El tango: ¿porteño o nacional? Por Elio Noé Salcedo

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Siempre me he preguntado si el éxito y popularidad que el tango tuvo y tiene en la Argentina (no solo en Buenos Aires, sino además en el Interior) -y más allá de su dimensión universal-, no fue una expresión de los hombres y mujeres de muchas provincias argentinas y otros lugares de Nuestra América arribados a las orillas de Buenos Aires a lo largo del siglo XIX, y en particular después de la federalización de Buenos Aires, suceso histórico por el cual fue promulgada por el presidente Julio Argentino Roca la ley que convertía a Buenos Aires en Capital de la República y creaba de hecho el Estado Nacional.

En efecto, el 24 de agosto de 1880, Nicolás Avellaneda, todavía presidente, presentó un proyecto de ley por el cual declaraba a Buenos Aires capital de la República y la ponía bajo control directo del gobierno federal, siendo aprobada como ley el 21 de septiembre, finalmente promulgada el 6 de diciembre de ese mismo año por el nuevo presidente Roca, que había asumido su primer mandato el 12 de octubre de 1880.

La transformación de Buenos Aires en Capital de todos los argentinos y territorio nacional había sido una aspiración constante de las provincias argentinas durante todo el proceso de organización nacional y formación del Estado Argentino en el siglo XIX, con excepción de la ciudad-provincia de Buenos Aires, que reaccionó enérgicamente contra la medida, aunque finalmente fue derrotada por las armas nacionales, de reciente creación también en ese particular momento histórico.

Con su ratificación por parte de la legislatura porteña, Buenos Aires Capital se separó de la provincia homónima, y la capital de la nueva provincia se trasladó a la ciudad de La Plata, fundada con ese fin. Desde entonces unos serían porteños y otros bonaerenses en Buenos Aires, y la Capital Federal sería de todos los argentinos.

Antecedentes del tango

Pues bien, si la palabra tango figuraba para 1803 en el diccionario de la Real Academia Española como una variante del tángano –“hueso o piedra que se utilizaba para el juego de ese nombre”-, en 1889 existía ya una segunda acepción del tango como fiesta y baile de los negros y de gente de pueblo en América.

Según un estudioso del tango -Horacio Lendoiro-, la palabra tango designó en un principio a las casas de los suburbios donde, a comienzos del siglo XIX (1800), los negros se encontraban para bailar y olvidar temporalmente su condición. Y a mediados del siglo XIX, “los conocidos conventillos de la pujante ciudad de Buenos Aires se llenaban de paisanos del Interior, gringos recién bajados del barco y porteños de pocos recursos que quizás para diferenciarse o para generar arraigo, marcaron con impulso propio las nuevas expresiones populares”.

Para Lendoiro y sus amigos del “Grupo Amigos del Tango de Almirante Brown”, la música que nos identifica en todo el mundo, desde un principio estuvo relacionada a lo provinciano, que en el caso del tango impuso su impronta musical antes de que otras circunstancias la convirtieran en solo “música de Buenos Aires”.

Tanto es así, que los “Amigos del Tango” sitúan el origen y la protohistoria del tango en épocas de la presidencia del sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento (1868 – 1874), y consideran el tango “El Entrerriano” -una historia relacionada con el éxodo posterior a la derrota de López Jordán (1873 en adelante)- no solo el primer tango nacional, con música de Rosendo Mendizábal y letra de Ángel G. Villoldo (1906) y de Horacio Espósito en su última versión, sino además “esa forma del tango que le va a gustar al argentino”. De una forma u otra, el tango nacía entreverado con los suburbios de la gran ciudad concurrida por inmigrantes interiores y exteriores, pero particularmente de las provincias argentinas (sin desarrollo industrial), ante la explosión económica de Buenos Aires, ligada al ascendiente y exclusivo comercio de exportación primaria.

Corroborando la tesis provinciana del grupo de estudio bonaerense, tanto la versión de Villoldo como la de Expósito dan cuenta de esta letra: “Sabrán que soy entrerriano / que soy milonguero y provinciano / que soy también un poquito compadrito / y aguanto el tren de los guapos… / Mi apodo es El Entrerriano / y soy de aquellos tiempos heroicos del ayer / el de los patios del farol y el parral… / En el barrio de San Telmo yo soy /picaflor y afortunado en amor / un punto bravo pa’l chamuyo y el floreado / y buen amigo en cualquier ocasión”.

La versión de Expósito (que comienza igual) también da cuenta del origen provinciano del protagonista, identificándolo con el tango: “Todo corazón para el amor / me dio la vida / y alguna herida / de vez en vez / para saber lo peor / Todo corazón para bailar / haciendo cortes / y al Sur y al Norte / suelen gritar / que El Entrerriano es el gotán”.

