De la ‘heterodoxia reformista’ al golpe oligárquico de 1930. Por Elio Noé Salcedo
Historia de la Universidad Latinoamericana (Segunda Parte)
Dentro del ADN y la gran herencia de la Reforma, podemos reconocer una peculiar heterodoxia a nivel de ideas, que era a la vez una respuesta a la ortodoxia escolástica-clerical y a la ortodoxia liberal-positivista de raíz europea, sin descontar la adaptación que haría el pensamiento nacional latinoamericano -heterodoxo por esencia- con relación a la ortodoxia marxista eurocéntrica, incipiente por aquel entonces. En cualquiera de los dos primeros casos, la rebeldía heterodoxa era una superación del pensamiento anquilosado y conservador en ambos sentidos.
Tal superación heterodoxa suponía tres efectos: 1. Reconocía el mérito del pensamiento positivista en cuanto a su prédica a favor de la metodología científica y el rigor analítico; 2. Era al mismo tiempo una crítica al menosprecio positivista por toda conceptualización referida a los grandes problemas del hombre y de la sociedad (punto de partida de las Ciencias Sociales); 3. A su vez cuestionaba el predominio del pensamiento europeo sobre cualquier otro pensamiento que no se supeditara al pretendido “centro cultural del mundo”.
El positivismo y la respuesta nacional
El positivismo había aparecido en Europa como resultado del florecimiento portentoso y a su vez deshumanizado de la civilización técnica y las ciencias naturales, que pretendía ser la nueva verdad revelada y daba por sentado el dominio del capitalismo europeo sobre los demás continentes y países del orbe, resultando de ello que los civilizadores impedían a los demás pueblos civilizarse y poseer una conciencia de sí mismos, y no una conciencia y una ciencia prestadas.
La hecatombe mundial de 1914 pondría en crisis la idea del “progreso indefinido y su evolución lineal” que sustentaba dicha filosofía. Así, el monopolio positivista comenzaba su lenta decadencia en nuestras pampas, debido a “la insatisfacción de la conciencia humana ante la aridez del positivismo” (Zuretti, 1964), pero también ante el nuevo despertar de la conciencia propia de la existencia nacional, que se expresaba en las nuevas concepciones científicas, en la filosofía, la historia, la literatura, la política, fuera y dentro de las universidades.
Coroliano Alberini (1886-1960), considerado el primer auténtico filósofo argentino, rescataba la esencia nacional de toda verdadera cultura frente al cosmopolitismo banal del positivismo. “Todo pueblo –decía Alberini-, así sea el más humilde, ha creado y crea valores susceptibles de contribuir al enriquecimiento espiritual de la humanidad”. Dicha humanidad, “pese a la unidad de lo humano, se manifiesta en forma heterogénea, esto es, de nacionalidades”.
Poniendo de manifiesto la estrecha relación a través del tiempo entre la intelectualidad heterodoxa de la Reforma y la política latinoamericana, el Dr. Juan José Arévalo -jefe de la Revolución Nacional de Guatemala (1945 – 1951), antecesor de Jacobo Árbenz Guzmán, contemporáneo del Gral. Juan Perón, y discípulo de Alberini en la Universidad Nacional de Buenos Aires– decía de su profesor filósofo: “Un reformador intelectual y un poderoso dirigente”.
En la Revista de Filosofía de José Ingenieros –refiere el historiador Roberto A. Ferrero-, aparecieron ideas heterodoxas, a las que su director abrió generosamente sus páginas. En ellas, junto a los trabajos de José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Alejandro Deustúa, Juan B. Terán, Alfredo Franceschi, Eugenio D’Ors y otros destacados antipositivistas, se había publicado también un artículo de Saúl Taborda -“El ideal político de la filosofía”-, “inclinado abiertamente sobre los mismos derroteros de impugnación de la ideología dominante”.
En esa tendencia heterodoxa y antipositivista, cuya común voluntad estaba dirigida a una “superación orgánica, científica y progresiva del Positivismo, conforme a las exigencias del espíritu contemporáneo” (Monserrat), se encontraban también Macedonio Fernández, Coroliano Alberini, Benjamín Taborga, José Gabriel, Carlos Astrada, Alejandro Korn, Enrique Martínez Paz, Raúl Orgaz y Saúl Taborda, pero además otros hombres que trascendieron hasta nuestros días como Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Ugarte.
Por esos años, el correntino Manuel Ortiz Pereyra, luego integrante de FORJA, preconizaba el advenimiento de la “independencia económica” o “Tercera Emancipación”, título de una tesis profundamente heterodoxa si la confrontamos con las ortodoxias dominantes. Era la huella que había marcado José Vasconcelos –el autor de “La Raza Cósmica, Misión de la raza iberoamericana”- y sus amigos del “Ateneo de la Juventud” contra el positivismo en México, en el intento por construir una filosofía latinoamericana.
Mientras algunos publicistas como Korn, Ponce y el mismo Ingenieros (creador en 1925 de “La Unión Americana”) se esforzaban por superar la ortodoxia positivista eurocéntrica desde adentro de ese movimiento, y otros intentaban remozar “los desvaídos prestigios del escolastismo”, por su parte, Taborda –el ideólogo de la Reforma de 1918-, ocupaba un lugar aparte en el movimiento antipositivista y en el desarrollo del pensamiento heterodoxo, antecedente del pensamiento nacional del siglo XX.
