AMLO, la cuarta transformación y su conexión con la filosofía
Por Ismael Carvallo Robledo
¿Por qué llamamos política a la implantación de la filosofía a la que hemos llegado como consecuencia de la crítica de la conciencia gnóstica?
El motivo puede exponerse de un modo muy sencillo: “política” se toma aquí en su sentido clásico –el de Platón–, como adjetivo de las estructuras de la conciencia dadas en la república, en la ciudad.
La tesis de la implantación política de la filosofía quiere decir, sencillamente, que la conciencia filosófica, lejos de poder ser autoconcebida como una secreción del espíritu humano que, por naturaleza y desde el principio (in illo tempore), tiene un afán de saber, o como el impulso de una “existencia arrojada” que, según su constitutivo ontológico, se pregunta por el ser (Sein und Ziet, Ꞩ 2y 3), debe ser entendida como una formación histórico-cultural, subsiguiente a otras formas de conciencia también históricas, y precisamente como aquella forma de conciencia que se configura en la constitución de la vida social urbana, que supone la división del trabajo (y, por tanto, un desarrollo muy preciso de diversas formas de la conciencia técnica), y la conexión con otras ciudades en una escala, al menos virtualmente, mundial, “cosmopolita”.
De este modo, la conciencia filosófica se nos aparece, diaméricamente, vinculada con otras formas de conciencia, y formalmente con la conciencia política, que, a su vez, está interferida con la conciencia moral y con la razón económica. (pp. 254-255)
La distancia de Marx respecto de Hegel, como la de Lenin respecto de Mach, es, ante todo, la distancia entre un pensamiento políticamente implantado y una implantación gnóstica de la conciencia filosófica (p. 249)
Gustavo Bueno
Ensayos materialistas (1972) I
Las consideraciones que siguen están dispuestas con el objetivo de definir el cauce más adecuado que a nuestro juicio es necesario trazar para el desenvolvimiento de la Cuarta Transformación de México desde la perspectiva de su conexión con la filosofía, tomando en consideración el hecho de que todo proceso político está incrustado en una dinámica siempre compleja, plural y hasta contradictoria, razón por la cual estimamos como de primer orden la necesidad de trazar un vector de dirección filosófica desde el que nos sea posible conferir potencia, integridad y coherencia al movimiento en su conjunto.
El vínculo entre la filosofía en sentido estricto –que es el insertado en la tradición greco-helenística– y la política, tiene un estatuto orgánico, constitutivo, toda vez que la filosofía puede solamente desplegarse en la historia a partir del doble proceso de condensación urbana de las ciudades griegas de la antigüedad dentro de cuya pluralidad, en primer lugar, fue posible la comparación y la perspectiva (que Bueno o Francisco Larroyo llamarán de segundo grado ) con la que se racionalizaron, mediante su destrucción, las explicaciones mitológicas a través de las cuales se comprendía el mundo y la realidad como determinadas por la voluntad de dioses zoomorfos o antropomorfos, siendo sustituidos, en segundo lugar, por la inmanencia de la racionalidad geométrica desde la que se comenzó a considerar que las causas del mundo están en el mundo mismo (metafísica presocrática).
Ahora bien, abordar las relaciones entre la filosofía y la 4T, aunque pareciera un ejercicio claro y distinto, en realidad no lo es, porque todo depende de la definición que se haga de los términos en cuestión, es decir, de lo que se entienda por filosofía y lo que se entienda por Cuarta Transformación, suponiendo además que, en el caso de esta última –la 4T–, nos sea posible también conceptuarla de una manera unívoca y acabada, cosa que resulta ciertamente imposible al tratarse de algo que está en proceso, en marcha, siendo así que las referencias en las que se inspira (las tres transformaciones históricas previas: independencia, reforma y revolución) son conceptos historiográficos mediante los cuales se racionalizan, desde el presente, acontecimientos del pretérito ya acabados que son vistos desde la distancia cronológica para dotarlos de sentido, que sólo así es posible entonces que se nos ofrezca como tal.
Pero además de este problema de metodología histórica en torno del concepto “Cuarta Transformación”, tenemos otro no menos peliagudo, a saber: el de las coordenadas filosóficas adoptadas para encarar la faena, porque filosofías hay muchas, y no todas dicen, o ven, o entienden lo mismo.
