La estrategia es la unidad
Entrevista a Gabriel Merino sobre las perspectivas para Latinoamérica ante el triunfo de Lula
La victoria de Lula en Brasil (por un ajustado margen) es una bocanada de oxígeno para el movimiento popular latinoamericano. Desde tu mirada, ¿qué perspectivas se abren de cara a lo que se podría llamar esta nueva ola de gobiernos populares latinoamericanos, tan distinta a la de principios del siglo XXI?
La victoria de Lula fue ajustada, pero si bien es cierto que Bolsonaro sumó siete millones de votos en las últimas semanas —entre la primera vuelta y el balotaje— también es cierto que es el primer presidente que pierde una reelección desde la recuperación de la democracia, lo que nos habla sobre cierta debilidad política y sobre qué perspectivas se abren frente a lo que se podría llamar una nueva ola de gobiernos populares latinoamericanos.
Creo que a esta segunda ola nacional y popular/progresista —que no es lo mismo, pero a veces se ponen como sinónimos— que arrancó en el 2018 después de la elección en México, uno de los elementos que le faltaba para terminar de emerger es que Brasil cambiase el rumbo político. Con el gigante sudamericano acompañando un nuevo proceso de cambio en la región, aparece el soporte material, la musculatura necesaria, sino esa segunda ola quedaría un poco aislada, con políticas inconexas; en este sentido resultó clave la elección.
Esta segunda ola también emerge como respuesta a los impactos negativos, en términos económicos y sociales, del giro a la derecha neoliberal de 2015-2016. Pero también tiene el desafío de superar los “cuellos de botella” que tuvo la primera ola, es decir, no puede tratarse de un retorno de lo mismo (allí hay una gran debilidad también).
Otro desafío que enfrenta es que hoy el mundo ha cambiado mucho y, si bien algunas de las tendencias centrales de la actual transición del poder mundial ya estaban presentes desde el principio de siglo —de hecho, esta transición geopolítica mundial se inicia a fines de los noventa y principios de los 2000—, lo cierto es que ahora estamos en otra etapa. En el escenario actual hay una cuestión central que no puede ser pasada por alto: la competencia político-estratégica entre polos de poder devino en una guerra mundial híbrida, para lo cual la región tiene que tener conciencia de ella. Conciencia de que no estamos en la etapa de crisis de hegemonía de Estados Unidos, sino que entramos en la etapa de lo que Giovanni Arrighi llama “caos sistémico”.
¿La polarización que se dio en las elecciones brasileras es, desde tu perspectiva, comparable con la que se da en otras sociedades latinoamericanas como por ejemplo la argentina, la chilena o la colombiana? En este sentido, algunos hablan de grieta y otros, como García Linera, de empate catastrófico. ¿Con qué herramientas creés que cuentan los gobiernos populares para romper ese empate e iniciar un nuevo proceso de avance?
Es evidente que las sociedades están fracturadas porque están atravesadas por proyectos políticos y estratégicos contrapuestos. Se plantean y debaten distintos modelos de acumulación económica, distintos modelos de salud, educación, de pensar el arte, la cultura y la identidad, de inserción internacional, en relación a la integración, etc. Eso atraviesa a la sociedad y se ve la fractura entre las propias élites o grupos dominantes. Por ejemplo, uno puede ver la diferencia entre los agronegocios y su sector más concentrado pujando fuertemente por un modelo neoliberal periférico —o de subordinación político estratégica—, sectores de las burguesías industriales y fuerzas políticas tradicionales impulsando de forma oscilante un proyecto neodesarrollista —entre la dependencia negociada y la autonomía heterodoxa, en palabras de Juan Carlos Puig—, y las clases y sectores populares organizados que pujan por un modelo “justicialista” anclado en el Estado, la producción y el trabajo, de impronta latinoamericanista.
Obviamente se dan distintos niveles de quiebre porque además la región históricamente está fracturada, entre su integración hemisférica bajo el comando de los grupos dominantes estadounidenses y las élites locales dependentistas, las oligarquías, o un regionalismo autónomo de Washington y occidente desde el cual construir un proyecto propio, un proyecto de desarrollo regional. En sí esa fractura que crece desde fines de los 90, principios de los 2000, al calor de la crisis de hegemonía de los modelos neoliberales periféricos, el rechazo del consenso de Washington y de las políticas de ajuste y destrucción de las capacidades estatales, la resistencia al alineamiento geopolítico automático con los EE.UU —y su total fracaso— y de la aceptación de la inserción como periferia. La reacción contra ese proyecto daría lugar a una articulación de fuerzas nacionalistas populares, fuerzas neodesarrollistas y una combinación con sectores progresistas. Esa reacción contra el neoliberalismo, contra el consenso de Washington, implicó avanzar hacia otra propuesta de sociedad y con ello se abrió la puja en los Estados por qué modelo seguir o qué proyecto seguir. La grieta la impulsaron las fuerzas neoliberales para recuperar la iniciativa, conseguir recrear una base social mediante la discusión de antinomias políticas —kirchnerismo vs antikirchnerismo, lulismo vs antilulismo— que invisibilizan el debate de los proyectos y las contradicciones existentes.
