Homenaje a Jorge Abelardo Ramos, vecino ilustre de Despeñaderos
Homenaje a Jorge Abelardo Ramos en la localidad de Despeñaderos donde residió entre 1975 y 1978 alternando con la próxima ciudad de Alta Gracia. La Intendenta Municipal Lic. Carolina Basualdo y la Sec. Educación y Cultura Lic. Patricia Garcia descubrieron una placa. Víctor Ramos hizo entrega de la obra édita de su padre. Carlos Del Campo hizo uso de la palabra asistiendo vecinos concejales e invitados.
Con la presencia de la intendenta Carolina Basualdo, se llevó a cabo un acto homenaje al vecino ilustre de Despeñaderos: Jorge Abelardo Ramos. JAR (1921-1994) dejó una huella imborrable en la historia tanto de Argentina como todo el continente latinoamericano. El ilustre vecino de esta comunidad que supo trascender fronteras con su destacada carrera como político, historiador, publicista, editor y escritor.
También fue candidato a presidente y Embajador Argentino en México. Vivió parte de su vida en Despeñaderos y siempre ha expresado un gran afecto a la localidad.
Asimismo, con el descubrimiento de su placa homenaje, la localidad tendrá presente en cada momento su legado y su contribución a la historia y la cultura de Argentina y de toda América Latina. La comunidad guarda con cariño la memoria de Jorge Abelardo Ramos. Un hombre cuya influencia trasciende el tiempo y las fronteras, y cuyo afecto por esta localidad siempre será recordado con gratitud.
El Municipio agradeció a la familia de Abelardo por la donación de su obra histórica. La cual ahora quedará por siempre en la historia y la cultura de la región.
Laura Ramos, hija de Abelardo envió el siguiente mensaje:
Quisiera mandar un gran saludo y un agradecimiento a la intendenta Carolina Basualdo por este homenaje a nuestro padre.
Nosotros, la familia, tenemos recuerdos muy emocionantes (algunos terribles y otros muy hermosos) de Despeñaderos. Nuestra primera casa de Despeñaderos no tenía más que dos cuartos y una cocina, pero un pozo de agua fresca nos refrescaba en el verano. La extensión de la tierra, a la que llamábamos pomposamente el campo, no debía llegar ni a las 100 hectáreas, y era bastante árida y amarillenta, aunque el entusiasmo de nuestro padre planeó formidables emprendimientos agropecuarios. La mayoría no llegó a realizarse. La familia Navarro y la familia Ludueña, nuestros generosos Y SOLIDARIOS vecinos, debían sonreír cuando mi padre les mostraba la biblioteca donde se escondían los libros que revelaban los secretos de los sembrados infalibles, las exitosas cosechas y los millonarios negocios del tambo y la explotación porcina. Todos fueron un fracaso.
Mi abuelita Rosita Gurtman, que tenía el mismo humor chispeante de mi padre, después de conocer nuestra casa y nuestros emprendimientos agropecuarios, en vez de Despeñaderos le decía Desamparados. Y no estaba tan equivocada.
El 22 de marzo de 1976, los rumores de un golpe militar obligaron a mi padre a dejar el campo. En medio de una gran agitación, se despidió de la familia y de los dos compañeros que se quedarían con nosotros, Cafferatta y Blanco. En un pequeño auto trastabillante lo esperaba el compañero Carlos Del Campo, que esa misma noche lo escondió en su propia casa, con su familia.
A la mañana siguiente prendimos la radio y una música de cuarteto nos despabiló: el golpe de Estado no se había producido. Esa noche me fui a dormir con alivio, sin saber que el campo ya estaba rodeado por decenas de elementos del III cuerpo del Ejército que comandaba el general Luciano Benjamín Menéndez. Tampoco supe que la tranquera estaba custodiada por fuerzas de la policía de Córdoba, que habían ido por su cuenta, también, a apresar a mi padre. Me despertaron en la madrugada; mientras un teniente requisaba nuestros documentos pude ver una larga fila de soldados arrodillados, con sus armas apuntando hacia el cielo, que se extendía a lo largo de la llanura amarillenta. Los compañeros Cafferatta y Blanco fueron detenidos. Por suerte, tres días después los liberaron. Mi padre no regresó hasta varios meses después.
Tiempo después fue detenida Josefina, la mujer de mi hermano Víctor, mientras esperaba, junto a su jeep color verde militar, la ayuda mecánica para volver al campo. No tuvo que esperar mucho en la comisaría: Víctor llegó poco después y los dos fueron liberados.
Más allá de esos días terribles, nos quedan del pueblo y del campo de Despeñaderos los recuerdos más lindos de nuestras vidas: los asados, las lecturas, los animales, las noches estrelladas, las esperadas lluvias, las visitas al pueblo, los vecinos, los amigos. Gracias por habernos permitido conocer ese pedazo de nuestra patria. Un abrazo para todos.