Reflexiones sobre el arte y la cultura en la creación de una Nación

Por Elio Noé Salcedo

Sin duda, la construcción de una Nación requiere, además de conocimiento, voluntad, fortaleza y valentía, mucha creatividad. Tal vez sea por ello que existe una estrecha conexión entre la política y el arte o, viceversa: entre el arte y la cultura y la creación de una Nación.

En 1961, publicado por Editorial Coyoacán, veía la luz el libro “La política en el arte” de Ricardo Carpani, integrante él de un grupo de artistas nacionales de su época, considerados por entonces “los únicos artistas originales, libres de servilismos europeos”.

Fundador del Movimiento Espartaco -tendencia pictórica argentina que postulaba un arte mural de “contenido revolucionario y latinoamericano” (ambos términos con connotaciones muy significativas, aunque sujetos a diferentes interpretaciones según las determinantes posturas políticas de la época), Carpani era a la vez “un calificado expositor teórico de las bases de un arte nuevo para la creación de una sociedad nueva”. A través de las grandes creaciones murales de la pintura monumental, el renombrado artista visual propiciaba establecer “la vinculación íntima y cotidiana del pueblo con el artista”, y viceversa.

Carpani postulaba una pintura que reinterpretara plásticamente a la Patria Chica y a la Patria Grande -Argentina y América Latina-, buscando en sus tradiciones, como también en su realidad presente, “los temas representativos de los sentimientos y aspiraciones mayoritarios” y los elementos de un “arte revolucionario”, es decir transformador de los valores decadentes y de la realidad vigente.

Esta introducción viene a cuenta de las posibilidades que tienen un arte y una cultura nacional en las condiciones existenciales presentes, pues el arte, el pensamiento y la cultura en general no podrían ser “revolucionarios” sin ser nacional, y solo en la medida que interprete, interpele, represente y sea la expresión del pueblo argentino y latinoamericano en esta etapa crucial de nuestra historia.

Posiblemente, la primera condición a plantear para lograr nuestros objetivos deba ser, como lo era para la generación de Carpani, de sus colegas y de gran parte del pensamiento de su época, que esté “libre de servilismos europeos” o extranjerizantes, y que esté centrado -dado el vacío tremendo que existe en ese sentido– en el rescate de nuestra historia grande como de la realidad cotidiana, y de nuestras tradiciones, valores, sentir y pensar nacional.         

Así como Arturo Jauretche postulaba que pueblo y Nación no pueden estar separados, porque “donde está la Nación, está el pueblo, y donde está el pueblo debe estar la Nación”, del mismo modo pensamos que una cultura, un pensamiento, un arte argentino, no pueden estar separados de nuestra historia -y por tanto de nuestra historia indo-íbero-americana (tal cual fuimos paridos históricamente como latinoamericanos), de su dramático presente y del destino y porvenir de nuestra Patria Chica en la reunión y realización de nuestra Patria Grande Latinoamericana y Caribeña, sin distinciones fragmentarias que nos alejen de nuestra identidad común y de nuestro destino conjunto, pues como es sabido (o deberíamos saber), no podremos realizarnos como individuos en una sociedad que no se realice, ni estamos irrealizados porque somos una sociedad subdesarrollada, sino que somos una sociedad subdesarrollada porque todavía no nos hemos realizado en conjunto como sociedad, como Continente y como Nación.

La contradicción ya insalvable entre una sociedad “utópica” y una sociedad “distópica” nos devuelve a una vieja pregunta: ¿Es posible una sociedad mejor?

En tal caso, ¿cómo hacerla posible? ¿Con quienes? ¿Para quienes?  ¿Para una minoría, para una mayoría o para todos? ¿Es eso posible? Llegados a este callejón sin salida o encrucijada en la que estamos, ¿qué función o rol tienen las personas en tanto sujetos y no objetos de una sociedad que muestra hoy los síntomas fatales de un sistema en decadencia y solo viable para pocos? ¿Qué papel puede y/o debe jugar el arte, el pensamiento y la cultura?