Filosofía mexicana
Hay filosofía idealista, filosofía materialista, filosofía analítica, filosofía política liberal, filosofía política marxista, filosofía política realista, filosofías delirantes o, también, la llamada filosofía mexicana, que más bien tendría que llamarse filosofía en español hecha desde México; una filosofía que desde la llegada a tierras americanas de las órdenes religiosas durante el siglo XVI (principalmente franciscanos, dominicos y jesuitas) habría de incrustarnos en la tradición de la filosofía en sentido estricto, que es la que se inicia en el orbe greco-helenístico de la antigüedad clásica como tenemos dicho, y que se desarrolla luego en la Edad Media cristiana para, trámite mediante de traducción de la obra aristotélica del árabe al latín y al castellano –y en general del pensamiento griego– en la Escuela de Traductores de Toledo, llegar a América con los distintos ropajes escolásticos según los autores fundamentales en cada caso: Occam, que traen los franciscanos, Santo Tomás, que traen los dominicos, y Suárez, que traen los jesuitas dentro de cuyas filas, siglos después, habrían de formarse figuras tan importantes para México como Miguel Hidalgo y José María Morelos, que fueron, no olvidemos esto, curas, teólogos y filósofos.
El término “filosofía de” forma parte de lo que Gustavo Bueno llama, a su vez, filosofías especiales o “centradas”, es decir, sistematizaciones centradas alrededor de un tema específico (la música, la ciencia, el deporte, o la Cuarta Transformación), lo que supone un cierto grado de precariedad en cuanto a la unidad analítica que se pueda lograr, pues en ellas han de confluir diversidad de teorías (la filosofía de la guerra, por ejemplo, implica una filosofía del Estado, aunque la una no se reduce a la otra ni recíprocamente) que pueden no poderse coordinar con la consistencia deseable, lo que no significa que por ello carezcan de interés práctico, como es el caso de la filosofía, o más bien filosofías, de la Cuarta Transformación.
Además, hay que incluir una distinción adicional: una cosa es la “filosofía de” entendida en un sentido adjetivo o vulgarizado, como cuando se dice “la filosofía de mi empresa consta de una visión, una misión y unos valores x, y o z”, o cuando se dice “mi filosofía de vida es no tomarme nunca las cosas tan en serio”, en cuyos casos habría que hablar, más que de “filosofía de”, de estrategias o de principios de acción o de vida.
La otra opción es entender “filosofía de” en un sentido crítico, que consiste en la sistematización y clasificación (criticar significa clasificar) de las ideas involucradas en el tema de referencia, así como en el análisis tanto de su historia como del estatuto científico de las disciplinas que lo estudian en caso de que las haya: el debate en torno de si hay o no una “ciencia de la felicidad” es uno de los problemas centrales de lo que sería, por ejemplo, la Filosofía de la felicidad (que por lo demás, dicho sea de paso, es imposible que sea analizada desde algo que pueda llamarse “ciencia de”, como imposible es también considerar que hay, en sentido estricto o fuerte, una filosofía náhuatl o quechua o guaraní: lo que hay es, en todo caso, sabiduría náhuatl o quechua, expresada en forma de cosmovisiones poéticas o mitológicas, es decir, filosofía en sentido débil).
Ahora bien, partiendo del hecho de que no es tan sencillo tener una sola filosofía de la 4T según lo que hemos dicho, una forma preliminar de abordar o resolver la cuestión sería la de definir la diversidad de puntos de vista generales de carácter más bien ideológico-político , a fin de reconocer las perspectivas o sistemas de coordenadas desde las cuales se quiere interpretar globalmente al proceso en cuestión en cuanto a su propósito, su contenido programático y su sentido histórico, entendiendo de forma general que la Cuarta Transformación es el proceso histórico-político que, incubado desde luego desde hace décadas, se inicia con el triunfo en 2018 de Andrés Manuel López Obrador como el presidente más votado de la historia de México.
Filtrando las cosas por ahí, es posible entonces identificar tres puntos de vista o perspectivas globales, o filosóficas, desde las cuales se quiere interpretar e imprimir sentido histórico a la 4T: la perspectiva indigenista anti-eurocéntrica (dusselianismo), la perspectiva nacional-popular y desarrollista (lopezobradorismo) y la perspectiva progresista-postmoderna (ecologismo radical, feminismo radical, relativismo cultural).
