Feria del Libro: La Guerra del Paraguay sigue sangrando en Buenos Aires. Por Laura Ramos
“¿Es que los historiadores revisionistas, serial killers camuflados en una convención unitaria, estaban disfrazados de gentiles académicos?”, se pregunta la escritora sobre ciertos acontecimientos ocurridos en 2005 que la retrotrajeron al infierno guaraní de 1870. Reproduciomos aquí una nota de la escritora Laura Ramos sobre un acontecimineto producido en la Feria del Libro de 2005 que no ha perdido actualidad. El presente texto tuvo gran repercución en el Paraguay donde la prensa lo subió a la primera plana de sus diarios.
Cuando tenía once años mis padres decretaron que ya era adulta y me obsequiaron los tres volúmenes de Manuel Gálvez sobre la guerra del Paraguay: Humaitá, Jornadas de agonía y Los caminos de la muerte. Desde la muerte de Beth en el segundo tomo de Mujercitas yo no había llorado tanto. Podría decir que esos fueron los sucesos más dramáticos de mi vida. Las lágrimas como sentido de lo trágico, como género, como cultura.
Venía yo estas semanas sacudida por una narcoléptica música electrónica, esencial para entrar en la escena del pornoartesudasiático Festival de Cine Independiente, cuando comenzó la Feria del Libro —las dos fiestas que tiñen de frenesí el otoño en Buenos Aires.
Coincidencia: en ambas se aludía a la Guerra de la Triple Alianza, el místico leit motiv de mi infancia. El documental de José Luis García es una road movie latinoamericana, un laboratorio sobre la producción del cine argentino, un experimento artístico. Su proyección fue, como forma de interlocución, poseída por gritos aislados, llantos, interjecciones, aplausos fuera de sincro, infracciones a la lógica del espectador. El mismo film es una infracción a los propósitos que lo inspiraron (se propone contar la vida del pintor Cándido López y termina inmerso en el fango y la sangre de Ito Roró, Avaí, en el infierno).
La presentación en la Feria de Maldita guerra, el libro del académico brasileño Francisco Doratioto, no cometió infracción alguna. Exquisitamente editado por Emecé, el libro exhibe una meticulosa documentación, abundantes fuentes y notas bibliográficas fruto de cinco años de investigación y aporta una nueva hipótesis: la no intervención de Inglaterra. Con mirada equidistante, describe con minuciosidad cada batalla con los criptomartirios de ambos bandos. Sus infracciones son más invisibles y políticas, infracciones al orden de la perspectiva de la industria criolla, de los ideales federales, de las culpas bíblicas. Inmune a la burocracia de la discordia, el acto se desarrolló con una gracia y erudición en la que parecía latir algún secreto: ¿es que los historiadores revisionistas, serial killers camuflados en una convención unitaria, estaban disfrazados de gentiles académicos?
El brillante historiador Tulio Halperín Donghi, comenzó con finísimo humor británico: “El revisionismo es impermeable a estos aportes. Si el autor hubiera intentado escribirlo aquí, este libro lo hubiera llevado a la locura”. La sala Victoria Ocampo sonrió. “En Brasil este libro lleva la sexta edición: acá no se va a leer. Porque es serio”. Más sonrisas.
Pero los serial killers debían estar bajo los influjos de algún sedante neuropático. La delegación de la Asociación de Residentes Paraguayos arribó tarde. El joven Alvaro Fontana, su presidente, llegó solo, con una pila de fotocopias ilegibles y un celular sin crédito. La sala estaba desierta. Un error de montaje, una economía sin capital y sin recursos, un banquete de pobres.
Las fotocopias denunciaban que el libro disculpa la matanza de los niños-soldados, que minimiza los primeros trenes, telégrafos y fundiciones de hierro de la región, la inexistencia de deuda externa.
Otra génesis de resistencia operó en la Feria el viernes, cuando los arpistas de Los luceros del Paraguay, varios bailarines folclóricos y dos miembros de la Mutual Femenina, envueltos en banderas, denunciaron a las mujeres violadas de Angostura —que el libro también documenta. Antes de juntar sus fotocopias —las mismas del día anterior— Ramona González citó a Sarmiento: “El conflicto terminó porque hemos muerto a todos los paraguayos de 10 años arriba”.
Al escucharla descubrí que mis padres coincidían con su “bárbaro Sarmiento” en la calificación de la mayoría de edad: los once años.
Pese a su malograda épica, las protestas lograron inocular un concepto demoníaco en la Feria: la festividad como funeral. Mi música favorita en los 80 era un grupo punk: “Kadáveres de niños”. Fantasmas de niños paraguayos flotan en el cielo otoñal. ¿O es que se podía escribir poesía después de Auschwitz?
Fuente: Clarín