El nuevo pensamiento se inspiraba en “una tercera fuente, bien poco concurrida”, consigna Roberto Ferrero en su biografía de Taborda. Esa fuente era la reserva de la tierra y del espíritu americano, fruto de la fusión original y heterodoxa que había logrado la mestización indo-ibérica. En el camino de Vasconcelos, la alternativa heterodoxa que buscaba el maestro cordobés era aquella que expondría en sus últimos años, y cuyos pasos había marcado ya Manuel Ugarte en El porvenir de la América Latina.
El pensamiento lineal y la contrarreforma
El pensamiento lineal ha llevado a pensar que la Reforma de 1918 -el movimiento de la Reforma –el reformismo– fue un hecho en el tiempo pasado y nada más, sin consecuencias en su propio presente y en el nuestro; o que en su devenir, ha sido un proceso en una sola dirección y sentido, sin modificaciones en el tiempo, sin contradicciones internas, sin altibajos ni agachadas, y que resulta un todo listo y acabado que la historia nos legó ya empaquetado, distribuido racionalmente, a bajo precio y listo para consumir, por lo que no haría falta gastarse en pensarlo o repensarlo, ni habría necesidad de revisarlo y entenderlo en toda su profundidad y dimensiones. Por el contrario, creemos necesario explicarlo y entenderlo en su totalidad, y superarlo y trascenderlo en una nueva síntesis para el presente y para el futuro, que rescate a su vez sus mejores frutos. Algunos le llaman la Reforma de la Reforma o Segunda Reforma Universitaria.
Sin duda, la Reforma fue un hecho que trajo todo tipo de consecuencias a nivel académico, ideológico y político, no solo en la Universidad sino también en el país y en toda América Latina, que se desarrolló con muchos matices y contradicciones a través del tiempo con el ADN que nació a la vida, y que hoy subsiste a través de sus herederos dentro del pensamiento nacional latinoamericano.
En efecto, el movimiento universitario que surgió en la Docta de 1918, traía consigo -como dijera Octavio Paz– una “unidad de visión que imprime coherencia a los proyectos dispersos, y que, si a veces olvida los detalles, también impide perderse en ellos”. Para el escritor y Premio Nobel de Literatura, esa era la visión que poseía José Vasconcelos, fundador de la educación moderna en México, partidario del movimiento reformista nacido en la Argentina.
Habría otro fenómeno de la que participarían incluso algunos de los impulsores de la Reforma, que sería un claro ejemplo de las contradicciones en el tiempo de aquel movimiento vivo dentro y fuera de las Universidades: la Contrarreforma.
La Contrarreforma
El cambio de gobierno y de orientación en 1922, con la presidencia de Marcelo T. de Alvear (también radical, pero ideológicamente distinto y distante a Hipólito Yrigoyen), dio cabida a los primeros atisbos de reacción anti reformista a nivel político y social, demostrando una vez más que no hay nada entre sus partes que pueda ser ajeno al Todo, y viceversa, como bien nos enseñaba el Papa Francisco; y que en una Nación inconclusa –cuyos pleitos históricos fundamentales aún están por resolverse-, la historia de alguna manera se repite, pero no exactamente igual sino de una manera superior o inferior, según sean las fuerzas y relaciones de fuerza que la expresan en un momento (tiempo) determinado, que la hacen avanzar o retroceder.
Alvear se apoyó en los “galeritas”, el ala más conservadora del radicalismo, para constituir la corriente “antipersonalista” que combatía internamente al caudillo radical, bautizando con el nombre de “genuflexos” a los que se mantenían fieles al ideario democrático de Hipólito Yrigoyen. No es ajeno a ello que, junto a socialistas y conservadores, el nuevo gobierno lograra suspender el debate de la Ley de Previsión Social Nº 11.289, cuya promulgación era un objetivo primordial de su antecesor. Lo mismo sucedería con una parte sustancial de la legislación protectora de los trabajadores. A eso se denominó la “alvearización” del radicalismo.
En un marco de prosperidad económica, alcanzada ya en el gobierno de Yrigoyen (1916-1922), debido a la estabilidad de posguerra, al creciente comercio de exportación ultramarina y a la acumulación de oro en la Caja de Conversión, no obstante, la reacción social se acentuó y la contrarreforma se fue apoderando de todos los reductos conquistados en 1918, contradiciendo la idea de que la Reforma había venido a quedarse para siempre y podía subsistir así tras los muros que la protegían de la realidad política y social.
Rectores y profesores que debían sus puestos a la marea ascendente de la Reforma Universitaria –apunta el autor de Historia Crítica del Movimiento Estudiantil de Córdoba– se plegaron a la nueva situación. Con su anuencia y la de algunos ex dirigentes estudiantiles, las universidades fueron intervenidas o recortada en ellas la participación del demo juvenil en su gobierno.
El nuevo gobierno y sus aliados conservadores de derecha e izquierda podían tolerar, por su falta de consecuencias prácticas inmediatas, la literatura y los ensayos filosóficos heterodoxos que habían surgido a tono con la rebelión estudiantil de 1918, pero no podían admitir el accionar democrático (igualador, inclusivo) y transformador concreto de los reformistas, que no respondían a ninguna de las ortodoxias dominantes.
A esa reacción anti reformista, que se daba a nivel del Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, partidos del Régimen (como lo llamara Yrigoyen) y en la propia Universidad -sin contar el Poder Judicial, que desde la presidencia del Mitre forma parte del poder instituido-, se sumó (con su efecto multiplicador y deformante) el apoyo acostumbrado de la prensa.
La contrarreforma puertas adentro
Entre los primeros indicios de la nueva situación a nivel universitario –intervención mediante-, si bien formalmente en Córdoba y a tono con el doble discurso conservador y del liberalismo oligárquico se mantenía todavía en los papeles la asistencia libre, la docencia libre, la renovación en los cargos directivos, la extensión universitaria, etc., sin embargo, se retaceaba la participación democrática del estudiantado en el gobierno universitario.
