“El amor no mata” de Luis Verdi
En esta entrevista, el escritor argentino habla sobre su primer libro, “El amor no mata”, una novela negra que parte con la investigación de tres femicidios que se ve entorpecida por el desempeño de una Justicia corrupta a la que el autor describe como “un circo”.
Como si encarnara una suerte de Jonás del siglo XIX, el intrépido José Martí escribió, tras haber residido durante trece años en la ciudad de Nueva York, que conocía la catadura del monstruo porque había estado viviendo largo tiempo en sus entrañas.
El escritor Luis Verdi, con matices y contextos diferentes, podría alegar algo semejante en relación a ese leviatán que es la alta política nacional, dado que se desempeñó como vocero de Eduardo Duhalde durante su disruptivo y breve mandato como presidente de la Nación. Algo de ese conocimiento de primera mano no puede evitar filtrarse, transfigurado, en las páginas de su primera novela El amor no mata, editada por Biblos, que ahora sale al ruedo en busca de lectores interesados en un formato narrativo que mezcla las preceptivas tradicionales del thriller con la problemática de la violencia de género como disparador de la acción.
Con la ciudad de La Plata como telón de fondo, Verdi construyó una novela que puede ser considerada un policial con perspectiva de género: tres mujeres de la misma edad, profesionales y residentes en La Plata, han sido asesinadas bajo el mismo modus operandi en el lapso de una módica semana. El protagonista es un abogado llamado Alfonso Borges (¡Sombra terrible de Georgie…!) que, devenido en un Philip Marlowe local, intentará descifrar si los crímenes configuran una serie atribuible a un asesino serial, si se trata de una coincidencia fortuita o simplemente de un imitador de un femicida que busca enturbiar el terreno de la investigación.
Estructurada en cuatro partes, cada segmento muta de narrador y configura así un entretejido narrativo que ofrece una visión caleidoscópica de los hechos. Sobre El amor no mata habló Verdi con Infobae Leamos en una entrevista realizada por videollamada.
-Al haber desempeñado un cargo importante en el ámbito de la política profesional y escrito una novela inscrita en policial negro, ¿comparte la idea de que ese género es, en el fondo, un estudio de las fuerzas delictivas que corroen todas las instituciones de la sociedad, y especialmente las de la política?
-Fui, efectivamente, el encargado de la comunicación de Duhalde durante la segunda parte de su presidencia, pero no de la operatoria de prensa, sino de asuntos como desarrollo estratégico, discursos, ese tipo de cosas. La novela negra tiene la característica -desde sus comienzos durante la primera mitad del siglo pasado, con figuras fundamentales como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, y también Ross Mcdonald, entre otros grandes escritores- de plantear una trama en la que hay, a diferencia de la otra vertiente que venía de la novela inglesa, una mirada muy profunda sobre la realidad, aspecto que no se encontraba, por ejemplo, en las obras de Conan Doyle y autores afines, en los que ese elemento sociológico había que buscarlo con lupa.
-¿Qué aspectos de la realidad se inmiscuyen en ese género?
-El dinero negro, los policías y jueces corruptos, los empresarios vinculados a esos manejos espurios, ese mundo subyace siempre en el género negro. En ese sentido es el género que hinca el diente, de la mejor manera, en la sociedad. Pone en evidencia la trama de la corrupción, que es naturalizada, en general, por las sociedades. Esto lo saca a la superficie, y por eso, en mi caso, la historia que cuenta mi novela está focalizada en el desempeño de la Justicia.
-¿Por ejemplo?
-Tuvimos, en 1984, el caso del asesinato impune de Oriel Braint; muchos años más tarde el crimen de María Martha García Belsunce, hace pocos días tuvimos el circo del juicio, o el de Nora Dalmasso, pero de cualquier forma son centenares de causas de femicidios. Pero en muchos casos es como el eslabón final de un proceso que ha decantado hacia la sanción de nuevas leyes, con movimientos de concientización, que se da quizás con mayor fuerza en la Argentina que en otros países del continente: la mujer necesita ser protegida porque ya hizo la denuncia, el ex anda con la tobillera electrónica y, sin embargo, esa mujer muere en mano de su ex pareja, que luego se suicida. Todo eso está planteado, pero en esta novela se ve también el hilo conductor hacia la política, y eso es propio del policial negro que es, por otra parte, el género que siempre más me ha interesado como lector.
-¿Sin esa experiencia de primera mano sobre los subsuelos de la corrupción institucional podría haber escrito de todos modos este libro?
-Todo se conjuga, porque de alguna manera me ha tocado vivir circunstancias particulares, la ocasión de conocer personalidades políticas importantes y de la Justicia también, y eso es una cosa que uno va acumulando como cuestiones que te pesan y que luego uno vuelca y saca afuera a través de la escritura. Y, desde ya, la lectura que uno hace de la realidad política cotidiana y lo que uno conoce de ese mundo político desde adentro han sido factores que me han ayudado a comprender mejor lo que iba apareciendo durante el proceso de armar la novela. La ficción tiene patas cortas. El personaje central no existe, pero en la realidad hay miles como él. Lo real te penetra y configura de alguna forma lo que vas narrando. La trama son tres femicidios, pero hubiera podido ser sin ningún problema el caso Briant, porque la realidad se filtra de inmediato en la imaginación y es ineludible.
-En una entrevista señaló que el crimen impune de Briant de alguna manera ofició como el cimiento sobre el que se levantó esta novela. Por lo tanto, ¿la trama del libro se armó alrededor del eje del femicidio o el proceso fue inverso y a partir de una historia se incorporó el tema de la violencia de género a la narración?