Ahora, cuando hay empate catastrófico, quiere decir que hay una hegemonía en pugna y que esa puja de proyectos no puede resolverse. Si uno mira los procesos latinoamericanos del siglo XXI, lo que se observa es que hay una suerte de empate entre 1999-2002-2003, después hay un avance de proyectos progresistas, nacionales y populares —o neo desarrollistas, o una combinación de todo eso—, principalmente después del No al ALCA en el 2005 y que llega al 2011. Luego hay un estancamiento de ese proceso al que le sigue un giro a la derecha, neoliberal, con un cambio geopolítico hacía la subordinación político estratégica a Estados Unidos, al norte global. A partir del 2018-2019 habrá un nuevo giro que todavía no termina de resolverse. A ese “no resolverse” creo que se refiere el empate, y donde justamente Brasil tiene un rol fundamental para dirimir esta resolución.
Con la elección a favor de Lula, esta resolución podría implicar un escenario parecido al periodo 2002-2005, año en el que Lula junto con Kirchner y Chávez le dijeron No al ALCA, pero también le dijeron chau al FMI, y donde también avanzaron en satisfacer demandas populares, por ejemplo, en Argentina volvieron las paritarias y en Brasil comenzó una propuesta de aumento de salarios. Entonces, lo que está en definición es si vamos para ahí o no, para que termine de emerger, o no, esta segunda ola. Es decir, para qué lado se resuelve el empate transitorio más allá del eterno empate estructural.
Hablando más específicamente de Brasil, ¿cuáles creés que son las condiciones de gobernanza que deberá construir Lula en este nuevo escenario? ¿Cómo queda el vínculo entre poder ejecutivo, legislativo y judicial, por una parte y, en paralelo, cómo queda configurado el mapa de los gobiernos estaduales?
Creo que la herramienta de las fuerzas populares para romper con esa situación o terminar de resolver esta transición de una segunda ola, tiene que ver con contar con la fortaleza suficiente para avanzar u obtener resultados favorables en los próximos puntos de bifurcación del proceso histórico social, en los puntos de decisión fundamentales.
Creo también que lo que está faltando es establecer unos puntos programáticos fundamentales y construir fuerzas político sociales para avanzar por ellos, porque también los gobiernos progresistas se ven en la incómoda situación frente a la nueva derecha —que de nueva tiene poco— de defender la institucionalidad. Ahí tenemos un problema, las fuerzas populares pueden aparecer como una fuerza conservadora frente a un mundo que se cae a pedazos. Entonces la clave tiene que ver con que establezca una agenda, una apuesta que sea transformadora y dar batallas clave para avanzar. Es la base para reconstruir una épica y tener iniciativa estratégica.
Por último, en su primer discurso como presidente electo, Lula da una serie de definiciones programáticas respecto de cuál sería la agenda de su gobierno. Entre ellas está la de un relanzamiento de las políticas de integración regional. ¿Crees que existe una perspectiva de profundizar la primera etapa de integración iniciada por el mismo Lula, Chávez y Néstor Kirchner a principios del nuevo siglo en este contexto geopolítico mundial?
Las condiciones políticas que tiene Lula son complejas, ya que ganó por apenas 1,8 puntos con un Bolsonaro que recortó mucha distancia en las últimas semanas. Si vemos el mapa político de Brasil es bastante complejo y heterogéneo, de las 27 unidades federativas de Brasil, Lula triunfó en cuatro Estados, todos en el noroeste, y hay otros cuatro Estados en los que ganaron el PSB, Partido Socialista Brasileño, y el MDB, Movimiento Democrático Brasileño, partidos aliados a Lula.
Por otra parte, el Partido Liberal de Bolsonaro ganó en dos Estados, Rio de Janeiro y Santa Catarina, y en otros cinco Estados ganaron candidatos de partidos aliados. Eso quiere decir que hay diez Estados neutrales dispuestos a la negociación, pero desde un centrismo conservador. Eso también se corresponde con el poder legislativo, donde el Partido Liberal de Bolsonaro tiene las dos primeras minorías en ambas cámaras, aunque no todos son bolsonaristas puros, y resulta un sector muy importante en lo numérico lo que se denomina el Centrão, caracterizado por el pragmatismo, conservadurismo pragmático, y donde se abre un espacio de negociación.
Otro cambio cualitativo del mapa político es la sustitución de una derecha más tradicional, con partidos liberales más tradicionales, como el PSB o el MDB, por estos sectores de derecha más antirepublicanos, que son el núcleo del bolsonarismo.
Este es el mapa más institucional. Después está el análisis en términos de relaciones de fuerzas generales, donde lo institucional es una de sus dimensiones. Un primer dato es que alrededor de la figura de Lula se recompone el lulismo como articulación nacional neodesarrollista, progresista y popular. La recomposición también significó acordar con parte de las élites tradicionales del sistema político de centro y de los sectores neodesarrollistas de la burguesía industrial brasileña, que en su momento le soltaron la mano al lulismo y ahora retornan con esta idea de volver a cierta agenda a favor de la producción, el mercado interno y una mayor autonomía en el escenario mundial: juega más como potencia media y retomar cierta agenda de integración regional para recuperar el dañado liderazgo de Brasil. Pero también esos sectores son conservadores, Lula estará entre la agenda neodesarrollista, la agenda progresista liberal globalista y la agenda popular, donde puede haber confluencia pero también va a haber tensiones.