A partir del “Estatuto Sagarna” (interventor en la Universidad de Córdoba y luego ministro de Instrucción Pública de Alvear), el Consejo Superior se compondría de ocho consejeros elegidos por los profesores titulares, tres por los suplentes y tres por los alumnos. No obstante, se fijaban rigurosas condiciones de regularidad y materias aprobadas para que los estudiantes pudieran figurar en los padrones electorales para la Asamblea Universitaria (condicionalidad que era difícil de cumplir para los que ocupaban parte de su tiempo en la militancia reformista). Recuérdese que, según la normativa vigente, el claustro estudiantil sólo podía elegir a sus consejeros entre las filas del profesorado, que muchas veces dejaba de lado las aspiraciones e intereses específicos del estudiantado.
Después del proceso intervencionista y ante la elección de un nuevo Rector, el Dr. Antonio Sagarna se encargaría de aclarar al ponerlo en funciones, que “la participación del alumnado debe ser simplemente colaboradora desde el plano de relatividad que le marca su propia condición” y nunca “directora del gobierno y de la enseñanza” (Discurso del 2/7/1923), contrariando así el verdadero espíritu de la Reforma.
Por su parte, el nuevo rector Ernesto Romagosa –acomodando su discurso a la nueva situación- consideraría que con su elección quedaban atrás cinco años “de crisis convulsivas”, durante las cuales se había “relajado la disciplina” y se había estimado más importante “la reivindicación de derechos que el cumplimiento fiel de los deberes”.
Era el comienzo de la contrarreforma. Concluido el gobierno de Hipólito Yrigoyen y comenzado el de Marcelo T. de Alvear (1922-1928), cambiaron los vientos y con ellos el impetuoso fuego de la Reforma. No obstante, el tiempo lo volvería a prender. En realidad, la reacción anti reformista había comenzado ya al final de la primera gestión de Yrigoyen (1916-1922), aprovechando el clima de cambio de gobierno, contrario a los intereses de amplios sectores nacionales y populares. Es en esta coyuntura que la contrarreforma inició su ofensiva, que no pararía hasta ver derrocado a don Hipólito en 1930.
La Contrarreforma ocuparía dos tiempos.
La primera contrarreforma
En 1921 es presentado un proyecto profesoral de “Representación estudiantil para informar y para exponer puntos de vista”, acorde con el retroceso que se viene. Saúl Taborda lo califica de “una transacción del autoritarismo con los prejuicios y las ilusiones de la democracia, con evidente ventaja para el autoritarismo a la antigua” (Ob. Cit.). Lo curioso es que la punta de lanza de ese proyecto es el mismo rector Francisco de la Torre, elegido en mayo de aquel año con apoyo reformista. Pero no hay retroceso sin traiciones. Además, se instala fuera de la Universidad –en la prensa, en los partidos y en distinto tipo de asociaciones- el ataque al movimiento reformista donde más le duele.
Saúl Taborda, que ha vuelto a Córdoba después de ser desprovisto de su cargo de Rector del Colegio Nacional de La Plata por obra de la contrarreforma, se suma al activismo estudiantil en defensa de los logros de 1918. Al ataque de “Los Principios”, de la “Unión Popular Católica Argentina” y de la tristemente célebre “Liga Patriótica” de Manuel Carlés, protagonista de las persecuciones antiobreras y de los pogroms de 1919, los reformistas –organizados a través del “Comité de Agitación Liberal” responden con actos públicos y movilizaciones de masas.
El 24 de septiembre de 1922 –18 días antes de la asunción de Alvear- una gran manifestación de más de 8.000 personas (casi el 10% de la población de la ciudad de Córdoba) es atacada por la policía conservadora frente al teatro Rivera Indarte, con un saldo de muchos contusos y varios presos. Taborda, acompañado de Gregorio Bermann y del estudiante Luis Dellepiane concurre a la Jefatura de Policía para interceder por los últimos presos, y queda a su vez detenido en el acto. Solo un Hábeas Corpus presentado por el abogado Deodoro Roca los devuelve a la libertad. En ese contexto convulsionado, el 5 de octubre de aquel año diserta en Córdoba con gran éxito José Vasconcelos, gran latinoamericanista y por entonces ministro de Educación Pública del gobierno revolucionario mexicano de Álvaro Obregón (1920-1924).
Veinte días después –ya en funciones el presidente Alvear-, el Consejo Directivo de la Facultad de Medicina de la UNC designa delegados de esa casa ante el Consejo Superior a los jóvenes profesores Gurmersindo Sayago y Horacio Miravet. El Rector se niega a incorporarlos argumentando que entre la mayoría de los profesores progresistas existe una tendencia “que trabaja para prorrogar en la casa un espíritu de revolución y de gobierno de círculo”, y la universidad se encuentra “ante el peligro inminente de caer bajo el dominio de una facción demagógica” (Ferrero). A esta altura de la historia, los argumentos no parecen originales y se repiten consuetudinariamente. Como resultado de ese pensamiento anti reformista surge el proyecto de un nuevo estatuto que recorta la influencia de los estudiantes y del profesorado reformista.
