Adelanto del libro “Un ángel de Barracas”
Por Pablo Sartirana
Los veranos en el Riachuelo son la gloria. A la altura del meandro están los restos de un muelle donde una señora sentada escucha música en su Winco portátil. Hay un caño roto que tira un chorro de agua, el famoso “caño roto” donde la gente llena los baldes para llevar a sus ranchos. No muy lejos está el puente de vías que comunica con la ciudad de Avellaneda. El Tranco, se llama. El tren de cargas que cruza la avenida Iriarte se dirige hacia allá: el deporte preferido de los pibitos, los más temerarios, es subirse descalzos sin remera a los vagones en movimiento y treparse por las escaleras hasta los techos. Cuando el carguero avanza como una estampida de elefantes y cruza El Tranco, los pibitos saltan al agua del Riachuelo. Ese es su trampolín. Pero alguien queda rezagado, nadie lo ve. Gustavo se agarra el pie. Tiene once años. Se resbaló de la escalera y la rueda de hierro le cortó los dedos. Está sangrando en el piso. La noticia del accidente corre como teléfono descompuesto entre sus amigos:
– ¿Te enteraste lo que le pasó al Paragüita? ¡Fueron los hijos de puta de Zavaleta!
La banda de Gustavo Benítez recorre baldíos y juncales. Pasa de largo por galpones abandonados donde antiguamente se guardaba trigo y se reparaban locomotoras a carbón. Hacen una parada obligada en los alambrados de una fábrica de hormigón sobre avenida Iriarte. “Pavimentos Alegre” es un predio con entrada para vagones de carga y una flota de camiones trompo. También hay bolsas de cemento, montañas de arena y tosca. Los pibitos entran a escondidas y se llenan los bolsillos de piedras. Traen gomeras. Cruzan la vía del carguero y caminan hasta ese punto del mapa que marca la frontera entre Barracas y el barrio de Pompeya. Llegan hasta una hilera de casas prefabricadas. Los enemigos de Zavaleta los ven venir y la empiezan a agitar. Los guachines de La 21 lanzan la artillería. Empieza la batalla.
– ¡Paraguayos de mierda! – gritan los zavaleteros.
Los pibitos de la villa no son todos de Paraguay. Tampoco “El Paragua” Benítez que vino de Misiones con su mamá. Son hijos de colonos: familias campesinas del Interior que llegaron a Buenos Aires y viven en ranchos de madera y chapa cartón. La Villa 21 Barracas son todavía sesenta y ocho hectáreas de terrenos ferroviarios, un paisaje de galpones, huertas, pinos y bañados. Sus primeros habitantes son costureras, agricultores, ex carboneros del ferrocarril, obreros de fábrica, empleadas domésticas con “cama afuera” y pequeños comerciantes. La gran inmigración paraguaya recién empezaba. De 1990 a 2012 la villa pasó de seis mil habitantes a sesenta mil; la mitad de su población es oriunda del Paraguay.
Los hijos de las familias colonas crecen rápido. Como la villa. A mediados de los años ochenta la banda de Gustavo “El Paragua” Benítez ya no se tira de los techos de los vagones al Riachuelo. Tampoco aspiran pegamento a orillas del Tranco, ni buscan cobre en los galpones abandonados. Se juntan siempre en la avenida Iriarte, cerca de la vía. Practican un deporte nuevo.
El tren de cargas viene puntual. La chicharra suena. Los coches se frenan en fila detrás de la barrera. Los pibes fichan un camión con mercadería. El Paragua Benítez sale a la avenida y empieza a bajar las cajas a toda velocidad mientras la formación del carguero cruza Iriarte como una estampida de elefantes. El chofer del camión ve la secuencia por el retrovisor: no puede poner primera, ni marcha atrás sin chocar. Está metido en una ratonera. Antes que la barrera suba, los pibes salen corriendo con el botín y se pierden por los pasillos de la villa. A esa modalidad de robo, en la jerga, se le dice “piratear” en la avenida. El nuevo deporte de “Los Piratas”.
En la década del noventa “Los Piratas” son la banda de chorros que paran en avenida Iriarte. “Los Piratas del Asfalto” es el nombre de su equipo de fútbol. Los fines de semana en la villa hay campeonato. Por plata. Ellos se anotaron y les tocó jugar contra una banda de delincuentes que paran detrás de la parroquia de Osvaldo Cruz, cerquita del Riachuelo. El partido fue en el sector de Tierra Amarilla, cancha neutral. Nadie se acuerda el resultado porque se fueron a las manos. Y se prometieron balas. Cada banda compite en armamento: carabinas, metras y “faluchos”, como llaman al fusil. También pistolas nueve milímetros y chalecos. Entre los años 1997 y 2004 se registraron sesenta asesinatos en el barrio.