaia y finalmente Río Gallegos-, en un periplo que incluye un simulacro de fusilamiento.
El 17 de marzo de 1957, el Bebe Cooke se fuga hacia Chile desde la cárcel de Río Gallegos, en compañía de otros peronistas encarcelados como él luego del derrocamiento de Perón: el empresario Jorge Antonio, el futuro presidente Héctor Cámpora, el activista nacionalista Guillermo Patricio Kelly, el ex secretario general de la CGT José Espejo y el ex diputado y dirigente sindical petrolero Pedro Gomis.
Desde mediados de junio del 56, Cooke y Perón habían logrado establecer contacto epistolar pese a estar uno encarcelado y el otro desterrado. En Caracas, el 2 de noviembre de 1956, Perón redacta un documento mediante el cual por única vez en toda su trayectoria política designa no sólo un delegado sino un heredero. Por ese documento, autoriza al “Compañero Doctor John William Cooke (…) actualmente preso por ser fiel a su causa y a nuestro Movimiento” a asumir su representación en todo acto o acción política. Cooke queda investido de la autoridad delegada por Perón ante “la totalidad de las fuerzas peronistas organizadas en el país y en el exterior”. Y lo más contundente: “En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”. No era una posibilidad del todo remota. Poco después, en marzo de 1957, Perón se salvó por casualidad de morir en un atentado (una bomba hizo volar el auto en el que debía desplazarse).
En carta a Alejandro Leloir, último presidente del PJ, fechada en marzo de 1957, Perón explica su decisión: “El doctor Cooke fue el único dirigente que se conectó a mí y el único que tomó abiertamente una posición de absoluta intransigencia. (…) En los primeros días del año 1956, perdidos todos los contactos con los dirigentes de la Patria, mientras estaba exiliado en Panamá, establecí conexiones y enlace con el doctor John W. Cooke (…) Fue por su intermedio que pude vivir la situación y hacer llegar mi palabra a los compañeros de todo el país”.
Tras la fuga, Cooke permanece en Chile desde donde establece una correspondencia regular con Perón a quien visita en diciembre de 1957 a Caracas, Venezuela. Allí se producen las conversaciones con Rogelio Frigerio que llevan a la firma del pacto Perón Frondizi, por el cual el líder peronista ordena a sus bases votar la fórmula de esta corriente radical disidente a cambio de la promesa de que Arturo Frondizi, una vez en la presidencia, levantaría la proscripción del peronismo y de su líder Juan Perón.
Cooke fue uno de los negociadores y firmantes del pacto. A comienzos de 1958, se muda a Montevideo para seguir de cerca los avatares de este proceso. Seguía proscripto en Argentina. El 23 de febrero triunfa la fórmula Frondizi-Gómez.
Fermín Chávez cuenta una anécdota de ese año: interrogado por los periodistas sobre si creía que Perón volvería al país, Cooke responde que no tiene la menor duda. Pero cuando le preguntan: “¿Podría señalar la fecha?”, él dice: “Yo soy político, no adivino. Sólo puedo afirmar que Perón regresará”.
En una carta, el líder exiliado, conocedor de las dificultades del ejercicio de la conducción política, le escribe: “El hombre necesita ser mandado, pero nadie le reconocerá semejante cosa, y menos aún que usted sea el hombre indicado para hacerlo”. En efecto, el nombramiento de Cooke había generado celos y rivalidades y constantemente otros referentes trataban de “puentearlo” buscando un contacto directo con Perón para desautorizar a su delegado.
Los avatares de este proceso están reflejados en la correspondencia entre ambos publicada en dos tomos que son un verdadero clásico del arte de la conducción, además de que permiten reconstruir el pensamiento de una época.
El fracaso del pacto y las desinteligencias al interior del peronismo, que Cooke no logra controlar, lo van desgastando y distanciando de Perón. Pero será su viaje a Cuba, donde acaba de triunfar la Revolución castrista, lo que alejará definitivamente a Cooke, no del peronismo, pero sí del dispositivo de conducción de Perón. Sin embargo, no habrá ruptura ni críticas públicas entre ellos.
Cooke se enrola en la corriente del llamado peronismo revolucionario; es más, será en buena medida el ideólogo de esa tendencia, a través de los varios ensayos y artículos que escribió. Apuntes para la militancia y Peronismo y revolución, entre otros.
En los años inmediatamente posteriores a la Libertadora, Cooke había creído en la inminencia de una insurrección popular y generalizada en la Argentina que habilitaría el regreso de Perón. También el General parece pensarlo así por momentos según se desprende de la correspondencia intercambiada entre 1956 y 1960. Pero cuando esas esperanzas se frustran, Cooke no se muestra dispuesto a seguir el consejo de Perón (“desensillar hasta que aclare”) y se deja seducir por el modelo de la Revolución Cubana y la opción de la lucha armada.
Para Perón, entre sangre y tiempo, la opción era clara. No promovía la lucha armada como vía para acelerar aquello que debía lograrse con tiempo y organización. No creía que la realidad fuese una materia que el hombre podía moldear por la sola acción de su voluntad. Para él, existía, un destino, una evolución, una historia en la cual actuar y a la cual adaptarse, buscando los mejores instrumentos para protagonizarla. Pero había momentos en que esa historia marcaba la necesidad de un renunciamiento o de una pausa. “El tiempo todavía trabaja para nosotros. ¿A qué entonces querer remplazar al tiempo con una aventura?”, le había escrito una vez a Cooke.
Cooke, en su entusiasmo con la Revolución Cubana, intenta convencer a Perón de la conveniencia de instalarse en La Habana. Durante su exilio, el líder peronista mantuvo interlocución con muchos países, incluida la URSS. Pero la diferencia entre hablar y ser integrado a un sistema pasaba, entre otras cosas, por no aceptar la intermediación de Cuba en esa relación.