Negación, persecución y huelga
Caldeado el ambiente por las maniobras limitacionistas del Rector y por el rumor de que no se concederán turnos de exámenes para julio, en marzo de 1923 el Consejo Directivo de Medicina insiste en su propuesta y el doctor De la Torre, con argumentos puramente formales, vuelve a negar la incorporación de Sayago y Miravet. La FUC pide entonces la renuncia del Rector, al que cataloga públicamente de “traidor a la Reforma”. Como se sabría después por un manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba, en aquella oportunidad, la misma traición habían cometido “en otras universidades del país testaferros de la reacción” (Ob. Cit.). Lejos de renunciar, De la Torre acentúa la persecución y el 21 de marzo de 1923 exonera a Gregorio Bermann de sus cargos de director titular de la Biblioteca Mayor e interino de la “Revista” de la Universidad por razones de “moral administrativa”.
El 16 de abril, el estudiantado impide alborotadamente la sesión del Consejo Superior y es rudamente golpeado y desalojado por el Escuadrón de Seguridad. Esa misma noche, la FUC declara la huelga general. Hay desórdenes en el Hospital de Clínicas. El Rector clausura la Universidad y parte a buscar apoyo en las altas esferas del gobierno nacional.
Se pliegan a la huelga los alumnos del Colegio Monserrat y de la Escuela de Comercio. Los Consejos Directivos de Derecho, Medicina e Ingeniería se autoconvocan a un plenario para pedir que la Asamblea Universitaria deponga al Rector.
En esas circunstancias apareció la Intervención como una solución al conflicto. La Federación Universitaria de Córdoba levantó la huelga el 23 de abril de 1923 y se produjo la esperada renuncia del rector De la Torre. Llegaba la intervención del Dr. Sagarna, con su famoso “Estatuto” y finalmente la elección del Dr. Romagosa el 2 de julio de 1923.
Si bien el sector clerical no había quedado muy conforme con la elección de Ernesto Romagosa como Rector de la UNC después de la intervención de Sagarna (que pronto asumiría como ministro de Instrucción Pública de M. T. de Alvear), consiguió imponer como Vicerrector a Julio Echegaray y como Decano de Derecho al doctor Henoch E. Aguiar, representante del ala “azul” (más conservadora) del radicalismo cordobés. Parecía mentira, pero una candidatura que en 1918 “hubiese escandalizado y tres años después hecho reír por lo absurdo”, según el decir de La Voz del Interior (27/07/24), ahora se imponía anacrónicamente en una época de reflujo político y social.
El Dr. Henoch Aguiar había renunciado en 1919 a su cargo de Intendente de Córdoba cuando el Consejo Deliberante aprobó la Ordenanza 2146 que otorgaba a los trabajadores la jornada de ocho horas, pago quincenal y descanso semanal. Los fundamentos de la renuncia de Aguiar estaban a la altura del personaje: “No es dable promulgar y ejecutar esa ordenanza sin contrariar mis principios”. La grieta entre unos y otros principios era evidente.
La segunda contrarreforma
En curso el segundo año de gestión de Marcelo T. de Alvear al frente del PEN, siendo ya su ministro de Instrucción Pública el Dr. Sagarna y en el pleno ejercicio de sus funciones el nuevo rector Romagosa, la negativa de las autoridades de la Facultad de Derecho a otorgar turnos de exámenes para julio y la impugnación por parte del Centro de Estudiantes de Derecho de la ordenanza de exámenes y de otra relacionada con la “enseñanza práctica”, fueron el detonante para la gran huelga estudiantil de 1924 en la cuna de la Reforma.
En realidad, por aquellos días, el problema de fondo para el movimiento estudiantil era la aprobación del Estatuto Universitario definitivo que permitiera dejar atrás las normas provisorias de Sagarna e incorporase al Estatuto la “Representación Estudiantil Directa”, no a través de profesores sino con los propios alumnos como Concejeros.
A pesar de la rápida y completa adhesión que tales banderas provocaron dentro del estudiantado de toda la Universidad, el Consejo Directivo de la Facultad de Derecho –encabezado por el Dr. Henoch Aguiar– se limitó a designar una Comisión, y el Consejo Superior sólo a una declaración de compromiso para salir del paso. Ninguna de las dos actitudes satisfizo a los universitarios movilizados. Esta vez (como en 1923 Medicina) fue la Facultad de Derecho en mayo de 1924 la que declaró la huelga por tiempo indeterminado.
En los meses siguientes, los estudiantes de Medicina se suman a la huelga; la crisis alcanza las filas profesorales con renuncias y resoluciones resistidas; el rector Romagosa y su vicerrector renuncian, no sin antes dejar encaminado un proyecto de derogación de las odiosas ordenanzas de Derecho; el Consejo Superior, ahora sin Romagosa, amenaza con cerrar las Facultades que en 10 días no normalicen su situación de inasistencia a clases, y promete expulsar a quienes dirijan o colaboren en los “actos de violencia” que están ocurriendo; algunos profesores le imputan al decano Henoch Aguiar ser el responsable de la situación que vive la Universidad; los estudiantes piden su renuncia.
Con los Centros prácticamente disueltos y la FUC siendo apenas un fantasma del pasado, a solo seis años del Manifiesto Liminar, la huelga y las movilizaciones tonificaron al movimiento estudiantil que inició un proceso de reorganización convocando a asambleas masivas para reconstituir democráticamente sus organizaciones.
El 28 de julio de 1924, la FUC elige sus nuevas autoridades. Una de las primeras medidas de la flamante mesa directiva consistió en ratificar la huelga general por tiempo indeterminado en toda la Universidad y fundar La Gaceta Universitaria. Simultáneamente, las organizaciones reformistas de todo el país hicieron llegar su apoyo solidario a los huelguistas de Córdoba.