Por otra parte, juega tácticamente con Lula el gobierno de Biden, fundamentalmente para que no se fortalezca un Bolsonarismo en la región, lo que impactaría en la interna de EE. UU, fortaleciendo al trumpismo. En esta jugada táctica, las fuerzas globalistas estadounidenses apoyan el proyecto neoliberal del ministro de economía de Bolsonaro —esas fuerzas del poder financiero apoyan ese programa—, pero por otro lado no apoyan al gobierno de Bolsonaro en sus rasgos políticos y tratan de equilibrar esa situación con Lula, pero a su vez buscan imponerle ese programa neoliberal periférico del poder financiero con rasgos progresistas, al estilo de la Tercera Vía británica. Entonces ahí hay una contradicción profunda, ya que van a jugar a moderar, a liberalizar, o a neoliberalizar a Lula, lo que implicaría una crisis con su base popular, como le ocurrió a Dilma en 2014.
En cuanto al discurso de Lula, rescato cuatro ejes. Uno, que el pueblo votó a la democracia pero la democracia en un doble sentido. Uno más liberal, republicano, tradicional, desde el cual la derecha liberal apoya a Lula. Este voto es contra la dictadura, el autoritarismo, el neofascismo que es representado por Bolsonaro. Por otro lado, un concepto de democracia más ligado al republicanismo popular, a la democracia social, a esta confluencia entre democracia política y material, en donde junto con los derechos civiles y políticos la clave es que hay que combatir el hambre, las desigualdades, la defensa del empleo, el acceso a la vivienda, a la salud y a la educación. Eso es un punto importante, la democracia en estos dos sentidos.
El otro tema es la industrialización con mayor intervención y planificación estatal, que Brasil no sea meramente un país primario importador-exportador manejado por transnacionales. El tema clave es frenar el declive de Brasil y, en ese sentido, el principal elemento es recuperar el Brasil industrial —en el sentido de la complejidad económica—, retomando las políticas de inversión en ciencia y tecnología que hicieron que sea el país de la región con mayor inversión del PBI en esos campos.
El otro eje es sobre la integración regional desde una perspectiva más autonomista que está en el discurso de Lula y que también es parte del ADN del lulismo. En ese sentido, se vuelve imperioso retomar la perspectiva de la integración regional, porque en su momento, en la primera ola nacional popular, no haber logrado la suficiente unidad y no haber avanzado fuertemente en la integración fue un talón de Aquiles. Hoy se habla de un Brasil como gran jugador global de poder medio, negociando con EEUU y la Unión Europea, también con China y Rusia, y para esto es necesario darle mucha importancia a la cuestión regional.
Una de las posibilidades es reactivar UNASUR. Algunos de los equipos que están alrededor de Lula están pensando en esto. También integrarse a la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) de la que Brasil se retiró, y que luego tomó cierto protagonismo regional por el papel de México y Argentina a partir del 2019. También resultará clave el bloque del Mercosur, las negociaciones con la UE, etc.
Será estratégico avanzar de la integración hacia la unidad, en esta idea de continentalismo que es muy importante para la tradición geopolítica argentina, planteado con el nuevo ABC (Argentina, Brasil y Chile) de Perón, con el fin de crear una estatalidad continental.
Argentina quedó chica, sin la escala suficiente en términos de poder económico, social y poder político estratégico para un proyecto nacional de desarrollo de los años 50, lo mismo le pasaba a Brasil sobre todo a partir de los años 70, le falta escala para jugar al juego geopolítico y geoeconómico global, para desarrollar industria y complejidad productiva, un mercado con fortaleza para ser parte de las grandes negociaciones globales, y ese es un tema crucial. La cuestión es cómo avanzar hacia eso. En este sentido, hay algunas pistas con un Lula que salió más propenso a pensar una arquitectura financiera regional, ya que los gobiernos del PT eran más escépticos sobre esto, incluso se lanzó la propuesta de comercializar con las monedas propias de la región.
El tema ahí es cuál va a ser el núcleo —como fue en Europa la comunidad del acero y el carbón y después la cuestión nuclear— o cuáles serán los sectores fundamentales y las herramientas estratégicas para construir esa unidad. Entonces, ¿Cuál va a ser nuestra comunidad del acero y el carbón? ¿Sobre qué ramas con empresas estratégicas privadas y estatales van a desarrollar esos núcleos de forma conjunta, de planificación conjunta? Ahí creo que es un punto a resolver. Creo que hay un consenso de que no alcanza la organización política ni la retórica latinoamericanista o la coordinación entre gobiernos que se llevan bien. Es necesaria la unidad pero todavía no está tan claro cómo se construye esa unidad o ese continentalismo partiendo desde el Mercosur y tratando de consolidar eso a nivel suramericano y latinoamericano.
Fuente: avionnegro.com.ar