-El tema de la violencia de género es una cuestión central por la que yo he sentido interés desde siempre, y este personaje que era una suerte de investigador, si se quiere, pero que en realidad es un abogado que se interesa por las cosas, busca, tira de los piolines y, por encima de todo, trata de entender. Y cuando se pone a mirar los asesinatos de las tres jóvenes entonces se dice a sí mismo: “Tengo que conocerlas para poder comprender qué pasó”. Y todo eso sucede porque la Justicia, a los tres o cuatro meses, frena toda la investigación, que es lo que suele ocurrir en la realidad ante este tipo de casos, y ese es el germen del desarrollo de toda la narración ulterior. Por lo tanto, este libro tiene que ver con Briant porque, desde el comienzo de aquel caso, siempre sentí que nunca íbamos a tener justicia. Y de alguna manera la novela intenta mostrar al sistema judicial, o parte de él, funcionando como un circo, porque siempre vamos a ver jueces y fiscales a los que se les llenan sospechosamente los bolsillos.
-¿El abordaje desde la ficción de temas como el femicidio y la violencia de género puede tener una influencia positiva de concientización o esa no es una función de la escritura ficcional?
-Mientras escribo el libro no estoy pensando en un juicio de valor sobre la Justicia argentina, simplemente es algo que va surgiendo a medida que narro. Es un personaje enfrentado a una determinada situación compleja. Y luego intervienen otros personajes secundarios que, de alguna forma, tienen que ver con el mundo del periodismo y sus vínculos directos y estrechos con lo judicial, y que son elementos que hacen avanzar la trama. Y también van apareciendo esas mujeres que son intolerables para el patriarcado, porque van detrás de su deseo y son autónomas. La mujer es la costilla de Adán: fuimos forjados por la cultura occidental, y allí tenés la concepción que el cristianismo originario tenía sobre la mujer. Objeto, nunca sujeto. Pero sí, desde ya, uno tiene el afán de que la novela tenga impacto, y pueda generar conciencia en la gente.
-¿Entonces?
-Pero saliendo de mi libro, la creación de conciencia sobre la violencia de género es un tema central, y es muy importante lo que han estado haciendo los movimientos feministas, que desde ya tienen una mayor incidencia que la que puede lograr un libro. Pero toda esa movida ha generado logros importantes, y de alguna manera ese cambio radical de los últimos años -con hitos como el Ni una menos- lo sintetiza muy bien la escritora Elena Ferrante cuando sostiene que “la mujer es el sujeto inesperado”. Y ese pasaje que está dando la mujer termina cambiando la cultura universal. No creo que vaya a haber un cambio más profundo que este que se está dando ahora en la civilización. Y es un camino que ya no tiene vuelta atrás, y por eso es indispensable que haya cambios de paradigmas en el sistema judicial para poder dar una respuesta eficaz a la obvia reacción patriarcal que subyace en la violencia contra las mujeres.
-Y como lector, más allá de los narradores de policial negro, ¿qué autores siente cercanos a su narrativa?
-Paralelamente al género negro –incluyendo también a autores más próximos en el tiempo pero no menos imprescindibles como John Banville, James Ellroy o Walter Mosley -y sobre todo en los últimos años, me han atrapado autoras como Natalia Ginzburg, cuya novela Todos nuestros ayeres me impactó muchísimo, y que luego me llevó a descubrir a su amiga y colega Elsa Morante, y más tarde a toparme con la aparición de Elena Ferrante, que me dio vuelta, porque yo no me había chocado todavía con la dificultad masculina de ver el alma humana con la agudeza de mirada que tienen estas escritoras que acabo de mencionar. Y luego ir, inevitablemente, hacia Lucía Berlin, o esa escritora prodigiosa que es Elizabeth Strout, y que creo que son lo mejor de la literatura del siglo XXI, por lejos.
-Hay tramos del estilo de su escritura que remiten a la narración periodística, sobre todo en pasajes descriptivos sobre la ciudad de La Plata o la diseminación de datos vinculados al periodismo policial. ¿Su desempeño como cronista ha influido en su manera de contar una ficción?
-Sí, ha influido claramente, pero yo empecé a escribir incluso muchos años antes de desempeñarme como periodista. A fines de los 60 trabajé en el Instituto Di Tella, donde estaba a cargo del boletín informativo, y ahí conocí a Ernesto Schoo, quien me permitió escribir algunos textos en la mítica revista Primera Plana y más tarde en Panorama. Luego, por cuestiones familiares, me radiqué en Formosa, y allí sí trabajé muchos años como redactor, y luego me tuve que exiliar en Brasil durante la dictadura pero, al regresar al país en 1983, escribí en distintos medios, entre ellos Tiempo Argentino. Y más tarde enseñé periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora, y allí me vinculé a Duhalde y a la política y empecé a hacer comunicación para el expresidente y para el Partido Peronista en general. La mirada que recorre mi ficción se desarrolló, seguro, a través del oficio de periodista.
-¿Fue una decisión dejar el periodismo?
-También escribí textos en la edición argentina de la revista Playboy que tenían un corte más ficcional que informativo, un género que me gustó mucho y me dio grandes satisfacciones, como una entrevista hecha epistolarmente con el gran humorista y escritor Roberto Fontanarrosa. Y después ya me alejé del periodismo y me dediqué a seguir escribiendo esa ficción que son los discursos de los políticos.