Un marxista en el fin del mundo
Por Gabriel Sanchez
Raymon Wilmart, enviado de Marx a la Argentina, sintetiza la imposibilidad de la vieja izquierda europea y sus acólitos de hoy para comprender los fenómenos sociales en América Latina: en especial, la dicotomía entre países imperialistas desarrollados y países coloniales y semi coloniales subdesarrollados. Wilmart, sin mostrar mayor interés por la Historia local, fantasea con la lucha de clases entre burguesía y proletariado en un país sin revolución industrial, sometido a la oligarquía portuaria y a sus socios imperialistas.
Con una capa de barniz romántico, algo densa por momentos, el marxismo recuerda a Raymond Wilmart -los que lo recuerdan-. Que llegó desde Lisboa en 1872. Un joven Wilmart, que tenía 22 años cuando llegó al país.
Para los que no lo conocen, Wilmart tenía la misión de organizar la Asociación Internacional Comunista en Argentina. Con la bendición, o la orden de Marx, partió de Lisboa, algo apresurado, ya que tenía una orden de captura por la policía belga.
Wilmart pertenecía a la nobleza belga cuando conoció a Laura Marx en Burdeos. Rápidamente se hizo amigo de la hija de Karl Marx y también se hizo fervientemente militante comunista.
Una vez en el país, anduvo dando tumbos de acá para allá, tratando de sembrar la semilla del comunismo. Estuvo con la resistencia de Sastres, también con la Sociedad de Carpinteros y estuvo en charla con el de Artesanos.
Con el pasar del tiempo, el desconcierto de Wilmart fue total, él venía del Congreso de la Haya, con una misión clara en la valija. Y esa misión era organizar la revolución. “Hay demasiadas oportunidades de hacerse pequeño patrón y explotar obreros recién desembarcados como para que piensen actuar de alguna manera”, le dice a Marx en una carta.
El desconsuelo de Wilmart se empieza a notar cuando le dice a Marx: “Salvo la mitad de la sección francesa y dos o tres españoles no hay nada que pueda servir entre nosotros”.
Las respuestas de Marx a Willmart son desconocidas, ya que su familia quemó las cartas, como si fueran una peste.
Extraño personaje Raymond Wilmart, huyó de la nobleza belga, abrazó el Comunismo, llegó al Congreso de la Haya, para terminar en el fin del mundo casado con Carlota Álvarez Correa Cáceres, que era miembro de la aristocracia cordobesa. Y así pasó sus días en la alta sociedad, mientras era un prestigioso profesor de Derecho.
Wilmart llegó a mí a través de un libro de Víctor Ramos y rápidamente el personaje me causó gracia. A primera vista parece un simple farsante que no creía en sus ideales. Pero en una de esas cartas le decía a Marx: “Hace falta mucha paciencia para soplar sobre las cenizas que no quieren volver a encenderse”.
Y este el legado de Wilmart: una imagen romántica que llegó hasta nuestros días ¡Y qué carajo! Es romántica la idea de soplar sobre cenizas. “Soplar cenizas” es una linda frase, pero para ponerlo al final de un poema, no para organizar todo un movimiento político.
Al pensar en el camino recorrido por Wilmart, se me vienen a mí cabeza varias preguntas: “¿Pensó realmente bien Marx a quién envió? ¿O sólo quería ayudar al hijo de su amiga a huir de la policía?
Sea como sea, este es el nacimiento de la izquierda en el país, un revolucionario que miró a los ojos a Marx y le hizo una promesa… y fracasó rotundamente. Y al final de sus días no sólo le dice a Marx, también se lo dice a generaciones futuras: “Soplen cenizas”.
Cualquier pensador o periodista o militante de izquierda en la actualidad toma esa frase de las cenizas. Lo toman con mucha nostalgia y algunos la alzan como bandera cada vez que se nombra a Wilmart. Sin embargo, cuando te ponés a pensar en esa frase y das unos pasos hacia atrás y ves la escena completa, la verdad es que es un poco cómica: en la oscuridad, soplando cenizas, llenando de polvo todo, ensuciándote toda la cara, sin poder ver una mierda.
Todo esto me lleva a pensar que si el mismísimo Marx ungió a alguien y fracasó: ¿Qué quedan de sus descendientes? ¿Cuántas cenizas van a seguir soplando?
Lo cierto es que el fracaso de Wilmart es el de todos, porque cuando soplaste tantas cenizas y todo el lugar se llenó de polvo, no ves quién está al lado tuyo. Pero no los juzgo, soplar cenizas puede ser un pasatiempo divertido (para los que pueden hacerlo).
Fuente: mundosurfm.com