En 1967, estando ya cercano su prematuro final, por una enfermedad, Cooke trazó la siguiente caracterización del líder exiliado: “Perón es el máximo valor de la política democrático burguesa en Argentina, un premarxista que por inteligencia o conocimientos generales sigue la evolución que toma la Historia y simpatiza con las fuerzas que representan el futuro, lo cual no significa que sea en este momento el destinado a trazar una política revolucionaria…”.
Un párrafo que sintetiza la evolución del pensamiento de Cooke. Perón no era pre-marxista; su pensamiento siempre corrió paralelo al marxismo. Su filosofía buscaba superarlo. No lo consideraba la solución apropiada a los abusos del capitalismo.
Una intrusión secreta y una máquina de rayos X
Cuando Philip Agee (1935-2008) dejó su rol de agente de operaciones secretas de la CIA en 1969, escribió un libro contando sus experiencias en los destinos que tuvo durante sus 12 años en la compañía: principalmente Quito y Montevideo. El libro de Agee se llama Inside the Company. CIA Diary y fue traducido al castellano como La CIA por dentro. Diario de un espía.
En los últimos días del mes de marzo de 1967, agentes de la CIA ingresaron al departamento que John William Cooke iba a ocupar temporalmente en un viaje a Montevideo, lo revisaron todo e instalaron un sistema de escucha. ¿El motivo? Ese año, en Punta del Este, iba a tener lugar una Conferencia de la OEA a la que asistiría el entonces presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson. La estación de la CIA en Uruguay fue reforzada y se intensificaron las tareas de inteligencia para prevenir posibles atentados.
“Si a Johnson llegaran a asesinarlo aquí, no sería por falta de protección”, escribe Agee en su diario el 1º de marzo de 1967, en referencia al enorme despliegue hecho por la seguridad norteamericana.
Un mes más tarde, el 2 de abril, anota: “Cada día parece que surge una nueva historia sobre un plan terrorista para asaltar, colocar bombas, veneno o, simplemente, maldecir la conferencia. (…) Pero hubo una historia que no podía tomarse a la ligera y que me retuvo día y noche la semana pasada tratando de resolverla”.
Esa historia concernía al argentino John William Cooke. A Agee le había llegado un informe firmado por BIDAFFY-1, nombre en clave de “un agente de infiltración de la estación de Buenos Aires que está mezclado con el grupo terrorista de John William Cooke”.
Y explica: “Cooke es un conocido peronista de extrema izquierda que también trabaja con la inteligencia cubana. El informe decía que Cooke y un número no especificado de sus seguidores vendrían a Montevideo antes de la conferencia para infiltrarse en el área restringida de Punta del Este y colocar bombas y otros operativos terroristas que puedan montar”.
En el momento en que la contrainteligencia estadounidense recibe información sobre supuestos planes “terroristas” de Cooke en Montevideo, éste ya está muy alejado de Perón y de su estrategia. El señalamiento que hace Agee de que Cooke “también trabaja para la inteligencia cubana” no es un infundio. Cooke ha abrazado esa causa y ese modelo.
Cuenta Agee que, enterada la CIA de que Cooke y sus acompañantes, cuyo nombre “el agente no conoce”, se instalarían en un departamento “que pertenece a Cooke” ubicado en un edificio llamado Rambla Hotel frente a la playa de Pocitos, pone en marcha un operativo para ingresar a él sin que se note. Si comprobaban la veracidad de la denuncia del agente en Buenos Aires, darían aviso a la policía local para que Cooke fuese arrestado.
Tras alquilar una habitación en el mismo edificio, convocan a Frank Shermo, oficial técnico basado en Buenos Aires. “Durante dos largas noches Shermo intentó en vano abrir la cerradura del departamento de Cooke con herramientas de precisión; al final, decidió hacer una llave y pudo abrirlo a la tercera noche”.
“Anoche [en referencia al 1º de abril] por fin Sherno pudo abrir la puerta. En nuestra primera entrada, después de revisar cuidadosamente para ver si no había una trampa ‘cazabobos’, encontramos un gran embalaje de madera en el dormitorio principal -con un tamaño como para contener armas, rifles-. Estaba bien cerrado y reforzado con flejes, pero uno de los paneles estaba roto cerca de una esquina. Por el agujero pude ver que había libros, revistas y otros materiales impresos, que podían ser la cobertura de otros objetos más importantes. Decidí no tocar el embalaje, pero aprovechamos para instalar dos radiotransmisores operados a batería, uno en los resortes de la cama y otro en la caja de la cortina”.
Agee le comenta al jefe del Servicio Secreto lo del embalaje en la casa de Cooke, y éste le ofrece una máquina portátil de rayos X, “que es la que el Servicio usa para revisar los objetos que le regalan al presidente Johnson”, aclara.
Nueva entrada subrepticia al departamento de Cooke, esta vez con la máquina de rayos X. Las placas tomadas al embalaje no revelan la presencia de ningún objeto extraño. Con ironía, Agee concluyó. “En mi informe recomendaré una recompensa especial a BIDAFFY-1 por su imaginación”.
John William Cooke morirá al año siguiente en Buenos Aires. Su viuda, Alicia Eguren, será secuestrada y asesinada por la dictadura en enero de 1977.
En septiembre de 2014, las cenizas del legendario “Bebe” Cooke fueron arrojadas al Río de la Plata, según el deseo que él mismo había expresado.
Fuente: Infobae
* La versión original de esta nota fue publicada el 23 de septiembre de 2017.