La madre de todas las batallas

Aldo Duzdevich

Sábado 17 de agosto. Tachero porteño: “A mí me preocupa si este Fernández va hacer una economía cerrada o abierta al mundo”. Yo suelo oírlos pasivamente sin responder, pero esta vez no pude, y le pregunté: “¿Flaco, vos tenés muchas acciones en el exterior? ¿Cuentas en dólares? ¿En qué te afecta al laburo del tacho la economía abierta o cerrada?”. Por supuesto, el tipo siguió a lo Leuco, despotricando contra el déficit fiscal, el cepo al dólar, etcétera. Yo pensé: venimos de reventar las urnas y el tachero ya me está tomando examen sobre Milton Friedman. Qué difícil va a ser…

Cuando Alberto llegue a la Rosada –el 10 de diciembre o antes– arriba del escritorio lo espera la pila de facturas a pagar. Los 120 mil millones de deuda nueva, los incumplimientos con el FMI, la escasez de dólares, el descongelamiento de combustibles, Trump, Bolsonaro, Maduro, los fondos buitres, los siete millones de jubilados, el 35% de pobreza, las fábricas cerradas… Y, por supuesto, lo esperan también todas las internas nuestras, los que no ligaron ministerios, los que matan por la oficina más grande, los enojados por izquierda y por derecha, etcétera, etcétera.

La primera batalla cultural es la interna. ¿Nos habremos dado cuenta ya de que todo lo ganado se puede ir a la mierda en un par de elecciones? ¿Aprendimos que, como decía el General, “la soberbia y el sectarismo son la tumba de la conducción”? ¿Que no se debe usar la muletilla de “traidores” contra quien no piensa igual? ¿Entendimos que para enfrentar al imperio nos hace falta un espacio más grande que el de “los pibes para la liberación”?

Punto uno: la corrupción y la obscenidad. Sin desmerecer ninguna de las demás cualidades de Axel Kicillof, hay una de ellas que hizo un diferencial para su triunfo. Salió limpito del gobierno. No pudieron encontrarle ni un gasto irregular en medialunas. Hizo campaña en un modesto Clío prestado. No sucumbió a la pasión femenina que despierta. Siguió la regla: “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. Axel es un buen ejemplo para que los compañeros entiendan que no podemos llegar al gobierno para disfrutar de un botín. Nadie nos pide vivir como Gandhi, sino solo vivir coherentemente. ¿Se pueden vivir cuatro años modesta y discretamente? Sí, y se debe. Somos herederos de una historia de luchas, exilio, cárceles, torturas y desapariciones. Hoy no le pedimos a nadie soportar doce horas de picana eléctrica. Solo que puedan soportar cuatro años sin comprar la cuatro por cuatro y la casa en el country, sin veranear en Punta, sin ponerse de novio con una botinera, sin frecuentar casinos, sin hacer actos obscenidad de poder y dinero.

Punto dos: el Estado está al servicio del pueblo. Necesitamos recrear un Estado fuerte que intervenga a favor de los más débiles de la sociedad, que empuje el crecimiento y la redistribución de la riqueza. Pero Estado fuerte no es lo mismo que Estado ineficiente y bobo, al que cualquiera ordeña. Los empleados del Estado deben entender que quienes asumen la conducción del mismo no son “la patronal”, sino mandatarios del interés de quienes están fuera del Estado, que son la inmensa mayoría. Y que el Estado está al servicio de los ciudadanos y no al servicio de quienes trabajan en él.

Punto tres: una conducción política amplia. Días pasados, un compañero cercano a Alberto Fernández me decía: el 51% no alcanza, tenemos que aspirar a conducir el 75%. Es la idea del ultimo Perón que plasmó en el Proyecto Nacional. Alberto está siguiendo todas las reglas del buen arte de la conducción política. Empezó por decir “con el kirchnerismo no alcanza, hay que unir a todo el peronismo”, y eso produjo malestar entre los ultraK y los progresistas. Pero luego dijo “con unir al peronismo tampoco alcanza”, y en la Ciudad puso a Lammens y se enojaron los peronistas ortodoxos. Finalmente, debemos reconocer que sumar a Massa, a los gobernadores, a la CGT y a los intendentes, y poner estos perfiles progres para el votante porteño, dieron buenos resultados. Eso se llama conducción política peronista. Es el desafío más grande, que todos debemos acompañar.

Punto cuatro: la descolonización cultural. En simultáneo a ordenarnos nosotros con una conducción política amplia y fuerte, un Estado ordenado y eficiente y funcionarios honestos, queda la difícil tarea de la descolonización cultural. Arranquemos por las universidades, enseñando historia nacional. Ni iluminismo de izquierda, ni iluminismo liberal. Pero, además, que nuestros futuros profesionales aprendan que la universidad pública y gratuita no viene del cielo. La mantienen millones de laburantes que jamás la pisaron, y cada profesional tiene una deuda con la comunidad nacional que tal vez deberíamos pensar en alguna forma de retribuirla.

Sigamos con la clase media, donde se auto-ubica el 80% de los argentinos, ricos y pobres. No es lo mismo discutir el concepto de meritocracia que desconocer el esfuerzo y el mérito personal. Las verdades peronistas reivindican “una sola clase de personas, las que trabajan”, y que “el trabajo es un derecho y es un deber”. Entonces, ¿quién dijo que deberíamos desconocer o no premiar el esfuerzo de quien trabaja? El tachero y el verdulero que nos hablan del mérito de su trabajo diario: no son globoludos cooptados por Clarín, son personas que no se sintieron contenidas en nuestro discurso. Y cuando les roban, nuestra única respuesta no puede ser: “es la situación económica”, lo que es obvio, pero el tipo tiene un kiosco y espera que le digamos: “te vamos a cuidar a vos también”. Entonces, a partir de asumir la parte lógica de sus demandas, podemos llegarle con nuestro planteo de una comunidad más solidaria. Otra tarea será explicar que cada ampliación de derechos no es por gracia divina, sino por decisión y esfuerzo de un gobierno; que, si esos derechos implican erogaciones del Estado, hay que obtener recursos por la vía de los impuestos; que a los que le tocamos el bolsillo saltan y te arman el conflicto de la 125, o los paros por el impuesto a las ganancias.

Como vemos, la batalla cultural va mucho más allá de volver a financiar el cine y la TV pública. Requerirá de mucho esfuerzo y de mucha, pero mucha inteligencia.

Aldo Duzdevich es autor de La Lealtad: los montoneros que se quedaron con Perón y Salvados por Francisco.

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