Vida del Chacho: el Anti Facundo
Por Elio Noé Salcedo
Una de esas acciones que resultaron de los prejuicios “civilizatorios”, coincidentes con una concepción de país y de sociedad que venimos señalando, fue la persecución y muerte del general Ángel Vicente Peñaloza. No obstante, hubo una respuesta tanto intelectual como política de parte de la tradición nacional y popular argentina, pues, en definitiva, el dilema de civilización o barbarie no es sino la expresión de esos “dos países” que caracterizara Juan Bautista Alberdi en “Pequeños y Grandes Hombres del Plata”, que retratara crudamente José Hernández en “Vida del Chacho”, y que el mismo autor inmortalizara y universalizara, en términos poéticos, a través del “Martín Fierro”.
En efecto, a propósito de una de las acciones que ilustran la lucha encarnizada entre esas dos concepciones y modelos de país, a pocos días del asesinato de Peñaloza, José Hernández escribió en el periódico “El Argentino” de Paraná una serie de artículos a través de los cuales transmitió la indignación general por semejante crimen, textos que en conjunto serían conocidos luego como “Vida del Chacho”.
Coincidimos con Enrique Mario Mayochi en que todo lo que escribió Hernández como periodista “tuvo mucho de prefiguración del Martín Fierro”, y que “en sus columnas se dijeron en prosa verdades que años después Hernández transformaría en versos octosílabos”.
En ese sentido, no hay duda de que “Martín Fierro” retrata la tragedia “de todo el gauchaje ultimado por la misma burguesía comercial porteña que había degollado al general Peñaloza” -en el decir de Jorge Abelardo Ramos-, sector o clase social que, absurdamente, se autodefinía como la “civilización”, y hoy se define como “el mundo”, “la cultura universal”, o en términos económicos “el mercado”.
En “Vida del Chacho”, José Hernández denunció la alevosía y la barbarie del asesinato de Peñaloza: partidario de Urquiza contra Mitre, lugarteniente de Facundo Quiroga y amigo leal de Nazario Benavides, mártir provinciano también, que fuera asesinado por la misma causa y por los mismos intereses en San Juan, cinco años antes que el Chacho.
En ese texto, José Hernández daba a conocer el contexto y los pormenores del crimen de Olta (ultimado a lanzazos y puñaladas cuando ya se había entregado mansamente) y las alabanzas -por su forma y resultado-, con que los “civilizadores” habían exaltado dicho crimen político, pretendiendo hacerlo aparecer, detrás de sucesivas y confusas versiones, como una batalla o, en su defecto, como un operativo policial contra un maleante.
Allí el máximo poeta y fundador de nuestra literatura nacional retrata la nobleza del hombre al que ultimaron a puñaladas, y la vileza de sus enemigos “civilizados”, que poco tiempo antes habían aparentado firmar sinceramente con Peñaloza el tratado de Las Banderitas (un año antes del crimen de Olta), convenio que, supuestamente, daba por concluida la guerra entre Buenos Aires y las provincias y las persecuciones a los provincianos. ¿O sólo había sido una “operación” para que Mitre pudiera ser presidente sin problemas, en un país de rodillas?
Si para muestra basta un botón, transcribamos una parte de ese texto fundamental que Hernández escribe en su “anti Facundo”, al relatar algunos antecedentes que presagian la tragedia.
¿Civilización, o barbarie?
Terminado de firmar el tratado de Las Banderitas –relata Hernández, mostrando y demostrando el verdadero carácter e intención de los “bárbaros” y de los “civilizados”-, el general Peñaloza, dirigiéndose a los coroneles de Mitre -Sandes, Arredondo y Rivas-, les dice:
– “Es natural que habiendo terminado la lucha por el convenio que acaba de firmarse, nos devolvamos recíprocamente los prisioneros tomados en los diferentes encuentros que hemos tenido; por mi parte yo voy a llenar inmediatamente este deber”.
La propuesta de Peñaloza obtuvo por respuesta de los civilizadores un sepulcral silencio.
Después de entregar sano y salvos los prisioneros que estaban a su cargo, Peñaloza insistió:
– “Y bien, ¿dónde están los míos?… ¿Será verdad que todos han sido fusilados?… ¿Cómo es, entonces, que yo soy el bandido, el salteador, y ustedes los hombres de orden y de principios?”.
El Dr. Eusebio Bedoya -comisionado de Mitre para representar el poder instituido en la firma del tratado-, refiere Hernández, “llevándose el pañuelo a los ojos, lloró a sollozos, quizá conmovido por la patética escena que presenciaba, tal vez avergonzado de encontrarse allí, representando a los hombres que habían inmolado tantas víctimas, o acusado quizá por su conciencia de haber manchado su carácter de Sacerdote, aceptando el mandato de un partido de asesinos”.
Otro tanto denunciaba Hernández en 1872 en el “Martín Fierro”, ya en plena presidencia de Sarmiento, a quien había apoyado en su carrera hacia la Presidencia contra el candidato del mitrismo. ¡Oh paradojas de la vida política argentina! Aunque insuficientes para ocultar el fondo de la cuestión, que seguía estando en juego entre dos modelos de país -representado por porteños y provincianos-, y no por la falsa dicotomía entre “civilización o barbarie”.
Así denunciaba Hernández, con versos inmortales -en la antítesis del libro paradigmático que denigra al gaucho-, lo mismo que antes había cuestionado en prosa en sus artículos periodísticos, y que sostendría como político y en otras patriadas, provisto de la crítica de las armas:
“Estaba el gaucho en su pago / con toda seguridá, / pero aura… ¡barbaridad!, / la cosa anda tan fruncida, / que gasta el pobre la vida / en juir de la autoridad”… “El gaucho que llaman vago / no puede tener querencia, / y ansí de estrago en estrago / vive llorando ausencia”… “Él anda siempre juyendo, / siempre pobre y perseguido, / no tiene cueva ni nido, / como si juera maldito; / porque el ser gaucho… ¡barajo! / el ser gaucho es un delito”.
Fuente: www.revista.unsj.edu.ar