A su tiempo, la renuncia del decano de Derecho Henoch Aguiar a sus tres cargos –de profesor, decano y consejero- (2/08/24), parecía encaminar la huelga hacia su victoria. A su vez, la ruidosa proclamación del Dr. S. Rovelli como candidato a Decano por parte del movimiento reformista preanunciaba la tan esperada promulgación del Estatuto definitivo. No obstante, la situación sufrió un vuelco decisivo cuando el 5 de agosto, la Asamblea Universitaria eligió Rector al Dr. León S. Morra, Vicedecano de Medicina, ex intendente de la ciudad y hombre del conservadurismo cordobés.
La reacción de la FUC no se hizo esperar y una vez más ocupó el edificio central de la Casa de Trejo. En adhesión a Córdoba, el 15 de agosto también declararon la huelga general la Federación Universitaria de Buenos Aires y la de La Plata, y dos días después la de Tucumán. El 25, finalmente, un grupo de profesores de Medicina, tratando de encontrar una salida a la situación, presentó al Rector –que lo repudió- un pedido de que se adoptare provisoriamente el Estatuto de la Universidad de Buenos Aires. Pero ya no estaba Yrigoyen en el poder para apoyar la lucha de los reformistas sino Marcelo T. de Alvear: su ministro de Instrucción Pública se pronunció abiertamente en contra del estudiantado de Córdoba. A su vez, sintiéndose respaldado por las autoridades nacionales, el rector Morra procedió duramente contra los líderes y activistas del movimiento: varios fueron expulsados de la Universidad y otros suspendidos por dos años; un practicante del Hospital de Clínicas sufrió la exoneración de su cargo por solidarizarse con los huelguistas.
Ante la ofensiva y la presión oficial, muchos alumnos volverían a clases y de esa manera la huelga y la movilización de los estudiantes comenzaría a decaer. Como resultado de esa situación, la Asamblea General de 3 de octubre de 1924 prácticamente hizo una confesión de la derrota, manifestando en una declaración que “la lucha en estas condiciones resulta completamente ineficaz desde que mantiene alejada de la Universidad a la gran parte del alumnado que dentro de ella puede bregar constantemente por el triunfo de sus ideales”.
El saldo no podía ser más catastrófico para los ideales universitarios de la Reforma: Morra siguió ejerciendo su cargo por cuatro años más como Rector, y el nuevo Estatuto –que la comisión encargada de redactarlo finalmente presentó en esos días- no contemplaba ninguna de las aspiraciones de democracia universitaria del estudiantado. Ni qué hablar de las banderas de unidad obrero-estudiantil, la autonomía espiritual de las Universidades y la Unidad de América Latina.
La derrota adentro de la Universidad era, de algún modo, el reflejo de lo que pasaba fuera de sus muros: el proceso de “alvearización” del radicalismo estaba en plena marcha. No obstante, en 1928, la Reforma viviría su “canto del cisne” con el triunfo electoral de Yrigoyen en abril de aquel año ´28 y la huelga del 10º Aniversario.
El 10º Aniversario de la Reforma de 1918
Es curioso, o al menos llama la atención, pero lo cierto es que, con el pasar del tiempo, la Contrarreforma fue consolidando lenta pero firmemente el control de la vida universitaria, “con la tolerancia y a veces con el voto de los “representantes” estudiantiles” (Ferrero, ob. cit.).
En 1928 –año de la renovación presidencial-, el rector sigue siendo León Morra, que rechaza el Estatuto reformista, los decanos siguen esa línea, y el retroceso a épocas anteriores al ’18 resulta muy profundo.
¿Cuáles son los factores que inciden en esta situación?
Podemos mencionar los siguientes: falta de participación del claustro estudiantil en el gobierno universitario; negativa oficial a conceder turnos de exámenes en julio (no existía más que un turno al año); falta de clases “prácticas” para materias teóricas en Derecho; proliferación de docentes nombrados sin concurso previo; carácter secreto de las reuniones de los Consejos Directivos y del mismo Consejo Superior; y como si todo eso fuera poco, altísimos aranceles que debían abonar los estudiantes en esa época para poder cursar carreras y materias. La gratuidad de la enseñanza tendrá vigencia recién a partir del 22 de noviembre de 1949, cuando un decreto del presidente Perón (Nº29.337) estableció la gratuidad de la enseñanza superior con carácter permanente, hasta nuestros días. Habían pasado 31 años desde el “grito de Córdoba” y no todos habían sido triunfos para el reformismo ni para el país.
Marzo de 1928 encuentra a la Universidad en pleno retroceso y al movimiento estudiantil en un clima de creciente disconformidad, exigiendo reducción de aranceles, implantación del turno intermedio y cese de las clases con profesores incompetentes, entre otras reivindicaciones. El despertar de la conciencia reformista coincide a su vez con la reorganización de los Centros de Estudiantes, la elección de nuevas autoridades de la FUC y el comienzo de la incorporación de las mujeres a la vida universitaria.
El alzamiento estudiantil de 1918 es conmemorado el 15 de junio de 1928 con un gran acto en el Teatro Rivera Indarte. Hablan el nuevo presidente de la FUC, Edmundo Tolosa, y también Taborda, Sayago, Barros, Bermann y Cossio. El discurso de Bermann resumiría así el espíritu del encuentro: “Hace cuatro años que en la Universidad gobierna la Contrarreforma con plenos poderes, haciendo Consejos, reinando a su antojo, con la sumisión de casi todo el mundo (La Voz del Interior, 16/06/28). “Como antes del ’18 –completaba Tolosa en su discurso-, estamos bajo el régimen de la Ley Avellaneda, y en cuanto a los Estatutos, a merced del exclusivo capricho de Consejos y ministros”. Al día siguiente se declaraba la huelga general.