El indigenismo anti-eurocéntrico, cuyo principal exponente es Enrique Dussel, parte de una interpretación apocalíptica de la historia universal, que conceptúa como historia de la dominación europea que habría llegado a América para aplastar (o encubrir) a los pueblos originarios.
Se trata de algo así como un tercermundismo resentido y colonizado, derrotista, tremendista y depresivo en el que todo ha sido violencia, sufrimiento y dolor, y desde el que se ve a esa dominación originaria como la fuente de todos los males, el principal de los cuales es la dominación capitalista que a su vez sería expresión de la racionalidad moderna, detrás de la que estaría a su vez, también, trabajando la pulsión de dominación hetero-patriarcal.
De esta trenza barroca de dominación multisecular y aplastante, generadora de víctimas, victimismo y derrotismo sombrío y deprimente, es de lo que tendrían que liberarse los pueblos americanos, para lo cual se propondrán filosofías de la liberación, pedagogías de la liberación y cuanta teoría ética de la liberación fuera necesario inventar.
El nacionalismo popular, desarrollista y organicista es el enfoque principal del presidente Andrés Manuel López Obrador, tal como se puede constatar en sus obras fundamentales como el Proyecto alternativo de nación, La mafia nos robó la presidencia o La gran tentación. El petróleo de México. Se trata de un enfoque enraizado en la realidad histórica nacional, a ras de suelo y tejido desde el sentido común del pueblo mexicano, que, como Morelos o Hidalgo lo fueron, es fundamentalmente católico (de ahí el simbolismo tan importante que tiene la divisa del presidente, recuperada de Ignacio Ramírez, desde la que dice a la nación: “yo me hinco donde se hinca el pueblo”).
Libros de Andrés Manuel López Obrador
Desde este enfoque mucho más sereno y ajustado a la realidad (o de otra forma: con una implantación política mucho más cimentada y colada) es que busca el presidente no ya desmontar siglos de dominación eurocéntrica y hetero-patriarcal (¿cómo se hace eso?, ¿con qué se sustituye?, ¿y para qué?), sino más bien recuperar lo mejor de nuestra tradición histórica y de pensamiento nacional para moderar la indigencia y la opulencia (Morelos), postular como principios cívicos la firmeza, la austeridad, la dignidad y el valor supremo de la República (Juárez), luchar contra la tiranía y por la justicia y la libertad (los Flores Magón), defender como virtudes políticas la democracia, el sufragio efectivo y la no-reelección (Madero), enaltecer como virtudes nacionales la moralidad, el sentido común y la modesta racionalidad de las reformas básicas (Francisco J. Múgica), enarbolar como airones de combate al nacionalismo revolucionario y la soberanía del Estado (Cárdenas), sostener como pilares de estabilidad y dignidad al nacionalismo económico, el desarrollismo y la constitucionalidad (López Mateos) o promover las virtudes y valores clásicos que están disueltos, y colados durante siglos, en el cristianismo (Cartilla moral de Alfonso Reyes).
Esta es la línea filosófico-política de Andrés Molina Enríquez en México, y de Jorge Abelardo Ramos y Manuel Ugarte en Argentina.
El progresismo postmoderno no es otra cosa que la opción de la burguesía más liberal, que para distanciarse de la burguesía católica, que considerará demasiado conservadora o tradicionalista, se inclina por la socialdemocracia europea y americana de la actualidad (la agenda de Podemos en España o el Partido Demócrata en EEUU), enderezada desde una posición de humanismo individualista, cosmopolita y globalizador.
Su momento de configuración es la caída de la Unión Soviética, que da paso a un desplazamiento de coordenadas de la izquierda occidental, que se mueve del socialismo soviético al multiculturalismo burgués y relativista codificado en la ideología del 68, y teorizado por la Escuela de Frankfurt, el posestructuralismo francés y la obra de Michel Foucault, que serán leídos como tótems de la resistencia y la deconstrucción en las Facultades y Centros de estudios “críticos” de las universidades europeas y norteamericanas.
