La Historia en versos: “Décimas a la familia Martínez de Hoz”, por Julio Fernández Baraibar
“El país aún no se cura de su pesada herencia, porque muchos, en su ausencia, repiten la partitura”, escribe JFB sobre uno de los apellidos más odiosos e infames para el pueblo argentino.
La estirpe Martínez de Hoz
quiero presentar aquí:
siempre en contra del país
que le dio poder y voz.
Narciso Martínez de Hoz,
contrabandista veloz,
dio comienzo a una familia
que dedicó su vigilia
a venderle al británico
salteando el control hispánico.
De allí viene su anglofilia.
Durante los años de guerra,
de independencia y civil,
fue su actividad febril
hacerse dueños de tierras
y es con Pavón cuando cierra
su ingreso en la gestión.
Juez de paz en la región
de Castelli fue nombrado
Federico, un hacendado
que empezó la diversión.
Federico, que hijo era
de aquel Federico, el juez,
presidía con rigidez
la SRA altanera.
Con Uriburu se altera
la voluntad popular.
Federico, sin dudar,
da el apoyo ruralista
a la maniobra golpista
y allí comienza a tallar.
Gobernador se convierte
en Buenos Aires, distrito
que con fraude, sable y pito
maneja con mucha suerte.
Tan es así que invierte
plata pública en su estancia,
que termina en una instancia
judicial con resultados
confusos e inesperados:
lo renuncian sin prestancia.
Otro nieto de Narciso,
que en Inglaterra estudió,
José Alfredo se llamó
y tuvo un papel preciso:
la Sociedad Rural quiso
que fuera su presidente
en el momento en que al frente
del país estaba Perón.
No hubo buena relación,
entenderán fácilmente.
Este nieto José Alfredo
tuvo un José Alfredito
que, en este país bendito,
su memoria aún da miedo.
Siempre liberal su credo,
gorila en sus convicciones,
se enredó en conspiraciones
militares y golpistas
y logró estar en las listas
para múltiples funciones.
Fue con la Libertadora
que su carrera empezó
y un milico lo nombró,
¡maldita sea aquella hora!
En Salta fue la aurora
que dio comienzo a su día.
Después fue Ganadería,
ya con Guido presidente,
hasta que llegó, ascendente
a ministro de Economía.
No era tanto su saber
lo que daba reverbero.
Era el mundo financiero
que acunaba su poder
y se comenzó a imponer
la deuda como violencia
y el FMI, regencia
de un largo sometimiento
que canceló todo intento
o aliento de independencia.
José Alfredo, conocido
como Joe, en su clase,
conformó siempre la base
cuando de golpe hubo ruido.
Su voz fue así el graznido
de aquella pata civil
que, criminal y febril,
se sumó a la matanza
y en una macabra danza
enlazó entrega y fusil.
Lo primero que hizo Joe
fue desindustrializar.
Se comenzó así a importar
lo que a la industria corroe.
Fue como bomba de azoe
sobre los trabajadores
el fantasma y los rigores
de la desocupación.
Después la especulación
quitó a todos sus pudores.
La actividad financiera
tuvo su ley y su orden
lo que permitió que engorden
poderío y faltriquera.
Con la tablita en carrera
creyó encontrar solución
al tema de la inflación
y el precio de la divisa.
La inflación, muerta de risa,
se hizo sobrevaluación.
Sin fábricas y sin trabajo
con inflación y secuestros
sus proyectos más siniestros
lo mandaron al carajo.
Lo acompañó un gargajo
de la popular memoria.
Joe quedó en la historia
de nuestro pueblo argentino
como un gran asesino,
como verdadera escoria.
Fue en el año 13,
en prisión domiciliaria
por una causa corsaria,
que, por fin, Joe fallece.
Es el final que merece
su miserable figura;
el país aún no se cura
de su pesada herencia,
porque muchos, en su ausencia,
repiten la partitura.
Un José Alfredo hoy ocupa
de su padre el casillero,
cipayo y, a más logrero,
en la liberal chalupa.
Al tipo no le preocupa
litigar contra Argentina
y defender la letrina
de intereses extranjeros,
sobre todo si hay dineros
a meter en la pretina.
Esta décima termina
sobre una estirpe nefasta,
parte esencial de una casta
que ha sido la toxina a
más letal de la Argentina.
Habrá Martínez de Hoz
hasta que con una coz,
un rotundo martillazo,
los saque siempre del mazo
el pueblo dulce y feroz.
Buenos Aires, 13 de abril de 2023