Resultado de las decisiones tomadas en la asamblea que declaró la huelga general, el 27 de junio de 1928 la FUC presenta al Rectorado de la UNC el pliego de petición de reformas acordes con las banderas universitarias de 1918: periodicidad de las cátedras, asistencia libre, cátedra libre garantizada para cualquier persona idónea aun cuando no tuviera título máximo; gobierno tripartito y paritario de profesores titulares, suplentes y alumnos; elección de rector y decanos con amplia participación estudiantil; asambleas estudiantiles electorales presididas por autoridades emanadas del propio alumnado; discusión y voto público; amplia discusión de las cuestiones sociales en el seno de la Universidad, entre otras.
El Manifiesto de 1928
Entre las buenas nuevas que trae la celebración de la Reforma, el 1º de julio de 1928 la FUC da un nuevo Manifiesto que ratifica el anterior de 1918, titulado “Mensaje a la nueva generación” (redactado por Saúl Taborda). En él caracteriza el estado de la Universidad diez años después y recupera el espíritu latinoamericano de diez años atrás: “Un nuevo amo se había enseñoreado –dirá-, que incita al mediocre éxito ante todo… Reina un torpe mercantilismo”. Por eso, “después de estos últimos años de depresión moral, hemos sentido bruscamente la vergüenza de la propia situación, hemos querido enfrentarnos con nuestro deber, adquirir plena conciencia de nuestra misión cultural, social, cívica, en una palabra, humana” (El País, 1/07/28).
En cuanto al ideal de Universidad expresa entre otras cosas: “Estamos dispuestos a nuestra misión. El tipo de universidad ideal debe responder a un tipo de cultura y sociedad ideal” que “no puede ser el profesionalismo… nuestro tipo ideal de Universidad debe tender a dar un contenido científico y cultural, por el amor intelectual hacia las potencias reales y espirituales que se reflejan en el hombre. Pero la Universidad no puede contemplar a éste como ente individual. Debe dilatarse más su acción: trabajar para la formación de nuestra personalidad nacional y continental… La Universidad de los Tiempos Nuevos debe proclamar que ella está indisolublemente ligada al empeño por la justicia social, el mejoramiento económico y cultural de las masas… en una sociedad también justa, libre y fraternal… para proseguir con sacrificio la Reforma… hermanados con nuestros compañeros de Latinoamérica, hasta su completa realización”.
La vuelta de Yrigoyen y las vueltas del reformismo
A mitad de 1928, las autoridades universitarias prácticamente habían desterrado el espíritu de la Reforma de la Casa de Trejo, por lo que un día después del 10º aniversario, el movimiento estudiantil declara la huelga sin término. No obstante, la agenda del tiempo deparaba dos sucesos inmediatos que podían traer nuevos vientos: la elección del nuevo Rector de la Universidad de Córdoba, el 30 de julio, y el segundo mandato de Hipólito Yrigoyen, que había ganado en abril las elecciones nacionales con casi el 62% de los votos (Yrigoyen de la UCR: 61,68%; L. Melo, de la Unión Cívica Radical Antipersonalista: 26,83%; M. Bravo, del PS: 4,83%; J. N. Matienzo, del PSI: 0,44%).
Las contradicciones de la hora, sin embargo, no serían desaprovechadas por los sectores anti yrigoyenistas para combatir el gobierno progresista de Córdoba (Enrique Martínez gobernador y Amadeo Sabattini ministro de Gobierno, Justicia e Instrucción Pública) y preparar la oposición a Yrigoyen, que asumiría en octubre. Entre las medidas revolucionarias de aquel gobierno provincial –en línea con el espíritu yrigoyenista– se destacaban, entre otras, el reconocimiento de los sindicatos, la declaración del feriado obligatorio el 1 de mayo y el salario mínimo para los integrantes de la docencia titulada.
Pues bien, en tanto La Voz del Interior –divorciada ya de sus pretensiones reformistas- se pronunciaba en contra de la huelga estudiantil, el diario El País, por su parte, disparaba feroces ataques contra la moralidad administrativa de los funcionarios radicales y denunciaba atropellos de la “policía personalista”, mientras al mismo tiempo daba amplia cobertura informativa al movimiento universitario (cada vez más alejado de su protector oficial), publicaba declaraciones y fotografías de los jefes reformistas y hasta reproducía la entrevista a un prominente reformista publicada en el periódico socialista La Vanguardia. Las conferencias de Saúl Taborda y la sección “Los días y las obras”, a cargo de Deodoro Roca, ahora aparecían al lado de las noticias sobre la organización del gran “congreso de la Juventud Demócrata”.
Así –dice el historiador Roberto Ferrero- se iban estableciendo los lazos “para una estrecha colaboración entre los socialistas y los reformistas con los conservadores liberales de El País (Partido Demócrata), colaboración que se extenderá por algunos años, incluido el del golpe de Uriburu en 1930” (Ob. Cit.).
Nuevo Rector y Nuevo presidente electo
La situación provincial, y la nacional que se avecinaba, de alguna manera tendrían su correlato en la elección del nuevo Rector para el período 1928-1932. El estudiantado se inclinó por el doctor Luis J. Posse, un liberal democrático y tolerante, ni reaccionario ni de izquierda, según lo definiría Morra -el rector saliente-, en lugar del candidato Guillermo Fuchs, radical sabattinista y, como tal, yrigoyenista.