Estamos convencidos, tal como están las cosas y ante tanta adversidad, que si el arte y la cultura son una manifestación objetiva (visible, palpable, oíble, leíble y disfrutable), que produce sensaciones, sentimientos, ideas e impacta en la conciencia subjetiva -como nos ayuda a entender Ricardo Carpani en su libro-, entonces, el arte y la cultura (y su mayor expresión: el pensamiento consciente), expresados a través de los medios que tenemos a mano, solo puede ser revolucionario y nacional si produce transformaciones revolucionarias y nacionales en la conciencia subjetiva (la mente y el alma) de las personas, y a través de ellas, en la sociedad de su época, como lo hacen hoy en sentido contrario por todos los medios los mercaderes del templo de la Patria .

Tal vez haya una mutua correspondencia y no solo una determinación mecánica entre la realidad objetiva y la realidad subjetiva, debiendo acompañar con nuestro aporte individual a nivel intelectual, artístico y/o cultural en general la transformación de una sociedad que ya ha tocado fondo, como lo anticipaba el estadista, pensador y político a la vez que era Juan Perón en sus reflexiones sobre la “Comunidad Organizada”, durante la apertura del Congreso Nacional de Filosofía de 1949.

No se equivocaba -sin que pudiéremos impedir su trágico desarrollo a través del tiempo y de la historia transcurrida a partir de 1955-, quien decía: “La sociedad y el hombre se enfrentan con la crisis de valores más profunda acaso de cuantas su evolución ha registrado”. “Es posible -reflexionaba Perón- que la acción del pensamiento haya perdido en los últimos tiempos contacto directo con las realidades de la vida de los pueblos” y “que el cultivo de las grandes verdades, la persecución infatigable de las razones últimas, hayan convertido a una ciencia abstracta y docente por su naturaleza (la filosofía política) en un virtuosismo técnico, con el consiguiente distanciamiento de las perspectivas en que el hombre suele desenvolverse”. En cualquier caso, “en ausencia de tesis fundamentales -como podrían ser las de la Doctrina Social de la Iglesia, la del Nacionalismo Popular, que el peronismo encarnara, o la del Socialismo Criollo (tesis desarrollada por la Izquierda Nacional en la Argentina)-, surgen las pequeñas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto”.

Por ello, resulta necesario volver a reelaborar una visión totalizadora del pasado y del presente en el orden de la economía, de la historia, de la política y la cultura, para que la Argentina y América Latina readquieran su conciencia perdida.  

El rol social del arte y la cultura

Si el arte, según señala Juan José Hernández Arregui en el prólogo al libro de Ricardo Carpani, “es un producto del espíritu objetivo, es decir, de la Cultura”, lo son con igual razón la política y el pensamiento (expresiones superiores de la cultura de un pueblo), la ciencia, la literatura, el periodismo, etc. En ese mismo sentido, tanto como el arte, esas expresiones resultan “manifestaciones culturales de una época” y de “una determinada sociedad histórica”. De allí el requerimiento o condición de su originalidad, identidad y utilidad para ser un arte y una cultura nacional trascendente y a su vez universal o, en su defecto, ser intrascendente, un desperdicio o inútil socialmente hablando en la construcción creativa de una Nación cuando “no funciona en interacción permanente con la sociedad que lo amalgama con su época” y con los valores y creencias sociales necesarios para mejorar la sociedad en la que vivimos.  

No puede haber un individuo libre en una sociedad que no es libre en el marco natural de una sociedad nacional y una comunidad histórica. Dicha contradicción pone en conflicto el arte, la cultura, la política, la literatura, la ciencia y/o el periodismo como actividad individual y subjetiva, por un lado, y la necesidad de una conciencia colectiva y la construcción de una comunidad y/o una sociedad, por otro.        

