La estrecha relación entre política e historia, su desconexión y trágico desencuentro
Por Elio Noé Salcedo
La reflexión de cómo empezar a encarar la solución de lo que nos pasa estaría incompleta si no avanzamos en la comprensión, el entendimiento y/o la convicción de recurrir a la revisión y conocimiento cabal de nuestra historia -conocimiento imprescindible del que carecemos- para recuperar la conciencia, ideología nacional o autoconciencia (como la llamaba Enrique Lacolla), y con ella, estar en condiciones de recuperar la Nación y la construcción de nuestro futuro.
En “Temas de Historia Nacional. Revolución y Federalismos” (1995), el pensador e historiador de la izquierda nacional de Córdoba, Alfredo Terzaga, nos anticipaba: “La historia argentina está llena de pleitos sin fallar… ella no es aún un todo concluso… Esa es una de las causas principales de las polémicas sobre nuestro pasado”. El pensamiento de Terzaga, como antes el de Saúl Taborda –entendiendo con Denis Conles, que la historia en un caso y la pedagogía en el otro, “era su manera superior de hacer política”–, no es sino la continuidad de lo que sostenía otro pensador político provinciano en su etapa más nacional: el tucumano Juan Bautista Alberdi (considerado un proto revisionista): “Entre el pasado y el presente hay una filiación tan estrecha que, juzgar el pasado, no es otra cosa que ocuparse del presente. Si así no fuese, la historia no tendría interés ni objeto…”.
Pues bien, completaba Terzaga: “Lo que los jóvenes buscan en los libros de Historia, no es la memoria de un ayer remoto, como los europeos…, sino las raíces de un pasado inmediato…”, pues, en definitiva, coincidía Arturo Jauretche, “descubrir el pasado es descubrir el presente”. Es tan así, que el creador de la “Historia Social” o “Escuela de los Annales” en Europa, Marc Bloch, confirmaba esa idea: “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”. Incluso lo había intuido, aun antes de 1810, el Dr. Manuel Belgrano: “El estudio de lo pasado enseña cómo debe comportarse el hombre en lo presente y porvenir”.
En realidad, “solo se puede conocer en profundidad ese presente si se conocen sus raíces en las etapas anteriores de su devenir”, colige con validez científica el Dr. Roberto A. Ferrero, otro gran pensador e historiador nacional de Córdoba adscripto al pensamiento de la izquierda nacional y maestro contemporáneo de muchos de nosotros.
Tanto Alberdi, como Taborda, Jauretche, Terzaga, Ferrero, Lacolla y tantos otros, coincidían con aquella máxima de George Winter: “La historia es la política del pasado, y la política la historia del presente…”, concepto complementado desde el saber popular por un canta-autor y compositor musical contemporáneo, Lito Nebbia: “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia: la verdadera historia”. Por eso Jauretche remarcaba: “El objeto del revisionismo histórico es el conocimiento de la historia verdadera”, y la conciencia histórica nacional “es la base necesaria de toda política de la Nación”.
Política e historia
“En nombre de la libertad, y con pretensiones de servirla -denunciaba en el siglo XIX Juan Bautista Alberdi–, nuestros liberales… han establecido un despotismo turco en la historia… que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje…La falsa historia es el origen de la falsa política”. En verdad, nos confirmaba Arturo Jauretche un siglo después que Alberdi, dada la continuidad del problema: “La falsa historia comienza a funcionar no solo por la desvirtuación del pasado… sino como un sistema destinado a mantener esa desvirtuación y prolongarla en lo sucesivo imponiéndola para el futuro por la organización de la prensa y la enseñanza, de la escuela a la universidad, con una dictadura del pensamiento, esa que señala Alberdi…”.
Llegado a este punto, es importante saber y aclarar, en coincidencia con Norberto Galasso: “El gran engaño no consiste en que Bartolomé Mitre o Alfredo Grosso interpreten la historia desde su concepción liberal-conservadora, sino que lo hagan pretendiendo que sus visiones son neutras, no obedecen a ideología alguna y, por lo tanto, deben enseñarse en las escuelas como la única y verdadera historia”.
Sin duda, “no es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una ‘política de la historia’… destinada a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación…”, Jauretche dixit.
En definitiva, como dice Roberto A. Ferrero, “más allá de los sinceros deseos de objetividad y profesionalismo de muchos honestos historiadores, es hoy imposible separar netamente a la historiografía de la ideología y la política”. Y “militar en la historia”, como decía Denis Conles en el prólogo al libro citado de Terzaga, es “empujarla en una dirección u otra, influir en la sociedad”.
Por eso, “de la necesidad de un pensamiento político nacional -deducirá Jauretche en “Política Nacional y Revisionismo Histórico” (1959)- ha surgido la necesidad del revisionismo histórico. Pensar una política nacional, sobre todo, ejecutarla, requiere conocimiento de la historia verdadera”. En definitiva, la historia y la autoconciencia de pasado, presente y futuro -como reflexionaba Enrique Lacolla poco antes de dejarnos-, “es la tabla de salvación que puede ayudarnos a flotar en este mar turbulento y a fijar el curso cuando éste se insinúe”. Sin lugar a dudas, “la historia es esclava de la política, aunque los historiadores lo nieguen”, sintetizaba Jorge Abelardo Ramos, pues, como afirmaba y reafirmaba el fundador de la izquierda nacional en la Argentina: “La conciencia histórica es un requisito de la conciencia política”.
A Ramos se debe también esa deslumbrante revelación que da cuenta de la estrecha relación entre historia y política, que ilumina el camino de un promisorio futuro si sabemos aprender de las enseñanzas del pasado: “No estamos desunidos porque somos subdesarrollados, sino que somos subdesarrollados porque estamos desunidos”. Y como nos lo advertía el propio general Juan Perón, antes de que nos terminara de ocurrir lo que fatalmente nos ocurre: “El siglo XXI nos encontrará unidos o dominados”. Es lo que no está sucediendo, a causa de factores externos que la generación de Perón supo enfrentar y superar, y también de la falta de conciencia política nacional integral de nuestra generación, sin discriminación de ideologías de derecha o izquierda.
Es hora de resolver semejante dilema nacional, y de que su solución la podamos encontrar en las plataformas y proyectos de la Política y del pensamiento argentino, si somos capaces de aprender lo suficiente y necesario de nuestra propia historia… Si no, como bien decía Alberdi, “la historia no tendría interés ni objeto”, y sin ella no tendremos claros los antecedentes y fundamentos de una verdadera, conducente y triunfante política nacional, que necesitamos como país y como Nación, para ser sujetos de nuestro propio destino y dejar de ser meros objetos del presente o del futuro de otros.