Pero ni con el apoyo de los reformistas históricos el Dr. Posse lograría unir al estudiantado en el levantamiento de la huelga, conformándose dos grupos antagónicos: el “Comité Pro Huelga” (por el gobierno tripartito, la representación estudiantil directa y la elección democrática de rector y decanos, entre otras reivindicaciones históricas) y el “Comité Reformista Pro-suspensión de la Huelga”.
Para zanjar el problema, la Federación Universitaria de Córdoba convocó a un plebiscito el 25 de agosto de 1928, en el que votaron 1.212 estudiantes. Por 142 votos se impuso el mantenimiento de la huelga. Ahora La Voz del Interior hablaba de la “holgazanería” de los estudiantes universitarios. Los vientos soplaban fuerte, y la prensa, con argumentos de derecha o de izquierda, se ponía del lado de los poderosos. El estudiantado se dejaba llevar por la aparente brisa de 1928 que escondía el huracán de 1930.
Dada la delicada situación, el Dr. Posse viajó en septiembre a Buenos Aires a entrevistarse con el presidente electo (Yrigoyen), todavía sin poder de mando. Si bien la entrevista fue satisfactoria y paralelamente se produjo una reanimación de la Reforma e incluso comenzó a tomar cuerpo la refundación de la Federación Universitaria Argentina, a contrapelo de esa situación, el 30 de septiembre, el Consejo Superior de Córdoba rechazó el petitorio de los huelguistas, manifestando que “la reforma universitaria solicitada no debe otorgarse a la imposición subversiva, ni librarse a la improvisación complaciente, ni anticiparse a la opinión de una nueva persona del Poder Ejecutivo próximo a entrar en funciones”, en clara alusión a Hipólito Yrigoyen, que recién asumiría el 12 de octubre de ese año.
Táctica y estrategia de la oposición cordobesa
Así las cosas, con el mismo espíritu del ’18, y ya en curso el año ’29, la Federación Universitaria de Córdoba, que desde principios de octubre desconocía como autoridad de la Universidad al Consejo Superior, envió a Buenos Aires el pedido de intervención, medida que ya había adoptado Yrigoyen con la Universidad del Litoral en noviembre de 1928, poniendo en situación de disponibilidad a todas sus autoridades y catedráticos.
Ni lerda ni perezosa, amenazada por una intervención federal a la Universidad, la oposición cordobesa –incluido el Consejo Superior, los diarios y hasta gran parte del estudiantado, que a esta altura había pasado a sostener posiciones de izquierda anti yrigoyenista– promovió un vuelco en la situación universitaria. De ese viraje táctico, que estratégicamente apuntaba a la cabeza del país, resultó la aprobación de la reforma estatutaria, el levantamiento de la huelga, la reapertura de la Universidad y el desistimiento del pedido de intervención al Poder Ejecutivo Nacional.
De esa manera, en retroceso, los postulados universitarios de la Reforma, al menos a nivel formal, fueron realidad. Por la razón que fuera, “la reacción no se atrevía a discutirlos en el plano de los principios; a lo más, los desvirtuaba al ponerlos en práctica”, pues como sabemos, “el profesorado oligárquico se había opuesto siempre tenazmente a esa pretensión reformista de co-gobierno y sólo transigió en las circunstancias apuradas del año 1929, que se les presentaba con los peligros de un nuevo 18. Así y todo, fue en este aspecto una reforma bastante retaceada” (Ob. Cit.).
En esa contradictoria situación a nivel político, el estudiantado obtuvo una parte de lo que anhelaba, a saber: el Rector del Colegio Nacional anexo y dos estudiantes designados por la FUC -los tres con voz pero sin voto-, se integraban al Consejo Superior de la Universidad; los Consejos Directivos de cada Facultad se compondrían de 15 Consejeros, incluido el Decano: nueve por los profesores titulares, tres por los suplentes y tres por los estudiantes, aunque estos también debían ser profesores o egresados vinculados a la Universidad; los estudiantes tendrían dos delegados en el Consejo Superior designados por el Centro de Estudiantes respectivo, con plena voz y voto solamente para el caso de elección de Decano y Vicedecano; las sesiones del Consejo Superior y de los Consejos Directivos serían públicas, al igual que las votaciones.
Intervenidas o no, en el año ’29 la pax romana reinaba en las universidades argentinas. Pero el imperio invisible y divisor asechaba para seguir reinando. Un año después volvería por su tributo.
El reformismo y el golpe del 6 de septiembre de 1930
Es curioso, pero no inexplicable, que uno de los argumentos o racionalizaciones de los líderes reformistas para atacar al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen fuera “el mal gusto” y “la vulgaridad”, desconociendo los logros de su primera gestión y la misma orientación de la segunda. Olvidaban que el Reformismo le debía a aquel hombre el triunfo del movimiento en 1918 y que, por prevención contra la intervención del PEN, la contrarreforma había tenido que ceder –aunque fuera parcialmente- ante el movimiento estudiantil en 1929.
Si nuestra experiencia histórica no nos enseñara cómo se puede instrumentar una causa en Nuestra América en contra de los intereses nacionales y populares, llamaría la atención que Deodoro Roca se refiriera en 1930 al “déspota ridículo, doblado en apóstol” (Ob. Cit.) para atacar al hombre que había gobernado ocho años -1916-1922 – 1928-1930- sin un solo día de Estado de Sitio, que no había clausurado un solo diario de la prensa que lo injuriaba diariamente, y que acababa de indultar al anarquista Simón Radovizky. Más injusto era todavía negarle al yrigoyenismo “toda progresividad histórica como movimiento nacional y popular de su época”, asimilándolo al régimen oligárquico que justamente ese gran movimiento político había desplazado en 1916.