El feminismo radical (o de segunda generación, que es la que se centra en la cuestión sexual y reproductiva de la mujer, más que en la laboral o cívico-política), el animalismo, la decolonialidad, el veganismo, el ecologismo radical y el neozapatismo son banderas de este progresismo postmoderno, que propugnará por “otros mundos posibles” y utópicos que en realidad es muy difícil saber cómo se pueden llevar a vías de efecto (o para decirlo una vez más con nuestro concepto pivote: sin posibilidad de implantación política efectiva), además de que nadie sabe si en realidad lo que está detrás de ese utopismo angelical y optimista es el caos y la regresión neo-anarquista, sobre la que muchos profesores críticos de universidades españolas o italianas o canadienses, o inglesas, suspiran cómodamente desde sus cátedras universitarias o sus “escuelas críticas del sur global anti-patriarcal” –que Harold Bloom tipificara como Escuela del resentimiento–, financiados por gobiernos anti-occidente (como el iraní) o fundaciones de vago propósito, y animados por una supuesta anti-globalización indignada, humanista, ecológica, planetaria, verde y morada y moralmente superior porque está contra toda forma de discriminación, detrás de la que late en todo caso, eso sí, y de manera por demás surrealista, una suerte de nostalgia de la barbarie.
Estos tres puntos de vista deben ser tenidos como síntesis dialécticas, que recogen teorías y sistemas de coordenadas diversas decantadas durante décadas, y que desde luego abordan problemas concretos y evidentes (desigualdad económica, racial o de clase, miseria de grupos marginados, el problema ambiental, precariedad de la situación de la mujer), además de que se nos ofrecen no ya como bloques cerrados sino como estructuras dinámicas, con vasos comunicantes entre unos y otros y en contacto polémico o coordinado dependiendo de coyunturas, ciclos y etapas históricas.
La clave está en saber cuál de todos estos puntos de vista tiene la capacidad para explicar a los otros, y para proyectar con mayor consistencia y estabilidad una arquitectura de instituciones y un rumbo para el nuevo régimen político en construcción, además de que sea capaz también de trazar un horizonte de sentido histórico, en donde la mayor parte de los mexicanos puedan encajar sus trayectorias individuales y las de sus familias, participando de la ecuación de una cuarta transformación con autoridad intelectual y moral dentro de cuya coherencia y sentido común puedan, y sobre todo quieran, reconocerse.
A mi modo de ver, el único punto de vista que es capaz de cumplir con esta necesidad estratégica es el del lopezobradorismo, y aquí es por tanto, entonces, donde debe arraigar la cimentación fundamental, en definitiva, tal es nuestra tesis, de la filosofía de la Cuarta Transformación.
Una muestra de ello es la controversia velada que se generó alrededor de la formación ética o moral de la sociedad mexicana, en función de la iniciativa del presidente López Obrador (que venía formulada desde los tiempos de campaña) de difundir la Cartilla moral de Alfonso Reyes, ante –y sobre todo contra– la cual Enrique Dussel redactó su propia Cartilla ético-política.
VI
En efecto, desde la anterior campaña presidencial (2012), el entonces candidato López Obrador propuso difundir el texto de Reyes de 1944 como material de reflexión y estudio sobre asuntos apremiantes de virtud cívica y moral. Una vez alcanzada la presidencia, lo mandó a imprimir y distribuir a nivel nacional.
Al calor de la polémica generada por su distribución, apareció una iniciativa alterna de cartilla, que Dussel redactó en su calidad de promotor principal de una suerte de Escuela del Resentimiento neo-tercermundista de peligrosas consecuencias ideológicas según tenemos dicho, pues no descansa en su afán por interpretarnos como pueblo de oprimidas, colonizadas, vencidas y dolientes víctimas; como una nación de perdedores en definitiva, y que, según declaraciones, consideró a la cartilla de Reyes como “antigua, conservadora y machista”, ante los efectos de lo cual redactó entonces el texto Hacia una nueva cartilla ético política.
La Cartilla Moral de Reyes, en primer lugar, fue parte de la campaña nacional contra el analfabetismo del presidente Ávila Camacho, a instancias de cuyo secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, fue que se pensó en complementar la cartilla alfabetizadora con una cartilla moral. En el texto, Reyes destila de manera sintética, breve y sutil las claves de las dos tradiciones vertebradoras de occidente: la greco-helenística y la cristiana. Estos son los quicios que encuadran el texto Alfonsino, que acomoda con arreglo a doce lecciones.
En las tres primeras, nos explica las razones por la cuales el hombre debe educarse para el bien, que en Platón se conecta con la sabiduría y la educación (pues al mal se llega por ignorancia), y en el cristianismo con la caridad y la redención (pues al mal se llega por inclinación). Expone luego los principios del dualismo antropológico, y los de la voluntad, la civilización y la cultura.
