Textos escogidos de Manuel Ugarte II*
Por Elio Noé Salcedo
Nos drogaron con el bizantinismo de ideas generales que no estructuraban nada o resultaban disolventes. Todo ello al margen de la realidad local y hasta desconectado de la realidad del mundo.
La obsesión de este juego hizo descuidar la tarea fundamental de valorizar la riqueza nacional, de resolver los problemas esenciales y, lo que es más graves aún, hizo abandonar a fuerzas extrañas toda iniciativa creadora (Parecen palabras escritas hoy).
Hasta ocurrió a menudo, que la ideología de segunda mano con que nos obsequiaban (y eso pasó hasta ayer y pasa incluso hoy) no correspondió a las necesidades especiales de nuestra situación y el cambio solo favoreció los intereses de una potencia extraña…
Porque, en realidad y en esencia, hasta el advenimiento de Perón, Iberoamérica tuvo a partir del período que evocamos las situaciones que Inglaterra y Estados Unidos hicieron viables.
Política con mayúscula vs. política con minúscula
Así, fue perfilándose en nuestra América el político profesional, dirigente dirigido, que solo perseguía la popularidad, el efecto que imaginaba producir la vanidad demagógica, en suma, que la empujaría a incendiar la ciudad para aparecer como salvador llevando en la mano un cubo vacío.
Su gravitación fue entre nosotros más lamentable que en Europa porque a quien trató de agradar en último resorte el demagogo iberoamericano fue a la influencia predominante dispensadora invisible del éxito en la aparente brega electoral (Hoy nos resultan más importantes las formas vacías e inservibles que el contenido de las políticas que construyen, reconstruyen o que, por el contrario, destruyen la Nación que todavía no hemos terminado de construir entre todos).
A favor de este estado de espíritu cobraron auge cuantas doctrinas parecieron susceptibles de minar el organismo en formación… A medida que se afirmaba el charlatanismo politiquero prosperaron las directivas extrañas con ayuda de resortes de propaganda cuyas llaves se hallaban fuera del país… No hubo, en cambio una sola sociedad iberoamericana de acción continental.
Mientras la vida giraba alrededor de situaciones ajenas o de ideas abstractas, las necesidades materiales de cada república en sus diversos planos -abastecimiento, exportación, exploración, iniciativa, comunicaciones, bienestar- continuaron siendo acaparadas y explotadas por banqueros o sindicatos habituad0s a desarrollar análogas políticas en la India, China, Egipto, los Balkanes o la Turquía en otros tiempos.
Esta ausencia de coloración nacional favoreció en Iberoamérica la irrupción de cuantas ideas circulaban en Europa (liberalismo, anarquismo, socialismo).
Nueva manifestación de colonialismo mental, puesto que las doctrinas nacidas en pueblos con excedentes de población y congestionados industrialmente no podían siempre coincidir con las necesidades y el estado de nuestras repúblicas.
La oligarquía criolla, que no fue por ello desalojada de sus posiciones esenciales, se ingenió para neutralizar a los que querían destruirla y no tardó en hallar cómoda convivencia con los perturbadores (contubernio, que hoy le llaman consenso).
El mayor error del socialismo era tomar como punto de partida la felicidad del individuo, cuando la felicidad del individuo solo puede ser un resultado de la prosperidad y el triunfo de la colectividad.
El socialismo fue enemigo en teoría del capitalismo nacional, pero no lo fue en ninguna forma del capitalismo extranjero.
Iberoamérica no escapó en ningún momento de su evolución al contagio de Europa. Desde el comienzo vivimos de repercusiones.
… pareció asomar una evolución ininterrumpida hacia instituciones teóricamente perfectibles, en que se vaticinó la redención del hombre por la ciencia (positivismo) y en que se esperó la definitiva reconciliación de los pueblos, es decir, el fin de las guerras. Me refiero al oasis de luz que se abrió entre 1900 y 1910…
. Este romanticismo social fue barrido bruscamente por la catástrofe de 1914… y se desmoronaron los andamiajes de la construcción ideal
El mundo entraba en una rotación diferente; y de esa rotación surgían otras esperanzas, otras imposiciones, otras verdades.
(En la Argentina se abrió paso el radicalismo de la mano de un dirigente político bonaerense: el Dr. Hipólito Yrigoyen, dueño de una capacidad de conducción particular y de una profunda postura nacional que, si bien no se expresaba en un programa explícito, nos aseguraba la soberanía nacional y la novel soberanía popular frente al convulsionado mundo que aparecía cambiante, aunque también autodestructivo y destructor. La Argentina tuvo así, con la conducción del Dr. Yrigoyen, catorce años de bienestar, paz y prosperidad nacional con inclusión de las mayorías nacionales).
*Manuel Ugarte (1961). La reconstrucción de Hispanoamérica. Cap. V. Política Interior. Editorial Coyoacán.