Probablemente, la situación provincial –“giro a la derecha” del radicalismo cordobés, ya sin Enrique Martínez ni Amadeo Sabattini- coadyuvó al error de perspectiva del cordobés Deodoro Roca. Literalmente, el árbol ya no le dejaba ver el bosque.
Una variante del compromiso equivocado –que era el caso de Deodoro en esta crítica circunstancia-, era ocuparse de los problemas provinciales más que de los nacionales, o entender unos con prescindencia de los otros, que era el caso del movimiento estudiantil de Córdoba, enfrentado a dos proyectos gubernamentales provinciales de gran impacto social: la privatización de las fuentes hidroeléctricas y el establecimiento de la enseñanza religiosa, contraria a la bandera reformista de la educación laica.
En efecto, la Federación Universitaria de Córdoba se movilizó junto a los demás sectores populares para impedir la entrega y evitar la aprobación completa del artículo 12 y ½, introducido en la Ley de Educación Común por los clericales, que ya tenía media sanción de Diputados. La conjunción de estas circunstancias –apunta Ferrero- “hizo que la FUC guardara un discreto silencio respecto de la problemática nacional que se decidía en Buenos Aires”.
Por su parte, en el movimiento universitario porteño, ocupado como estaba en una tarea menos progresista: el derrocamiento del gobierno popular de Hipólito Yrigoyen, apenas si tendría alguna repercusión la campaña por la educación laica de los estudiantes cordobeses. Hasta llegaría a Córdoba en “misión secreta” una delegación de reformistas porteños con el fin de comprometer a la FUC en la aventura golpista contra el caudillo radical. La respuesta de la Federación sería a nivel de las formalidades institucionales: “La peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras” (Ob. Cit.).
Pero la suerte estaba echada, y el 5 de setiembre –un día antes del golpe- la FUA pidió la renuncia de Yrigoyen. Lo mismo hizo el doctor Alfredo Palacios, decano socialista de la Facultad de Derecho. Al mismo tiempo, el dirigente reformista Carlos Sánchez Viamonte –autor de “El último caudillo”- proclamaba ante miles de enfervorizados estudiantes: “La juventud universitaria apoyará cualquier movimiento tendiente a derrocar el actual gobierno”. Era el anuncio de la Década Infame.
Balance de un día nefasto
No obstante, la indiferencia mostrada frente a los aprestos golpistas, el 26 de septiembre, el reformismo cordobés estaría presente en el acto de bienvenida al interventor uriburista en Córdoba, Dr. Carlos Ibarguren, organizado por la Casa de Trejo. De ese modo aceptaba de hecho la nueva situación de facto.
Una de las autocríticas más amplias y sinceras realizadas por un reformista acerca de su apoyo al golpe reaccionario de aquel 6 de septiembre es la realizada por Isidro J. Odena, dirigente socialista del Centro de Estudiantes de Derecho de la UBA entre 1926 y 1932. Aunque ese análisis haya sido hecho tres décadas después, conserva todo su valor y validez, pues como hemos dicho, el proceso reformista no está cerrado y, por el contrario, sigue abierto a nuevos avances, nuevas interpretaciones y nuevos aportes.
Odena confesaba en 1963: “La gran mayoría de los reformistas que fuimos alentados y sostenidos por la intuición del viejo Yrigoyen, nos unimos al coro intelectual, orquestado a izquierda y derecha, que abominaba de la anfibológica literatura oficial y se mofaba del elenco gobernante…”. Con lucidez revisionista, Odena explicaba: “La oligarquía formó dos ejércitos, uno civil y otro militar para derrocar a Yrigoyen. El ejército civil estaba encabezado por la juventud reformista de las universidades y por los intelectuales y políticos de izquierda”.
Claramente reconocía cierto idealismo ingenuo en aquella postura impracticable de 1930: “Nos alzamos contra ‘la corrupción y la ignorancia’ del yrigoyenismo, dejando a salvo nuestra oposición a toda eventual dictadura militar. Con Alfredo L. Palacios, decano de la Facultad de Derecho, pedimos simultáneamente la renuncia de Yrigoyen y la inmediata convocatoria a elecciones si se producía un motín militar”. Se daba cuenta el dirigente socialista de que “la oligarquía auspició entusiastamente este plan ‘democrático’, segura como estaba de que la caída del gobernante legítimo no podía tener otra consecuencia que la apertura desembozada hacia la arbitrariedad y el fraude”.
Admitiendo que los reformistas de entonces habían llevado su enfoque idealista a un extremo del que no podrían volver, el ex dirigente universitario concluía: “Nosotros, los estudiantes reformistas, creíamos que la renuncia de nuestro decano, el doctor Palacios, y los manifiestos antimilitaristas que suscribimos al día siguiente del golpe de Estado serían más decisivos que las fuerzas desatadas por la reacción… y conste que lo hacíamos con la mayor buena fe, con la convicción absoluta de servir una causa justa, como cuando contribuimos a derrocar a Yrigoyen” (Ob. Cit.).
El mismo Deodoro le echaría en cara a los militares “septembrinos” de 1930 su ingratitud para con el apoyo y acompañamiento estudiantil en aquellas jornadas, pues “sin la rebeldía de los universitarios el 6 de septiembre no habría sido posible” (Ob. Cit.). Exactamente 25 años después, pero un 23 de septiembre, la historia volvería a repetirse.
Mas, vencido el padre de la Reforma dentro y fuera de la Universidad, no había manera de continuar con la transformación de los claustros. Es que no podía haber una verdadera y definitiva Reforma si ésta no estaba incluida dentro de un proyecto integral de Nación.