A continuación, y replicando quizás el esquema de los círculos de Dante para la interpretación de la experiencia humana como itinerario, define siete círculos de respeto, que se nos dan históricamente en forma de criterios universales o como mandamientos religiosos: respeto a la persona, a la familia, a la sociedad natural, a la sociedad política o Estado, a la patria, a la especie humana y a la naturaleza. La última lección tiene un aroma estoico (“Universo, mudanza, la vida, firmeza”) y romano, pues define el respeto por todo lo que escapa a la voluntad humana en los órdenes material, sentimental e intelectual. Extrañamente, la Cartilla Moral no se distribuyó en aquéllos entonces. Tuvo que llegar López Obrador a la presidencia para hacerlo posible.
Dussel, por su parte y en segundo lugar, se salió en su texto de los quicios europeos (el helenismo y el cristianismo a cuyos contornos ajusta Reyes, con modestia, su Cartilla Moral según hemos visto) para recuperar las vertientes “originarias” de nuestra idiosincrasia civilizatoria, y poniendo primero entre paréntesis al occidente eurocéntrico, represor y violento –al modo en que Heidegger puso entre paréntesis al judeo-cristianismo para encontrar intacta la raza aria germánica de Tácito–, y mezclando después a Nezahualcóyotl con Walter Benjamin, pongamos por caso, reconstruyó en trazos amplísimos, literalmente desquiciados, el proceso de configuración de nuestra sociedad actual.
Enrique Dussel (1934) es uno de los autores principales de lo que se conoce como filosofía de la liberación latinoamericana, corriente ideológica que emerge durante la sexta y séptima décadas del siglo pasado al calor de la Conferencia Episcopal de Medellín del 68 y el giro social y tercermundista de la Iglesia católica (teología de la liberación), que ajustaba su enfoque evangélico postconciliar a la problemática de la pobreza y desigualdad en Hispanoamérica, y que habría de sintonizarse con perspectivas como las de la pedagogía del oprimido y la teoría de la dependencia, con el añadido de una interpretación sui generis (teológica) del marxismo, la metafísica de Levinas, la literatura latinoamericana y, más adelante, la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Un verdadero totum revolutum codificado en una jerga académica entre pedante y estrafalaria, y sobre todo afectada de una sensibilidad indignada y de superioridad moral ciertamente notable, por no decir insoportable.
Desde estas coordenadas, y luego de varios saltos mortales históricos con los que nos lleva en su texto desde las migraciones asiáticas hacia el oriente que hace 12 mil años vinieran a poblar “nuestra América” por el estrecho de Bering, hasta el consumismo neoliberal eurocéntrico y hetero-patriarcal de nuestros días, hace un llamado Dussel a salvar, desde la sensibilidad y la sabiduría ancestral de los pueblos originarios, a la humanidad, a la madre tierra y de ser posible, por qué no, al Universo entero .
Es un libro desquiciado en el sentido dicho, algo así como un grito de Savonarola animador de un peligroso, peligrosísimo complejo de resentimiento que en nada puede ayudar a levantar la moral de una nación, y que contrasta oceánicamente con la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, que en este caso se nos ofrece animado por una serenidad más ática, clásica y florentina como pudo haber sido, precisamente, la de Maquiavelo, y que además de decirnos las cosas tan clara, sencilla y modestamente, siempre nos sonrió de la misma forma en que lo hace el presidente López Obrador para enviar al pueblo un mensaje y una impresión de serenidad, estabilidad y seguridad en la conducción de los asuntos del Estado y la nación.
Al final, se decidió distribuir nacionalmente la Cartilla Moral de Reyes, y luego se pidió a un comité especial la redacción de una nueva cartilla más ajustada a nuestro tiempo, sin tantos saltos mortales y sobre todo sin resentimientos deprimentes, que ya se está distribuyendo también.
En este caso concreto, el balance final se puede observar inclinado en la dirección que el lopezobradorismo, según lo hemos caracterizado aquí, ilumina como derrotero fundamental dentro del cual empujar la dialéctica nacional. Nuestra contribución a ese proceso se despliega desde el vector histórico-político e ideológico que la gigantesca figura de Andrés Molina Enríquez nos ofrece como foco luminiscente de interpreta.
Fuente: polemon.mx