En tanto recreación de la realidad, el arte “es al mismo tiempo una forma irreemplazable de conocimiento de la misma en su totalidad”, que no puede ser reemplazado por la Inteligencia Artificial (al menos hasta no nacionalizarla y humanizarla), “ya que permite hacer carne en el destinatario, de un modo inmediato aspectos de la realidad sumamente huidizos y difíciles de racionalizar”. En se sentido -advierte Carpani-, el arte constituye sino el más directo, sí “el más profundo medio de comunicación entre los hombres”, además del “más acabado y perfecto modo de expresión”.

De un arte nacional a la construcción de una Nación    

En verdad, aclara Carpani, “el arte expresa los sentimientos más sutiles, comunicándonos a través de imágenes (figuraciones, representaciones, metáforas, etc.), que hiriendo los sentidos van directamente a las zonas desconocidas del ser humano”, en tanto “el arte no constituye tan solo un reflejo pasivo de la realidad total, sino una síntesis superior de ésta”. De esa manera, deduce Carpani, el artista “modela el inconsciente colectivo y simultáneamente se nutre de él, pues todas aquellas esencialidades… al ser defendidas por el arte en la comunidad, provocan una serie de acciones –al menos reflexiones- que, actuando sobre la realidad, la modifican…”. 

En otro sentido, señala Carpani, si consideramos “la parte consciente relacionada del contenido de la obra artística, expresada a través del tema, veremos que las posibilidades de la gravitación del arte sobre la sociedad se amplían considerablemente”. Esta es la razón última de la liquidación y/o asfixiamiento de los institutos de Cinematografía, Teatro y de Cultura y Ciencia en general por parte de los destructores de la Nación, cuya condición sine qua non es la destrucción del Estado Nacional que las crea, las prohíja y las potencia.

En efecto, el arte -amplía Carpani- “al introducir en su estructura un elemento ideológico, ensancha y enriquece su poder comunicativo, haciéndose vehículo de ideas, sin que ello menoscabe en lo más mínimo sus cualidades específicas”. En ese caso, el artista nacional -el artista visual (pintor, escultor, arquitecto, fotógrafo), el autor dramático, el músico, el bailarín, el cineasta, el guionista, el artesano, el literato, y también el editor, el intelectual, el académico, el publicista o divulgador de ideas nacionales, el periodista, locutor y comunicador e incluso el historiador que se toma el trabajo de revisar la historia oficial- “señalando el camino necesario para superar las contradicciones de la realidad, impulsa el proceso histórico al dar a su obra (o su tarea) una imagen ideal del futuro inmediato” o del pasado inspirador.

Dicha “imagen ideal, proyectándose sobre la sociedad -idealizada, sublimada, condensada, sintetizada- tiende a concretarse en la realidad, y por tanto modifica a ésta en un sentido superador de sus contradicciones”, conflictos y/o “pleitos sin fallar” ni resolver en un sentido nacional. 

En la Argentina, dentro de esa corriente que arrastra la pérdida de valores nacionales y la reducción del pensamiento a “las pequeñas tesis mencionada por Perón en el Congreso de 1949, existe un vacío muy grande no solo a nivel de un Arte Nacional que nos identifique acabadamente y de nuevas creaciones culturales que expresen y comuniquen propiamente el espíritu nacional y latinoamericano legado por nuestra historia y las anteriores generaciones (tan necesarios también en la comprensión consciente del presente que nos legó el pasado mediato e inmediato), sino que ese vacío se extiende a toda clase de expresiones y/o manifestaciones culturales (libros, editores, intelectuales, periodistas, académicos, planes de estudio, medios de comunicación, etc.), incluida la formación política, que sean la base de creación, construcción y/o reconstrucción de la Nación, que lleva doscientos años tratando de ser y realizarse, frente a los que quieren verla reducida a escombros o convertida en un nuevo mercado colonial de esclavos, “libres” de todo derecho elemental como tener Patria y realizarse en forma individual, social y comunitaria.

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