María Remedios del Valle

Por Gustavo Battistoni

La historia de nuestra república necesita reescribirse. No por mero afán revisionista, sino, y fundamentalmente, por la omisión de las clases subalternas y sus luchas como el motor de la historia. Las grandes personalidades, aquellas a las que hacen referencia los textos canónicos, solo muestran la punta del iceberg, cuando la verdadera energía que mueve a las sociedades se encuentra en los veneros profundos del pueblo.

Con buen tino, han comenzado a recuperarse muchas figuras de las clases oprimidas que han tenido un papel fundamental en la historia nacional. Es muy poco lo que se ha hecho, pero por lo menos se ha dado un paso inicial, que debe seguir profundizándose sin pausa, poniendo en juego relatos anquilosados que reproducen las peores lacras de la opresión.

Sin duda alguna, María Remedios del Valle ha sido una de las figuras más maltratadas de nuestra historia. Coadyuvó a esto su doble calidad de aherrojada, por su condición de esclava negra y un sistema patriarcal que invisibilizó a quienes según un sabio revolucionario chino “llevan a sus espaldas la mitad del cielo”. Profundizar en este ítem nos llevaría un espacio demasiado grande para esta modesta nota. La notable obra de Silvia Federici nos parece un aporte esencial para comprender esta problemática en todas sus aristas, y a sus reflexiones nos remitimos si el amable lector quiere profundizar sobre el tema.

María Remedios del Valle, no solo fue “ninguneada” por la historia dominante, su figura también fue menospreciada, como lo demuestra una cita, supuestamente elogiosa, en el texto clásico de Bartolomé Mitre, “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”, en su capítulo dedicado a la Batalla de Ayohuma: “Nunca se ha hecho un elogio más grande de las tropas argentinas, y merece participar de él una animosa mujer de color, llamada María, a la que conocían en el campamento patriota con el sobrenombre de ‘Madre de la Patria’. Acompañada de dos de sus hijas con cántaros en la cabeza, se ocupó durante todo el tiempo que duró el cañoneo, en proveer de agua a los soldados, llenando una obra de misericordia como la Samaritana, y enseñando a los hombres el desprecio de la vida”. No hay una sola referencia más, a su figura y extraordinario derrotero, en las 700 páginas de la publicación de “Ediciones Anaconda”.

Además de omitir su apellido, que Mitre, historiador documentado, conocía muy bien, por razones políticas ligadas a la reivindicación que hizo de ella en la última etapa de su vida, Juan Manuel de Rosas. Recordemos que María Remedios del Valle auxilió a los combatientes que resistieron a la invasión de los piratas británicos, acompañó al Ejército Auxiliar en 1810 hasta Potosí, donde perdió a toda su familia. Participó, además, en la batalla del Desaguadero en 1811, para luego trasladarse a Jujuy para participar del “Éxodo Jujeño”. Y olvida Bartolomé Mitre de resaltar, que fue una de las famosas “niñas de Ayohuma”, que como nos engañaron en los libros escolares, no fueron “refinadas patricias altoperuanas”, sino tres afrodescendientes que lucharon con el Ejército del Norte, asistiendo a los heridos, en condiciones de suma peligrosidad para sus vidas. Por esto fue herida de bala y torturada por las sanguinarias tropas realistas. La Revolución de Mayo no fue obra de una minoría, sino la expresión de ese subsuelo de la comunidad que representaban los trabajadores, mujeres, esclavos e indígenas que cambiaron, a partir de ese momento, el sentido de la historia.

Fueron las clases subalternas, remarquemos una vez más, las que hicieron nuestra historia con sacrificio, con un coraje y una valentía que no tuvo un sector de la élite que quería ser parte del reino de España, del imperio esclavista portugués o de los traficantes ingleses. Nada pidió esta heroica luchadora por los heroicos servicios que había prestado a la gesta libertadora, tanto es así que cuando retornó a la ciudad de Buenos Aires, y mientras otros oportunistas hacían negocios con la tierra o comerciaban con las potencias de ultramar, la gran Matriarca subsistía vendiendo pastelitos o mendigando por las iglesias, en condiciones de extrema precariedad.

Recién en 1835, doce años antes de su muerte, pudo recibir un emolumento por los servicios prestados, pero siempre ocupando un lugar secundario dentro del relato histórico dominante. Ni que hablar de las espantosas condiciones de existencia del resto de la población que había sido traída desde el África para desarrollar las fuerzas productivas en beneficio de la clase dominante.

Esta maravillosa luchadora representa los más acendrados ideales democráticos y republicanos. Un verdadero ejemplo para las generaciones futuras, cuya existencia fue ocultada por los prejuicios dominantes. Es hora de darle el lugar que merece en nuestra historia y vida cotidiana. Por ejemplo, en mi querida ciudad de Firmat, cambiar el nombre actual del cipayo Bernardino Rivadavia a nuestra plaza céntrica, por el de la valerosa María Remedios del Valle, sería un acto de estricta justicia.

Fuente: El Correo de Firmat

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