El derecho político
Por Guido Leonardo Croxatto*
El Derecho Moderno ha sido durante mucho tiempo enseñado como Derecho Político. Este curso o categoría ha empezado a desaparecer sin embargo de los programas de estudio de abogacía de casi todas las universidades del mundo, también en Argentina, reemplazado por la Teoría del Estado o la Teoría Pura del Derecho, o nombres aun más tecnocráticos y formales, como el análisis económico, enfoque hoy predominante y de moda. Estas disciplinas “técnicas” (cuyo auge no es accidental, paralelo al auge de la “gobernanza“ que deja de lado la noción propiamente politica de gobierno tras la caida del Muro de Berlin y el supuesto fin de la historia, que traslada al Estado el lenguaje corporativo –eficaz- de la Administracion de Empresas) suelen perder de vista aspectos medulares del derecho y sus instituciones: su historia política y la filosofía moderna que la movilizó como parte de conflictos y confrontaciones y luchas. El Derecho tiene y tuvo una fuerte historia política, es parte dinámica y vital de conflictos que no están terminados, que no están cerrados, que no conforman una película agotada. Esa historia sigue vigente. Sigue viva.
Los cursos de Carlos Fayt, como los de Ricardo Levenne, eran cursos de “derecho politico”, misma expresión que usa Max Weber en la introducción de sus escritos sobre Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada. Pero esta expresión ha entrado lentamente (en tiempos en que avanza el lenguaje técnico de la “gobernanza”) en la penumbra: ya no se habla (ni se escucha la expresión, ni existe la disciplina en la carrera de abogacía) de “Derecho Politico”. A lo sumo se sigue dando Teoria del Estado, que da una idea más neutral y mucho menos comprometida (menos “politica”) de lo que hace (y es) el Derecho. La desaparición de esta expresión no es un accidente (político ni académico), como no lo fue la desaparicion de la “economia politica” de la facultad de ciencias economicas de la UBA durante el Proceso. Se busca combatir todo intento de “politizacion” (o “ideologización“) de los estudiantes. Se busca desalentar toda participación, toda discusión “politica” activa, máxime cuando la misma se entremezcla con el Derecho. Por eso se rehuye este término. Por eso no se habla ya de Derecho Politico. Se buscan estudiantes apolitizados, técnicos frios. Buenos (eficientes) funcionarios que pongan sellos, pero que no se mezclen con la “politica” (“sucia“, frente al Derecho que es “limpio“). La desaparición de este campo, del que Fayt fue exponente, no es una casualidad. Obedece a una lógica de tecnificación de los abogados, ciegos autómatas que creen ser así, como los que retrata Kafka, buenos “profesionales“.
Del mismo modo que desapareció el Derecho Politico como materia de las facultades de abogacia, (con la excepcion de la Universidad de Córdoba) las “ideas“ han desaparecido de la arena politica e institucional, dejando su lugar, y el lugar de la filosofia jurídica, al marketing politico vacío. Hoy ya no se hace –tampoco- filosofia del Derecho ni tampoco filosofía política, se hace “historia“ de las ideas, como si las mismas (la filosofia política, la filosofia jurídica) fueran parte del pasado (“político“) y no del presente. Es lo que Lyotard llama posmodernidad: la caida de los grandes “relatos“. La era del pensamiento débil. La falta de imperativos fuertes impacta de lleno en la vida política.
La desaparición del Derecho Político como materia termina generando la falsa idea de que el derecho es producto de una “teoría pura” (Kelsen, circulo de Viena); así surge la lógica formal como modelo. El derecho ya no se asienta sobre un trasfondo histórico y filosófico concreto (una ontología, una idea, un principio, una filosofía política). Se asienta sobre formas jurídicas. El avance de la formalización –la filosofía analítica del lenguaje (Frege)- ha dejado de lado la base política del Derecho. No es casual que materias como filosofía del derecho, filosofía política, antropología, ética, derecho romano o historia del derecho, sean borradas poco a poco de todos los programas de estudio, como si fueran superabundantes, (mientras se orienta todo a la economía) buscando generar una formación mas acotada y mas “eficiente”. Menos “humanista”. Menos “política”. Más “técnica”. Se busca horadar cualquier compromiso.
El derecho se presenta así como un producto “puro” y neutral de la mente (jurídica). No está ya “contaminado” por la política “corrupta”. La política poco a poco se convierte, como actividad (mujer, de paso, “irracional”) en sinónimo, ella misma, de “corrupción”. Por eso la justicia se presume ciega e imparcial (pura y abstracta, sin cuerpo, sin emoción: el lado masculino del derecho, que desaparece la corporalidad que “molesta”, hay una larga historia de cuerpos desaparecidos, cuerpos que “contaminan” el pensamiento “abstracto”, pero la corporalidad es sobretodo la Mujer que hace Política, como menciona Perlongher del Terrorismo de Estado, la mujer como paradigma de la tentación y del Mal). Sin mácula. Sin origen. Sin historia. La política es –como mujer- corrupta. Esa es la “corrupción” que ataca históricamente el patriarcado de fiscales y jueces. (Basta ver lo que se hizo con el cadáver de Evita) La corrupción de una mujer que hace política “baja”. Que no acepta las “formas” de los varones, dueños de los pasillos y de los tribunales. Dueños de la “justicia”.
Frances Olsen, en El Sexo del Derecho retrata estos binomios jurídicos. De un lado lo que representan los varones (racionalidad, frialdad, abstracción, espíritu universal, orden “objetivo”), del otro, el polo bajo, que representan las mujeres (emociones, cuerpo, concreto, pasión, desorden local, impulsividad, palabra “subjetiva”). El juicio a CFK es un juicio al peronismo, pero también es un juicio a las mujeres que dan un paso que no pueden dar. Que se atreven a confrontar un sistema patriarcal (“ciego”, “puro”, “objetivo”, “justo”) que, como en el infame fallo a Romina Tejerina, las condena antes que nada por ser mujeres.
San Martin fue acusado de “corrupto” por Rivadavia, por haberse robado el ejército del Norte. Cuando le envió su sable corvo a Rosas, por la batalla de Obligado, la historiografía actual no tuvo problema en decir que San Martin en realidad ya “estaba viejo” y que en definitiva, tampoco él representa –San Martin!- ningún “aval historiográfico”.
Nuestros países viven enfrentados con un contubernio de empresas, medios y bancos extranjeros que se llevan todo y acusan de corruptos, desde el albor de la patria, a los que defienden nuestra soberanía. Siempre fue así. Por algo desapareció la materia derecho político de nuestras facultades. Es lo que no tuvieron ni Lula ni CFK ni Correa ni Evo: derechos políticos.
Hacer política es, en sí mismo (desde la dictadura en adelante) sinónimo de “corrupción“. Produce lo que los economistas llaman una “externalidad negativa“. Un “costo“ de transacción. El mayor delito del que se los acusa –a Lula, Correa, Evo, o Cristina- es el de hacer sencillamente política frente a un mercado que ya no quiere políticos.
* Director Nacional de la Escuela del cuerpo de abogados del Estado.