Expresión de su múltiple origen provinciano, multirracial, suburbano y arrabalero y de la influencia de flujos inmigratorios que llegaban a Buenos Aires -nacionalizada a partir de 1880- no solo desde afuera y desde adentro de la Argentina sino también del interior de nuestra Patria Grande, muchos consideran que “el tango de finales del ’80 combinaba varios estilos de música. En él estaba involucrada la coreografía de la milonga, el ritmo del candombe y la línea melódica, emotiva y sentimental de la habanera. Pero también recibió influencia del tango andaluz, del chotis y del cuplé, a los que se agregan las payadas puebleras y las milongas criollas, tan distantes de hacer del tango una música metropolitana, únicamente de la ciudad de Buenos Aires, al menos desde 1810 a 1880, ciudad históricamente exclusiva y excluyente donde hasta entonces el presidente era considerado un “huésped” y un provinciano era catalogado de “extranjero”.

No se podrá negar la influencia provinciana en una de nuestras músicas insignes. O acaso Horacio Manzi (1907 – 1951), uno de los más grandes poetas del tango, ¿no era de Añatuya, provincia de Santiago del Estero, primera provincia y “madre de ciudades argentinas”, fundada en 1553, tres décadas antes que Buenos Aires tuviera su fundación definitiva en 1580?

Asimismo, llama nuestra atención provinciana, que una danza al principio practicada por varones -según la siempre limitada Historia Oficial-, le diera a la mujer, por primera vez, después del teatro, un lugar preponderante en un mundo hasta entonces excluyentemente masculino. Justamente, “El Entrerriano”, fue estrenado por Pepita Avellaneda (Josefina Calatti), considerada la primera cantonista del tango.

La versión oficial nos dice que, en 1917, con el tango “Mi noche triste”, Carlos Gardel inauguraba el tango-canción. Pero, aunque desde un comienzo el tango fue considerado “cosa de hombres”, por el contrario, a partir de esa expresión cantada, la mujer sería también protagonista necesaria e intérprete de cualquier historia tanguera, abriéndose un espacio de participación en la que se destacarían desde un principio mujeres como Pepita Avellaneda, Tita Merello, Azucena Manzani, Libertad Lamarque, Ada Falcón, Mercedes Simone y Rosita Quiroga, sin que eso significara terminar con el machismo en el tango ni en otras expresiones de la vida y de la cultura argentina.

Dimensiones del tango

A Córdoba -corrobora el historiador Roberto A. Ferrero en su reseña-, “el tango llegó a fines del siglo XIX, traído por el circo de los hermanos Podestá, y en pocos años se afirmó no solamente entre la primera generación de hijos de gringos, sino en los barrios populares criollos… De allí, en la década del 20 pasó al Centro…”.

Efectivamente, nos dice por su parte el santafesino Carlos Carlino, autor de “El tango en el Litoral”, entre 1915 y 1920, en la medida en que hay inmigración y descendientes de ella, la expansión del tango se produce “a velocidad de pólvora encendida en el litoral gringo”. En 1916, “no había honesto club de provincia donde no se bailara”. Agustín Magaldi era santafesino de Casilda. Los españoles festejaban el 12 de octubre y los italianos el 20 de septiembre, pero “en ambos festejos se bailaba el tango…”.

Por eso, tal vez, el santafesino Carlos Carlino, hijo de inmigrantes, puede expresar desde su propia identidad inmigratoria: “Como desterrados en nuestra propia tierra, sentimos que el tango nos interpreta cabalmente”.

Y el tango también adquiere -tal vez se deba justamente a esa honda raíz nacional (“Pinta tu aldea y pintarás el Universo”)- una dimensión universal. Si es verdad que el tango -al decir de Colin Clark, citado por Ferrero- interpreta con fidelidad “el dolor sustancial más real que cualquier filosofía, que viene de la despiadada impersonalidad de la gran ciudad moderna”, no hay razón entonces para no creer con Ferrero que el hombre solitario de Buenos Aires, de Nueva York, de París o de Tokio “gustaba del tango porque su música entraba en sintonía con la vibración más íntima de su desamparo”.

La observación del santafesino Carlos Carlino nos da a la vez la dimensión socializadora y argentinizadora de esta música nacional, pues el tango hermana y argentiniza en la soledad del destierro ciudadano, junto a porteños del suburbio, tanto a provincianos como a latinoamericanos y extranjeros desarraigados que han recalado en la gran ciudad por razones de trabajo, a bastante distancia del pago: “En el tango descubrimos nuestra filiación y nuestra entrañable fraternidad con ese otro hijo del país, que padece destierro en la ciudad. Y el tango, la creación emocional de ese hermano, integra a la juventud en el todo nacional”.

Cabe preguntarse entonces: el tango, ¿porteño o nacional? ¿Una música excluyente y exclusiva de Buenos Aires…? Y ya que estamos: Buenos Aires… ¿ciudad porteña otra vez, o de todos los argentinos?   

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